En el corral
Maldonado está listo. — La manada,
En que abundan los zainos y los moros,
Espera en el corral bajo los oros
Con que anilla rubíes la alborada.
Elegante, tallada
Escultóricamente, está la overa
Que eligió el domador. Cual si previera
Que es la escogida, bufa y se arrincona,
Poniéndole en la crin ensortijada,
La zafirina luz, yelmo y corona.
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Maldonado está listo. Sin apuro,
Al son de las agudas nazarenas,
Silba bajo el arroyo de azucenas
Que inundó los pajales de lo obscuro.
En sus ojos, de puro
Y metálico brillo, libre anida
La pujanza imperial, nunca vencida,
Del concolor. El lazo traicionero
Hace que ronden, con su silbo duro,
Los potros de ancha grupa y pie ligero.
La disparada empieza. — La tallada
Escultóricamente, luce airosa
Su terciopelo de jazmín y rosa
Entre el polvo que alzó la disparada.
De la overa rosada
Los remos liga el lazo sibilante.
Tiembla convulsa, y logra un breve instante
Resistir; pero el lazo la voltea
Con un rudo tirón. Desesperada,
Sobre el corral, resopla y forcejea.
El bocado prendido en los asientos,
El bozal bien seboso y el rendaje
Atado encima de la crin salvaje
Que se enruló peinada por los vientos;
Con estremecimientos
Del copete á la cola todavía,
Siente en su oreja, que acordó bravía
La música sublime de la llana,
La humillación que dan los rozamientos,
Nunca sufridos, de la diestra humana.
Después viene el suplicio del recado;
El horror de la cincha, que hunde el lomo
Y que machuca el costillar; el plomo
De la argolla en las carnes enclavado.
Ya saltó Maldonado
Sobre la overa: le hinca las lloronas,
El ijar sangra, crujen las caronas,
Dos brincos, un avance, un corcoveo
Y el cuerpo hercúleo, noblemente arqueado,
Es espuma, sudor, bote y cimbreo.
— Un lonjazo en la grupa. Puerta franca.
Sin padrinos. Conozco la pradera.
Es sin lindes el trébol y la hoguera
Del sol ya asciende como la hostia blanca.—
La escultural arranca
En un galope rudo y desbocado.
— Por allá no, que hay verdes de bañado;
Por aquí, donde hay verdes de gramilla
En que el lloro del cielo no se estanca
Y limpio el sol de los charrúas brilla.
¿ Quieres saltar? — Pues salta matorrales
Con flores carmesíes ó azuleas.
Así. Con tus corcovos me cuneas
Como al zorzal columpian los juncales.
Los cardos son puñales.
Evítalos. ¿ Qué logran tus boleos?
Caigo de pie. Renuncia á esos deseos
Y sé más dócil, para ser hermosa,
Porque el sudor que viertes á raudales
Mancha tus sedas de jazmín y rosa.
¿ Te paraste de golpe y cuatro veces
Seguidas saltas, con las manos tiesas?
Otras domé más duras, más aviesas,
Otras con más orgullos y arisqueces.
Es inútil que reces
Tus salves de corcovos y bufidos.
Tus músculos de acero están vencidos,
Tu cólera de fiera está gastada,
Y por lo fino de tu crin mereces
Verla con ramos de arazá trenzada.
¿ A qué te ruborizas, la cabeza
Escondiendo en los nudos de tus manos?
¿ A qué hacerte un ovillo, si son vanos
Todos estos alardes de fiereza?
Se acrece, la belleza
De tu sexo gentil, con la dulzura.
Tu brinco es un primor. Se me figura
Que otra vez te encabritas, mi rosada,
Y te aseguro que es una torpeza
Mostrar tu blanco vientre á la alborada. —
Y rayan los lonjazos la pulida
Piel de la bestia, mustia y jadeante,
Que da á la libertad, con resonante
Relincho de dolor, su despedida.
Sudorosa y rendida
Vuelve la pobre overa al caserío,
El sol relumbra en el cristal del río
Y el pescuezo, sedoso y argentado,
Golpea suavemente á la vencida,
Al compás de un cielito, Maldonado.
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