Cuando suceden cosas que nos asustan, necesitamos de alguien quenos haga sentir seguros.
Marcos 4; Lucas 8
Jesús y sus discípulos subieron a una barca y se dirigieron al otro lado del lago. Cansado, Jesús se acostó en el barco y se quedó dormido sobre una almohada. Los discípulos remaban tranquilos: adelante y atrás, adelante y atrás. De repente el viento comenzó a soplar fuertemente por todos lados. «Ey, ¿qué ocurre?», gritaron los discípulos. «¿De dónde salió esta tormenta? ¡Remen con más fuerza!».
Las olas del lago golpeaban los lados del bote. El viento azotaba y silbaba con fuerza.
Las olas se hacían más grandes, estrellándose contra el pequeño bote y llenándolo de agua por dentro. «¡Estamos comenzando a hundirnos!», gritaron los discípulos. «¿Qué vamos a hacer?».
A pesar de la tormenta, Jesús continuaba durmiendo. Los discípulos se juntaron alrededor de él. «¡Maestro! ¡Ayúdanos! Nos vamos a ahogar», gritaron.
Jesús se levantó. Escuchó el viento y vio las olas. «¿Por qué tienen miedo?», les preguntó a los discípulos. «Quédate quieto», le dijo al viento, y éste se suavizó. «Tranquilícense», les dijo a las olas, y enseguida se detuvieron.
Los discípulos no sabían qué pensar. ¡Hasta el viento y las olas obedecían a Jesúsl