VII

Allá de allá

¡ Cálmate, corazón! — Dudo y la duda,

Con sus pequeños dientes de crucera,

Va limando las alas de mi espíritu

Y mis más puros goces envenena.

¡ Es inútil! ¡ La fe de los humildes

Nunca será mi fe! ¡ No hay, en la iglesia

De mi mundo interior, ni un solo cirio

Que disipe las fúnebres tinieblas

En que se pierden el altar y el órgano!

¡ Ninguno pulsa, en las cantoras teclas,

El himno colosal que nos conduce,

Pisando soles, á la Vida Nueva!

¡ Es inútil! ¡ El templo está cerrado!

¡ Sin aceite las lámparas! ¡ Sin tiernas

Súplicas el altar! ¡ Vacío el cáliz!

¡ Por el hollín mordida la patena,

Que sus oros perdió! ¡ Mustias las blondas,

Secas las flores y las jarras secas!

¡ En la abertura de los grandes tubos

Y en la concavidad de las trompetas,

Tejen sus hilos, sus flexibles hilos,

Sus largos hilos, las arañas negras,

Que riman las canciones de lo muerto

Donde rimaban las pascuales fiestas,

Con una tempestad de clarinazos,

Su saludo al Señor de las Estrellas!

Enfundadas las vírgenes, no puedo

Azularme en su mística belleza,

En la expresión de su divino rostro,

En sus dulces blancores de azucena,

Y seguir, á lo largo de los pliegues

De su sayal, las formas esqueléticas

Del cuerpo, que descarnan los ayunos

Y el áspero cilicio atenacea.

Las mártires, mulitas que sus brazos

Cruzan, cuando el cuchillo las degüella;

Las mártires, que miran al verdugo

Como las corzas miran á las fieras,

Sobre el misterio del altar sin luces

Me parece que saltan y se quejan

En una convulsión, en un espasmo,

En una de las crisis de la histeria,

Como á los pies del crucifijo argénteo

Y en la quietud nocturna de su celda,

Gemía, con el pecho palpitante

Y llorando de amor, Santa Teresa.

Cuando doy en pensar con beatitudes,

Las urselinas de Medún me cercan,

Y las veo en los largos corredores,

O del jardín frondoso en la arboleda,

Sin pudor, sin virtud, locas, ardientes,

Destrenzada la obscura cabellera,

Con los mórbidos brazos extendidos,

Con las jóvenes carnes descubiertas,

Llamando al brujo del placer obsceno,

Al duende tentador que las enfiebra,

Como Safo llamaba, entre sollozos,

Junto á la espuma de las ondas lésbicas,

Al que libó en sus rígidos pezones

Las mieles del panal de Citerea.

¡ Oh sarcasmo! ¡ oh misterio! ¡ oh desventura!

¡ Cuando vacilo más, cuando más terca

Mi negación suprime lo que flota

Sobre el limo viscoso de la tierra,

Mi frase es más azul, más persuasiva,

Abre las alas más y con más fuerza,

Como el sabiá, que herido mortalmente,

Por un instante se remonta, vuela

Y hace un esfuerzo, un doloroso esfuerzo,

Para volver á la nativa selva!

La santidad sublime de mi madre

A veces se levanta en mi conciencia,

Y de mis gemebundas negaciones

Con cariñosa indignación protesta.

Su juventud, — que se vistió de luto

Y que á la sombra de mi aromo espera

Unirse con el alma de su amado

Más allá de los últimos planetas,

Más allá de las nubes que en el fondo

De la extensión azul se balancean, —

Se me aparece, triste y resignada,

Sobre los lienzos de una cuna huérfana,

En que el gurí sonríe cuando el canto

De su boca purísima le besa,

Y el tero grita en el ceibal purpúreo,

Donde sus salves el chingolo arpegia

Viendo temblar al polen bajo el límpido

Chorro de plata de la luna llena.

Si alguna vez, cuando me vuelco en frases,

Mis dudas quieren desplumar quimeras,

La enlutada gentil surge soñando

De su huapoy bajo la sombra inmensa,

De aquel huapoy donde hay unas calandrias

Que á zurcir rimas musicales juegan,

Cuando la más flexible de mis juncias

Mece un casal de mariposas viejas.

Por la visión celeste conducido,

Remonto el mar sin fin de las ideas,

¡ Y mi alma se transforma en duraznero

Cubriéndose de flores, que se aprietan

Como el fruto en la piña, y que de pronto,

Como aquel duque que sembraba perlas,

La tempestad de sus rosados cálices

Sobre la absorta muchedumbre sueltan!

¿ Es una sugestión la que me impele

A no desesperar á los que esperan?

¡ Si es una sugestión, que siempre dure!

¡ Si es una sugestión, bendita sea!

¡ A su influjo, mi espíritu es un nardo,

Mi sangre el sol de lo ideal incendia,

Y mis voces son gritos de aleluya,

Son clarinadas á la Vida Nueva!

¡ Venid á mí los de las alas rotas!

¡ Venid los que ignoráis que la caquexia,

Las úlceras, los mórbidos tubérculos

Y las manchas leoninas de la lepra,

Pueden trocarse en miel! ¡ Yo, que vacilo,

Pongo luces de aurora en mis tinieblas,

Flotando sobre el mar de mis dolores,

Sobre el profundo mar de mis tristezas,

Como Jesús, el hijo de María,

Flotaba sobre el mar de Galilea!

También veo,—¡ ay de mí!—sobre otros labios

La boca de coral de Magdalena.

El amor es un nombre que escribimos

En la orilla del agua. Cuando vuelvan

A ascender las espumas, de ese nombre,

Los verdes tumbos, borrarán las letras.

La que de amor temblaba entre tus brazos,

En otros brazos voluptuosa tiembla,

Sin que la imagen del amor que ha sido

En la pared proyecte la silueta

Del hombre que pasó. ¡ Si está más muerto

El hombre aquel que la torcaza muerta,

Bajo un sudario de hojas amarillas,

En el rincón más hondo de la selva!

Noble fué mi ternura. Dije siempre

Que era, para mi amor, cárcel estrecha

El pecho en que su luz resplandecía

Como un rubí perdido en una cueva;

Pero mi amor, los muros ensanchando

Del calabozo en que cautivo sueña,

Llenó aquella prisión con lo más puro

De todas las socráticas esencias,

Abriéndose en mi pecho, á sus fulgores,

Del bien y la hermosura las diamelas,

Lo mismo que en la cárcel de las ostras

Florece el blanco nácar de las perlas.

Ninguno te amará como te amaba

El que tu altivo corazón desprecia,

¡ Oh luminar del Norte! ¡ oh jazminero

Del muro del Edén! ¡ oh Magdalena!

Oh mi perdido amor, mi amor sublime,

Mi amor sin un adarme de torpeza,

Por tí me encumbro solitario como

El yaribá sobre las frondas nuestras.

Mi espíritu es un águila nacida

En los cubiles de Cabral. ¡ Intrépida,

Subiendo por el aire y con los ojos

Hundidos en la luz, las nubes huella

Viendo á sus pies arroyos y peñascos,

Hendiduras y bosques y malezas;

Pero el ave ciclópea nunca sube

Hasta la fuente de la luz y queda

Como colgada entre los soles rubios

Y el verdor de las islas de Cabrera!

Mi ilusión fué cual grácil mariposa

Que el trigo maragato balancea:

¡ Qué poco viven las de alitas de oro!

¡ Las de las alas de crugiente seda!

¡ Mi ilusión fué como zorzal nacido

Entre los frutos de la vid salteña,

Y que un perverso proyectil derriba

Sobre los ramos en que hierve el néctar!

¡ Flor de tembetarí maldonadense,

Roja flor de la cumbre de la sierra

Donde el charrúa construyó sus túmulos

Amontonando piedra sobre piedra,

Como tú hermosa y como tú de un día

Fué la esperanza, la esperanza excelsa,

Con cuyas hojas perfumó el espejo

Azul de su vergel mi Magdalena!

¿ Por qué, si lloro el nombre de su hermana,

María del Carmelo se presenta

Lo mismo que la tarde en que le dije

Por siempre adiós á mi voluble reina?

¿ Será verdad que el mirlo de los montes

Y el jazmín que separa dos florestas,

Cuando se apareció en la galería,

Rezaron en mi espíritu: — ¡ Contémplala!

¡ No te engañes! ¡ La viste del estero

Flotar sobre los juncos! ¡ En la espléndida

Plenitud del estío y adornada

Con los capullos de tus rojas ceibas,

Se meció en el ombú de la cuchilla

Cantando el canto de la Vida Nueva! —

Yo sé que muchas noches una sombra,

Que sus hábitos viste, me despierta

Para jurarme: — ¡ Espérame! ¡ Te digo

Que seré, allá de allá, tu Magdalena! —

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