Globos
Tamara y Coco se hicieron amigas desde la primera clase en la facultad. Más que amigas, carne y uña. Reúnen todas las condiciones para ser socias siempre. Incluyendo el negocio secreto que Tamara le propone compartir mientras toman un café. Hasta ahora se trataba de un curro secreto, dice Tamara. Supersecreto, le recalca. Y le explica a Coco lo que deberá hacer.
Apenas entre al depto del cincuentón del sexto, Coco se sentará en el sillón. A su lado encontrará una caja con los globos. Lo único que tiene que hacer es ir inflándolos, uno por uno. A medida que los infle, los tendrá que tirar al aire. El hombre permanecerá sentado en otro sillón, contemplándola. No trasuntará ninguna emoción. Que no piense en nada malo porque lo que le pedirá nada tiene de malo. Simplemente paga para que ella se siente ahí, infle los globos y, finalizada la tarea, cobre lo pactado y se vaya. Lo que hace no tiene nada de sucio ni de pecaminoso. Puede que el hombre sea un rarito, pero con su rareza no jode a nadie. Por el contrario, es un señor. Todo un caballero. Amable, educado, elegante. Apena que no tenga una mujer. Andá a saber por qué está solo.
Coco vacila. No sabe si agarrar.
Hace como un año que lo hago, le cuenta Tamara. Y nunca tuve rollo. Pero el otro día el encargado me vio salir de su departamento y seguro que lo cuenta. Si se llegan a enterar mis viejos que tengo una transa con el veterano del sexto C, se va a armar bardo.
Por eso necesita que Coco la cubra por un tiempo. El hombre paga bien. No se va arrepentir.
Me tengo que vestir de colegiala, pregunta Coco.
Para nada, así como estás, con la mini y las zapatillas estás muy bien.
Coco toca portero, sube en el ascensor. Tiene las manos frías y húmedas. El corazón le late atropellado. La puerta del depto está entreabierta. Se reprocha haber agarrado viaje en este asunto sin haber pensado en las consecuencias. Tal vez el tipo no se sobrepasó con Tamara porque son vecinos del edificio. Debió sonsacarle más datos a Tamara. La situación la asusta y, a la vez, debe reconocerlo, la excita.
Coco entra. La única luz proviene de la ventana que da a la calle. Ve el sillón con la caja. Hay otro sillón enfrentado, a unos metros. Un living con muebles de los cincuenta, sin personalidad. Huele a desodorante de ambientes. El hombre tarda en aparecer. Un tipo canoso, de lentes, de traje y corbata, los zapatos lustrados.
Buenas tardes, la saluda. Y camina hacia la puerta, la cierra. Después va hacia la ventana, baja la persiana pero no del todo. Coco y el hombre quedan en una semipenumbra.
Buenas tardes, repite Coco. Y empieza a decir que Tamara le explicó que. El hombre la interrumpe: Supongo que si usted está acá es porque está al tanto de todo. Es muy sencillo.
Coco asiente. Se ubica en el sillón. No debió venir con la mini, se dice. Debió venir con un jean. Si se hubiera puesto un jean, se sentiría protegida.
El hombre se acomoda en el sillón enfrentado, se cruza de piernas, la mira. La mira y espera.
Coco saca un globo y empieza a inflarlo. El hombre, imperturbable, la observa. Coco sopla. Se pregunta si tendrá aire para inflar todos los globos. Tal como le dijo Tamara, anuda el globo y lo lanza hacia un costado. Agarra otro.
El hombre permanece quieto en su sillón. Simplemente la observa. A Coco se le seca la boca. Ya no siente las manos frías. Siente calor. Y la boca seca. Los globos flotan con una brisa que viene desde el balcón. Quizá debería pedirle agua al hombre, pero no se atreve. Cuanto más rápido infle, antes terminará el encuentro. Ya le quedan menos.
Coco sopla, infla el último globo. Después se para. Quisiera salir corriendo, pero ese hombre, piensa, puede ser capaz de todo. Cuando quede solo puede cometer cualquier disparate. No le gusta pensar en lo que puede ocurrir y después, cuando se entere, la culpa que sentirá por haber estado allí y no haber hecho algo. Pero el hombre no le da tiempo a que sus pensamientos avancen. Se levanta, saca del bolsillo unos billetes, le paga. Después le abre la puerta.
Hasta dentro de dos jueves, le dice. A la misma hora.
Parada en la puerta, Coco no sabe si darle la mano o un beso. Antes de decidirse, el hombre cierra la puerta.
Coco baja, sale a la calle. Y al llegar a la esquina se da cuenta de que tiene ganas de llorar, de que falta mucho para dentro de dos jueves.