DE COCHERO A TENDERO.

Después de un sueño enorme que duró hasta las doce del día siguiente, y disipados los humos de la tranquita, Lanza pensó en sus patrones y en su acomodo con profunda pena.

Como hacía ya tantos días que no había vuelto á la casa y no había mandado el menor aviso, era seguro que no lo habían de estar esperando y que ya habrían tomado otro.

Sin embargo, era preciso ir á pedir disculpa para no perder la recomendación que pudieran darle, y sobre todo á cobrar los días que le debían, lo que le vendría de perilla en su situación tirante y privada de recursos.

Se compuso lo mejor que le fué posible, y se fué á ver á sus patrones, los que, como ya lo suponía, habían tomado otro cochero.

Lanza les dijo que aquella última tarde que había salido con ellos, se había dado un gran golpe que lo había obligado á guardar cama, no habiendo tenido ni siquiera con quien mandar avisar.

La familia creyó la fábula que Lanza refería y como él se había portado bien, al extremo de no haber tenido nunca que dirigirle la menor observación. no solo le pagáron con largueza los días que le debían, sinó que diéron al supuesto César Parodi la más cumplida recomendación.

Lanza volvió á encontrarse en media calle, sin empleo y sin esperanza de tenerlo, sin dinero más que para pasar algunos días y con el desencanto natural de tanta desventura.

No se encontraba por lo visto en Buenos Aires el dinero con la facilidad que decían en Europa.

La vida era fácil, sumamente fácil, pero la fortuna no se hallaba así no más á dos tirones.

Lanza acudió á los diarios como la vez anterior, y empezó á buscar una colocación.

Pero solo halló colocación de cochero ó mozo de hotel, colocaciones que lo halagaban muy poco.

La servidumbre tenía el peligro de hacerse conocer como tal y perderse por consiguiente para otros negocios provechosos que podían venir.

Lanza, ántes que volver á conchabarse, resolvió esperar.

Las francesas no eran para él una carga, porqué eran gente de trabajo habituada á todo y que no pretendían ni el lujo ni la holganza.

Si no hubiera sido así, Lanza las hubiera echado con la música á otra parte.

Con una ó dos invitaciones por semana al teatro francés, quedaban tan reconocidas como si les hubiera dado una fortuna.

Lanza había aprovechado aquellos días de holganza y de libertad, en frecuentar sus antiguas relaciones, por lo que pudiera suceder en el porvenir.

Su ropa se encontraba en perfecto estado, y quería aprovechar bien esta circunstancia.

Si alguna vez llegaba á realizar sus sueños de negociante en gran escala, aquellas relaciones debían serle muy útiles y era preciso conservarlas á toda costa.

Y aunque tratando de gastar poco y conservar en lo posible su apariencia de riqueza, con ellas comía y con ellas parrandeaba noche á noche.

En la esperanza de hallar alguna otra desventurada doña Emilia, él recorría los casinos que tanto abundaban entónces en Buenos Aires y hacía á sus dueñas el amor por lo fino.

Pero para esta clase de empresas de seducción se necesitaba un capital que Lanza no tenía y que permitiese siquiera pagar todas las noches un par de botellas de vino de champagne.

¿Qué dueña de casino se iba á dejar seducir así á dos tirones, nada más que por las buenas apariencias y mejores intenciones?

Y Lanza se convenció que, sin cierto capital para cubrir las apariencias, no hallaría una doña Emilia como él la buscaba.

Y sus recursos se iban agotando rápidamente sin haber conseguido nada.

Fué entóneos que recurrió á los avisos de los diarios, en completo estado de desesperación.

Lanza empezó á disfrutar así del poco dinero que tenía.

Había trabajado mucho aquel último tiempo y su espíritu necesitaba descanso.

Lanza acudió, en sus paseos y andanzas, á todos los parajes donde podía hallar á Anita, pero no la volvió á ver màs.

Varias veces alquiló un matungo y se fué á pasear á Belgrano, dando vuelta por todo el pueblo, pero inútilmente también.

Ni la halló en parte alguna, ni Anita mandó nunca, como podía haberlo hecho, por la ropa que él le tenía, ropa que algún valor representaba.

Agotados sus recursos por completo, tomó un diario, y apuntó dos ó tres casas donde se pedía cochero.

Con la sola recomendación de la de Lima, estaba seguro de ser tomado en la casa más exijente.

La colocación no le fué difícil, entrando esta vez al servicio del doctor Benitez.

Hubiera podido obtener colocación con un corredor de Bolsa, servicio muy descansado, porqué se reducía á las horas hábiles del día.

Pero siempre en sus ideas de fortuna, no quería hacerse conocer como cochero por los lados de la Bolsa.

El nombre se cambia muy fácilmente, pero la cara no.

La noche la pasaba no ya en su casa como ántes, sinó que recorría los cafés donde iban sus conocidos, y al Alcázar, que era su diversión favorita.

A todos sus amigos había encargado una colocación de dependiente en cualquier parte, para un conocido suyo que andaba sin ocupación.

En el comercio era preciso empezar por algo para llegar á mucho.

Así, poco á poco se van haciendo relaciones, se vá tomando práctica en el comercio, y se vá haciendo conocer.

Buscando en los avisos de los diarios, y encargándoles á todos, halló por fin una colocación de mozo de tienda, en lo de Costa, tienda que le convenía por la clase de marchantes que allí compraban.

Practicar en el comercio es cosa muy aceptable, por mejor que sea la posición del que práctica.

En una tienda como la de Costa, muchos de sus conocidos lo veían detrás del mostrador vendiendo géneros.

Pero con sus relaciones estaba disculpado, diciéndoles que estando próximo ya á abrir casa, quería ponerse bien práctico en los hábitos comerciales del país.

Lanza se fué á la tienda de Costa, donde lo tomáron sin vacilación alguna.

Su aspecto fino y dulce y su exterior bien cuidado predisponían en su favor.

El quehacer no era mucho, pero las horas de trabajo apénas le dejaban tiempo para ocuparse de otra cosa.

El sueldo era muy reducido, sumamente reducido, pero le habían prometido aumentárselo con arreglo á sus aptitudes y esto ya era algo.

De todos modos siempre aquella posición era preferible á la de un cochero y no había que vacilar en el cambio.

Lanza se despidió de su patrón con gran sentimiento de éste, porqué el servicio del jóven era correctísimo; arregló con él su cuenta y tomó su nueva colocación de mozo de tienda, con pasión verdadera.

—He cambiado de empleo, dijo á las francesas sus amigas, con menor sueldo, pero con mejor posición.

En la tienda de Costa donde voy, como tengo que trabajar desde muy temprano, me dan casa y comida, pues tendré que dormir allí.

Esto no perjudica nuestra relación, pero entónces estas piezas están demás y son gasto inútil.

Si ustedes quiéren, yo no me llevaré más que la ropa necesaria para mudarme una vez y dejaré el resto aquí.

Ustedes me cuidan la ropa y yo en cambio les daré la mayor parte de mi sueldo, que aumentaré pronto, á medida que yo vaya progresando en el arte de vender géneros.

Las francesas aceptáron en el acto la propuesta.

En cuanto á muebles, Lanza no llevaba más que su cama; los demás los había regalado á las francesas.

Lanza, durante un mes, se había propuesto hacer en la tienda una vida de reclusión absoluta.

Era la manera de ganarles el lado á sus patrones y hacerse de buen crédito.

¿Quién sabe si allí mismo en la tienda, viendo sus disposiciones y su buena conducta, no le salía algo mejor y que le conviniera más?

En casa de Costa había inventado una nueva historia, siempre tendiente á probar que era un gran personage.

Allí dijo que había venido de Europa á estudiar el comercio para establecerse, pero que de llegada no más había sido lastimosamente estafado y dejado sin un peso.

—Como mi ambición era el trabajo, agregaba, poco me importa la pérdida del dinero, puesto que al fín puedo practicar al mismo tiempo que me gano la vida; aquella será la primer lección que haya recibido, cara, eso sí, pero provechosa.

Como toda su ropa estaba en relacin con una posición pecuniaria cómoda, aquella nueva historia coló como colaban todas las suyas, sin dificultad, siéndole al mismo tiempo muy ventajosa.

Sus patrones lo trataban con marcada consideración, y los demás dependientes lo miraban con respeto, como á un hombre superior á ellos.

Siempre esto era una gran ventaja.

Aquellos primeros días Lanza tomó la profesión de tendero como un pasatiempo cómodo y divertido.

El trabajo verdaderamente no existía, puesto que él se reducía á acomodar la tienda y los géneros que hacían desdoblar las señoras solamente para averiguar los precios.

Pero esta misma conversación y trato con tanta señora, era para él una distracción sumamente agradable y útil, pues no solo le servía de práctica en el comercio sinó en el idioma.

Hombre fino y astuto, que se complacía en ser agradable de buenos modales y mejor figura, pronto se hizo de un gran prestigio entre las marchantas, que preferían siempre ser atendidas por él.

Porqué no solo tenía paciencia para atenderles las mayores impertinencias, sinó que sin que ellas se las pidieran les iba mostrando todas las novedades de la tienda.

De donde resultaba siempre que algunas se tentaban y compraban lo que no habían ido á buscar.

Es que esto le servía al mismo tiempo para estar de jarana y de conversación entretenidísima.

Los patrones, que observaban á Lanza para conocer su desempeño, estaban muy contentos de aquel dependiente que los había caído como llovido del cielo.

—Si empezando recién tiene tanto buen tino para la venta al mostrador, decían, ¿qué será cuando adquiera práctica y entienda realmente las necesidades del negocio?

Era aquel un mozo impagable.

Ahora, entre la gente de poca monta, modistas que iban à comprar sus géneros, costureras y sirvientas enviadas por sus patrones, Lanza había adquirido un prestigio de todos los diablos.

No compraban en otra parte por nada de este mundo, aunque allí les vendieran más caro.

Es que Lanza les conocía á todas su lado flaco, y les tocaba, como él decía, la sonata de su preferencia.

Así es que el lado del mostrador donde despachaba Lanza, se veía siempre lleno de ramitos de flores, de otra tantas modistas ycostureras que eran al mismo tiempo sus novias y marohantas.

Los otros dependientes miraban por esto á Lanza con una admiración suprema y trataban de imitarlo en lo posible.

Pero Lanza no tenía imitación.

El con todas tenía algo especial que conversar que no podía terminar nunca, porqué como tenía que conversar con todas sus marchantas y éstas eran muchas, no podía atenderlas todas a la vez.

Apénas hacía un mes que Lanza estaba en lo de Costa, y tenía ya más despacho que los viejos dependientes de la casa.

Solo en los precios de los géneros no tenía todavía la práctica necesaria, pero como tenía á quien preguntar, esto lo preocupaba poco, no siendo para él ningún inconveniente.

Tan contentos estaban de él los dueños de la tienda, que al pagarle su primer mes de sueldo, se lo aumentáron en una tercera parte más para que á su vez estuviera más contento y tomara cariño á la casa.

—Si usted sigue adelantando como hasta ahora y atendiendo los intereses de la casa, pronto tendrá en ella una buena posición y mejor sueldo.

Lanza mostrándose sumamente contento, y en consideración á no haber salido durante aquel mes, pidió un día entero de licencia, que le fué acordado sin vacilar.

Su primer visita, como era natural, fué para las dos francesas sus amigas, que se creían olvidadas por él yestaban hasta cierto punto resentidas.

Pero él las compuso fácilmente. demostrándoles que era la vez primera que salía á pasear desde que cambió de empleo.

—Si ántes hubiera salido, les dijo, ántes hubiera venido, porque siempre hubiera sido para ustedes mi primer visita.

Y como no quería venir á verlas de todos modos con las manos vacías preferí esperar á que se venciera el primer mes.

Y Lanza entregó á la francesa todo el sueldo que había recibido, con excepción de cien pesos que reservó para pasear aquella noche.

Este último y elocuente lenguage aplacó todo resentimiento y Lanza fué tratado á cuerpo de rey, pués harto lo merecía un jóven que se conducía de aquella manera.

—Es el mío un empleo incómodo por ahora, por la esclavitud en que estoy, pero muy conveniente por el porvenir que allí tengo y la práctica que voy adquiriendo en el comercio.

En un par de meses más me habré establecido por mi cuenta.

Y como pienso salir lo ménos posible, es preciso que ustedes, con algún pretexto de comprar, vayan á visitarme de cuando en cuando.

Todo el día y toda la noche son míos hoy, pero no quiero abusar por ahora, y trataré de salir lo ménos posible.

Lanza pasó todo aquel día entregado al culto agradable de aquella amistad.

Se mudó todo perfectamente, y á la noche llevó á sus amigas al teatro, las dejó allí y empleó todo el resto de la noche en visitar à algunas de las modistas con quienes había hecho relación en la tienda.

A unas porqué le gustaban de alma y á otras porqué le convenía tener relación con ellas, á todas visitó y á todas presentó sus cumplimientos, haciéndoles todo género de ofrecimientos.

Concluídas estas visitas que podemos llamar diplomáticas, Lanza regresó al teatro y desde aquel momento se entregó por completo á complacer á sus amigas.

Terminada la función regresáron á casa y las francesas, que tenían el hábito de cenar, obsequiaron á Lanza como mejor pudieron, recogiéndose á dormir á una hora bastante avanzada.

A la mañana, bien de madrugada, ya Carlo Lanza estaba en pié, y listo para salir.

La vieja, que sabía que el jóven saldría temprano, lo esperaba con una buena taza de café que tomó con avidez y con gusto.

Y después de recomendarles nuevamente que lo visitaran si él no venía, marchó á su conchabo, llegando á horas en que sus compañeros aún no habían abierto la tienda.

Lanza siguió trabajando cada vez con más ahinco y más entuusiasmo, aunque ya aquella vida de encierro y de mostrador empezaba á fatigarlo.

Ya tenía bastante práctica para manejarse en la tienda por sí solo.

Sus patrones solían salir con frecuencia, y aunque era él en dependiente más nuevo, á él dejaban confiada la tienda, y era él quien la cerraba si aquellos no habían vuelto á la hora habitual de hacerlo.

Esta confianza vino á dar algún resuello á Lanza en su modo de ser.

Cuando podía hacerlo sin que nadie se apercibiera de ello, obsequiaba á sus amigas con tres ó cuatro varas más en el género que compraban, ó tres ó cuatro varas ménos en el precio que les debía hacer pagar.

Por eso es que todas querían ser servidas por Lanza aunque tuvieran que esperar un buen rato, y sus patrones atribuían aquella preferencia á la habilidad que para el despacho tenía el nuevo dependiente.

Con las demás sucedía otro tanto, pues Lanza las trataba con un primor esquisito y una complaciencia ejemplar.

A la noche, cuando los patrones no estaban, sus obsequios solían asumir mayor proporción, pues solían ascender á un corte de vestido que no entraba en cuenta, ó alguna pieza de cinta rica, ó un tapadito de poca monta.

Así no hubo jamás tienda alguna que tuviera un dependiente tan solicitado.

Los patrones de Lanza le notificáron que podía salir todos los quince días, eligiendo siempre domingos, y este fué un nuevo desahogo que tuvo Lanza.

Para un hombre como él, salir á paseo sin un centavo en el bolsillo era poco agradable.

Así es que cargando la mano una vez á alguna marchanta rica que no se fijaba en los precios, y otra vez al cajón del mostrador, él se preparaba durante la quincena los elementos necesarios para su día de paseo.

De modo que cuando este día llegaba, siempre tenía para llevar ál teatro á las francesas, invitándolas á cenar, y obsequiar de cualquier modo á sus amigas.

Y el cariño de todas ellas crecía para Lanza, á medida que crecían sus dádivas y obsequios.

Así le eran más soportables los quince días que pasaba detrás del mostrador, consagrado á vender y acomodar géneros.

Porqué no era nada la venta y el despacho al mostrador, sinó que cuando se cerraba la tienda esta quedaba en tal estado, que tenían que emplear por lo ménos un par de horas en acomodarla.

Cada señora que entraba quería ver todos los géneros y había uqe mostrárselos dando vuelta toda la tienda.

Esta era la parte fastidiosa del negocio, pues el despacho era todo conversación y entretenimiento.

Entre las muchas relaciones que había hecho Lanza en la tienda, se contaba la de un señor Cánepa, persona buena y de comercio, que se mostraba muy amigo del jóven, ofreciéndosele en todo aquello que pudiera serle útil.

Lanza se había lamentado á Cánepa muchas veces de su situación embromada.

—Aunque aquí no estoy mal y me tratan muy bien, le decía, no es esta la colocación que me convenía.

Yo quisiera un empleo en el comercio, donde pudiera aprender y progresar, donde pudiera practicar en negocios de giros con Europa, que es como yo quiero establecerme.

Mi familia me ofrece siempre recursos con este fin, pero yo no quiero aceptar sin ántes estar bien al corriente de los negocios y emprender una cosa segura.

Cánepa le decía que tuviera paciencia, que él le buscaría una casa arreglada á su deseo, pero que era preciso esperar á que se presentara la oportunidad.

Esta esperanza hacía que Carlo estuviera más conforme y aguantase más las incomodidades de su empleo en el acomodo de los géneros.

Pero jamás sus patrones pudiéron observarle un mal modo ni siquiera un gesto de impaciencia.

El señor Cánepa tenía familia y era en su casa donde pasaba Lanza el mayor tiempo de sus días de salida.

Había un inconveniente para que el jóven pudiera colocarse en un escritorio como él deseaba, y era que Lanza no conocía la contabilidad sinó medianamente, y no tenía la menor noción de teneduría de libros, cosa indispensable.

Cánepa había hablado á Lanza muchas veces de la casa Caprile y Picasso y la clase de buenos negocios que ésta hacía.

—Los giros y remisiones de dinero, las comisiones y correspondencias dejan utilidades pingües, le decía.

Es cosa de enriquecerse en muy poco tiempo.

—Ese es mi bello ideal, respondía Lanza, ese es el negocio que yo quisiera emprender.

—Bueno, pero para ello falta la base principal que es la clientela; esto es lo difícil de obtener, porqué esa clientela no acude sinó á las casas de gran confianza.

—Pero se hace, decía Lanza, y la manera de hacerlo es estar en una casa de esas como dependiente.

—Pues para eso mismo se necesita preparación, sobre todo en el manejo de los libros de escritorio, cosa indispensable.

—Pues como hay que empezar siempre por lo primero, empezaré por aprender algo de libros, y así ya podré entrar al escritorio.

Una vez en un escritorio yo me iré haciendo de relaciones y clientela poco á poco, y así cuando abra mi casa, tendré una base segura con que contar.

—Lo que es por ese lado, como yo sé bien todo lo que es necesario, yo mismo lo pondré al corriente de lo que necesite, y así cuando encontremos el empleo, tal vez en la misma casa de Caprile y Picasso, podrá tomarlo sin peligro de no poderse desempeñar.

Desde aquel día Cánepa empezó á enseñar á Lanza el manejo de los libros que necesitaba para entrar á lo de Caprile.

Y no contento con lo que Cánepa le enseñaba, en la tienda de Costa y bajo el pretexto de poder ser más útil, se hacía dar algunas lecciones por el mismo tenedor de libros de la casa.

Sus días de salida los dedicaba expresamente en visitar á Cánepa, no solo por el agrado que tenía en la sociedad de su familia y el interés de aprender y aumentar aquella buena relación, sinó por el de estar siempre presente en su pensamiento para que lo recordara el día del empleo.

Ya iba abandonando su relación con las francesas, limitándola à ligeras visitas.

Un día Cánepa le dió la estupenda y esperada noticia que fué para él un colmo de felicidad.

En la casa de Caprile y Picasso se había producido la suspirada vacante, y Cánepa le prometió hacerle ocupar el empleo.

Todos sus martirios iban á concluir, gracias á aquel amigo.

Lanza casi se volvió loco de alegría.

Entrar de dependiente en la casa de Caprile y Picasso era el colmo de su fortuna, pues hácia ella se encaminaba.

Era necesario esperar unos días, porqué Caprile no estaba aquí y Picasso no se ocupaba de eso.

Lanza abrazó efusivamente á su amigo Cánepa y le agradeció todo cuanto por él había hecho.

—Si yo consigo emplearme en esa casa, aunque fuera de portero, le decía, después de mi padre será usted el hombre á quién más deba; usted es mi verdadero protector y amigo.

—No es difícil, no es difícil, respondía Cánepa; soy amigo de la casa; algo puedo, y estoy convencido de que si hago á usted un servicio, también se lo hago á ellos, porqué un dependiente como usted, de su conducta y condiciones, es un beneficio para una casa de comercio.

Aplicarse á los libros y nada más, aplicarse á los libros que es lo que más en la casa se necesita, y yo me encargo del resto, no hay cuidado.