Alta costura
1
Venimos de enterrar a mamá. Me voy a bañar, dice Ruti, que la va de higiénica pero es incapaz de lavar la taza de té que usó recién. El cielo está mugriento, tan roña como este departamento en venta desde que tengo memoria. Por más que esté sobre la avenida Corrientes, hay que tener en cuenta que a Marion Singer, Alta Costura, se llega a través de una galería de locales pichincheros, un ascensor al fondo, y ocho pisos. Nos quedamos solas. Me sirvo el té en la taza que usó ella.
2
Por la ventana de la cocina veo la ciudad, bruma y llovizna. Antenas, cables, torres, ventanas cerradas, una paloma sola que busca abrigo en nuestra ventana. Hay un momento en la vida en que somos como esa paloma. Mamá fue esa paloma, pobrecita, todo el tiempo. Y yo, una feiguele. Ruti, en cambio, era diferente. No necesitaba a nadie. Es más, le sobrábamos. Yo le sobraba. Esa sangre fría suya helaba alrededor, podía sentirse en su mirada. No parecía que las dos hubiéramos salido del mismo vientre, y además casi juntas, con una distancia de segundos. Ella primero, yo después. Pero esos segundos, en una alineación de los astros, debieron marcar la diferencia. Yo era vista al río. Ruti, contrafrente. Como nací buena, no voy a recordar las veces que Ruti probó librarse de mí. Querela a Debi, le suplicaba mamá. Yo odiaba que nos llamara parecido. Nacimos después del infarto de papá en el casino de Mar del Plata. Fundió el taller de pantalones. Nos dejó en la ruina. Mamá, embarazada, se tuvo que ocupar de las deudas. Hasta la menorá tuvo que vender. Dejamos la casa en La Paternal y nos mudamos a Once. Mamá empezó a trabajar de modista. «Marion Singer, Haute Couture, Novias», decía el volante. Pero considerando lo que cobraba, tuvo que ponerle «Alta Costura». Y me enseñó su arte. Ruti nunca quiso saber nada. Prefirió salir a la calle. Mamá decía que sus vestidos eran económicos. Nunca decía baratos. Ese era su secreto, que no fue un éxito pero nos sacó del pozo. Acá, en estos dos ambientes, crecimos. Uno era el taller de alta costura, el ensueño del espejo donde las prometidas se probaban el encaje, el tul, el satén.
3
Después que mamá se enfermó, Ruti empezó a trabajar en una jeanería, pero ella decía que era ejecutiva de una empresa textil. Igual que cuando trabajó en un locutorio, decía que era ejecutiva en una compañía de telecomunicaciones. Así es Ruti. Y mamá, si no le creía, quería creerle. Si no fuera por mí, ustedes se morirían de hambre, decía Ruti. Yo me dediqué a mamá. Adónde iba a ir yo, con estas várices. Pero hacía mi parte. La llevaba al médico, le administraba los remedios y, cuando al final quedó paralizada y estúpida por el acevé, le cambiaba los pañales. Nunca protesté. Cuando llegaba ese momento, Ruti se las ingeniaba para irse. Tengo un compromiso, decía masticando una pastilla de menta.
4
Desde chica me odió Ruti. Una vez me volcó el té hirviendo, otra me agarró los dedos con la puerta y otra me puso el pie cuando cruzábamos la avenida. Accidentes, se disculpaba. Y si no me clavaba una tijera era porque todavía no se animaba a tanto. Mientras yo, la mimada, sacaba las mejores notas, a Ruti todo lo que le interesaba era tener novio. Algún día, van a ver, me voy a poner un vestido, pero no uno barato. Sin embargo, tantos candidatos que tuvo y se quedó sin ninguno. Todavía hoy, aunque cumplimos cincuenta y ocho, sigue en la búsqueda. Ruti se pasa horas en el baño. Le lleva un tiempo cepillarse los dientes, pasarse el hilo dental, enjuagarse, hacer gárgaras y buches. Como si pudiera disimular la alitosis. Maquillada, sale de pesca. Vos, me dice, y se sonríe pérfida, si no te depilás los bigotes y bajás unos cuantos kilos, no vas a enganchar. Y en esto, tengo que reconocérselo, tiene razón. Primero fue el reuma, después la úlcera, después la enfermedad de Hashimoto, después las cataratas, después fui perdiendo la vista. No podía ni enhebrar una aguja. Se me deshilvanaban las ideas. Y perdí también el arte. Pero lo que más me dolía siempre era Ruti. En verdad, no me dolía. Me lastimaba. Se le notaba el resentimiento que me tenía. Tendrías que ir al templo, Ruti, le dije. Te va a aliviar. A mí lo que me aliviaría es que vos fueras distinta. Le contesté: La distinta sos vos, Ruti. No le gustó. Y me dijo: Tenés suerte de que yo sea culposa. Es cierto lo que dice Ruti: me vine abajo después de la muerte de mamá. La conciencia del cuerpo viene con los años. A medida que pasan, te recuerda cómo lo olvidaste. Y no te lo perdona. Es verdad, yo puedo recordarle su mal aliento, pero no soy rencorosa.
5
Siempre el día y la noche. La noche, Ruti. Una noche que daba miedo de tan negra. Aunque mamá de chicas nos vistiera igual, no teníamos nada que ver una con la otra. Basta ver esa foto en el zoológico: yo soy una muñequita tímida. Ruti me abraza, pero su sonrisa es de plástico. Mamá no le quitaba el ojo de encima a Ruti. No porque la quisiera más. Para vigilarla. Mejor dicho, para protegerme de sus maldades. Pero gracias al temperamento resentido de la homicida en potencia, conseguí que mamá viviera pendiente de mí. Y esto la mataba de celos. Mamá todo el tiempo nerviosa por los riesgos que yo corría. Jurame que te vas a cuidar cuando yo no esté, me dijo una vez mientras le medía la glucemia. Cuanto más intentaba quitarme del medio mi hermana, más se angustiaba mamá. Mamá, como papá, también sufría del corazón. La presión le subía por cualquier contratiempo. Y mi hermana le daba motivos.
6
Me pregunto todavía qué es peor, si la parálisis o la estupidez, que es una parálisis pero de la mente. Nunca la abandoné. Ni siquiera después del último ataque, el que finalmente se la llevó. Que se lo causó Ruti cuando, como al descuido, me empujó por la escalera de la terraza mientras subíamos a tender las sábanas de mamá. Terminé enyesada y con bastón. Y mamá, con papá, en la Tablada. Su fallecimiento, estoy convencida, se debió al miedo de que me quedara sola con la malvada. Sus palabras finales me las dedicó: Cuidate, Debi, me dijo. Si Ruti le cerró los párpados fue para no ver más la desesperación con que me había mirado.
7
En el cementerio, las dos solas, bajo la lluvia. Sonaste, debió pensar Ruti. Seguro calculaba quedarse con el departamento. Pasadas por agua, volvimos calladas en el colectivo. Apenas entramos, me dijo que necesitaba limpiarse la onda fúnebre. Se metió en el baño, escuché el agua.
8
Espero que se pierda en el vapor y se hunda en la espuma de la bañera. Entro, enchufo el secador de pelo, lo enciendo.
9
Calladita Ruti, bañadita, le pongo un vestido de novia que quedó de clavo antes de que me agarrara la hernia de disco. Una princesa. A Ruti le hubiera gustado verse con ese bouquet de violetas, las favoritas de mamá. En La Tablada le hace compañía a papá y a mamá. El bouquet lo dejo en una latita con agua fresca. Cuando vuelvo agarro un balde, le echo detergente y lavandina. Y con el cepillo de dientes de Ruti me pongo a limpiar.