Nos conocimos con Edgar Allan Poe por tres vías diferentes: la escuela, la televisión y las revistas.
A los doce años nos encontramos por primera vez gracias a Mrs. Sarah, mi primera maestra de inglés. Esa irlandesa viuda, muy delgada, de gruesos anteojos verdes y pelo rojo, nos hacía leer en idioma original The Murders in the Rue Morgue. En aulas de barrio, sin ventanas, fundé mi primer misterio de «habitación cerrada», aprendí a ser lector de novelas policiales y descubrí que era un mal detective, incapaz de resolver enigmas. La violencia torpe enfrentada a la razón aparecía ante mí con claridad por primera vez. Las sombras de la brutalidad contra la luz del raciocinio se presentaron luego muchas veces, con diversas formas, a lo largo de mi vida. Nunca más la luz saldría triunfante al final, como en ese cuento de Edgar Allan Poe, de la mano de su personaje Auguste Dupin, bajo la tutela de Mrs. Sarah, en los márgenes de la ciudad de Buenos Aires.
Luego, en la década de los 60 del siglo pasado, Dupin se puso la cara de Joseph Cotten, en una película de Fletcher Markle, de 1951, The Man with a Cloak, que veíamos por televisión religiosamente toda las tardes de sábado, y nos revelaba que el genial Auguste y Edgar Allan eran la misma persona. En TVE, el actor alicantino Rafael Navarro compuso, en 1967, a un Poe obsesivo y alcohólico en El cuervo, con dirección y guion de Narciso Ibáñez Serrador. El narrador ficticio de este capítulo de Historias para no dormir auguraba el olvido para el escritor de Boston, como lo había hecho la ingrata crítica norteamericana de su tiempo. «Era un mal escritor, que debe su popularidad a un accidente. Sus historias no son más que relatos populares. Era un escritor populista. Pocos le echarán de menos, tenía lectores pero no tenía amigos», publicaba el New York Tribune un par de días después de su muerte.
«Chicho» Serrador adaptó brillantemente para la televisión varios cuentos más de Poe. En la primera temporada (1966) de Historias para no dormir escribió el guion, como Luis Peñafiel, y dirigió El tonel, adaptación de «El barril de amontillado», y El pacto, adaptación de «Los hechos en el caso del señor Valdemar»; en la segunda temporada (1967-68), La promesa, adaptación de «El entierro prematuro».
En los comienzos de los 70 nos encontramos otra vez con Poe en las revistas de historietas El Tony, D’Artagnan y Misterix que nos acercaban cuentos ilustrados y comics inspirados en sus historias.
La escuela, la televisión y la «historieta» (el tebeo en España) fueron los escenarios preliminares antes del gran encuentro con sus libros que me convirtió en su devoto lector. Nunca le tuve el respeto aburrido que se tiene por los clásicos; lo quise, lo quiero, como a un compañero de noches de insomnio. Edgar Allan, ese amigo fiel y divertido que te hace reír con historias locas, cuenta cosas imprudentes sobre temas imposibles y sabe sorprender; puede inventarte miedos pero señala salidas; incomoda y conmueve, y siempre te obliga a reflexionar.
En la biblioteca del barrio estaba la colección completa de la biblioteca del diario La Nación, allí encontré Historias extraordinarias, la primera colección de cuentos de Poe convertida al castellano (desde el francés de Baudelaire) en 1903, por un misterioso traductor. Conocimos en el Río de la Plata muy buenas versiones de libros que no consignaban ni editor ni traductor. Nos acostumbramos a leer los cuentos y los poemas de Edgar Allan Poe en adaptaciones precortazarianas, que reconocimos, con el paso del tiempo, como mucho más eficaces y fieles al autor y a la historia, que las conocidas traducciones del gran cronopio.
«En Buenos Aires se creen que Poe es un autor de tangos, amigo de Borges y Cortázar; se lo han apropiado», me decía un amigo librero madrileño.
Jorge Luis Borges repetía hasta el cansancio que «la literatura actual es inconcebible sin Poe». Nosotros somos inconcebibles sin Poe (y sin Borges), nuestra condición de lectores-espectadores del siglo XXI es inexplicable sin el creador del cuento moderno, el pionero del relato policial, el gran innovador del periodismo, un racionalista en los bordes de una guerra civil, que no pudo dejar de ser romántico y siempre se sintió gótico. Su trabajo en medios masivos de comunicación marcó su escritura; estaba convencido de que era posible vivir de la literatura, y escribió infinidad de piezas breves sin otra búsqueda que la de ganar dinero. Lo obsesionaban las nuevas formas de vida, el tiempo libre, el marketing y los gustos de un público fresco que rompía el modelo cerrado de la cultura aristocrática. Creó, entendió y conquistó a nuevos lectores para nuevos hábitos de lectura. Quiso «atrapar la atención del lector, que es el que paga». Con crónicas y relatos concisos y urgentes, con humor negro y espanto luminoso, incomodó y quebró la monotonía cotidiana. La lectura reposada del lector yaciente y el libro de largo aliento en manos del ilustrado ilustre ya eran parte del pasado; Poe, nuestro contemporáneo, lo había logrado.
Julio Cortázar, para su famosa traducción, había organizado los cuentos por categorías o subgéneros, y los había ordenado de acuerdo a su criterio, desde los más logrados hasta los menos logrados. Esa clasificación nos hizo acceder a la narrativa breve de Poe condicionados por las calificaciones y preferencias del autor de Rayuela.
La clásica edición realizada por el profesor Thomas Ollive Mabbot optó por ordenar 47 cuentos cronológicamente (por una supuesta fecha de creación, no de publicación), dejando fuera varios relatos importantes.
Con el título de Narraciones o Historias extraordinarias circuló en castellano, en la primera década del siglo XX, una selección de 32 cuentos (a veces 27 más el poema «El cuervo») sin traductor consignado, que había sido tomada desde el francés, de la edición hecha por Charles Baudelaire.
En los dos primeros volúmenes de esta edición de Del Nuevo Extremo se ubican caprichosamente los 67 cuentos, dejando al libre albedrío del lector el orden de lectura. La única recomendación es leer como una unidad los tres casos de Dupin («Los asesinatos de la calle Morgue», «El misterio de Marie Rogêt» y «La carta robada») y dejarse sorprender por Poe, abriendo los libros en cualquier página, con el mismo asombro con el que los lectores de su tiempo descubrían sus historias en las revistas. Para ello, hemos agregado en el Tomo 2, un índice alfabético, donde figuran el volumen y el número de página correspondientes.
Esta edición de tres tomos contiene, además de los Cuentos Completos de Edgar Allan Poe (67 relatos), un tomo con una selección de sus poemas y con su única novela: La narración de Arthur Gordon Pym de Nantucket.