CAPÍTULO 49

GIANNA PICCOLI

Oriola Piccoli

Desayunamos juntos y me fijo en el anillo que lleva mientras habla en polaco por teléfono. Creo que siente mi mirada porque sonríe.

Emma entra para sentarse a mi lado.

—Tengo todo listo —informa—. Me comuniqué con la gente en Chicago que está a cargo de la Pequeña Italia. La venta de armas ha aumentado, así que subí el porcentaje de ganancia.

Asiento.

—¿A cuánto?

—Sesenta y cinco por ciento.

—Perfecto. Las armas que mi querido esposo me quitó en Bielorrusia están nuevamente a nuestra disposición. Hazte cargo de ello también.

—Listo. ¿Algo más?

—Prepárate para recibir a Gianna Piccoli y quédate atenta. Sobre todo fíjate en Bahir…

Frunce el ceño viendo a mi esposo hablar por teléfono.

—¿Cómo? ¿Cree que él le hará algo? —Niego.

—Jamás, sé que no la tocaría, pero mi madre podría intentar algo.

—Entiendo. ¿Le digo a Burek?

—Sí, hazlo.

El teléfono de Emma repica y contesta. Mi madre ha llegado y lo que está por suceder será un caos. Lo sé.

—Ya llegó —dice, confirmando lo que ya sabía—. Voy por Burek.

Trago grueso y la veo alejarse. Me levanto de la silla para rodear el comedor y acercarme a Bahir, que me observa con el teléfono al oído. Une su frente con la mía y poso las manos en su pecho.

—Llegó Gianna —susurro y habla rápido en polaco para cortar la llamada—. Nada me hará cambiar de parecer, lo juro.

Me pega a su cuerpo y asiente.

—Vamos.

Escucho el taconeo y los gritos en italiano, así que salimos del comedor para verla. Está imponente como siempre, con un inmenso abrigo de piel y maquillaje perfecto que le acentúa la belleza. Su cabello rojizo resalta, está llena de joyas y elegancia.

—Gianna —susurro.

Se congela al ver a Bahir detrás de mí. Su mano va directamente al bolsillo de su abrigo y saca la Vendetta para apuntarle a él, pero me quedo en mi lugar.

—Oriola… —susurra Bahir y niego.

—¿Qué coño hace él aquí? ¿Por qué la casa está rodeada de polacos? —gruñe, llena de furia.

—Porque vivo con él, porque es su casa… Bueno, nuestra casa en realidad. Soy su esposa —digo y ella palidece—. Lo amo, te guste o no, sencillamente me da igual. Solo cumplo con decírtelo porque no pienso seguir con una venganza que a mí no me deja nada. Papá se lo buscó, él conocía las reglas, siempre las supo. Así se maneja todo en esta vida que él decidió para todos.

Ella ladea el rostro y da un paso, alertando a Emma, Burek y el resto de los hombres.

—Donato me traicionó, el maldito agente del FBI me secuestró y torturó por días. Y él lo sabía, dejó que hicieran conmigo lo que quisieran. Lo maté y también maté al maldito agente.

—Eres una deshonra —espeta, quitándole el seguro al arma. Bahir me hace a un lado y me niego, pero intenta imponerse.

Se escucha cómo todo el personal saca sus armas para protegernos.

—No se le ocurra hablar así de mi mujer —espeta y camina hacia mi madre sin importarle que lo apunte con un arma—. Aquí me tiene, cobre su maldita venganza de una vez.

—¿Crees que no lo haré? —inquiere ella, desafiante.

—¡Mamá! —grito—. ¡No!

—Fui yo el que la sacó de Italia para llevarla a Suiza, de manera que estuviera a salvo de Donato, que iba a matarla luego de acabar con Oriola para hacerse cargo de su organización. Quería adueñarse de todo lo que por obligación y mérito le pertenece a Oriola —dice, iracundo—. Yo solo hice lo que dicta nuestra ley… ojo por ojo. Fácil y sencillo.

—Ella no murió. Mi esposo y mi hijo sí.

—No murió porque fallaron, por eso no murió. La diferencia es que yo no fallo nunca. La amo y hasta muerto estaré a su lado, así que hágalo. No va a separarme de ella haga lo que haga.

Burek se acerca sin perder de la mira a mi madre.

—Sobre mi cadáver —gruñe la mano derecha de mi esposo.

—Lo amo —digo, logrando que desvíe su mirada hacia mí—. Nunca supe lo que era el amor porque siempre fuiste dura y firme conmigo. No sabía ni siquiera cómo decirlo. Mi papá fue quien en algún momento me lo dijo y créeme que me dolió su muerte, pero él me enseñó muy bien cómo se manejan las cosas. Tú me mandaste a la mierda cuando ellos murieron y te olvidaste de mí por años, dejándome a disposición de Donato. Solo me trajiste de vuelta cuando me necesitaste para cobrarte algo. Bahir fue por mí no una, sino dos veces. Me salvó dos veces. Y no porque necesitara algo de mí, sino porque me ama. Si lo matas, me vengaré, pues así lo dicta la maldita ley en la que fui criada. Me tocará matarte. Tú decides, mamá.

Me planto firme, recibiendo el arma que me entrega Emma. Le quito el seguro y me acerco tanto a ella que puedo sentir y escuchar su respiración cargada de rabia.

—¿Me vas a matar a mí?

—Sí. Para defenderlo a él, sí —dictamino con firmeza—. De aquí no saldrás con vida si a mi esposo le pasa algo. De eso me encargaré yo.

—No puedo creer cómo me estás hablando —espeta.

—Así querías que fuera y aquí me tienes, defendiendo lo que es mío.

Baja el arma y da un paso hacia atrás. Todos mantienen sus posturas, incluso Bahir, pero él me toma de la mano.

—Si algo le pasa, iré detrás de ti —digo—. ¿Qué piensas hacer, mamá?

Pronuncio mi acento en la última palabra.

—No voy a estar cerca de ti mientras estés con él —declara.

—Entonces no nos veremos nunca, mamá, porque no pienso dejarlo en ningún momento de mi vida. Cuidaré de ti, te daré el dinero que te corresponde y no te faltará nada. Tendrás seguridad y casa, pero es hora de que te vayas.

Doy un paso hacia atrás sin bajar el arma. No pienso hacerlo cuando ella sigue molesta y llena de odio hacia alguien que amo. Bahir me observa y sé que no le gusta lo que estoy haciendo, pero estoy dispuesta a todo por él.

—Hasta nunca —susurra y lamento con el alma esto.

Sin embargo, ya me cansé de basar mi vida en los objetivos de los demás. ¿Querían vivir en la mafia? Pues dentro estamos, donde todo se paga y los costos son altos.

—Hasta nunca, mamá. Si algún día lo deseas, eres bienvenida —digo y asiente en la distancia, marchándose con toda la seguridad que nos protegía.

Bajo el arma cuando me siento segura y Bahir se impone frente a mí.

—Si en algún punto llegué a dudar de tu amor hacia mí, hoy me has demostrado que no debo hacerlo. Te amo, Oriola.

—Yo más. Te lo dije, nadie va a separarnos.