Visión de gloria
Soy sano, esbelto y obscura,
— Oro en cárcel de negrura, —
Mi pupila centellea
Si me exaltan la bravura
O si me exaltan la idea.
Color de espiga en la tez,
Asoma sedeño el bozo,
Y esconde la morenez
Del gurí, gallardo y mozo,
Más ternuras que altivez.
Le debo á la soledad
Mi nobleza, mi vigor,
Y le debo á la ciudad
Mi sed de celebridad
Y el título de doctor.
En el fondo no he cambiado:
Me enamora el sol dorado,
La libertad me enamora;
Soy el churrinche encarnado
Que zumbaba en la totora.
Sé vestirme y perfumarme,
Sé valsar y la corbata
Con primores anudarme;
Pero no pudo cambiarme
La regia ondina del Plata.
En la esencia de mi ser
Está el campo en que nací:
Las guindas de rosicler
Y el juncal con su mecer
Niditos de colibrí.
Gozo opinión de sapiente
Y es copiosa mi elocuencia;
Pero, á la luz del poniente,
Sufro pensando en la fuente
Que arrulla con su cadencia
A la cúspide bravía
En donde, junto al ombú
Que el pampero sacudía,
Vi como el sol recogía
Su granático tisú.
Sé decir en un salón,
De los zíngaros al son,
Lisonjas que al alma van;
Pero envuelto el corazón
En perfumes de arrayán,
Sin pensarlo desvarío
Con el monte que fué mío,
Con el tero que gritó
Si mi canoa en el río
Con un sauce tropezó,
Con el parduzco nublado
Que baja por lo escarpado
De la fragosa colina,
Con el indio Maldonado
Y la negra Marcelina.
Como mi padre y mi abuelo
Soy blanco, porque en el suelo
Del jazmín y del cedrón,
Nace con el pequeñuelo
El culto á la tradición
Viril, encendida, intensa
Y con vejeces de ombú,
Que responde como inmensa
Clarinada, — Paysandú, —
Si se nombra á la Defensa.
Sin rosales no hay estío;
Tuve más de un amorío,
Desgasté más de una esquina
Y tejíle, junto al río,
Rondeles á Colombina.
Ese voluble querer
No me impidió ambicionar,
Y ganoso de ascender
Supe en mi verbo poner
Las alas de Castelar.
Tuve adictos y rivales
En las veladas triunfales
De los clubs independientes,
Donde rimé con timbales
Y clarines mis ardientes
Odas á lo porvenir,
Al derecho y la verdad,
Gozándome en repetir
Que es muy hermoso morir
Vivando á la libertad.
La multitud aplaudía
Cuando mi musa esgrimía
El acero de la idea,
Como el Quijote blandía
Su lanzón por Dulcinea.
Al roble de la tribuna
Uní los lauros del foro,
Como en mis sierras se aduna
Del anochecer el oro
Con la plata de la luna;
Pero el arte del togado
Ví que era el arte taimado
Que trueca lo incierto en cierto,
Como un físico empeñado
En galvanizar á un muerto.
La ley sirve para todo
Y á la ley no me acomodo,
Pues hallo que es pobre hazaña
Convertir en luz al lodo
O al cardenal en araña.
Como mi razón no entiende
De sofismas, se comprende
Que mirase con disgusto
Un oficio que defiende
A lo justo y á lo injusto
Con idéntica porfía
Y con idéntico afán,
Porque nacido en la umbría
Donde enflora el guayacán
Y en que el guayabo se cría,
Creció mi fe en lo sincero
Con el óleo del zarcero,
Con el correr de la fuente,
Con el himno mañanero
De la alondra al sol naciente.
Allí, en mi agreste verdura,
Lo que es ponzoña, envenena;
Lo que es tenaza, tritura;
Lo que es perfume, satura;
Lo que es lira, á lira suena.
En mi pago encantador
Se arrulla porque hay cariño,
Se mata porque hay rencor,
Y el cenagal temblador
No finge nieves de armiño.
Presto el foro abandoné
Y á mis quimeras volví,
Cantando con honda fe
El treno de Carumbé
Y el himno de Sarandí,
Dándoles á la verdad,
Al futuro, á mi bandera
Y á la dulce libertad,
El churrinche su alma entera
Y el gurí su mocedad.
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Sueños de luz, que cuando muere el día
Tras los varales de la cumbre fría,
Con mallas de oro mi columpio hacéis,
¿ Por qué volvéis á la memoria mía?
¿ Por qué á mi herido corazón volvéis?
¡ Argonauta infeliz, sólo te espera
El inútil consuelo de soñar:
El vellocino azul de tu quimera
Hundió la pamperada traicionera
En lo más hondo del profundo mar!
Andrómeda, — un fantasma, — mi deseo
Con su hermosura olímpica exaltó;
Pero — ¡ ay de mí! — más triste que Fineo
Miré á Andrómeda en brazos de Perseo,
Y la muerte mis ojos no cegó.
Callen, sí, callen la ternura, el gozo,
La fe, el valor, el ritmo y la virtud
De aquellas horas en que, apuesto y mozo,
Arrancaban mis voces un sollozo
De entusiasmo á la ardiente multitud.
Dormid, fascinadoras ilusiones,
Quimeras hermosísimas, dormid,
Y arrullen el sopor de mis ficciones,
Zorzal de mis palmares, tus canciones
Más dolientes que el harpa de David.
Águila fuí, mis rémiges abiertas
Sacudía triunfante en la extensión:
Hoy, sobre cumbres mudas y desiertas,
Hundo en la nieve de las cosas muertas
Las alas de mi roto corazón.
Mi edén ya no es mi edén; aunque el estío
Pinte al ceibal con olas de carmín
Y los flamencos vuelen sobre el río,
Es la malvada risa de mi tío
El susurro del aire en el jardín.
Mi edén ya no es mi edén; aunque serena
Abra la luna su argentado tul,
El timbre de mi voz, cuando resuena
Entre los juncos, de ternura y pena
Hace que llore el cardenal azul.
Mi edén ya no es mi edén; en vano brilla
El río junto al sauce familiar:
¿ De qué sirven el remo y la barquilla
Si nunca, nunca, de la ansiada orilla
Veré lucir el místico palmar?
Mi edén ya no es mi edén, por más conciertos
Que las calandrias canten á la luz;
¿ Qué me importan los nidos de los huertos,
Si estoy más muerto que mis pobres muertos
Del árbol de oro y de la triple cruz?
¡ Oh mi mustio jardín, cuando huye el día
Y cuando el día nace en el crestón,
Del ombú de tu cúspide bravía
Desciende una letal melancolía,
Río de hiel que amarga el corazón!
¡ Mi dulcísimo edén, antes bañado
Por un mar de corrientes de zafir;
Mi dulcísimo edén, te han embrujado
Las rosas sin perfume del pasado
Y los días sin sol del porvenir!
¡ Aquí me encontrarás, consoladora
Que siempre á los vencidos recogió;
Aquí me encontrarás, porque aquí llora,
Sobre mi sueño azul, la silbadora
Calandria que se cimbra en el timbó!
¡ Aquí me encontrarás; aquí te espero;
Aquí aguardo tu golpe de segur;
Aquí, junto á las rosas del zarcero;
Aquí, donde he nacido, donde muero
Y donde brilla el ópalo del Sur!
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