IV

Junto al fogón

Ya os dije que al morir mi adusto abuelo,

Quedé patrón del valle y de la umbría;

Fuí como alondra que levanta el vuelo

No bien apunta el día.

El sol nativo me selló en su cuño

Una sana y ardiente encarnadura;

Adoré de las cosas del terruño

En la dulce hermosura.

Solo y libre corrí junto á los ríos,

Libre y solo vagué por las florestas,

El aire agreste me llenó de bríos

Y fuí el rey de las fiestas.

Tocóme la mejor de las tajadas

Del pucherete criollo, del puchero

Que coronan las ricas empanadas

Y el asado con cuero.

Tuve un potrillo de pelaje moro

Que era una admiración escarceando,

Y que corría más que Brilladoro,

El palafrén de Orlando.

Pesqué, cuando me plugo, en los raudales

Al dorado de escamas relucientes;

Supe cómo patean los baguales

Y silban las serpientes.

Dialogué con los patos del estero,

En el margarital dormí entre flores,

Y enseñáronme el culto del hornero

Los toscos leñadores.

En la noche invernal, cuando brillaba

Alegre el duraznillo en la cocina,

Deliré con los cuentos que narraba

La negra Marcelina.

En la noche invernal, cuando el pampero

Dobla y quiebra los juncos del bañado,

Me asombró con sus lances de tropero

El indio Maldonado.

En la noche invernal, si en el obscuro

Corredor un mastín ladra ó respinga,

Me azoré recordando algún conjuro

Perverso de Mandinga.

Cuando seca la luna, en los desiertos

Pastizales, la red de sus tisúes;

Cuando el ñacurutú llama á los muertos

Silbando en los ombúes;

Cuando el chajá alertea en los caminos,

Y en su negro cubículo enroscadas

Esperan que verdeen los espinos

Las víboras pintadas;

Cuando las lluvias hinchan el arroyo,

Y el aperiá tirita en los yuyales,

Y sueñan con que enflora el chirimoyo

Los mustios cardenales;

Junto al fogón, que humea en la cocina

Y en donde cruje el tronco desmayado,

De duendes discutí con Marcelina

Y de hazañas me harté con Maldonado.

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