Tu espíritu estará solo, prisionero de las
ideas negras de la losa gris de la tumba;
nadie te molestará en tus horas de encierro.
Quédate callado en esa soledad,
que no es abandono, porque los espíritus de los
muertos que existieron antes que tú en la vida,
te acompañarán en la muerte,
y la sombra proyectada sobre tu cara obedecerá
a su voluntad; por lo tanto, permanece sereno.
La noche fruncirá su ceño,
y las estrellas, en la altura de sus tronos celestes,
no bajarán más sus miradas con un brillo
parecido al de la esperanza que se concede a
los mortales; sus órbitas rojas, desprovistas
de toda luz, serán para tu corazón ajado
como una úlcera, como una fiebre
que querrá unirse a ti para siempre.
Te visitan ahora pensamientos que jamás espantarás;
aparecen ahora ante ti visiones que jamás se desvanecerán;
jamás ellas abandonarán tu espíritu, se incrustarán
como gotas de rocío sobre la hierba.
La brisa, esa respiración de Dios,
descansa inmóvil, y la niebla que se alarga
como una sombra sobre el cerro,
como una sombra virgen cuyo velo todavía no se ha desgarrado,
se convierte en un símbolo y un signo,
cuelga de los árboles,