La expulsión
Las presiones por debajo de cuerda de distintas procedencias, ejercidas sobre el marqués de Casa-Uría, lugarteniente de la Orden del Santo Sepulcro, determinaron la expulsión del seno de la Orden del caballero don Conrado Romero de Carvajal y Pérez-Inchausti: El noticiero del domingo se encargó de difundir la noticia como una exclusiva. Era un semanario un tanto sensacionalista y extravagante, pero que decía algunas verdades, y quizá por ello tenía cierto peso en la opinión pública. Los titulares de la información rezaban:
Al sistema le ha salido un forúnculo en salva sea la parte
El forúnculo era Conrado. Pero Conrado Romero de Carvajal no estaba metido en política, se planteaba el periódico, sino que su línea de actuación en lo público venía determinada por convicciones religiosas. Romero de Carvajal era un convertido y actuaba movido por el celo de apostolado propio de los neófitos, mas había que reconocer que lo suyo era un tanto meritorio, pues había gastado casi todo su patrimonio al servicio de la causa religiosa que había adoptado. ¿Y cuál era esta causa? No la de una religión exótica, por esnobismo o excentricismo, sino la doctrina de Jesús de Nazaret. Romero de Carvajal se había propuesto ser un fiel seguidor del Fundador del Cristianismo, algo tan visto a lo largo y a lo ancho de la historia desde los primeros cristianos, pero algo también, que no cesa, pese a todo. ¿Y era esto algo malo? No, por de contado, objetivamente hablando. ¿Era, entonces, incompatible con la democracia? Era incompatible con la política, en general, de cualquier tiempo y de cualquier país, y por ende, incompatible con toda democracia. ¿Y por qué? Pues por una cuestión esencial y que más o menos, todo el mundo conoce: que la política, en general, no se lleva bien con la verdad, y Jesús de Nazaret dice en su Evangelio que Él es el camino, la verdad y la vida. Poncio Pilatos expresó muy bien con su cínica pregunta a Cristo la incompatibilidad entre Evangelio y política: “¿Y qué es la verdad?” Para la política de todas partes la verdad es que con la verdad por delante no se puede hacer política. ¿Pero se trata de una incompatibilidad intrínseca? Averígüelo quien pueda. El hecho indudable es que todo el que ice la bandera de la verdad sin concesiones y sin transacciones, es un enemigo político de cualquier régimen, de donde se sigue que todo el que se proponga ser fiel al Evangelio de Cristo frente a todo y frente a todos, es considerado por los políticos de cualquier signo, un enemigo al que hay que eliminar cuanto más antes, si se lanza a la lucha por la verdad con posibilidades de perjudicar sus intereses. El primer eliminado fue el propio Cristo, al que clavaron en una cruz como un malhechor. Los autores del atentado fueron el poder judío y el poder de Roma, ambos a dos y de consuno. Pero es indiferente quienes manden. Todo hombre o mujer que se haga seguidor incondicional de Cristo y disponga de medios o recursos para irrogar con su actuación o su palabra perjuicios a los intereses políticos, será blanco de las iras de los usufructuarios de tales intereses. Sólo cuando la jerarquía eclesiástica se pliega a sus intereses, toleran los políticos la predicación del Evangelio, ya que suele estar matizada de modo que no entre en conflicto con sus intereses. Pero a la jerarquía eclesiástica no le es lícito bendecir ningún régimen político. A lo más que puede llegar respecto del poder civil es a poner en práctica la máxima del propio Cristo: “Al César lo que es del Cesar, y a Dios lo que es de Dios”. Pero nunca al César lo que es de Dios, que es lo que se hace bendiciendo un régimen político, cualquiera que sea. La clase política, aquí y ahora, tiene a Romero de Carvajal en el ojo del huracán, terminaba la información de El noticiero del domingo. Por de pronto, ha conseguido su expulsión de la Orden del Santo Sepulcro. Y no parará hasta anularle.
Lo cierto era que entre unas cosas y otras, la gente hablaba de La voz de la verdad y de Conrado, de tal modo que resultaba inútil que los medios de manipulación de masas pretendieran ignorarlos.
El presentador de determinado programa de televisión requirió a Conrado para entrevistarle en directo. Era un individuo que solía llevar a su programa a gente que disonaba del entorno social o de las corrientes imperantes, por el motivo o circunstancia que bien fuese.
–Al parecer, señor Romero de Carvajal –empezó diciéndole–, su expulsión de la Orden del Santo Sepulcro ha obedecido a presiones políticas.
–Considero un deber mío de conciencia no hacer declaración alguna en contra de mi expulsión.
–¿Es cierto, señor Romero de Carvajal, que ha fundado usted una nueva Orden de Caballeros?
–No se trata de una Orden, sino, simplemente, de un movimiento, que llamamos de los Caballeros de la Resurrección. El Sepulcro de Cristo está vacío porque el Cuerpo de Cristo se alzó de él triunfando sobre la muerte, luego es en el hecho de la Resurrección de Cristo en el que hay que poner un mayor énfasis, pues es el hecho que da su sentido último al Cristianismo.
–¿Habría tenido usted, señor Romero de Carvajal, esa evolución, digámoslo así, si no hubiera sido expulsado de la Orden del Santo Sepulcro?
–Sin duda, los caballeros de la Orden del Santo Sepulcro dan también con su vida testimonio de la Resurrección de Cristo. Es una cuestión de nombre, no de esencia. Pero hay quienes sostienen que una cosa empieza a existir cuando se le da un nombre, y en cierto sentido tienen razón.
–Federico Nietzsche proclamó hace más de un siglo que Dios había muerto, ¿no cree usted, señor Romero de Carvajal, que hoy está el contenido de esa proclama más vigente que nunca?
–A lo primero le contesto con una pregunta: ¿Quién era Federico Nietzsche para proclamar que Dios había muerto, nada menos?
–A todas las personas les asiste el derecho de expresar libremente su pensamiento, señor Romero de Carvajal.
–Pero lo que no se puede, evidentemente, es hacer tan tremenda afirmación, enteramente a humo de pajas. Nietzsche deseaba que Dios “hubiese muerto”, él sabría por qué, si es que lo sabía, y entonces, sin pensárselo dos veces, se lanzó a expresar su deseo públicamente en forma de afirmación categórica y rotunda, y al mismo tiempo gratuita, y se quedó más ancho que largo, como se dice. Eso no es seriedad, y mucho menos, rigor de intelectual.
–Mi pregunta era: ¿no cree usted que el contenido de esa proclama de Nietzsche esté hoy más vigente que nunca?
–Nietzsche era un perturbado, como se sabe, sin embargo, hizo mucho daño con sus obras, porque aunque están plagadas de errores y aberraciones, tienen fuerza poética, más que filosófica, y ejercieron su influencia nociva en muchas gentes. Pero nadie que no sea un necio o un loco puede tomar en consideración esa afirmación de que Dios ha muerto. Esto vale para hoy y para siempre, por de contado. Hoy hay en el mundo una gran crisis de fe, esto es innegable, y de ahí la inestabilidad que se percibe en todo, la inseguridad de las gentes, la especie de interinidad en que se vive, el materialismo avasallante que invade al mundo, el ansia de dinero y de placer a todo trance, la insolidaridad generalizada, pese a tanta proclama política y social, el cariz sombrío y amenazante con que se tiñe el horizonte del mundo. Voy a citar a usted un ejemplo inquietante, entre tantos como se tienen a mano. Cunde la alarma social porque se están registrando entre los niños, aquí y acullá, asesinatos, suicidios, atracos, abusos sexuales y otros desafueros. Pero del espectáculo de violencia, crueldad, vacío de valores, desenfreno erótico, pornografía, permisivismo, inmoralismo generalizado que a los ojos de los niños ofrece el mundo de hoy, qué puede esperarse en los niños sino traumas, desconcierto y barrabasadas. Esto es “la civilización del vacío”, como la ha llamado alguien, que no puede llevar más que al desastre total.
–¿Y cómo se explica usted, señor Romero de Carvajal, que al cabo de veinte siglos de haber traído Cristo al mundo su Evangelio, estemos como estamos?
–¿Y vamos a culpar a la Doctrina de Cristo, y no al hombre, que con sus maldades, su egoísmo, sus pasiones, se aparta de la Verdad del Evangelio y elige el camino de la perdición? En el Libro de Jeremías podemos leer: Esto dice el Señor: “Ved que pongo delante de vosotros el camino de la vida y el camino de la muerte”. Y en el Eclesiástico: Delante del hombre están la vida y la muerte: lo que eligiere, eso se le dará. Por otra parte, el Evangelio de Cristo ha fructificado maravillosamente en el mundo. Se quiera o no, su influencia llega a todos los ámbitos. El mayor y principal prodigio es su expansión por el mundo. En el mismo Japón se cuentan hoy día veinticuatro obispos de la Iglesia Católica. Al hombre de menos alcances se le alcanza que del hijo, sin estudios, de un pobre carpintero de Nazaret no hubiera nunca podido emanar la sabiduría y el poder salvífico contenidos en los Evangelios, y que por la predicación de unos pescadores ignorantes, conquistara, como conquistó, su Doctrina primero el Imperio Romano y luego todo el llamado mundo occidental y gran parte del resto del mundo. ¿Le parece a usted poco prodigio? En el mundo se ha ensayado todo: sistemas filosóficos, doctrinas políticas, regímenes políticos, y todo ha fracasado. “La Humanidad va hacia el suicidio”, ha dicho recientemente el escritor uruguayo Mario Benedetti. Y otras muchas voces, de aquí y de allá, están anunciando la catástrofe. El único remedio para los males de todo orden que padece el mundo y para los que amenazan en el horizonte, la única salvación posible, están en el Evangelio de Cristo.
–De cualquier modo, señor Romero de Carvajal, eso no deja de ser un enfoque parcial de la vida.
–Al contrario: es un enfoque total, no puede ser más total, pues nos va todo en ello. Dios abarca la totalidad de las cosas llenándolas de sentido. Si enfoco las cosas, la vida, el mundo prescindiendo de Dios, puedo ahorrarme el trabajo, pues ni eso ni nada valdrá la pena. El mundo será un absurdo y mi vida será un absurdo.