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“David Sheldon, estás distrayendo a tus compañeros otra vez”, dijo la señora Gorski con una voz muy seria. “¡Tienes que dejar de hacer ese ruido con tu lápiz!”

Intenté explicar que solo quería ver cuántas veces podía hacer rodar mi lápiz hasta el borde de mi pupitre sin que se me cayese, pero la señora Gorski me interrumpió.

“No quiero explicaciones, David, quiero que prestes atención en clase”.

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Una vez más, toda la clase me está mirando. Tengo la sensación de que no le caigo muy bien a la señora Gorski. Lo noto por la forma en que cambia su voz cuando me habla. Es su voz de “hablar con David”.

Sé que le resulto un incordio,
la cuestión es que no sé cómo parar.

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El problema es que, cuando no estoy prestando atención, no estoy pensando en prestar atención. Si pensase en prestar atención cuando no estoy prestando atención, entonces prestaría atención sin dudarlo. Quiero prestar atención, pero es muy difícil cuando se me ocurre una idea emocionante. Nada parece importante cuando hay ideas en las que pensar.

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Todos los días hago algo que enfada a la señora Gorski. Nunca lo hago a propósito, pero sucede de todos modos. Como cuando tuvimos el primer simulacro de incendio. Cuánto la enfadé ese día…

La señora Gorski nos mandó ponernos en fila india, sobre una línea, en el aparcamiento. Intenté prestar atención y seguir las instrucciones, pero tuve una gran idea…

Quería ver cuánto tiempo
aguantaría a la pata coja…
con los ojos cerrados…
y las manos el los hombros…
mientras saltando en lugar…
en fila india,
sobre la línea,
en el aparcamiento.

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Estaba siguiendo las indicaciones de la señora Gorski, salvo porque estaba a la pata coja… hasta que me caí.

Puede que se enfadase porque nuestra clase era la única que no estaba de pie durante el simulacro de incendio.

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Pero no fue nada comparado con lo de ayer en el comedor. Todo empezó con una tarrina de pudin… y una idea.

No pretendía armar jaleo. Solo quería ver cuánta presión aguantaría la tapa antes de… bueno, os lo podéis imaginar.

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No vi a la señora Gorski de pie detrás de mí y no creía que una tarrina de pudin fuese hacer tanto lío.

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“¿Lo que posees para hacer tales cosas, David?” la señora Gorski me preguntó en su voz enfadada de “hablar con David”.

Intenté de explicar que no creía que el pudin fuera disparar tan lejos pero ella me interrumpió.

“David, voy a enviar una carta a tus padres”.

¡No sé por qué hago lo que hago!

Siempre me doy cuenta de cual es mi error, pero solo después de cometerlo. Antes de ser errores, parecen grandes ideas.

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Me gustaría poder contenerme.

Me gustaría pensar un poco más antes de poner a prueba mis grandes ideas.

Me gustaría no enfadar siempre a todo el mundo.

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Esa noche escuché a mis padres hablando sobre la carta de la señora Gorski.

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“David solo tiene los inquietos meneos. A mí me pasaba de pequeño. Tenía tantas ideas dando botes por mi cabeza que me era imposible quedarme sentado”, le decía mi padre a mi madre.

“La señora Gorski quiere una reunión con nosotros el lunes por la tarde”, contestó mi madre.

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Tengo hasta el lunes para idear un plan, y sé lo que tengo que hacer. ¡Tendré que encontrar una cura para los inquietos meneos!

¡Sé que no soy el único niño que tiene los inquietos meneos!

¡Este podría ser mi mayor descubrimiento hasta la fecha!

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Pasé la mayor parte de la tarde del sábado pensando ideas.

Eso se me da de maravilla.

Pensar ideas es uno de mis fuertes.

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Tengo que tener cuidado para que ninguna de mis curas para los inquietos meneos distraiga a mis compañeros o a la señora Gorski.

En otras palabras, tengo que pensar en las consecuencias. Espero que mis padres y la señora Gorski estén orgullosos de mí para variar.

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El lunes, después de las clases, fui a mi taquilla a coger lo que necesitaba para la reunión: mi cuaderno y mi…

caja de curas.

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Encontré a mis padres y a la señora Gorski en la clase.

Usando mi voz más seria, dije: “Mamá, papá, señora Gorski, el sábado descubrí exactamente cuál es mi problema. Encontré información importantísima que me ha inspirado para hallar una cura para este grave (aunque común) problema.”

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Miré a mi padre antes de decir: “¡El problema que tengo se llama

los inquietos meneos!

Es algo que se puede heredar de los padres, o se puede tenerlo sin más. Yo lo heredé de mi padre. La diferencia es que yo he descubierto la cura. Me llevó todo el sábado inventarla”.

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Mis padres y la señora Gorski tan solo me escuchaban.

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“He dado con unas cuantas cosas que me ayudarán a prestar más atención”, anuncié mientras colocaba unas tarjetas sobre la mesa. “Estas son mis tarjetas de atención (patente en trámite)”.

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Si usted pone una de estas tarjetas en mi pupitre me recordará que tengo que concentrarme y olvidar las ideas y pensamientos que me distraen.”

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“De este modo, señora Gorski, usted no gasta su voz y yo me ahorro la vergüenza. Toda la clase se distrae cuando usted me manda prestar atención.

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“Pero esa no es la única cura para los inquietos meneos. También tengo un cronómetro que no hace ruido. He descubierto que, si sé exactamente cuánto tiempo tengo que prestar atención, ya no me pongo a preguntarme cuánto tiempo tendré que prestar atención.”

No me lo podía creer: ¡la señora Gorski me estaba sonriendo! No me había sonreído en mucho, mucho tiempo.

Tengo la impresión de que le gustan mis remedios.

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Luego, con mi voz para los anuncios importantes, añadí: “para los días de los inquietos meneos aguda, necesito tener algo que hacer. Aunque sea algo pequeño con que juguetear, como esta bola antiestrés.

He comprobado que cuando jugueteo con ella en casa, me ayuda a prestar atención. No estoy seguro de cómo funciona exactamente, pero sé que funciona”.

Esperaba que la señora Gorski todavía estuviese escuchando.

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“Otra forma de que se me pase los inquietos meneos es moverme un poquito. A veces parece que mis piernas vayan a salir corriendo sin mí. Con tan solo borrar la pizarra o repartir papeles o, aún mejor, llevarle papeles a su despacho, puede que mis piernas no estén tan inquietas en el pupitre”.

Quería explicarlo bien para que la señora Gorski lo entendiera.

“Bueno, eso es todo lo que tengo para hoy. Si alguien tiene preguntas, puede hacerlas ahora”, dije al tiempo que recogía mis cosas.

“David, estoy impresionada”, dijo la señora Gorski con una voz que no sonaba a enfado. “Tus ideas me parecen estupendas. Empezaremos a usarlas mañana. Claro está que no podemos permitir que tus curas se conviertan en una distracción para el resto de la clase, pero estoy segura que podemos hacer que esto funcione”.

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“Puede que tus curas también funcionen bien en casa”, dijo mi madre.

“David, siempre tienes ideas muy originales. Me recuerdas a un niño que conocía yo”, añadió mi padre con una sonrisa y un guiño.

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“Sabe, señora Gorski, estaba pensando”, dije yo, sintiéndome muy seguro. “Creo que mi caja de curas podría ayudar también a Jeremy. No se mueve tanto como yo, pero se nota que a veces se cansa de estar sentado, sobre todo en sociales. También he observado que Karina se distrae cuando Timmy hace tonterías. ¡Timmy es tranquilo, pero puede conseguir un gran público cuando se pone a hacer el payaso! Es posible que otros niños de clase también se curen menos con un poco de ayuda.”

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“Creo que tu plan me va a ayudar con todos los inquietos meneos de toda la clase”, contestó la señora Gorski con una sonrisa.

“Aún recuerdo cuando yo tenía los inquietos meneos. En la clase de ciencias, no podía esperar para levantarme a tocar los materiales o mirar por el microscopio. Recuerdo a la señora Smith, mi profesora de ciencias, diciéndome que me sentase y estuviese quieta si quería hacer las actividades.”

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“¿Señora Gorski,
usted también tuvo los inquietos meneos?”

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“David, muchas grandes mentes tienen los inquietos meneos”, contestó con una sonrisa. Me di cuenta de que ya no usaba su voz enfadada de “hablar con David”.

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