Avispas y mieses
Musa que forjas y rimas
Quimeras y tradiciones,
Con ronqueos de bordones
Y con agudos de primas;
Musa gentil que sublimas
Lo nacional, lo sencillo,
Calandria en el espinillo,
Perfume sano en la ruda
Y oro en el sol que saluda
La agreste viola del grillo;
Musa de cedrón orlada
Y humilde percal vestida,
Musa en la fronda escondida
Del borde de la cañada;
Musa de la surestada,
El ñandú y el saguaypé,
Que adoras en lo que fué
Y arrullas en guaraní
Al hijo del mainumbí
Y al broto del caicobé;
Musa, que del mamangá
Plegas las alas de tules
Sobre las rojas ó azules
Flores del burucuyá;
Musa, que en el arazá
Del tuco enciendes las llamas
Y del naranjo en las ramas,
Donde hay un mirlo canoro,
Columpias los frutos de oro
Que con tu aliento embalsamas;
Musa de las vidalitas,
El pericón y el cielito,
Que con tu músico grito
Lo pasado resucitas;
Musa de las margaritas
Que cantas, en la cumbrera
Del horcón de la tapera,
Tu augusto credo al heroico,
Al libre y al melancólico
Instinto de la pradera;
Musa que hilas los violados
Borlones de los cardales,
Llévame por los trigales
Donde hay tordos acoplados;
¿ No es cierto que en los dorados
Siglos de la edad pagana,
Una ninfa virgiliana
Tuvo la suerte de ver
A cuatro orugas tejer
Cuatro amapolas de grana?
Oh musa de los espinos
Con flores de primavera,
Y que al sol de mi bandera
Doras la miel de tus trinos;
Ven pronto, que en los vecinos
Brazaletes de rubí
Del ceibal, ya el colibrí
Su sediento ardor mitiga
Y ya se oye en cada espiga
Un zumbo de camoatí.
El aire, que bebe aromas
En el pastizal maduro,
Refresca rítmico y puro
El trébol de nuestras lomas;
Sobre un yathay, dos palomas
Su epitalamio modulan
Y armoniosamente ondulan,
Por el camoatí arrulladas,
Las espiguillas doradas
Que en el ráquis se articulan.
El camoatí zumbador
Es orgullo del boscaje,
Y afiligranado encaje
Por su estructura interior;
Huele á zarzarrosa, olor
Que el arpado gargantillo
Celebra en el espinillo,
Cuando envuelve el carmesí
Tul del sol al camoatí
De aspecto tosco y sencillo.
El que fíe en apariencias
Desdeñará del joyel
Boscano, la dulce miel
Pródiga en finas esencias;
Es áurea, con transparencias
De limpísimo cristal,
Y la ambrosía inmortal
De los banquetes homéricos
Se concentró en los esféricos
Alvéolos de su panal.
La multitud zumbadora,
Del sol al férvido rayo,
Alígera y sin desmayo
Sus néctares elabora;
Recorre, desde la aurora
De reflejos amarillos,
Juncaleras y tomillos,
Pasionarias y maizales
Para llenar sus panales
De azúcares y de brillos.
El enjambre sonoroso
Hunde su aguijón sagrado
En el broche fecundado,
Que se columpia oloroso;
Y en el rebusque afanoso,
No hay antera ni corola
De guindero ó de amapola
Que en el tisú de sus galas
No sienta zumbar las alas
Que nuestra luz tornasola.
En las gemas del plantío
Y en los cálices del llano
Trabaja todo el verano
Y ronda todo el estío;
Desde las casas al río,
Desde el cerro á la pradera,
Liba en la flor hechicera,
Sucta en el jugoso fruto
El obrero diminuto
De la miel y de la cera.
Vuelven al panal cargadas
Y esconden en el panal
El dulcísimo caudal
De las esencias libadas;
Son las obreras aladas
Como tejedoras de oro,
Que á cambio de su tesoro
De azúcares y colores,
Dejan vibrante en las flores
Su canturreo sonoro.
— ¡Gloria al trabajo! — murmura
Con sus zumbos el enjambre,
Sobre el vaivén del estambre
De la flor abierta y pura;
Señoras de la espesura,
Que recorren con afán,
Desde el ceibo al arrayán
Se llaman y se sostienen
Enseñando las que vienen
El camino á las que van.
No sé dónde ni sé cuándo,
Pero sé que un cascarudo
En un invierno muy crudo
Nació cojo y tiritando;
Unas veces tropezando
Y muchas veces cayendo,
Fué las hierbas recorriendo
Y en un monte se internó,
Soñando junto á un timbó
Lo que os iré refiriendo.
Soñó que se convertía
En una mosca con alas,
Y que en las florales galas
Líquido azúcar bebía;
Soñó que, al volar, ardía
Como joyel diamantino,
Que tuvo al sol por padrino
Y que pasaba la noche
Entre las sedas del broche
De los zarzos del camino.
Soñó que su ardiente afán
De melíficos licores
Saciaba libando flores
Argénteas de guayacán;
Soñó que del arrayán
Y del jazmín era dueño,
Despertándose el pequeño
Cascarudo sin fortuna
Para pedirle á la luna
Otro dulcísimo sueño.
Amarillenta moría
La luna en el horizonte,
Y el hada gentil del monte
Aún las frondas recorría;
La súplica triste y pía
Del cascarudo escuchó,
Y clemente le trocó
En una mosca con alas
Que sobre unos viejos talas
Libre y feliz se meció.
Poco después los zorzales
Que payan en el talar,
Vieron á la mosca hilar
Del camoatí los panales;
Sus alvéolos virginales
Son crisoles de oro fino,
Donde el zumo del espino,
En que el sol licuó sus chispas,
La república de avispas
Convierte en néctar divino.
El gargantillo cantor
Es un pájaro salvaje,
Que flota sobre el ramaje
Como una endecha de amor;
Tiene parduzco el color
Y en la garganta una cinta
Negra, muy negra, retinta
Y que ondula cuando himnea
Al naciente que clarea
Y de topacio se pinta.
Oigamos, oh mi señora,
Cómo el gargantillo canta
Su salve á la lumbre santa
Que el trigal madura y dora;
Es triste la hechizadora,
La breve y suave canción
Del pájaro del terrón
Que vivifica el pampero
Y en que el alerta del tero
Pasa sobre el albardón.
El melodioso sonido
De sus trémulas escalas
Parece un rezo con alas
En el aire suspendido;
¡ Acorde dulce y sentido,
Que no acabas de subir
Hasta el astro de zafir
Que madura mis espigas,
Quiero que tú me bendigas
Cuando me sienta morir!
Es que nací bajo el brillo
De la claridad que himnea
La salve que redondea
La cinta del gargantillo;
Me educó en el espinillo
El zorzal con sus redobles,
Infundiéndome las nobles
Codicias de mi terrón
Y dándole un corazón
De churrinche á José Robles.
Tras de mi padre, mi abuelo
Rindió á la tierra tributo,
Dejando como absoluto
Rey de la estancia á un chicuelo;
Me bañé en el arroyuelo
De cristales azulados,
Tuve petisos cansados
De subirme á las quebradas
Y ví emigrar las bandadas
De los flamencos rosados.
Desde las esmeraldíneas
Lomas, pude contemplar
En los declives brotar
Al mastuerzo y las gramíneas;
Vigilé las rectilíneas
Fronteras de los potreros,
Y descubrí los esteros
Cuyos sinuosos canales
Cruzan las garzas ducales
Y los patos laguneros.
Por el monte y el maizal
Vagué libre y vagué solo,
Cantando como un chingolo
Oculto en el matorral;
Bajo el ala maternal
Ágil y fuerte crecí,
Al carancho perseguí,
A la lechuza silbé,
Con salamancas soñé
Y el alfabeto aprendí.
La morena Marcelina
Me asombró, con pataratas,
Junto á la olla de tres patas
Que en la rústica cocina
Hierve á la luz matutina
Y hierve al anochecer,
Viendo á la carne ceder
Del duraznillo al calor
Y viendo en el asador
La grasa á gotas correr.
Recé el credo de la siega
Y la salve de la trilla
Bajo la luz amarilla
De la estación veraniega;
El trigal, que se doblega
Luciente y amorenado,
Gimió bajo el acerado
Filo de la segadora,
Que sabe que se elabora
El pan con oro sagrado.
Gloria al esfuerzo bendito,
Gloria al trabajo fecundo,
Santa ley del pobre mundo
Que nos mece en lo infinito;
— El trabajo, patroncito,
No deshonra y da alegría, —
Muchas tardes me decía
Un indio de faz bronceada,
Que fué pastor de majada
Y brujo de toldería.
El indio tiene razón,
Que mi terruño encantado
En la estrofa del arado
Ha puesto su corazón;
Cada espiguilla es un don
Ofrecido al porvenir
Por mi huerto de zafir,
Que es pródigo al florecer,
Muy ardiente en el querer
Y rudo para morir.
Las caravanas de hormigas
Van y vienen por las eras
Para llenar sus paneras
Con innúmeras fatigas;
Empujadas las espigas
Por el aliento estival,
Chocan con un musical
Ritmo de golfo encrespado
Y cada espiga un pausado
Vaivén imprime al trigal.
¿ Quién no goza contemplando
La extensa planicie rubia,
Que con el sol y la lluvia
Va creciendo y madurando?
Esas mieses, que cimbrando
Abundosas y aireadas,
Se muestran á mis miradas
Con suaves matices de oro,
Son la dicha y el tesoro
Y el honor de mis llanadas.
A la luz canicular,
Que ofende con su reflejo,
Me adiestró el indio, ya viejo,
En el arte de emparvar;
Ví subir y ví bajar
De las cuestas los verdores
A los carros cimbradores,
Cuyas pacíficas reses
Corona el vaivén de mieses
Y el tramonto de fulgores.
Tras el embolse á paladas
De los elípticos granos,
Las carretas cruzan llanos,
Descienden las hondonadas,
Suben por las gramilladas
Cuchillas, con griterío
Vadean crugiendo el río,
Descargan junto al galpón
De la vecina estación
Y vuelven al rancherío.
Dientes de piedra y acero
Que moléis los rubios granos,
Los oros de mis veranos
Os doy con placer sincero;
Que el molino cancionero,
El que girando rechina,
Los convierta en flor de harina
Y del horno en el volcán
Se transforme en áureo pan
Su morenez campesina.
Campo, que valientemente
A la patria luz tremolas
Tus pendones de amapolas,
De trigo rubio y luciente,
Si acero y piedra es el diente
Que tritura tus afanes,
Es en fragua de titanes
Donde tus oros molidos
Se subliman convertidos
En tiernos y blancos panes.
Es que tu esencia pusiste
En el trigo que engendrabas,
Y con ópalos forjabas
Las espigas que tejiste;
Regocíjate é insiste
En engendrar y en parir
Reses de ojos de zafir
Y espigas dulces de ver,
Pródigas en florecer
Y rudas para morir.
Siempre que doy con trigales
Tostados por el estío,
Silbean en torno mío
Calandrias y cardenales;
¡ Numen, que en los manantiales
De la verde serranía
Azulas la luz del día
Que sazona mi trigal,
Que sea tu himno final
Un credo á la patria mía!
¡ Salud, terruño hechizado
Donde el pampero cunea
A la dorada marea
Del trigo bien encerado!
¡ Salud, terruño arrullado
Por las espigas cantantes,
Cuyo sol llueve diamantes
Y á quien dijeron su loa
Acuña de Figueroa
Y Magariños Cervantes!
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