En la ondina del Plata
La nueva casa, donde urdí mi nido,
Es una casa silenciosa y fría,
Como es la casa de los que han tenido
Miedo al dolor y miedo á la alegría.
Avellanado, cincuentón y adusto,
Mi tío vive y morirá soltero;
Se burla de lo hermoso y de lo justo,
Idolatra la fuerza y el dinero.
Me dejan ver sus frases licenciosas,
Que sonríen ahondando sus arrugas,
Que aquel reptil mordisqueó á las rosas
Como á los lirios muerden las orugas.
Desconoce á Voltaire y es volteriano;
Sobre bueyes perdidos pontifica;
Sabe que es lodo el corazón humano,
Que Tulio es pobre y Nicolasa es rica.
Busca que tenga doble faz su traje,
Le horripilan los versos y las flores,
Cobra con intereses mi hospedaje
Y bandidos les llama á mis pastores.
Estudia, lo que dice, en el espejo;
Piensa mal, duerme bien, come sin tino;
Confunde su paraguas, — si está viejo, —
Y se apropia el paraguas del vecino.
Es aquel hombre, viejo en apariencia,
Más viejo aún por su índole bellaca,
Y os juro, cuando vende su conciencia,
Que lo que da no vale lo que saca.
Gozo de libertad; si estudio, bueno;
Si no estudio, mejor; mientras reciba
Lo que piden sus cartas, siempre lleno
Le hallaré de indulgencia comprensiva.
Y veo, á la ciudad acostumbrado,
Que es bella y que son muchos sus placeres,
Sin que olvide el semblante idolatrado
De la mejor de todas las mujeres.
Cuando rendido vuelvo á la callada
Frigidez del ambiente que me asila,
Aquella dulce imagen adorada
Revive en el cristal de mi pupila.
Y aquel perfil de santa, aquel trigueño
Rostro que huele á rosa de zarzales,
Me besa con ternura cuando el sueño
Cimbrea mi barquilla en los juncales.
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Montevideo parece una gaviota;
Montevideo es una blanca ondina,
Que sobre el río se dibuja y flota
Cuando el sol nace y cuando el sol declina.
Por las azules olas circundada,
El hálito del mar cruza sus calles,
Que tienen lo gentil de la encantada
Ondulación de mis nativos valles.
Si la recorre el soplo de las olas,
Purificando sin cesar su ambiente,
Guarda de las costumbres españolas
Lo cortés, lo sincero y lo valiente.
Acaso la juzguéis afrancesada,
Si no profundizáis sus habitudes;
Pero está, para siempre, saturada
De godas hidalguías y virtudes.
Aun la vieja Matriz marca sus horas,
Aun la protege el Cerro inexpugnado,
Y aún hay melancolías flotadoras
Entre los eucaliptos de su Prado.
¿ No conocéis la vida de sus playas?
Allí la población entera afluye,
Cuando la luz de policromas rayas
En mágicos tramontos se diluye.
Allí se vierte la ciudad entera,
El pródigo en caudal y el sin fortuna,
Para zurcir, soñando en la ribera,
Flores de amor con pétalos de luna.
Diciembre allí desposa, en el santuario
Del horizonte azul, dos infinitos:
El del agua, que dice su rosario,
Y el del cielo, que es oro, en los Pocitos.
Y si os placen los óleos de las flores,
Si gustáis del verdor de la enramada,
Si os seducen los pájaros cantores,
Allí está, con sus quintas, la Agraciada.
¿ Preferís divagar en el reposo
De los ponientes de carmíneas sedas?
Pues Colón está allí con el umbroso
Silencio de sus largas arboledas.
Eres, ciudad, el pórtico del día
Y eres la almea de mi reino indiano,
A quien viste de ingente pedrería
El sultán sin rivales del verano.
¡ Eres, ciudad, sirena de las olas
Que te arrullan con dulce canturreo,
Y te ciñe guirnaldas de amapolas
El sátiro del sol, Montevideo!
No creáis, sin embargo, que cerrada
Está al futuro la ciudad bendita,
De las espumas gólficas brotada
Como el nacáreo cuerpo de Afrodita.
Esa ciudad, sirena encantadora,
Ganó laureles en troyanas lides,
Y es una varonil trabajadora
Con músculos de hierro como Alcides.
Labra la excelsitud de sus destinos,
Esa divina amante del verano,
Pidiendo reglas al cretense Minos,
Victorias á Mercurio y á Silvano.
Náyade virgen, que de gracia llena
Con luz de sol su desnudez arropa,
En su puerto magnífico almacena
Todos los frutos que codicia Europa.
Amó á la obrera de progenie clara
El gurí de los rústicos boyeros,
El que tañer granizos y aguaceros
Oyó en el agrio varillar del jara.
El chingolo, nacido en la verdura
Donde monteses záfiros se abrían,
Circundóse de afectos que tenían
La seducción del lujo y la cultura.
A pesar de la risa volteriana,
Himno al poder y salve á la riqueza,
Que escucha cuando entona en la maleza
Su adiós al día el cardenal de grana;
A pesar del discurso irreverente
Que anuncia la derrota de lo hermoso,
Cuando despide al sol el armonioso
Concierto de las harpas de la fuente;
A pesar de los chistes de mi tío,
Mi almita de zorzal sigue tan pura
Como cuando escuchaba en la espesura
La anacreóntica orquesta del estío.
Creo en mi madre, en la virtud y en todo
Lo que enaltece al corazón humano,
Por mucho que me jure el volteriano
Que nos hicieron con ponzoña y lodo.
¡ No es verdad!—¡ No es verdad!—Junto á las ondas
De la ribera, donde muere el día,
Aun en el brío de sus alas fía
El salvaje churrinche de las frondas.
¡ No es verdad!—¡ No es verdad ¡ —Ningún deseo
Bajo en el alma del gurí se esconde,
Y de su altivo corazón responde
El tordo azul que recorrió el junqueo.
El mundo no es el monte de serpientes
Y tigres que mi tío se imagina:
¡ Junto al barranco se alza la colina!
¡ Sobre el reptil las águilas valientes!
Oh sirena, que ríes coronada
Por el sol que madura mis espigas,
Como el trigo amontonan las hormigas
En la panera con afán cavada,
Yo llenaré de frutos y de flores,
En tí, mi corazón y mi cerebro:
¡ Dale, ciudad, las mieles del enebro
A la avispa de zumbos cantadores!
¡ Dame, ciudad, la ciencia que atesoras,
Tus codicias de lujo y de cultura,
Como me dió sin tasa la llanura
Oro de trigos y oro de totoras!
La libertad, que ponen en mis manos,
Utilízala en bien del tordo agreste,
Que se asila en las sedas de tu veste
Como el tuco en las cardas de los llanos,
Me entrego á tu saber, á tu hidalguía
Y á tu noble labor, oh ciudad goda,
En que celebran su festín de boda
El agua alegre y el alegre día.
Me quisísteis togado, pues togado;
Me quisísteis con guantes, pues con guantes:
¡ De mi barca las velas arrogantes
Son pieles de jaguar negro y dorado!
El gurí, que rompía del estero
La urdimbre dura y silbadora y parda,
¿ Puede temer, en la ciudad gallarda,
A los ásperos soplos del pampero?
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Estudié con tesón, con valentía,
Con entusiasmo, con el alma entera:
Con el alma, que ungió la primavera
En los capullos que el varal mecía.
Estudié con ahinco, aleccionado
Por lo charrúa y firme del coraje
Con que doma á un bagual rudo y salvaje
El viejo concolor de Maldonado.
Poco pudo la risa volteriana,
Mi juventud de fuego pudo poco
Y estudié locamente, igual que loco
Corrí tras los ñandúes por la llana.
Me olvidé del juzgado y la elocuencia,
En más de una ocasión, siguiendo un talle
De cimbros de achiral desde la calle
De Sarandí á la plaza Independencia.
Y del lucero al relumbrar de plata
Me reí de pandectas y laureles,
Sonriéndole á un rostro de claveles
Que pasó junto al muro de Lanata.
Pero la sed de un triunfo resonante
Tan potente y tan férvida domina
Al que trepó al ombú de la colina
Y vió planar al águila gigante,
Que con el mismo empuje que en el llano
Buscaba nidos de perdiz y tero,
¡ Hasta en las rojas noches de febrero
Hablé con Cicerón y Justiniano!
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