LA MALA ESTRELLA.

Desde el primer día que ocupó su nuevo empleo, Lanza, ántes de atender á las obligaciones que se le habían señalado, empezó á observar atentamente el manejo de la casa, que era lo interesante para él, puesto que de allí pensaba sacar su porvenir.

Por la mañana tenía que levantarse temprano á abrir la casa y limpiarlo todo, puesto que allí no había más mozo que él, ni le convenía que lo hubiera.

En cambio tenía el derecho de acostarse más temprano, dejando todo el quehacer á cargo de su patrona, de la que pensaba, con paciencia y maña llegar á ser socio.

Esto constituía la primera parte de su plan.

Por eso es que desde el primer momento se presentaba perfectamente paquete y perfumado.

Era preciso que el mozo no destruyese la impresión que debía haber hecho el marchante.

Y los dos primeros dias no se ocupó sinó de conversar y ayudar en sus quehaceres á las mujeres que hasta entónces estaban á cargo de la casa, en los que él debía reemplazarlas.

Así es que hasta el fin de la semana, lo pasó sumamente divertido.

El Lúnes, que fué el primer dia que se hizo cargo de su obligación, observó una fuente de recursos que hasta entónces no había sospechado.

El abría temprano el Casino, miéntrasla mujeres, que habían estado levantadas hasta tarde, dormían profundamente.

Siendo la dueña de la casa la última en irse á acostar, era tambien la última en levantarse.

De modo que, desde las siete de la mañana hasta las doce del dia, era Lanza el dueño de casa, pudiendo hacer lo que le diera la gana, sin que nadie se impusiese de ello.

Como los precios en estas casas eran generalmente subidos, poco se hacía durante el dia en el despacho de bebidas.

El negocio se desenvolvía á la noche, con la concurrencia de los calaveras que poco miran el precio que les hacen pagar con tal de pasar un buen rato.

Calle sumamente pasagera y frecuentada por gentes de trabajo en las primeras horas de la mañana, bajando los precios tenía que hacerse negocio.

Y esto fué lo que Lanza hizo desde el primer día, cobrando un precio arreglado al pelaje del consumidor.

De las copas que despachase por la mañana nadie podría tomarle cuenta, porqué él solo estaba á cargo del negocio.

De modo que podía guardarse impunemente la mitad de su importe.

Descubierto el plan, el jóven empezó á explotarlo desde el primer dia.

Así es que los primeros clientes que cayéron aquella mañana, gente de trabajo que pasaba para el rio, no pagáron sinó el precio moderado que se paga en todas partes.

Estos fuéron muy pocos, serían muy pocos tal vez en la primera semana, pero ellos pasarían la palabra de los precios moderados, y en un mes la clientela de la mañana, que en ningún caso podía ser la de la noche, aumentaría considerablemente.

El primero y segundo dia que Lanza estuvo al mostrador por la mañana, solo vendió cinco ó seis copas de diferentes bebidas, que al precio que él las había puesto, solo produjéron unos seis ó siete pesos, que entregó religiosamente á la dueña de aquel boliche espantable y sui géneris.

Desde el tercer dia la clientela de por la mañana empezó á aumentar sensiblemente.

A las doce, las mujeres se levantáron, porqué era la hora en que les llevaban el almuerzo de un fondin del barrio.

Y se sentaban á almorzar, guardando su parte á la patrona que jamás se permitía levantarse ántes de las dos de la tarde.

Era esta una italiana buena mozona, pero bastante vieja ya, más desconfiada que un tuerto y tan brava como un agí cumbarí.

Las cuatro muchachas que tenía allí para el despacho, le temblaban, y vivían pendientes de su menor indicación, sin atreverse jamas á contradecirla ni por broma.

Este modo de ser, naturalmente tenía que provocar una alianza defensiva y ofensiva de las muchachas con Lanza, aunque á éste lo trataba con otro género de consideraciones y con bastante amabilidad.

Es, que la vieja se sentía amorosamente inclinada al jóven y quería hacerse amar por él.

Lanza comprendía todo el juego y aspiraciones de la vieja y haciéndose el zonzo trataba de aumentar aquella pasión cuanto le era posible.

—Gracias á Dios, exclamaba doña Emilia, que así se llamaba la patrona, gracias á Dios que tendré un persona que mire por mis interéses, agregaba mirando á Lanza lánguidamente.

Y podré salir sin cuidado de ningun género, porqué quedando tú en la casa, será lo mismo que si yo hubiese quedado.

Como era natural, Lanza se inclinaba á una tal Anita, sin más jóven de las muchachas, que lo miraba á su vez con ojos tiernos y querendones.

Anita se levantaba más temprano que sus compañeras, y así se daba tiempo de conversar con Lanza todas las mañanas, sin que nadie pudiera apercibirse de ello.

Había que ocultarse de doña Emilia y de las compañeras, porque si la patrona llegaba á oler esta aventura, los plantaría en la calle sin más trámite.

Y esto, si nada importaba á Anita, para Lanza sería sumamente perjudicial, porqué lo pondría en su situación más violenta.

Así los dos jóvenes conviniéron en amarse sin que doña Emilia lo pudiera sospechar siquiera, miéntras Lanza se ponía al corriente del negocio, lo suficiente para abrir una casa igual, que podía quedar á cargo de Anita.

En poder de doña Emilia, aquel negocio no podía ser más productivo.

Las mercaderías de que estaba surtido el Casino, y que eran solo bebidas, las compraba ella á plazos, dando pagarés que iban garantidos por una buena firma; la firma de unos parroquianos muy asíduos de la casa en altas horas de la noche.

A su vencimiento, los pagarés no eran cubiertos por doña Emilia, que nunca estaba en fondos, pero los pagaba el que habia dado la firma, sin decir una palabra.

De modo que doña Emilia ni llevaba libros, ni se preocupaba en saber cuanto ganaba en las bebidas.

Su única ocupación era recoger de noche el dinero que se había hecho, y darle el empleo que se le antojaba.

Lanza podía así distraer el importe de todas las copitas que quisiera, sin que nadie lo sospechara.

De noche engañaba á la vieja haciendo un gasto formidable de amorosa elocuencia y por la mañana recreaba su espíritu en el fresco amor de Anita, que le quería con locura.

Con la rebaja de los precios, la clientela de por la mañana y aun la del dia, había aumentado muchísimo, con gran alegría de doña Emilia que se echaba al bolsillo unos cincuenta pesos diarios, sin perjuicio de los otros cincuenta que Lanza guardaba para sí.

Lanza no podía pasar una vida más regalada y más productiva.

Los amores de doña Emilia le proporcionaban todo género de atenciones, cuidados y regalos.

Un dia una docena de pañuelos, otro una corbata y otro una órden para mandarse hacer un traje en tal ó cual sastrería.

La vieja quería que su amante anduviera bien paquete y hasta solía regalarle una que otra alhaja.

—Ya ves que el amor de la vieja nos conviene, decía él á Anita, y que vale la pena de soportarle sus impertinencias amorosas.

Porqué Anita solía darle famosas quejas sobre preferencia, y era necesario tenerla contenta.

Una gresca entre ambas, hubiera podido producir un cataclismo de primera fuerza que no le tenía cuenta afrontar.

Así es que enjugándole las lágrimas, le decía:

—Es preciso que tengas paciencia, en bien de nuestra felicidad futura.

Con hacerle creer á la vieja que la quiero, en nada te perjudico, desde que te pertenezco en cuerpo y alma.

Ten paciencia, y verás qué bien nos vá.

Y con tal cautéla procedían los dos jóvenes, que ni las otras muchachas llegáron á sospecharse lo que se pasaba.

Nunca la casa había marchado en mayon órden y producido más dinero, llegando doña Emilia á confesarle que estaba tan contenta, que si no habría sido por el que garantía los pagarés, que, al fin y al cabo era quien los pagaba, lo habría hecho su sócio.

Lanza pasaba una vida sumamente tranquila, lo que concluía de persuadir á doña Emilia que estaba enamorado de ella.

No salía á la calle sinó por comisiones de la casa, y empleaba para ellas el menor tiempo posible.

Se pasó el primes mes, y Lanza recibió como sueldo cuanto dinero quiso.

—No te apures por sueldo, le dijo doña Emilia un dia, alucinando su espíritu con una promesa formidable.

—En cuanto juntemos lo necesario para podernos manejar solos, vá al diablo el de los pagarés y planteamos un negocio como á tí te dé la gana.

Cuanto yo tengo es tuyo, y puedes disponer de ello como quieras, ¿á qué te has de afligir por sueldos entónces?

Aquella revelación fué para Lanza el colmo de la buena estrella.

Con la garantía de aquel imbécil haría comprar á doña Emilia partidas grandes que hasta podría revender al contado y se iría haciendo de un capital fuerte.

Todos estos eran gajes que su amor le proporcionaba, sin contar con sus sueldos que serían la mitad ó el total de los haberes de doña Emilia.

Lo importante era seguirla engañando, porqué así poco á poco, podía rehacer su perdido equipaje, sin desprenderse de un solo centavo.

Anita sabía todo esto, conocía todos los planes de Lanza, y aunque ello algunas cosquillas le hacía, lo soportaba por la cuenta que le tenía.

Doña Emilia, confiaba en el amor de Lanza; por su propia conveniencia ni siquiera se preocupaba de que pudiera engañarla.

Como lo veía tan tranquilo en casa, sin salir á parte alguna, lo que ménos se figuraba era que pudiera engañarla en la misma casa, porqué ninguna de las muchachas se había de arriesgar á ser echada á la calle, por hacerle traición con su amante.

Lanza empezó á trabajar en el ánimo de doña Emilia, su proyecto de grandes compras de bebidas, no solo para tener un buen depósito en la casa sinó para revenderlas á su vez al contado á los hoteles y demás casas que pudieran necesitarlas.

Como él se encargaría de la venta y la cobranza, seríale sumamente fácil retener el dinero y hacerse fuerte con él, en el caso que la situación apurara.

Cuando doña Emilia salía á sus paseos, Lanza quedaba encargado de la casa y comprometidas las muchachas á obedecerle como á ella misma en todas sus disposiciones.

Para el caso en que si algo sabían de sus amores con Anita no le fueran á avisar á doña Emilia, por conveniencia propia, cuando esta faltaba, Lanza las trataba á cuerpo de princesas.

Abría para invitarlas, las mejores botellas de vino y compraba para ellas mil golosinas.

Así las muchachas eran las primeras defensoras de Lanza y en un caso de apuró ya hubieran ellas encontrado razones para justificarlo.

A los dos meses de estar en la casa, Lanza estaba apoderado por completo de la confianza de doña Emilia, que no tenía más voluntad que la suya.

Fuera de los regalos que de ella recibía, había hecho un aparte como de diez mil pesos y solo esperaba el momento oportuno para dar el gran golpe, el golpe á que aspiraba, para abrir una casa en sociedad con Anita.

Pero el amor de esta jóven, amor resignado é intimo, debía ser el enemigo que había de dar en tierra con todos sus planes en el momento más crítico.

Veamos como sucedió aquel descalabro.

Su amor por Lanza había aumentado de tal manera, que aquella situación se le hacía insostenible.

Si no hubiera sido porqué pensaba que pronto terminaría aquello, y por no echar á perder los planes que con tanto trabajo había formado Lanza, la jóven Anita habría estallado cincuenta veces ya.

Las miradas apasionadas que lanzaba doña Emilia sobre su Carlos, la irritaban de una manera profunda.

Y aunque supiera que estaban hablando de negocios, cada vez que los veía juntos no podía dominar sus celos.

Sus compañeras, á consecuencia de sus lamentos y sus frecuentes llantos, llegáron á imponerse de sus amores, pero le guardáron secreto no solo por una contemplación hácia ella, sino porqué no les convenía que Lanza saliera del Casino.

Sola doña Emilia en el Casino, volvería á su vigilancia insoportable y no tendrían ya el menor momento de expansión

Todas ellas tenían su amor y su simpatía, que Lanza les permitía recibir y aun invitar gratuitamente con la copa, á horas en que doña Emilia no podía imponerse de ello, ya por estar durmiendo, ya por andar de paseo.

Así en el interés de todas estaba sostener á Lanza y ocultar cualquier cosa que pudiera hacerle quebrar platos con la patrona.

Así todos estaban confabulados para dar contra los intereses de doña Emilia, que nunca los creyó mejor garantidos.

Es que doña Emilia hábilmente engañada por el jóven, había concluído por perder los estribos completamente, dejándose dominar en absoluto por el jóven.

Ya no pensaba más que en él, al extremo de que no salía á la calle sin traerle un regalo, por insignificante que fuera, porqué lo que ella quería era demostrarle que nunca había dejado de pensar en él.

Apurada Anita y llena de celos, quería precipitar siempre el desenlace de todo aquello, pero él la contenía siempre demostrándole que aun no era tiempo.

—Es que tú la quieres á doña Emilia, le decía llorando, y no te resuelves á separarte de ella.

—No seas niña, respondía Lanza, yo no puedo querer á una vieja que puede ser mi madre, ménos cuando mi cariño está lleno por una jóven hermosa como tú.

Lo que hay es que no me conviene precipitar los sucesos, ni te conviene á tí misma

Precipitándose á esta altura de mi trabajo, se echaría todo á perder y nos llevaría el diablo.

Pero Anita lloraba y seguía sosteniendo que el jóven quería á doña Emilia.

¿Quién convence á una mujer celosa?

Era inútil toda argumentación en ese sentido, y Lanza tenía que concluir por enojarse con Anita, cuyas últimas palabras eran siempre estas.

—Tú quiéres á doña Emilia y no te atreves á separarte de ella.

Si no la quisieras ya te habrías apurado á concluir todo y á irte conmigo sin que ella se apercibiese del engaño.

Tanto para complacer á Anita como para estar preparado á todo evento, Lanza había alquilado una pieza en la calle del Parque, una de aquellas piezas que se alquilan bajo el honesto viso de «para hombres solos».

Un rompimiento de golpe podía traerle sérios trastornos para sacar de allí sus efectos, y era preciso ponerse al abrigo de toda dificultad.

Así, poco á poco iba sacando sus cosas y llevándolas al cuarto, cuando doña Emilia salía á sus paseos y lo dejaba encargado de la casa.

Anita también iba mandando allí su mejor ropa, para estar prevenída á una echada brusca, y esto la tenía más confiada y contenta

Si Lanza no la quisiese, si no tuviese el proyecto de huir con ella, no hubiera alquilado aquella pieza, haciendo llevar allí sus mejores efectos.

Bien empilchados, porque doña Emilia no escaseaba en sus regalos, no tenían más que pensar en el negocio que se proponían establecer juntos.

Esto consoló y contuvo mucho á Anita, mirando con cierta tranquilidad las relaciones de su amante con la patrona.

Cuando ya todo estaba por concluirse, cuando Lanza todo lo tenía preparado para un buen golpe de engaño á doña Emilia, los celos de Anita viniéron á echarlo todo á perder.

Como Lanza daba su última mano de seducción á la vieja, aquellos días se había vuelto más atento y complaciente que nunca.

No andaba sinó adivinándole el pensamiento á la vieja y atendiéndola cariñosamente en todo, demostrándole á cada paso y de una manera exagerada todo el amor que por ella tenía.

Aunque Anita estaba préviamente prevenida por Lanza, que redoblaba por ella todos sus cariños cuando doña Emilia no podía verlos, sintió estallar nuevamente sus celos y volvió á sus llantos y sus temores, sin querer oir las razones y súplicas de Lanza.

Este, desesperado y temiendo que Anita le echara á perder todos sus afanes y trabajos de dos meses, llegó á amenazarla de la siguiente manera:

—Mira, si por una estupidez tuya la vieja se apercibe de lo que pasa, yo te juro que no me vuelves á ver más la cara.

Esta amenaza léjos de calmar los celos de Anita, los aumentó más todavía.

Temerosa de que Lanza fuera á cumplir su amenaza, se calló la boca y disimuló, conteniendo mal la ira que sentía estallar en su espíritu, jurando que se había de vengar de lo que ella llamaba la traición de Lanza.

Aquellos celos reconcentrados estalláron por fin de una manera poderosa, dando sus frutos de ruínas para el jóven, y provocando en el interior del casino una escena formidable.

Un Domingo doña Emilia había sido invitada á pasear á Belgrano, donde se festejaba el cumpleaños de una amiga que había convidado con igual objeto á todas la suyas.

Doña Emilia se fué temprano, después de haberse despedido cariñosamente de Lanza hasta la tarde, encargándole el cuidado de la casa.

La pobre vieja estaba cada vez más enamorada de Lanza y no podía ver sin extremo placer las atenciones de que este la colmaba.

Nunca se sospechó que un jóven tan buen mozo se enamorase de ella á aquel extremo.

Sin vacilación alguna habría hecho cuanto este le hubiera mandado.

Lanza, sabía que doña Emilia no volvería hasta la tarde y que tenía libre todo el día para entretenerse de la mejor manera que le pareciera.

Como lo que más ambicionaba era tener contenta á Anita, encontró que si la patrona se divertía, era muy justo que las muchachas se divirtieran también.

Se fué á la fonda de donde les servían la comida y encargó un almuerzo de primera fuerza, al que fueron invitados los novios de las otras muchachas.

Así, á las once de la mañana y una vez cerrada la puerta del casino para no ser molestados con las majaderías del despache, se sentáron á la mesa suculentamente servida.

Todos estaban contentos, y el almuerzo empezó en medio de una alegría creciente.

Lanza abría las botellas del mejor vino de la casa y se bebía en una abundancia creciente.

Por el momento Anita había olvidado todos sus celos y mortificaciones, entregándose al íntimo placer de almorzar con Lanza tan libremente.

Las botellas se abrían y se destripaban con un entusiasmo creciente, al extremo de que era la una de la tarde y la farra estaba cada vez más animada y más suntuosa.

En el momento de tomar el champagne, el entusiasmo había llegado á su colmo.

Y Lanza empezó á notar con cierto desasosiego, que las cabezas no se hallaban muy serenas y que la misma suya empezaba á vacilar de una manera que nunca había sentido.

Por esta razón suspendió el vino, á pesar de la general protexta, sirviéndose el café acompañado del correspondiente chartreuse

Este licor traicionero era el que debía producir los estragos que no había podido hacer el vino bebido con aquella abundancia.

Lanza se apercibió con profundo disgusto que dos de las muchachas estaban perdidamente borrachas, y como pedían con ademán imperioso se les sirviese más licor, tuvo que dar por terminada la farra, con gran pesar de los invitados que habían pensado pasar todo el día de aquella manera agradable y cuyas cabezas no se hallaban tampoco muy serenas.

Pero era preciso considerar que ya era tarde, que doña Emilia podía llegar de un momento á otro, y que era imprescindible que á su vuelta no hallase nada que la hiciera sospechar lo que allí había pasado.

Lanza llamó al mozo de la fonda que llevó toda la loza y demás vestigios de la fiesta, quedando todo en el mayor órden, para lo cual Lanza tuvo que despedir á los diabólicos invitados de una manera terminante y haciéndoles presente que si doña Emilia los hallaba allí á su vuelta, se perderían todos y la alegre fiesta entónces no podría repetirse.

Los invitados, cediendo á aquel cuerdo razonamiento, se retiráron.

Pero Lanza vió con espanto algo con lo que no había contado y que era un peligro imposible de evitar, porqué no tenía remedio.

Las cuatro muchachas estaban borrachas de una manera formidable, y no era esto lo peor, sinó que á Anita le había dado la tranca por dejar estallar sus celos y hablar iniquidades de doña Emilia, iniquidades graciosísimas que las otras festejaban con alegres carcajadas.

¿Cómo evitar semejante peligro? ¿cómo convencer á las borrachas y hacerles ver la conveniencia de permanecer tranquilas?

Si Anita seguía así, en cuanto entrara doña Emilia se produciría el escándalo, y se descubriría el pastel.

Para conjurar este peligro, Lanza pensó que no tenía otro remedio que concluir de emborrachar á Anita para que se durmiera y no hablase, pero se encontró con una dificultad maldecida

El licor había repugnado á Anita y ésta se negaba á beber más.

Para concluir de empantanar la cosa, se presentó en el casinito uno de aquellos tercétos de arpa, violín y flauta que se ván ya perdiendo entre nosotros, y las muchachas lo hiciéron entrar al patio, para completar la fiesta del día con un poco de baile.

Lanza se agarró de los cabellos y se los sacudió con fuerza; su situación no podía ser más desesperante.

Sin embargo, pensando que el baile concluiría de emborra charlas haciéndolas dormir, Lanza consintió en que tocaran la música, puesto que de todos modos no tenía otro remedio, y empezó á incitarlas para que bailaran.

Las cuatro muchachas, al compás de un alegre valse, empezáron á dar en el patio formidables volteretas.

Pero la bebida consumida, si bien les había hecho perder la chabeta, no lograba tumbarlas del todo como Lanza pretendía.

Pero algo había ganado con aquello.

Anita parecía haber olvidado sus ideas celosas y revolucionarias, no pensando más en doña Emilia y sus venganzas.

Ya esto era bastante para la tranquilidad del desesperado Lanza

Al oscurecer, doña Emilia no había vuelto todavía, y las trancas algo se habían disipado.

Anita era la más borracha, porqué era la que más había bebido, pero estaba tranquila y se mostraba más obediente á lascaricias de Lanza.

El momento temido y tremendo llegó por fin.

A las ocho de la noche se presentó en el casino doña Emilia, que no venía más serena que sus muchachas.

Era tal el dominio que ejercía sobre ellas, que al verla todas, se sosegáron, tratando de disimular aquella tormenta de alcohol que tenían en la cabeza.

—Nosotros también hemos estado de fiesta, le dijo Lanza, para atajar con tiempo cualquier cargo.

Estuviéron unos jóvenes que pagáron algunas botellas de champagne y no lo hemos pasado mal, sin contar el buen negocio.

Como doña Emilia no venía en estado capaz de apreciar el estado de aquellas cabezas, todo prometía marchar bien.

Pero el diablo del amor metió la cola y lo echó todo á perder

Olvidando toda prudencia, por la pasión que Lanza le inspiraba y turbada por el vino, doña Emilia se acercó al jóven y le dió un fuerte abrazo, en medio de las más cariñosas expresiones.

Lanza devolvió el abrazo á doña Emilia, haciéndole notar su imprudencia en voz baja.

Anita, á quién la vista de doña Emilia había excitado de una manera poderosa, pensó que aquellas palabras que el jóven le decía al oído eran palabras de amor, saltó sobre ellos como una leona.

No podía desencadenarse la tormenta de una manera más impetuosa.

Anita, trémula por la ira que la dominaba, con los ojos dilatados por el despecho y los celos, se prendió de doña Emilia y la arrancó del lado de Lanza con una fuerza que no se habría sospechado en ella.

Lanza quedó un momento embargado por el asombro, y sin darse exacta cuenta de lo que le pasaba.

Aquella era su ruina ineludible, porqué era inevitable la escena terrible que iba á seguirse.

Doña Emilia, qué no se esperaba agresión semejante y cuyas piernas no estaban más firmes que su cabeza, tomada de improviso, dió dos vueltas en el aire y fué á caer sentada en el suelo.

Las otras muchachas al ver aquello soltáron una estruendosa carcajada y una de ellas se puso á aplaudir frenéticamente, miéntras doña Emilia, enredada en su sombrilla, abanico y demás accesorios de paseos, trataba de ponerse en pié sin poderlo lograr

Lanza, aturdido aún, no sabía á quién acudir primero, si á doña Emilia para ayudarla á levantarse, ó á Anita que lo miraba alternativamente de una manera amenazadora.

Trató de disimular cuanto pudo, y poniéndose del lado de su conveniencia, se precipitó á ayudar á doña Emilia á levantarse, miéntras murmuraba á su oido:

—Esa infeliz está borracha perdida, no sabe lo que hace.

Doña Emilia logró al fin ponerse de pié, pero en un estado lamentable y ridículo.

La gorra se le había venido sobre las narices y su trenza postiza á medio desprender, caía sobre un hombro en una expresión risueña.

—¡Ah! ¡borrachona infame! gritó la patrona viniéndose sobre Anita; yo te voy á enseñar á armar barullo, ¡grandísima puerca!

Y la tomó de un brazo, tratando de llevarla adentro.

—¡La puerca y la borracha y la cochina es usted! gritó Anita lívida de corage y forcejeando para arrancarse de las manos de doña Emilia.

¿Qué se figura la sinvergüenza que á mí me vá á quitar mi amante?

Le he de romper el alma á botellazos y le he de arrancar los ojos.

Mi amante no es para que nadie lo manosee en mis narices, como si yo fuera un cajón de basura.

¿Y por quién? ¡por una vieja borrachona y ridícula que no tiene más atractivo que la plata!

¡Já, já, já, já!

Y soltó una carcajada nerviosa.

El bochinche estaba armado.

Las otras muchachas lo contemplaban muertas de risa y daban la razón á Anita, añadiendo otros insultos á los que esta lanzaba á doña Emilia.

Algunas personas que pasaban se habían detenido sonrientes al contemplar la grotesca escena.

Lanza, comprendiendo que el casino se iba á llenar de gente que aumentaría las proporciones del escándalo, se fué á la puerta y la cerró rápidamente, volviendo al interior para tratar de apaciguar á Anita que era la más exaltada y que no cesaba en sus insultos.

—Es mi amante, perra vieja, le decía, y yo tengo sobre él los derechos que dán el cariño, la juventud y la hermosura.

No quiero que ninguna vieja asquerosa se limpie en él la trompa, y en mis narices, como si yo fuera una perdida capaz de soportar esto.

—¡A la cama, bribona, á la cama! gritaba doña Emilia fuer de sí; ¡á la cama, maldita! y tironeaba á Anita pretendiendo arrastrarla á su cuarto.

Y las dos forcejeaban y tambaleaban sin salir de la sala.

—¡Ayúdame Carlos, ayúdame! gritó doña Emilia, sintiendo que la jóven la vencía.

—¡Toma, Carlos! ¡toma, ayúdame! gritó á su vez Anita, y empezó á sacudir á doña Emilia un diluvio de puñetazos y arañazos, que ésta por su parte empezó á devolver réciamente.

El escándalo se había convertido en una verdadera batalla.

Aturdido y desesperado Lanza, acudió á separarlas, agarrando fuertemente á Anita para que no siguiera sacudiendo á doña Emilia.

Y esta que se vió tan eficazmente ayudada, se prendió de los cabellos de la jóven, como indio que loncotea.

—¡Estate quieta! le decía Lanza miéntras la contenía, ¡estate quieta, por Dios, que vá á venir la Policía!

—¡Déjame, que me mata! gritaba Anita, ¡déjame, que me despedaza!

Y eran realmente formidables los puñetazos que doña Emilia sacudía á la jóven.

La sangre había empezado á correr con abundancia de la chocolata de las combatientes, cuyas caras parecían un tejido de arañazos.

Y Lanza rodaba por el suelo hecho trenza con ellas y sin poderlas separar.

Las otras muchachas que hasta entónces solo habían sido espéctadoras risueñas, viniéron á tomar parte en la lucha, prendiéndose de Lanza para que éste soltara á Anita y que ésta pudiera sacudirle libremente á doña Emilia.

La lucha entónces tomó proporciones formidables y el escándalo creció de una manera tremenda.

Doña Emilia y Anita, aunque seguían aplicándose sendos puñetazos, ya no se hacían mal, porqué estaban rendidas de fatiga y los brazos ya no tenían fuerza.

Lanza no había salido ménos mal parado, porqué doña Emilia que lo acusaba de ser el culpable de todo aquello, siempre que podía, lo soltaba un arañazo de primera fuerza, diciéndole:

—¡Tóma canalla! ¡tóma, traicionero infame! ya que te has puesto en amores con otra, para que así me falten al respeto.

Sabe Dios en qué habría parado todo aquello sin la intervención de una fuerza extraña que por medio del miedo calmáse los ánimos.

De pronto se sintiéron en la puerta fuertes golpes, y una voz imperiosa y breve que decía:

—Abran la puerta al comisario de la sección.

Aquello fué como un sálvese quien pueda.

Cada una de las muchachas disparó para su cuarto, tan rápidamente como se lo permitió la tranca.

Doña Emilia enfiló al suyo, mientras Lanza arreglando rapidamente el desórden de sus ropas y de su cabeza, acudió á abrir la puerta.

El comisario penetró al Casino, seguido de un oficial de calle y la puerta volvió á cerrarse al mundo de curiosos que había en la vereda.

El comisario había penetrado bruscamente y miraba á todas partes creyendo que se trataba de un crímen, creéncia en que lo confirmó el aspecto de Lanza y algunas manchas de sangre que se veían en su ropa.

—¿Qué es lo que ha sucedido aquí? preguntó tomando á Lanza de un brazo, persuadido que aquel era el criminal.

—No es nada, señor, respondió éste en un detestable español; no ha sucedido nada.

—¿Cómo no ha sucedido nada? ¿y las personas que estaban aquí gritando y forcejeando cómo si lucharan?

—Estan en sus cuartos, señor, pero no han hecho nada.

Las muchachas se habían enojado con la patrona y ¡usted sabe lo que son las mujeres! estaban algo pesadas de la cabeza y se han estado insultando.

—¿Y esa sangre? volvió á insistir el comisario, señalando la que se veía en los vestidos de Lanza; ¿y esos arañazos y señales de lucha?

—La sangre es de las narices de las muchachas, que se han dado unos puñetazos.

Los arañones me los hiciéron al querer desapartarlas, pues desde el primer momento traté de hacerlo así.

—Vamos á ver á esas muchachas, dijo el comisario sin soltar á Lanza; así sabremos pronto si es cierto lo que usted dice.

Lanza guió en el acto á comisario y oficial al cuarto de la patrona, que era el primero.

Esta trataba de componer su semblante terriblemente estropeado, y sus ropas hechas girones y llenas de sangre.

La lucha y el miedo infundido por la presencia de la Policía, habían disipado su tranquita; de manera que pudo responder claramente á las preguntas del comisario.

Y le explicó como todo no había sido más que una pelea entre mujeres y por cuestión de mujeres, que ya había pasado.

Presentes las demás, el comisario pudo constatar que era verdad cuanto se le había dicho, causándole profunda gracia el lastimoso y ridículo estado de las combatientes.

Como todo estaba apaciguado y concluído y no había pasado de un escándalo á puerta cerrada, el comisario les aplicó la multa correspondiente, añadiendo la siguiente prevención:

—Tengan la bondad de no empezar de nuevo, porqué si se repite el escándalo, entónces me pondrán en el deber de llevarlos presos.

—No tenga cuidado, señor, que no se ha de repetir, exclamó doña Emilia, contenta de verse tan bien librada.

—Yo respondo del órden al señor comisario, añadió Lanza, pues á la que vuelva á empezar, llamo al vigilante y se la entrego.

Una vez que el comisario se hubo retirado, Lanza volvió á cerrar la puerta y todos se fueron al interior de la casa, para que no pudiera sentirse desde la calle lo que hablaban.

Reunidos todos en una pieza interior y á puerta cerrada, se armó la verdadera discusión, pero más tranquila y ménos contundente, porqué solo se trataba de establecer los hechos y restablecer las posiciones de cada uno.

A las otras se les había pasado la tranca, pero Anita estaba tan borracha como en el primer momento.

Doña Emilia supo entónces como se había producido todo, y muerta de ira y de celos sin saber todavía el estado de la relación de los dos jóvenes, reprendió á Lanza por su proceder.

Fué entónces que Anita le declaró que era su amante, que lo era desde hacía mucho tiempo, y que si le hacía creer á ella que la quería, era tan solo para sacarle la plata y nada más.

Doña Emilia se puso lívida de ira al saber aquello, que tenía que ser cierto puesto que, no solo la jóven lo declaraba delante de Lanza, sinó que las otras corroboraban el dicho de Anita.

—¡Es mentira! ¡son cosas de borrachas! exclamó Lanza, tratando aún de componerlo todo.

—¿Conqué es mentira? gritó Anita fuera de sí; ¿conqué no estabas esperando el poder sacarle la plata para que huyéramos juntos y abrir una casa en sociedad?

Lanza se quedó sin saber qué contestar.

Doña Emilia, ante revelación tan brutal, quedó aturdida, tan aturdida como si el techo se le hubiera caído encima.

Siendo esto cierto, había que agradecer á Anita el peligro de que la había hecho escapar.

Se volvió furiosa contra Lanza, lo llenó de injurias y le intimó que en el acto se mandara mudar á la calle.

Lanza no se conformaba con aquel verdadero descalabro, y trataba de componerlo á toda costa.

Pero Anita daba tales detalles, que era imposible destruirlos.

—El vino no solo la ha emborrachado, sinó que la ha enloquecido, dijo Lanza, porqué solamente loca se pueden decir barbaridades de ese tamaño.

—Conqué ¿yo estoy loca? preguntó Anita, conqué ¿no hace más de dos meses que te ruego que nos vayamos, y tú no quieres porqué todavía no has sacado á esta vieja loca lo que necesitamos?

Ya es inútil negar, Lanza, porqué todo está descubierto.

¡Y la perra vieja que se figuraba que por su linda cara, este la quería y le hacía el gusto en todo!

Y yo sufriendo y mordiéndome de rabia por un poco de plata más o ménos.

Ya eso no se podía aguantar, y alguna vez era necesario que yo estallase y me dejase de llorar en silencio.

—Pero yo no puedo creer semejante cosa, gritaba doña Emilia fuera de sí: ¿cuándo han podido entenderse que yo no los hubiese visto al momento?

—¡Miren la vieja ridícula! ¿y cuándo duerme? ¡y toda la mañana entera, desde las ocho hasta la hora de almorzar!

—¡Entónces sos un canalla, y me has estado engañando para robarme! gritó doña Emilia fuera de sí y dirigiéndose á Lanza.

Así pagabas el amor que te tenía y todo el bien que te he hecho, matándote el hambre y cubriéndote las carnes desnudas.

¡Fuera de mi casa, canalla, y no me vuelvas á poner los piés donde yo esté!

—Miren que figura para insultar, dijo Anita, saliendo en defensa de Lanza.

¿Y qué crée la vieja estúpida que se puede aguantar un amor semejante sin algún interés?

Demasiado bueno ha sido el pobre en no tocarle el pescuezo, ¡burra vieja loca!

Y se fué nuevamente sobre doña Emilia, con ánimo de renovar la lucha.

—¡Por Dios! que vá á volver la policía y nos vá á embromar á todos! exclamó Lanza lanzándose al medio de las combatientes y logrando separarlas.

Al tenerlo cerca, doña Emilia le tiró dos arañazos formidables, lo que concluyó de irritar á Anita, que, logrando escaparse un momento de los brazos de Lanza, dió á doña Emilia tal trompis, que le hizo saltar la chocolata.

Como de todos modos ya estaba perdido con doña Emilia, porqué era imposible destruir lo que Anita había dicho, Lanza no tuvo más remedio que decidirse y afrontar la situación.

El amor de Anita bastaba para compensarle el dinero que la tranca de esta le había hecho perder, más cuando ya no era posible soldar la herida inferida al amor propio de la vieja.

Tomó á Anita de un brazo y la llevó á su cuarto, diciéndole cariñosamente:

—Has sido una nécia, porqué de puro apurada y sin la menor necesidad me has hecho fracasar todos mis planes.

Ahora es preciso que estés tranquila para que la policía no intervenga y porqué ya no tienes objeto en meter nuevo escándalo.

Y cuando la vieja no pudo oirle, añadió: yo me voy, porqué el fin ella está en su casa y puede echarme á la fuerza; felizmente, como hemos previsto el caso, me voy al cuarto y allí te espero.

Mañana cuando estés más tranquila y descansada, te vistes y te vas allá; poco te importa si no te quiere entregar esto ó aquello, pues ya has salvado lo que podía interesarte.

—Ahora no me importa nada de nada, exclamó la jóven abrazando á Lanza, porqué ya soy feliz desde que te tengo exclusivamente para mí, y te he hecho romper con esa vieja infame.

Ya nada tienes que ver con ella y viviremos juntos el uno para el otro ¿qué puede importarme lo que no me deje llevar, que al fin y al cabo son cuatro trapos locos?

Yo quiero irme ahora mismo contigo, eso es lo mejor.

—Ahora no, ahora no, porqué no estás en estado de salir á la calle y porqué la vieja armaría el escándalo del siglo.

Duerme tranquila hasta mañana, que yo te espero allí en nuestro nido, contento y feliz.

Anita se dejó convencer fácilmente y se acostó á descansar.

La tranca y la fatiga de la pelea, unidas á la agitación del espíritu, la habían postrado de tal modo, que apénas puso la cabeza en la almohada se quedó profundamente dormida.

Lanza volvió entónces al lado de las otras muchachas y de doña Emilia, queriendo todavía disculpar la actitud de Anita, asegurando que eran cosas de borrachas lo que había pasado, pero esto solo sirvió para exasperar más á la vieja.

Miéntras él hacía acostar á Anita, las otras muchachas habían referido á la patrona toda la historia de los amores de Lanza y la manera como evitaban ser descubiertos.

Y la pobre vieja, no pudiendo soportar el dolor del desengaño, se había puesto á llorar amargamente.

El amor de Lanza que ella creía verdadero, en el curso de su vida amorosa, constituía para ella una felicidad tan grande, que no podía resolverse á perderla de la noche á la mañana y cuando más segura se creía.

Así es que cuando vió volver á Lanza, toda su ira se troco en sentimiento y empezó á reprocharle su proceder de la manera más amarga.

—Lo que has hecho conmigo es perverso, es malvado, le dijo, y no has de tardar en lamentarlo tú mismo, porqué es esa misma Anita por quién me has engañado, la que ha de castigarte.

Esa es una criatura maldita y viciosa de quien no has de ser la primera víctima, ni la última tampoco.

Dentro de poco no más te ha de abandonar por algún otro que halague más sus pasiones depravadas ó su amor desmedido al dinero, y si es verdad que la quieres, probarás entónces lo que vale un desengaño del corazón.

Yo no te ódio, Lanza, por lo que haces conmigo, pero yo te digo que Anita será la encargada de vengarme.

Siento no más que me hayas engañado, porqué yo te quería y por ti hubiera hecho todos los sacrificios de la vida.

Y rompió á llorar con más amargura que nunca.

La escena cambiaba por completo, trocándose en elegíaca, después de haber sido eminentemente guerrera.

El mismo Lanza estaba conmovido ante el dolor verdadero de la vieja.

—Si yo te echo de mi casa, añadió ella, no es por hacerte mal, ¡libreme Dios de ello! te he querido demasiado para eso.

Te pido que te vayas y que te vayas ahora mismo, primero porqué tu vista me haría un mal espantoso, y segundo porqué tu presencia aquí renovaría el escándalo á cada momento.

Esa muchacha es muy insolente y no la he de retener conmigo; en cuanto encuentre donde estar, saldrá también de mi casa, no tengas duda.

Tan profundo era el dolor de la vieja, que el mismo Lanza se sentía conmovido, á pesar de la expresión ridícula que ofrecía la cara de aquella, llorosa, tierna y surcada de arañazos y mataduras.

Era el dolor elevado á su categoría más cómica.

Las otras muchachas hacían esfuerzos formidables para contener la risa que estallaba en sus fisonomías.

Todas tenían esa malquerencia del empleado al patrón que lo trata mal, y miraban con un placer íntimo el descalabro sucedido.

Lo único que sentían era que la ida de Lanza importaba para ellas muchos días de placer perdido.

—Por Anita no hay nada que temer, dijo Lanza, porqué duerme profundamente, y de una tranca como la que ella tiene no se sale en veinte horas de sueño

Sin embargo, si usted lo exije me iré ahora mismo; en cualquier parte se puede pasar una noche.

—Puedes quedarte hasta la madrugada, sollozó doña Emilia, que así siempre será ménos el escándalo.

Pero es preciso que cuando esa puerca se levante no te encuentre en casa.

El Casino se abrió aquella noche muy tarde, y eso para los parroquianos de mayor confianza solamente.

Doña Emilia no estaba en estado presentable y ganó su cuarto diciendo que estaba enferma y mandando se dijera igual cosa de Anita.

Como el escándalo había sido famoso y había trascendido en el barrio, todos sabían ya que en el Casino se había producido una barufa de primer órden, y todos exigían de la cosa los mayores detalles, detalles que las otras muchachas daban, descalabradas de risa.

Lanza creyó prudente concluir con la jarana, porqué tenía que arreglar sus cosas, y cerró el Casino á la hora en que otras noches la concurrencia estaba en su apogeo.

A medida que pasaba el tiempo, lamentaba más la lijereza de Anita.

Ocho días más de paciencia y él podía haberse retirado del Casino llevándose una buena suma, que doña Emilia no habría tenido inconveniente en aflojarle.

Sin embargo, este contratiempo hasta cierto punto estaba compensado con el placer que le causaba la posesión de Anita, á la que amaba cada vez más, porqué aquel mismo escándalo no era otra cosa sinó la consecuencia del amor que le tenía la jóven.

Esta, como lo había previsto Lanza, no se despertó en toda la noche.

Estaba narcotizada por la bebida y el cansancio.

Lanza estuvo arreglando sus baúles todo el resto de la noche, y acomodando entre ellos y sin que nadie lo viera, algunas prendas de Anita, que doña Emilia podía oponerse á qué fueran sacadas.

Cuando amaneció, todos dormían; la misma doña Emilia había sida vencida por aquel día de emociones para ella y dormía profundamente, á juzgar por sus ronquidos que se oían de todas las piezas.

Cuando hubo amanecido y hubo empezado el movimiento de la calle, Lanza llamó dos changadores, é hizo trasportar con ellos su equipaje á su cuarto de hombre solo, que desde aquel día se convertiría en nido de amor.

Esto le iba á traer algunas dificultades, desde que él había alquilado para hombre solo, pero eran dificultades pasageras y fáciles de remediar.

Ya Lanza iba conociendo el país lo bastante para perder ese miedo feroz que al principio había tenido á la autoridad policial.

A las ocho de la mañana ya estaba instalado en su nido, esperando la llegada de la gentil Anita y preparándolo todo para que á su llegada no tuviera la menor dificultad ni la más simple incomodidad.

Eran las doce del día cuando llegó esta sonriente y llena de alegría, seguida también de sus baúles.

Las luchas y arañazos de la noche anterior habían alterado algo la plácida belleza de su fisonomía, pero esto también era pasagero.