Todo conmigo es así, rápido. No necesito pensarlo más, no necesito perder tiempo. Si existe algo a lo que le temo es a que ella cambie de parecer.
La amo y no puedo perderla.
Burek tiene todo listo, pues solo seremos nosotros y nadie más. No hace falta nada, solo que ella acepte y que yo también para que finalmente estemos juntos para toda la vida.
Camino por el jardín para ver al ministro que espera.
—¿Cuándo llega la Piccoli?
—Mañana a primera hora. Tenemos todo preparado para la llegada de tu suegra. —susurra con ironía y lo observo de reojo.
—La misma que me quiere muerto —musito.
—Bueno, tú verás si te dejas matar por esa vieja —farfulla—. Deberías pensar en matarla, sería un peso menos.
—Qué buena manera de comenzar mi matrimonio, ¿no crees?
Ríe, divertido.
—¿Leah?
—Ya está en casa con Amara. Me pidió que la llamaras y que recuerdes lo del dinero —dice y se me sale una carcajada—. Espero que me concedan muchos años de vida para poder ver cómo quema el mundo. Pasó las nueve horas de vuelo volviendo loca a Francis.
—Yo también quiero ver eso. Hazle llegar el dinero por medio de Francis, todo el que quiera.
—Ella pondrá una cuota, te aseguro que no se dejará de esos guardias.
—Lo sé, es buena para negociar. Igual a su madre.
Emma aparece para interrumpirnos. Burek la detalla, pero vuelve su vista hacia mí.
—Ya está lista. —Asiento con el corazón a mil, meto las manos en los bolsillos del pantalón y la espero con paciencia.
Las puertas de la casa se abren y Oriola aparece en un inmenso vestido negro lleno de cristales. Lleva el cabello totalmente liso con un pequeño tocado que la hace ver como lo que es: mi reina de la oscuridad.
Camino hacia ella para detallar lo bella que se ve. La italiana me tiene entre sus manos, no evitaría que me matara, no haría nada para interferir con ella si realmente lo deseara, así es la magnitud de mi amor por ella.
Me extiende la mano y la recibo para que baje con mi ayuda.
—Estás bellísima —susurro.
—Gracias, polaco. Veo que combinas conmigo, como siempre.
Lo dice por mi traje negro y la camisa a juego.
—Siempre, moja włoski73.
Solo somos ella, Burek, Emma, el ministro y yo.
Camina a mi lado sin soltarme y nos quedamos frente a quien oficiará la ceremonia.
—Buenas noches.
Ella me mira y sonríe con sensualidad mientras le acaricio el anillo.
—Vaya al grano —dice—. Las palabrerías me aburren y ambos sabemos lo que queremos, así que haga la pregunta.
Le doy un asentimiento al hombre para que obedezca. Carraspea con nervios y nos observa a ambos.
—Oriola Piccoli, ¿aceptas como esposo a Bahir Kurek?
—Sí, acepto.
—Bahir Kurek, ¿aceptas como esposa a Oriola Piccoli?
—Sí, acepto. Aunque en realidad ella es Oriola Piccoli Kurek desde hoy, dueña de mi vida y de mi muerte.
Oriola toma el anillo que le entrega Emma y lo desliza por mi dedo. Hace juego con el suyo, pues el inmenso rubí brilla con fuerza en la argolla oscura.
—Los declaro marido y mujer, amos de todo aquello que los rodea y señores de la oscuridad.
Doy un paso hacia mi mujer y le acuno el rostro antes de adueñarme de sus labios. Ella me corresponde con desespero.
—Mío para siempre. Hasta en el infierno estaremos juntos —murmura pegada a mis labios.
—Ahora eres mi esposa, la única dueña de mi ser, la única con el poder de acabar conmigo. Eres moja włoski74. Mía. Así como mi vida te pertenece, la tuya también es mía. Recuérdalo siempre, Oriola. Eres una Kurek.
—Te tengo una sorpresa —revela y entrecierro los ojos.
—¿Cuál?
—Vamos.
Dejamos a todo el mundo atrás y vamos hacia la casa. Oriola camina con el ostentoso vestido con total normalidad, nos guía hasta la habitación, abre la puerta y veo que un columpio cuelga del techo.
Hay plumas y velas rojas rodeándolo todo. Me suelta la mano para liberarse del vestido y entonces veo que debajo llevaba un juego de lencería rojo con medias a juego.
Me detengo al ver su cuerpo. Oriola es sexy en todos los malditos sentidos.
—Para mi esposo —susurra.
Eleva las manos para tomar las cuerdas que sujetan el columpio y se sube para balancearse. Sus kilométricas piernas me tienen con la garganta seca y sus senos me dan hambre.
Doy varios pasos para examinarla.
—Me vuelves loco, Oriola —digo y ella sonríe con malicia. Se deja caer sin soltar las cuerdas.
—¿Me amas? —pregunta al tiempo que le acaricio la mejilla.
—Mucho. No tienes idea de cuánto… y creo que nunca lo sabrás. Pídeme algo y juro que lo haré.
—Solo quiero que me folles todos los condenados días de nuestras vidas y que me ames hasta más no poder.
—Hecho.
Se levanta, se baja con cuidado y pasea las manos por mí pecho, empezando a desvestirme.
—Comencemos formalmente nuestra vida como esposos —susurra—. Estoy al mando.
Me abre la camisa de golpe, los botones saltan y empieza a besarme los hematomas del pecho que aún me cubren la piel. Me besa con delicadeza mientras le acaricio el cabello. Disfruto del éxtasis de sus labios sobre mí. Entonces baja hasta la hebilla de mi correa y se deshace de ella con facilidad para luego bajarme el pantalón.
—Mi polaco. —Me mira desde abajo, arrodillada, y abre las piernas para que mi vista sea exquisita.
Sus nalgas forman un perfecto corazón, sus pechos se ven más voluptuosos y su rostro lleno de maldad me pone durísimo.
—Tuyo.
Libera mi erección y lame la punta, estremeciéndome.
—¡Oh, Oriola! —exclamo.
—Voy a marcarte tanto que no te vas a olvidar jamás de mí, solo la muerte logrará eso —susurra, repitiendo la frase que me dijo en nuestro primer encuentro—. ¿Lo recuerdas?
Asiento. Entonces separa los labios para darle entrada a mi pene erecto y venoso a su boca. Se lo lleva hasta el fondo de la garganta y con las manos termina de masajear el resto que quedó fuera. Chupa y lame mi extensión, deleitándose con ella y desarmándome sin dejar de verme.
—Lo disfrutas, ¿no? —pregunto, viendo su cara de satisfacción—. ¡Mierda! —exclamo—. Disfrutas de ver cómo me desarmas.
Sus manos van a mis nalgas y me empuja más hacia ella.
—Me fascina. Mira cómo me mojo por ti, mira… —Separa más las piernas y puedo notas sus bragas humedecidas.
—Hazlas a un lado —le ordeno y sonríe.
—Recuerda que yo estoy al mando, esposo —susurra y se me eriza la piel.
Hace lo que le pedí y me muestra su sexo lleno de fluidos.
—¿De quién es tu coño? —inquiero, tocándome la polla.
—Tuyo, tiene tu condenado nombre —gruñe y me ofrece sus pechos.
—Así me gusta —jadeo, excitado, y siento sus manos sobre las mías, masturbándome.
—Es hora de que te entierres en mí —dice, lamiendo mi glande. La ayudo a levantarse y la cargo para que se siente en mis piernas—. ¿Así?
—¡Así! —exclamo. Ella toma mi polla y la guía hasta su entrada. La sujeto fuerte y la embisto.
Ambos gemimos al unísono. Empieza a moverse de arriba abajo mientras la cargo. Camino para llevarla hasta nuestra cama, donde me recuesto con ella encima.
—Muéstrame que eres mía.
—Como guste, mi polaco —responde, se deshace del sujetador y solo queda con la braga a un lado, de manera que me permita entrar y salir de ella a mi gusto.
La amo, maldición.
Me mata hacerla mía, me mata cómo me mira…
Se apoya en mi pecho y empieza a mover las caderas, haciendo que sus nalgas choquen con mis muslos. Los fluidos corren, sus jadeos y los míos suenan con fuerza. Le acaricio las nalgas, los senos, todo su cuerpo, disfrutando de lo sexy que es.
Baja un poco más y une su frente con la mía.
—Siempre juntos —susurra, agitada—. Toda la maldita vida.
—Toda —respondo.
La tomo de la espalda y la giro para quedar arriba. Llevo sus piernas lo más que puedo hacia atrás para entrar por completo en ella, que se abre más para mí.
Disfrutamos juntos de nuestro encuentro, nuestros placeres más oscuros.
—Bahir… —musita entre jadeos.
—Te amo, maldita sea —gruño, dándole durísimo para que llegue a su orgasmo.
Se acaricia los senos y se tensa.
—Lléname de ti, lléname —pide—. Mierda… me vengo.
Sigo moviéndome hasta verla explotar en un intenso orgasmo que la hace temblar de placer. Grita mi nombre con todas sus fuerzas y eso me lleva a mi liberación. Y la lleno, obedeciéndole.
Jadeo, ahogado en sensaciones indescriptibles.
Aún temblorosa, acomoda las piernas y yo caigo sobre su cuerpo, refugiándome en su cuello.
—Un italiano… ¿Quieres uno?
Escucho lo que dice y sonrío.
—Quiero todo lo que tú quieras. No pienso obligarte a nada, así que será cuando tú quieras y si lo quieres. Si no lo deseas, no habrá problema, tengo suficiente con Leah.
Ríe, divertida.
—Ella es la que va a matarte.
—Lo sé. —Salgo con cuidado de ella y me acuesto a su lado—. Recuerda darme mis medicamentos, si no, le diré que no me cuidas y créeme que no querrás verla enojada.
Ambos reímos.
—Te amo, Bahir.