CAPÍTULO 50

EL POLACO

Bahir Kurek

Los meses han pasado sin mucha prisa y he disfrutado a plenitud el tenerla a mi lado. Creí que Amara sería el único amor de mi vida porque una parte de mí se desgarró el día en el que tuve que dejarla con mi hija en el vientre; sin embargo, con el tiempo y el encierro aprendí que ella había encontrado a su otra mitad antes de que yo me interpusiera en su vida. Y quizás en algún momento a mí me pasaría lo mismo. Quizás encontraría mi otra mitad… o quizás no y no tenía problema con ello.

Mi polaca era todo lo que necesitaba, todo. Por ella me escondía, por ella me mantenía alejado con tal de verla crecer y ser parte de su vida.

Pero un día llegó ella con ese cuerpo de diosa, con esos ojos oscuros y esa soberbia de mierda que solo había visto en mí. Esa aura que la rodeaba se me hacía tan familiar que me sentía a gusto teniéndola en frente. Incluso la deseaba.

Ella quería venganza y yo evitaría a toda costa que cumpliera con su cometido. Estaba dispuesto a acabar con su vida con tal de preservar la mía y la de mi hija, principalmente. Pero en el camino, poco a poco, con su testarudez, con su dureza y su cuerpo sexy, ella se fue adentrando en mí hasta el punto de que no podía estar sin verla y sin poseerla.

Oriola Piccoli Kurek es mi complemento. En la oscuridad también puede encontrarse el amor. Aprendí que sí tengo un corazón después de todo, uno que revivió de un desamor cuando Leah nació y tomó fuerza cuando Oriola dijo que me amaba.

El maldito polaco está enamorado hasta más no poder, está derretido por la mujer que baja de la camioneta con un gran abrigo negro y con esa sonrisa perversa que me vuelve loco.

Siempre hermosa, siempre con clase y elegancia, pero con tanta maldad encima que asusta a quienes la rodean.

Ella no se deja, no le teme a nada.

Se para a mi lado y me observa de reojo. Se mantiene firme y detalla lo que hemos logrado en pocos meses. Lo fusionamos todo.

Ahora somos tan grandes que no hay ciudad en el maldito mundo que no esté a nuestro alcance. Las armas son nuestro principal negocio y es el que nos ha hecho ser los dueños de Polonia.

Nada se mueve sin mi permiso, nada se hace sin mí y sin ella.

Cargan los veinte camiones para luego dividirse en sus rutas.

—Medio mundo está siendo invadido por nosotros en silencio —susurra y se quita un mechón de pelo de la cara.

El anillo que le grita al planeta que es mía destella.

—Es lo que querías y yo siempre voy a complacer a mi esposa.

Amplía su sonrisa y me inclino para rozarle la nariz.

—Siempre logras complacerme, eres un experto en ello… —dice, elevando un poco más su rostro para besarme.

—Me hace feliz escuchar eso. Vamos a casa.

Entrelaza su mano con la mía para volver a la camioneta. Hemos pasado todo el día haciendo negocios y revisando el cargamento.

En el asiento se relaja sin soltarme.

—¿Estás listo para Londres?

Asiento.

—Sí, estoy loco por ver a la polaca.

—Ella también está emocionada por verte. Ayer me llamó y me habló en italiano… —musita con una sonrisa en los labios—. De hecho, me insultó en italiano.

Se me sale una carcajada.

Al final llegamos a la casa, en donde todos están en sus ocupaciones. Oriola sube directo a la habitación y yo aprovecho para terminar de coordinar lo del viaje a Londres para ver a mi pequeña.

Tomo una caja de madera de mi escritorio y la abro para ver el regalo para mi hija. Se la merece. Ya es hora de hablarle con la verdad, de decirle a qué me dedico y que ella decida cuál será su destino. Sujeto la pequeña navaja entre las manos y la reviso. Sus iniciales hechas de pequeños rubíes resaltan. Devuelvo todo a su sitio y salgo de mi oficina.

Me encuentro con Burek y Emma conversando muy íntimamente en el comedor y es más que obvio que son pareja.

—¿Qué quieres, Bahir? —inquiere y elevo una ceja—. Es divertido ver tu cara. Sé que vas a preguntar por el vuelo, pero ya está programado —me informa y Emma se marcha, dejándonos solos.

—Te cae bien tener sexo, te pones gracioso —murmuro.

—Idiota. ¿Estás listo para ver lo que pasará en Londres?

Enciendo un puro y me quedo observándolo.

—Eso estará interesante. ¿Qué crees que haga él? ¿Se la llevará?

Burek se encoge de hombros.

—De verdad que las historias de las McCartney son muy interesantes… y la colibrí no se queda atrás. ¿Cómo será la de la polaca?

Gruño al escucharlo.

—Nadie se acercará a mi hija. Y el maldito que se crea con el poder de romperle el corazón no hablará nunca más en la vida —vocifero, celoso.

—No puedes ser tan posesivo —dice Oriola a mi espalda. Se acerca y me quita el puro para llevárselo ella a la boca.

—¿Crees que Leah dejará que le rompan el corazón? Ella será la que rompa corazones y lo sabes. Además, ¿qué es lo que pasa con la tal colibrí?

—Su amor de toda la vida es el guardaespaldas de su suegro y ella va a casarse —informa Burek—. Es la hermana de Amara.

—Interesante… toda una novela —musita, recargando la cabeza en mi hombro.

—No más que la historia de Emma y Burek. ¿Sabías que tienen sexo? Por eso es que Burek se la pasa de tan buen humor… —digo—. Y hasta chistes hace.

Oriola se ríe.

—Eso es cuento viejo, ya hasta piensan en casarse —revela y me sorprendo.

—¿Y cuándo coño me enteraba yo? —le reclamo a mi mano derecha, que pone los ojos en blanco y se sirve un trago.

—El día de la boda para que no te diera por impedirla. Ya sabemos que eres posesivo. Me voy.

Lo vemos marcharse y Oriola me acaricia la barba. Le doy otra calada a mi puro para dejarlo en el cenicero.

—¿Qué pasa?

—Te amo —dice y sonrío.

Se sube sobre mis piernas para encajar a la perfección en mi cadera. Su sexo queda justo contra mi entrepierna y se quita el cabello de en medio, exponiendo ante mí su escote y su cuello.

Le rozo con los dedos el nacimiento de sus senos.

—Ya que todo poco a poco está tomando su camino, creo que tú y yo deberíamos tomar una decisión.

—¿Y cuál sería esa?

Mueve las caderas y jadeo al sentir la presión en mi polla. Sus manos me acunan el rostro.

—Quiero que tengamos un hijo —dice y se me agita el corazón.

—¿Es en serio?

Asiente, firme, y me empieza a abrir la camisa. Me clava las uñas en la piel, marcándola, y gruño. Dejo caer la cabeza hacia atrás y siento su lengua en el cuello mientras le masajeo las nalgas.

—Oriola, ¿estás segura?

—Sí —jadea pegada a mi piel—. Cógeme… hazme tuya y hagamos un hijo. Uno tuyo y mío. Algo nuestro que nos una en esta vida y en las otras también.

—Un polaco… —susurro.

—U otra polaca, pero esta será italiana también —gime, buscando mis labios mientras se frota sobre mi erección.

—¡Mierda! El mundo deberá temer…

—Créeme que sí.

Le rasgo la ropa interior con fuerza.

—Te amo, moja włoski75.

—Yo te amo más, polaco. Mi polaco.