II

Avispas y mieses

I

Musa que forjas y rimas

Quimeras y tradiciones,

Con ronqueos de bordones

Y con agudos de primas;

Musa gentil que sublimas

Lo nacional, lo sencillo,

Calandria en el espinillo,

Perfume sano en la ruda

Y oro en el sol que saluda

La agreste viola del grillo;

Musa de cedrón orlada

Y humilde percal vestida,

Musa en la fronda escondida

Del borde de la cañada;

Musa de la surestada,

El ñandú y el saguaypé,

Que adoras en lo que fué

Y arrullas en guaraní

Al hijo del mainumbí

Y al broto del caicobé;

Musa, que del mamangá

Plegas las alas de tules

Sobre las rojas ó azules

Flores del burucuyá;

Musa, que en el arazá

Del tuco enciendes las llamas

Y del naranjo en las ramas,

Donde hay un mirlo canoro,

Columpias los frutos de oro

Que con tu aliento embalsamas;

Musa de las vidalitas,

El pericón y el cielito,

Que con tu músico grito

Lo pasado resucitas;

Musa de las margaritas

Que cantas, en la cumbrera

Del horcón de la tapera,

Tu augusto credo al heroico,

Al libre y al melancólico

Instinto de la pradera;

Musa que hilas los violados

Borlones de los cardales,

Llévame por los trigales

Donde hay tordos acoplados;

¿ No es cierto que en los dorados

Siglos de la edad pagana,

Una ninfa virgiliana

Tuvo la suerte de ver

A cuatro orugas tejer

Cuatro amapolas de grana?

Oh musa de los espinos

Con flores de primavera,

Y que al sol de mi bandera

Doras la miel de tus trinos;

Ven pronto, que en los vecinos

Brazaletes de rubí

Del ceibal, ya el colibrí

Su sediento ardor mitiga

Y ya se oye en cada espiga

Un zumbo de camoatí.

El aire, que bebe aromas

En el pastizal maduro,

Refresca rítmico y puro

El trébol de nuestras lomas;

Sobre un yathay, dos palomas

Su epitalamio modulan

Y armoniosamente ondulan,

Por el camoatí arrulladas,

Las espiguillas doradas

Que en el ráquis se articulan.

El camoatí zumbador

Es orgullo del boscaje,

Y afiligranado encaje

Por su estructura interior;

Huele á zarzarrosa, olor

Que el arpado gargantillo

Celebra en el espinillo,

Cuando envuelve el carmesí

Tul del sol al camoatí

De aspecto tosco y sencillo.

El que fíe en apariencias

Desdeñará del joyel

Boscano, la dulce miel

Pródiga en finas esencias;

Es áurea, con transparencias

De limpísimo cristal,

Y la ambrosía inmortal

De los banquetes homéricos

Se concentró en los esféricos

Alvéolos de su panal.

La multitud zumbadora,

Del sol al férvido rayo,

Alígera y sin desmayo

Sus néctares elabora;

Recorre, desde la aurora

De reflejos amarillos,

Juncaleras y tomillos,

Pasionarias y maizales

Para llenar sus panales

De azúcares y de brillos.

El enjambre sonoroso

Hunde su aguijón sagrado

En el broche fecundado,

Que se columpia oloroso;

Y en el rebusque afanoso,

No hay antera ni corola

De guindero ó de amapola

Que en el tisú de sus galas

No sienta zumbar las alas

Que nuestra luz tornasola.

En las gemas del plantío

Y en los cálices del llano

Trabaja todo el verano

Y ronda todo el estío;

Desde las casas al río,

Desde el cerro á la pradera,

Liba en la flor hechicera,

Sucta en el jugoso fruto

El obrero diminuto

De la miel y de la cera.

Vuelven al panal cargadas

Y esconden en el panal

El dulcísimo caudal

De las esencias libadas;

Son las obreras aladas

Como tejedoras de oro,

Que á cambio de su tesoro

De azúcares y colores,

Dejan vibrante en las flores

Su canturreo sonoro.

— ¡Gloria al trabajo! — murmura

Con sus zumbos el enjambre,

Sobre el vaivén del estambre

De la flor abierta y pura;

Señoras de la espesura,

Que recorren con afán,

Desde el ceibo al arrayán

Se llaman y se sostienen

Enseñando las que vienen

El camino á las que van.

No sé dónde ni sé cuándo,

Pero sé que un cascarudo

En un invierno muy crudo

Nació cojo y tiritando;

Unas veces tropezando

Y muchas veces cayendo,

Fué las hierbas recorriendo

Y en un monte se internó,

Soñando junto á un timbó

Lo que os iré refiriendo.

Soñó que se convertía

En una mosca con alas,

Y que en las florales galas

Líquido azúcar bebía;

Soñó que, al volar, ardía

Como joyel diamantino,

Que tuvo al sol por padrino

Y que pasaba la noche

Entre las sedas del broche

De los zarzos del camino.

Soñó que su ardiente afán

De melíficos licores

Saciaba libando flores

Argénteas de guayacán;

Soñó que del arrayán

Y del jazmín era dueño,

Despertándose el pequeño

Cascarudo sin fortuna

Para pedirle á la luna

Otro dulcísimo sueño.

Amarillenta moría

La luna en el horizonte,

Y el hada gentil del monte

Aún las frondas recorría;

La súplica triste y pía

Del cascarudo escuchó,

Y clemente le trocó

En una mosca con alas

Que sobre unos viejos talas

Libre y feliz se meció.

Poco después los zorzales

Que payan en el talar,

Vieron á la mosca hilar

Del camoatí los panales;

Sus alvéolos virginales

Son crisoles de oro fino,

Donde el zumo del espino,

En que el sol licuó sus chispas,

La república de avispas

Convierte en néctar divino.

II

El gargantillo cantor

Es un pájaro salvaje,

Que flota sobre el ramaje

Como una endecha de amor;

Tiene parduzco el color

Y en la garganta una cinta

Negra, muy negra, retinta

Y que ondula cuando himnea

Al naciente que clarea

Y de topacio se pinta.

Oigamos, oh mi señora,

Cómo el gargantillo canta

Su salve á la lumbre santa

Que el trigal madura y dora;

Es triste la hechizadora,

La breve y suave canción

Del pájaro del terrón

Que vivifica el pampero

Y en que el alerta del tero

Pasa sobre el albardón.

El melodioso sonido

De sus trémulas escalas

Parece un rezo con alas

En el aire suspendido;

¡ Acorde dulce y sentido,

Que no acabas de subir

Hasta el astro de zafir

Que madura mis espigas,

Quiero que tú me bendigas

Cuando me sienta morir!

Es que nací bajo el brillo

De la claridad que himnea

La salve que redondea

La cinta del gargantillo;

Me educó en el espinillo

El zorzal con sus redobles,

Infundiéndome las nobles

Codicias de mi terrón

Y dándole un corazón

De churrinche á José Robles.

Tras de mi padre, mi abuelo

Rindió á la tierra tributo,

Dejando como absoluto

Rey de la estancia á un chicuelo;

Me bañé en el arroyuelo

De cristales azulados,

Tuve petisos cansados

De subirme á las quebradas

Y ví emigrar las bandadas

De los flamencos rosados.

Desde las esmeraldíneas

Lomas, pude contemplar

En los declives brotar

Al mastuerzo y las gramíneas;

Vigilé las rectilíneas

Fronteras de los potreros,

Y descubrí los esteros

Cuyos sinuosos canales

Cruzan las garzas ducales

Y los patos laguneros.

Por el monte y el maizal

Vagué libre y vagué solo,

Cantando como un chingolo

Oculto en el matorral;

Bajo el ala maternal

Ágil y fuerte crecí,

Al carancho perseguí,

A la lechuza silbé,

Con salamancas soñé

Y el alfabeto aprendí.

La morena Marcelina

Me asombró, con pataratas,

Junto á la olla de tres patas

Que en la rústica cocina

Hierve á la luz matutina

Y hierve al anochecer,

Viendo á la carne ceder

Del duraznillo al calor

Y viendo en el asador

La grasa á gotas correr.

Recé el credo de la siega

Y la salve de la trilla

Bajo la luz amarilla

De la estación veraniega;

El trigal, que se doblega

Luciente y amorenado,

Gimió bajo el acerado

Filo de la segadora,

Que sabe que se elabora

El pan con oro sagrado.

Gloria al esfuerzo bendito,

Gloria al trabajo fecundo,

Santa ley del pobre mundo

Que nos mece en lo infinito;

— El trabajo, patroncito,

No deshonra y da alegría, —

Muchas tardes me decía

Un indio de faz bronceada,

Que fué pastor de majada

Y brujo de toldería.

El indio tiene razón,

Que mi terruño encantado

En la estrofa del arado

Ha puesto su corazón;

Cada espiguilla es un don

Ofrecido al porvenir

Por mi huerto de zafir,

Que es pródigo al florecer,

Muy ardiente en el querer

Y rudo para morir.

Las caravanas de hormigas

Van y vienen por las eras

Para llenar sus paneras

Con innúmeras fatigas;

Empujadas las espigas

Por el aliento estival,

Chocan con un musical

Ritmo de golfo encrespado

Y cada espiga un pausado

Vaivén imprime al trigal.

¿ Quién no goza contemplando

La extensa planicie rubia,

Que con el sol y la lluvia

Va creciendo y madurando?

Esas mieses, que cimbrando

Abundosas y aireadas,

Se muestran á mis miradas

Con suaves matices de oro,

Son la dicha y el tesoro

Y el honor de mis llanadas.

A la luz canicular,

Que ofende con su reflejo,

Me adiestró el indio, ya viejo,

En el arte de emparvar;

Ví subir y ví bajar

De las cuestas los verdores

A los carros cimbradores,

Cuyas pacíficas reses

Corona el vaivén de mieses

Y el tramonto de fulgores.

Tras el embolse á paladas

De los elípticos granos,

Las carretas cruzan llanos,

Descienden las hondonadas,

Suben por las gramilladas

Cuchillas, con griterío

Vadean crugiendo el río,

Descargan junto al galpón

De la vecina estación

Y vuelven al rancherío.

Dientes de piedra y acero

Que moléis los rubios granos,

Los oros de mis veranos

Os doy con placer sincero;

Que el molino cancionero,

El que girando rechina,

Los convierta en flor de harina

Y del horno en el volcán

Se transforme en áureo pan

Su morenez campesina.

Campo, que valientemente

A la patria luz tremolas

Tus pendones de amapolas,

De trigo rubio y luciente,

Si acero y piedra es el diente

Que tritura tus afanes,

Es en fragua de titanes

Donde tus oros molidos

Se subliman convertidos

En tiernos y blancos panes.

Es que tu esencia pusiste

En el trigo que engendrabas,

Y con ópalos forjabas

Las espigas que tejiste;

Regocíjate é insiste

En engendrar y en parir

Reses de ojos de zafir

Y espigas dulces de ver,

Pródigas en florecer

Y rudas para morir.

Siempre que doy con trigales

Tostados por el estío,

Silbean en torno mío

Calandrias y cardenales;

¡ Numen, que en los manantiales

De la verde serranía

Azulas la luz del día

Que sazona mi trigal,

Que sea tu himno final

Un credo á la patria mía!

¡ Salud, terruño hechizado

Donde el pampero cunea

A la dorada marea

Del trigo bien encerado!

¡ Salud, terruño arrullado

Por las espigas cantantes,

Cuyo sol llueve diamantes

Y á quien dijeron su loa

Acuña de Figueroa

Y Magariños Cervantes!

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