¿Jesús solo es la iluminación? La mejor manera de descubrirlo consiste en examinar sus palabras. En los Evangelios Jesús pasó mucho tiempo explicándose ante gente a la que desconcertaba. Les dijo que era el hijo de Dios, el Mesías, Cristo. Pero en la actualidad estas palabras se han convertido en términos eclesiales. Otorgan un título a Jesús, pero nosotros queremos algo más personal. Denominarse a sí mismo Hijo de los Hombres era más personal: denotaba humildad y un destino común con la gente corriente. Pero Jesús nos revela más acerca de su persona cuando dice: «Yo soy la luz» (Juan 9, 5). Físicamente, la luz es lo que ves cuando te despiertas por la mañana. Místicamente, es lo que ves cuando tu alma despierta. La luz da vida y muestra el camino a través de la oscuridad. Jesús era consciente de ello. Sin embargo, es más emocionante su intención de elevar a los demás al mismo nivel, como cuando dijo a sus seguidores: «Vosotros sois la luz del mundo» (Mateo 5, 12). Su propósito era iluminar a los demás, pero entre Jesús y el resto del mundo se abría un abismo—el abismo entre la luz y la oscuridad—, así que toda su vida se empeñó en conseguir que la gente comprendiera que vivía en la oscuridad y debía despertar.
Podemos vislumbrar la dificultad de semejante empeño en el famoso enfrentamiento entre Jesús y un grupo de sacerdotes que decidieron interrogarle. El incidente comienza de manera inspiradora:
Otra vez Jesús les habló, diciendo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida».
(Juan 8, 12)
Jesús había entrado en Jerusalén por última vez. En cuestión de horas sería arrestado por los romanos y juzgado. Sin embargo, por el momento, sus acusadores eran los sacerdotes, que le interrogaron como abogados.
Entonces los fariseos le dijeron: «Tú das testimonio acerca de ti mismo; tu testimonio no es válido». Respondió Jesús: «Aunque yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio es válido, porque sé de dónde he venido y adónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo ni adónde voy. Vosotros juzgáis según la carne».
Llegado ese momento, en que sus enseñanzas habían florecido, Jesús sabía lo enigmático que resultaba para la gente corriente, incluso para sus seguidores. Por lo que continuó diciendo que sus seguidores eran los menos capaces de comprenderles a él y a Dios:
«Yo soy el que doy testimonio de mí mismo. También el Padre que me envió da testimonio de mí». Ellos le dijeron: «¿Dónde está tu padre?». Respondió Jesús: «Ni a mí me conocéis, ni a mi Padre; si a mí me conocierais, también a mi Padre conoceríais».
Esta audaz afirmación de que Jesús es lo mismo que Dios enfureció a los sacerdotes. No fueron capaces de comprender que «Yo soy Dios» es la sentencia más sencilla del mundo para alguien en conciencia de Dios. (Tan simple como decir «Yo estoy despierto» para quien no está dormido.) El evangelista intuye que el significado de Jesús es místico. ¿Por qué si no iba a decir que sabe de dónde viene y adónde se dirige? Vino de la luz, y pronto regresará a ella.
La distancia entre Jesús y sus oyentes no constituía un espacio vacío que pudiera sortearse saltando. La manera de vivir de Jesús contradecía todo por lo que vivían sus discípulos, desafiaba sus creencias y valores. Jesús se pronunció en contra de la ley, el dinero y la forma en que estaba organizada la vida en la tierra.
En lugar de pensar que la sabiduría es exclusiva del Mesías, deberíamos tomar literalmente las palabras de Jesús cuando dice «vosotros sois la luz del mundo». Jesús describe nuestro destino igual al suyo. La conciencia de Dios nos ofrece el camino que debemos seguir. El sufrimiento no tiene que ver con incumplir una ley, renunciar al dinero o abandonar el mundo. Es cuestión de que veamos esos obstáculos como una mera ilusión. Fijémonos en los ingredientes esenciales de una vida espiritual según lo que nos enseñó Jesús.
Cada uno de ellos puede interpretarse mediante las constantes referencias de Jesús a la luz.
Meditación. La luz existe dentro de cada uno. Cuando nos miramos para descubrir quiénes somos, nos encontramos con la luz y con Dios a la vez.
Contemplación. Se ha de pensar en cualquier objeto exterior o en cualquier acontecimiento personal. Si se piensa en profundidad se descubrirá que todo está hecho de luz. Tanto el mundo exterior como el interior son reflejos. Todo lo sólido es una sombra, tan solo la luz es real.
Revelación. La luz se revela cuando se ve a través del alma. Dios está oculto y a la vez expuesto. El Dios oculto es oscuridad, el Dios expuesto es luz.
Oración. Consiste en hallar la verdad. Si se pide a Dios que muestre la luz, que es la esencia de la verdad, lo hará. A fin de cuentas, una oración no es más que la forma en que la luz pide verse a sí misma.
Gracia. La luz también puede ser descrita como amor puro. Cuando actúa como amor puro, otorga la libertad; esa es la gracia.
Amor. Cuando la luz interior está conectada con Dios, el amor fluye. El amor no es más que esta condición viviente, en toda su creación y júbilo.
Fe. Cuando se deja de creer en la ilusión que es el mundo material y se ve todo como realmente es (luz), se tiene fe. La razón por la que a alguien con fe todo le es dado es muy sencilla: la luz puede adoptar la forma que desee. Los obstáculos físicos no pueden impedir el libre fluir de la luz.
Salvación. Al ir hacia la luz te redimes. Has escapado de un falso yo y alcanzado el yo verdadero. El yo falso se encontraba atrapado por limitaciones físicas. El yo auténtico resulta tan infinito como la luz.
Unidad. Los límites físicos imposibilitan la reunión con Dios, pero no existen límites para la luz. Por tanto, una vez has comprendido que eres la luz, nada se interpone en tu encuentro con Dios.
Ninguna de estas sentencias es una metáfora de conceptos transcendentes o complicados. ¿Quién no se ha tumbado sobre la hierba en una noche de verano y ha sentido que había algo excitante más allá del cielo? ¿O quién no ha mirado a los ojos de la persona amada y se ha estremecido ante la calidez que reflejan? Los destellos de belleza y de amor son destellos de luz. Se puede estar en sintonía con la conciencia de Dios en cualquier momento si se buscan esos destellos. Sin embargo, los resultados pueden resultar extraños. Yo enciendo el televisor y veo una matanza en Oriente Próximo, con bombas en las carreteras y sangre por todas partes, pero Jesús solo vería luz y su compasión se dirigiría a los que sufren, no tanto por el dolor sino por su incapacidad para estar en la luz con él, ya que en la luz terminaría su sufrimiento. La percepción crea la realidad, y las distintas cosas que dijo Jesús coinciden en un punto: trataban de cambiar la percepción de la gente.
De hecho, el secreto está en interpretar a Jesús literalmente. Tras siglos de teología, nuestras mentes son incapaces de acercarse a él sin caer en la simbología mesiánica. Cuando dice, «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida», las mayúsculas no son solo una reliquia de alguna antigua forma del idioma, sino la evidencia de que Jesús es Dios. No obstante, la luz es nuestra propia conciencia, aquí y ahora, en el complejo presente. Si uno piensa en ir al cine por la tarde, ese pensamiento proviene de la luz. Lo mismo cabe decir si piensa en la próxima comida, el sexo o dejar de fumar. Si nos resulta tan difícil comprender a Jesús es porque él nunca se aleja de la pureza de la luz. No le queda otra opción. La conciencia de Dios crea su propia realidad. A menudo pienso que somos extremadamente afortunados por lo mucho que comprendemos a Jesús. Hubiera sido muy fácil tomarlo por loco.
Intentemos, por ejemplo, entender su famosa sentencia: «No resistáis al mal». Con los años su enseñanza se ha diluido. Ha quedado reducida a una especie de pasividad compasiva, una manera de alejarse de los abusadores en lugar de devolverles el golpe. Al ofrecer la otra mejilla nos sentimos superiores moralmente porque no hemos añadido más violencia en el mundo, incluso cuando nos han provocado. Pero este relevante pasaje del Nuevo Testamento es incluso más radical. Lo he reescrito utilizando términos contemporáneos:
Se os ha enseñado qué es el ojo por ojo, el diente por diente, pero yo digo que no os resistáis ante el mal. Si alguien os golpea, dejad que os golpee dos veces. Si alguien os demanda para obtener vuestro abrigo, entregádselo y entregadle también vuestra capa. Si alguien os obliga a caminar un kilómetro, caminad dos. Si alguien os pide algo, concedédselo. Si quiere dinero prestado, no le deis la espalda.
(Mateo 5, 38–42)
Parecen dictados del todo irrealizables. El ojo por ojo, enseñanza que Jesús quiso anular, continúa siendo más fácil de aplicar. Ante el mal (terroristas, nazis, asesinos en serie, pedófilos, etc.) la reacción natural parece ser la venganza; damos por sentado que pese a la insistencia de Jesús tenemos derecho a aplicar un castigo. La actual «guerra al terrorismo» se basa en esa idea. Pero cualquier forma de lucha contradice a Jesús, algo que los gerifaltes cristianos de derechas pasan por alto por pura conveniencia.
«No resistáis al mal», aplicado a la vida real, nos conduciría a una sociedad basada en el perdón. ¡Horroroso concepto! Si perdonásemos a todo el mundo, los malvados tomarían el poder, y nos dominarían, o tal vez también nos perdonarían y dejarían de ser malvados. Esta segunda opción, que quizá fuera la que Jesús tenía en mente, resulta inconcebible, sino una locura. Para demostrar que «No resistáis al mal» no constituye una locura, Jesús vivió de acuerdo con sus enseñanzas. Se prestó a un juicio injusto, a la persecución y a una muerte violenta. Los cristianos le adoran por ello, ya que condujo a la Resurrección. La rendición resultó ser el arma fundamental de Jesús. Pero el hecho de que Jesús sea adorado por no resistirse al mal no nos ha hecho cambiar a nosotros, simples mortales; en términos generales, continuamos viviendo según la misma ley en contra de la que Jesús predicó: el ojo por ojo.
El elemento que falta, como siempre, es la conciencia. Resulta imposible vivir sin resistirse al mal si no se ha alcanzado un estado de conciencia más elevado. Afortunadamente, a medida que uno se eleva hacia la conciencia de Dios, el mal se retira y nos hace invulnerables.
El mal lo es todo cuando se es susceptible a su influjo; cuando no es así, el mal no es nada. Son los extremos de la existencia espiritual, el comienzo y el final del viaje. En medio existen muchos pasos, pero Jesús no nos los enseña. Quizá lo hiciera en la vida real, porque las escasas palabras que nos dejó, aquellas que sus discípulos recordaron y escribieron, no abarcan más de dos o tres horas si se leen de corrido. Sin embargo, las sabias tradiciones del mundo pueden rellenar los huecos que faltan. En el budismo, en las antiguas escrituras védicas de la India y en las vidas de los santos cristianos encontramos pruebas suficientes de que la conciencia puede crecer hacia dirección a la conciencia de Dios y las maneras de conseguirlo.
Meditación. Siéntate cada día y encuentra tu silencio interior. En ese silencio se encuentra la paz sin ira. No hay maldad, ni sentimientos de venganza ni de justificada indignación. Con la práctica aprenderás a identificarte con ese lugar. Resultará natural dominar la ira, una energía como cualquier otra. Cuando eso ocurre, el mal comienza a dejar de atenazarte.
Contemplación. La mente desempeña un papel importante en la manera de reaccionar ante el mal. Cuanto más excitada esté la mente, más amenazante será el mal. Cuanto mayor sea el sentimiento de víctima, más agresivo será el mal. Cuanto más lo temas y lo percibas por todas partes, más tendrás que defenderte. Pero esas percepciones pueden variar. En términos generales, el bien y el mal siempre están luchando; ninguno de los dos se alza con la victoria. Por tanto, no puedes acabar con el mal, solo puedes decidir si quieres luchar en esa guerra o no. Pero si decides no luchar, tu mente dejará de interesarse por el mal y, cuando lo haga, el mal se retirará.
Revelación. Cuando temes al mal, crees que es real. Dicha certeza te obliga a implicarte en la eterna lucha entre el bien y el mal. La resistencia pasiva solo te librará, quizá, a corto plazo. Pero si comprendes que la batalla entre el bien y el mal no es más que un juego de luces y sombras, desaparecerá esa certeza acerca de la existencia del mal. Para ver a través de la máscara del mal, busca la luz que es la esencia de todo. El fruto de esta búsqueda es la revelación; la luz se revela por sí misma.
Oración. Trata de ver qué se esconde tras el mal. No tiene por qué tratarse de una cuestión filosófica. Lo que quieres es echar un vistazo tras la máscara que todos llevamos puesta cuando nos enfadamos, nos sentimos discriminados, nos mostramos hostiles y agresivos. Esas emociones son insustanciales, tan solo convencen temporalmente. Pero las emociones de los demás nos intimidan tanto y estamos tan convencidos de las nuestras, que perdemos de vista la realidad subyacente. Rezando al dios o ser superior en el que cada uno cree, conectamos con la realidad y pedimos que se nos recuerde que la ilusión no es real.
Gracia. La gracia sustituye el mal por el amor. No se puede llegar a ella cuando te sientes víctima, atemorizado o enfado. Sin embargo, mientras trabajas esa negatividad, recuerda que del otro lado te espera una recompensa. El mal no deja un vacío cuando desaparece, sino un espacio lleno de Dios.
Amor. Cada enemigo es un símbolo de tu falta de amor. El mal llena esa ausencia de amor convirtiéndose en conflicto y en emociones enfrentadas. Al retornar a un estado de amor, se le roba al mal el lugar en que habita. En términos prácticos significa que debemos superar la costumbre de juzgar. Cuando estés tentado de decir que alguien es malvado, acepta la energía negativa como propia y luego expúlsala de tu cuerpo y tu mente. Esto requiere paciencia; no ocurre de golpe. No obstante, si emprendes esta tarea, sus resultados son duraderos. El amor es más poderoso que el mal porque solo el amor es real.
Fe. Se requiere de la fe cuando se sufre. Nada resulta más convincente que el dolor y cuando está presente, las palabras no lo hacen desaparecer. El dolor es demasiado físico y demasiado presente. Pero pese a su intensidad, el dolor es temporal. El mal depende de que olvidemos este hecho. Si no pudiese causar dolor, el mal carecería de poder. Por tanto, en la agonía del dolor, mantén la fe. Ten presente que existe una realidad más allá de nuestro sufrimiento presente. Tú eres esa realidad y regresarás a ella a medida que el sufrimiento remita.
Salvación. Cuando puedes distanciarte de tu propio sufrimiento estás salvado. En términos espirituales, la salvación equivale a ser rescatado físicamente. El peligro físico nos sitúa en un estado de caos, dolor, miedo al peligro y pánico. Condiciones todas que se reflejan en la mente: cuando surgen amenazas mentales recurrimos a imágenes catastróficas. Por tanto, para evitar el sufrimiento se debe hallar un lugar que no sea físico ni mental. Jesús llama a ese lugar Reino de Dios o alma. El nombre es menos importante que la experiencia. Paso a paso, cada persona debe hallar un estado interior libre de imágenes dolorosas: en ese estado radica la redención.
Unidad. Todos los pasos anteriores sirven a un único propósito: difuminar la línea que separa al bien del mal. Al principio son opuestos absolutos. Experimentamos el bien mediante el placer, la paz, el bienestar y la seguridad. Experimentamos el mal mediante el dolor, el esfuerzo, las restricciones y el miedo. De manera natural buscamos una experiencia y huimos de la otra. Lo que no vemos es que dichas tendencias «naturales» forman parte de un estado de conciencia que ha sido condicionado con el tiempo. En otras palabras: nos las hemos creado. Cuando sabes más sobre ti mismo, aprendes también a crear cosas nuevas que sustituyen a las antiguas. En cuanto al mal, lo que se ha de crear es ausencia de dualidad. Se acabó la dualidad luz versus oscuridad. Basta de límites prefijados que separen lo seguro de lo inseguro, Dios de Satanás, el ser del no ser. A medida que estos límites se difuminan, solo queda una realidad, un estado infinito conocido como Dios. En la medida en que logras eliminar las barreras del miedo, te acercas a la conciencia de Dios y, en el mismo proceso, privas al mal de su aparente realidad.
Este es solo un breve bosquejo de cómo una persona puede ir más allá del mal, pero creo que es lo que Jesús quiso decir con «No resistáis al mal». Tras la apariencia de locura subyace una profunda sabiduría que solo acertamos a intuir en las escasas palabras recogidas en los Evangelios. Hay que sacar de la maleta la enseñanza completa, por así decirlo, y exponerla en detalle.
Hace poco me encontré con un periodista indio que hizo una mueca cuando le dije que estaba escribiendo sobre Jesús. Le pregunté por qué. «Cuando era niño, en mi país, me encantaba ser cristiano—me dijo—. Pero ser cristiano en Estados Unidos hace que me sienta intranquilo». Resulta que su fe fue producto de los misioneros, cuya presencia en India se remonta a santo Tomás, el mismo Tomás dubitativo al que un Jesús resucitado invitó a que tocase sus heridas y que supuestamente navegó hasta el extremo sur de la India en el año 52 y fundó la primera iglesia del país. En una de las antiguas iglesias situada en el estado de Kerala los fieles aún cantan en arameo y sirio.
Cuando se pierde la inocencia también se pierde el misterio. Los escépticos no son los únicos que se preguntan si los milagros realizados por Jesús—resucitar a los muertos, convertir el agua en vino o caminar sobre el mar de Galilea— se basan en exageraciones de acontecimientos reales. La conversión puede ser una venta difícil, y si la historia que vendes contiene elementos mágicos la venta siempre resulta más fácil.
Nosotros no somos los primeros en rebelarnos contra la religión establecida, ni esta es la primera vez que el culto en la iglesia ha retrocedido ante las dudas. Entre las primeras sectas cristianas ya había quienes dudaban que bastase con rezar a Cristo para alcanzar a Dios. Se rebelaron contra la autoridad eclesial argumentando que cada cristiano encontraría a Dios mediante un conocimiento personal de él y alcanzaría así la iluminación. Pensaban que la iluminación, no la salvación en el cielo, era la misión de Jesús. Así lo explica una de sus más lúcidas escrituras, el Evangelio de la Verdad:
El olvido no existió con el Padre, aunque tuvo origen por su causa. Lo que existe en él es el conocimiento, que fue revelado para que se disipara el olvido y el Padre fuese conocido. Ya que el olvido existió a causa de que el Padre no fue conocido, cuando el Padre sea conocido, a partir de ese momento el olvido dejará de existir.
El olvido, no el pecado, es percibido como el origen del error, nuestra pérdida de contacto con Dios. Retornamos a Dios al recordarle y, a medida que la memoria vuelve, cada uno de nosotros recupera el conocimiento de lo divino. Como estas primeras sectas otorgaban tanta importancia al conocimiento pasaron a conocerse como gnósticas, del término griego gnosis o «conocimiento».
Enseguida salta a la vista el atractivo del gnosticismo para la mentalidad actual. Parece liberal, nada autoritario y abierto. El Evangelio de la Verdad acusa a los cristianos convencionales de haber malinterpretado el mensaje fundamental de Jesús, ya que han caído en la adoración ciega en lugar de buscar la iluminación:
[Jesús Dios], por cuyo medio iluminó a los que estaban en la oscuridad a causa del olvido. Los ha iluminado y les ha mostrado un camino. Y el camino es la verdad que les ha enseñado.
Parece una doctrina de crecimiento personal, de ahí el gran atractivo del Evangelio de la Verdad. El Jesús que se describe en él conoce la totalidad, la plenitud imperecedera que Dios regalará a la humanidad si esta abre los ojos.
[Jesús] se convirtió en guía, callado y tranquilo. Acudió a una escuela y proclamó la Palabra como maestro. Aquellos que se consideraban sabios se le aproximaron para ponerle a prueba. Pero él los desacreditó porque eran vanos. Ellos lo odiaron porque en realidad no eran sabios.
En este ejemplo entrevemos la temática universal del gnosticismo: la guerra entre Sofía (sabiduría) y las fuerzas de la oscuridad, una guerra que se ha librado desde la creación y que existe dentro de cada uno de nosotros. Este conflicto interno nos ha nublado la verdad, pero la redescubriremos porque en Su plenitud (Pleroma) el Padre muestra un camino de regreso a la Totalidad, imposible de perder. Basta cambiar algunas palabras del texto para tener la impresión de estar leyendo los Vedas tal como los narraron los antiguos profetas indios.
Cuando comencé a escribir sobre Jesús me sorprendió la turbación que despertaba en todos los sectores. Nadie desea que se cuestionen sus creencias ni su falta de ellas. Así, un amigo me comentó nervioso: «¿De modo que eres gnóstico? Era el único camino que podías tomar, ¿verdad?».
Le expliqué que no, que no soy gnóstico. Pero comprendí el comentario. Desde que en 1945 se descubrió en Egipto un enorme alijo de primitivos manuscritos bíblicos, algunos renegados y reformistas de la Iglesia han encontrado munición para sus causas. Los Evangelios Gnósticos, tal como los conocemos, comprenden el Evangelio de la Verdad, el Evangelio de Tomás—el libro que quizá estuvo más cerca de ser incluido en el canon del Nuevo Testamento— y el Evangelio de Felipe, así como varios documentos más hallados en otros lugares y momentos, como el hoy tan famoso—o infame— Evangelio de María Magdalena, descubierto en 1896 pero no publicado hasta 1955.
Estas escrituras representan la ruta alternativa que el cristianismo no tomó. Reprimidos y finalmente eliminados por la emergente Iglesia católica, los gnósticos rechazaban la autoridad, preferían seguir un camino individual guiado por la revelación. Si mi objetivo es un nivel de conciencia superior, ¿por qué no es gnóstico este libro?
En primer lugar, jamás existió una secta cristiana conocida como los gnósticos, al menos no de la misma manera como los protestantes o los griegos ortodoxos. El término fue inventado por estudiosos modernos. En la actualidad tiene connotaciones positivas, pero históricamente los gnósticos fueron repudiados como herejes. De hecho, antes del descubrimiento de los Evangelios Gnósticos, casi todo lo que se sabía acerca de los gnósticos provenía de los padres de la Iglesia que los vilipendiaron y se empeñaron en exterminarlos. En segundo lugar, los Evangelios Gnósticos no exponen una creencia uniforme. Los documentos conocidos con el nombre de Biblioteca de Nag Hammadi, en honor a la ciudad del alto Egipto donde fueron descubiertos en una cueva, se componen de trece códices que datan de antes de 390 d.C. Muchos de ellos están dañados y escritos en un código secreto cargado de símbolos y de referencias arcaicas.
El año 390 es una fecha muy temprana en cuanto a la conservación de un escrito, y ello ha llevado a reivindicar la autenticidad de los pergaminos de Nag Hammadi por encima de las versiones de los cuatro Evangelios. Esos pergaminos son un embrollo esotérico. Sin embargo, podemos extraer de ellos algunos datos intrigantes: la Iglesia primitiva estaba muy dividida; no siempre contaba con una jerarquía sacerdotal, pero cuando la tenía, las mujeres también podían participar como sacerdotisas. Cualquier miembro de la congregación podía alzarse y predicar cuando el Espíritu le empujara a hacerlo. La experiencia individual dominaba sobre la doctrina escrita.
Los renegados y los reformistas acogieron con los brazos abiertos el descubrimiento de los Evangelios Gnósticos porque creyeron que la inclusión de las mujeres en el clero, entre otros asuntos controvertidos, beneficiaría al cristianismo. El distanciamiento de la autoridad central también se adjunta con el temperamento moderno: si el conocimiento de Dios se obtiene a nivel personal, ¿por qué debemos permitir que la Iglesia ahogue nuestros esfuerzos? Cuesta resistirse al iluminado grupo de creyentes que con tanto entusiasmo describe el Evangelio de la Verdad:
Conocieron y fueron conocidos; fueron glorificados y han glorificado. Se manifestó en su corazón el libro que vive del Viviente, el que está escrito en el Pensamiento y el Intelecto del Padre …
Pero la libertad que ofrece el gnosticismo también comporta ciertos peligros. Una iglesia pentecostal del sur rural de Estados Unidos donde la congregación parece tener don de lenguas y el pastor propugna su propia versión excéntrica del cristianismo es gnosticismo puro. Este tipo de congregaciones han acabado jugueteando con serpientes de cascabel para demostrar que su fe les hace inmunes. Otros creen en la sexualidad infantil o repudian la «mezcla de razas». E incluso si dejamos de lado las posibilidades más extravagantes que puedan surgir del gnosticismo, los propios Evangelios Gnósticos no dejan de ser, en el mejor de los casos, un puro desorden que mezcla a Jesús con figuras religiosas como Set, Sofía, diversos demiurgos (creadores considerados inferiores a Dios) y extraños cultos que en la actualidad carecen de valor, salvo para complicar una teología ya de por sí complicada.
Quizá nos atraiga la libertad del pensamiento no racional, pues de ahí nacen el arte, la fe, la intuición o el amor. Pero todo tiene un lado oscuro, y el gnosticismo puro no ofrece salvaguardas ante la oscuridad. Los padres primitivos de la Iglesia han sido demonizados por haber exterminado las sectas gnósticas, como debe ser. Pero bregaban a la vez con su propia oscuridad; los gnósticos eran solo un símbolo de los demonios internos que tanto sufrimiento creaban, un sufrimiento todavía más doloroso ya que los padres de la Iglesia prometían que Jesús había erradicado el pecado del mundo de una vez por todas. Nadie que eche un vistazo a su alrededor puede, ni ahora ni entonces, creer semejante afirmación. Pero disponemos de una serie de enseñanzas de Jesús libres de la influencia de la desesperada necesidad de un Mesías que sentían otras personas. Los Evangelios contienen lo necesario para realizar un viaje interior que resultará más rico que cualquier cosa que puedan ofrecer los gnósticos.