II

En el corral

Maldonado está listo. — La manada,

En que abundan los zainos y los moros,

Espera en el corral bajo los oros

Con que anilla rubíes la alborada.

Elegante, tallada

Escultóricamente, está la overa

Que eligió el domador. Cual si previera

Que es la escogida, bufa y se arrincona,

Poniéndole en la crin ensortijada,

La zafirina luz, yelmo y corona.

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Maldonado está listo. Sin apuro,

Al son de las agudas nazarenas,

Silba bajo el arroyo de azucenas

Que inundó los pajales de lo obscuro.

En sus ojos, de puro

Y metálico brillo, libre anida

La pujanza imperial, nunca vencida,

Del concolor. El lazo traicionero

Hace que ronden, con su silbo duro,

Los potros de ancha grupa y pie ligero.

La disparada empieza. — La tallada

Escultóricamente, luce airosa

Su terciopelo de jazmín y rosa

Entre el polvo que alzó la disparada.

De la overa rosada

Los remos liga el lazo sibilante.

Tiembla convulsa, y logra un breve instante

Resistir; pero el lazo la voltea

Con un rudo tirón. Desesperada,

Sobre el corral, resopla y forcejea.

El bocado prendido en los asientos,

El bozal bien seboso y el rendaje

Atado encima de la crin salvaje

Que se enruló peinada por los vientos;

Con estremecimientos

Del copete á la cola todavía,

Siente en su oreja, que acordó bravía

La música sublime de la llana,

La humillación que dan los rozamientos,

Nunca sufridos, de la diestra humana.

Después viene el suplicio del recado;

El horror de la cincha, que hunde el lomo

Y que machuca el costillar; el plomo

De la argolla en las carnes enclavado.

Ya saltó Maldonado

Sobre la overa: le hinca las lloronas,

El ijar sangra, crujen las caronas,

Dos brincos, un avance, un corcoveo

Y el cuerpo hercúleo, noblemente arqueado,

Es espuma, sudor, bote y cimbreo.

— Un lonjazo en la grupa. Puerta franca.

Sin padrinos. Conozco la pradera.

Es sin lindes el trébol y la hoguera

Del sol ya asciende como la hostia blanca.—

La escultural arranca

En un galope rudo y desbocado.

— Por allá no, que hay verdes de bañado;

Por aquí, donde hay verdes de gramilla

En que el lloro del cielo no se estanca

Y limpio el sol de los charrúas brilla.

¿ Quieres saltar? — Pues salta matorrales

Con flores carmesíes ó azuleas.

Así. Con tus corcovos me cuneas

Como al zorzal columpian los juncales.

Los cardos son puñales.

Evítalos. ¿ Qué logran tus boleos?

Caigo de pie. Renuncia á esos deseos

Y sé más dócil, para ser hermosa,

Porque el sudor que viertes á raudales

Mancha tus sedas de jazmín y rosa.

¿ Te paraste de golpe y cuatro veces

Seguidas saltas, con las manos tiesas?

Otras domé más duras, más aviesas,

Otras con más orgullos y arisqueces.

Es inútil que reces

Tus salves de corcovos y bufidos.

Tus músculos de acero están vencidos,

Tu cólera de fiera está gastada,

Y por lo fino de tu crin mereces

Verla con ramos de arazá trenzada.

¿ A qué te ruborizas, la cabeza

Escondiendo en los nudos de tus manos?

¿ A qué hacerte un ovillo, si son vanos

Todos estos alardes de fiereza?

Se acrece, la belleza

De tu sexo gentil, con la dulzura.

Tu brinco es un primor. Se me figura

Que otra vez te encabritas, mi rosada,

Y te aseguro que es una torpeza

Mostrar tu blanco vientre á la alborada. —

Y rayan los lonjazos la pulida

Piel de la bestia, mustia y jadeante,

Que da á la libertad, con resonante

Relincho de dolor, su despedida.

Sudorosa y rendida

Vuelve la pobre overa al caserío,

El sol relumbra en el cristal del río

Y el pescuezo, sedoso y argentado,

Golpea suavemente á la vencida,

Al compás de un cielito, Maldonado.

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