La palabra “peligrosa” hizo que el corazón de Nicola se paralizara. Se inclinó hacia Enrico.
–El nombre de la muchacha es Topaz –continuó él, y su esposa e hijos se estremecieron de miedo.
–Es una muchacha muy espantosa, espantosa –agregó Carmelita y bebió rápidamente de su copa, como si estuviera quitándose el mal gusto.
–Deberías ver su cabello –le dijo Josie a Katie–. ¡Me da asco! ¡Está todo despeinado y con rizos por todos lados! ¡Puuaaaj!
Al parecer, no había notado que tanto Nicola como Shimlara tenían cabello rizado y algo salvaje, y estaban sentadas justo frente a ella.
–A mí me encantan los rizos –dijo Katie con un tono casual–. Siempre quise tenerlo de esa forma.
Josie se atragantó con la comida.
–Topaz es la hija de un minero y creció en una aldea cercana –continuó Enrico, ignorando a su hija, que intentaba recuperar el aliento mientras su hermano le golpeaba la espalda con fuerza–. Según se comenta, viene de una familia perfectamente normal. Nadie se puede explicar por qué se ha convertido en un ser tan… despreciable.
–¿Qué hizo esta muchacha? –preguntó Sean con curiosidad. Nicola podía ver que su plato ahora estaba vacío. ¿Cómo había hecho para comerse todo eso tan rápido?
–¡Topaz ha dejado todo el planeta al borde de la inactividad! –exclamó Enrico, golpeando su puño contra la mesa, lo hizo con tanta fuerza que todos tuvieron que sujetar sus copas de cristal para que no se volcaran–. Mis disculpas –dijo, y su voz se tornó suave y encantadora como antes–. Es solo que estoy tan orgulloso de Shobble y todo lo que significa... Déjenme explicárselo: como bien sabrán, el eslogan de nuestro planeta es: Nunca es momento para problemas en nuestro noble Shobble. Esto ha sido así desde hace siglos. Hemos trabajado en las minas en busca dulces, hemos perforado la tierra en busca de chocolate y hemos exportado shobblechoc a lo largo de toda la galaxia. El planeta ha crecido mucho y la gente está feliz y contenta. Pero, aun así, cuando venían hasta aquí, me temo que fueron testigos de una impactante explosión, ¿verdad?
–Así es –asintió Nicola.
–Bueno, eso fue obra de Topaz –dijo Enrico, con un tono serio–. Ella y sus desagradables secuaces se pasan los días saboteando nuestros equipos en las minas y los campos de chocolate. Perdemos días reparando los equipos y, una vez que están listos, las minas de dulces se han solidificado y el chocolate recién perforado se ha convertido en azúcar. Como resultado, hay una gran escasez de shobblechoc. Estamos perdiendo ventas. Nuestros clientes galácticos comienzan a optar por productos de menor calidad. ¡Esto no puede seguir así!
–No –admitió Nicola–. Ya veo…
Topaz parecía mucho más aterradora que la princesa Petronella cuando oyeron sobre sus planes para destruir a la Tierra. (Aunque una vez que conocieron a la princesa, descubrieron que en verdad no era aterradora, sino que estaba un poco… desorientada). Por lo que parecía, Enrico les pediría que convencieran a Topaz de dejar de ser una alborotadora. Podría ser difícil.
–Pero ¿por qué? –preguntó Tyler con educación.
–¿Por qué qué? –repreguntó Enrico.
–¿Por qué Topaz está saboteando todos los equipos? No lo está haciendo solo por diversión, ¿verdad?
–Ah –respondió Enrico, sacudiendo una mano con impaciencia–. Quiere que los mineros, los perforadores y los trabajadores de las fábricas reciban dinero. ¿Pueden creerlo? ¿Pueden pensar en algo más ridículo?
Los miembros de la brigada se miraron entre sí, confundidos. Nicola se preguntaba si se había perdido algo. De seguro, no había entendido bien.
–No quiere decir que todos trabajan gratis, ¿verdad? –preguntó ella riendo levemente para que Enrico supiera que estaba bromeando.
–Bueno, claro que quiero decir eso –dijo él–. Nunca han recibido un sueldo. ¡Pero tampoco esperaban recibirlo! No está en su naturaleza ser codiciosos. La gente de Shobble es encantadora y dulce, y siempre han estado orgullosos de trabajar para su planeta creando el mejor chocolate de la galaxia.
–¡Ah! –dijo Nicola, quien creyó entenderlo todo–. ¿Entonces no cobran nada por el shobblechoc? ¿Simplemente se lo regalan a los demás planetas?
Enrico lucía como si alguien le hubiera hecho una broma de muy mal gusto.
–Bueno, por supuesto que la gente tiene que pagar por el shobblechoc. Los clientes están preparados para pagar un precio alto por un chocolate de tantísima calidad.
–Cobramos veinte monedas de oro más gastos de envío por una barra de shobblechoc –dijo Joseph con orgullo.
–Quinientas monedas de oro por una caja –agregó Josie.
A Nicola le pareció que estaba en una clase de matemáticas en donde nada de lo que decía su profesora tenía sentido. Si estaban ganando todo este dinero por el chocolate, entonces, ¿por qué no les pagaban a los trabajadores? Miró a Greta, quien era buena en matemáticas. Tal vez ella sí lo entendía.
Pero, desafortunadamente, Greta se rascaba la cabeza como si tampoco comprendiera ni una palabra.
Entonces fue Sean quien habló:
–¿Y quién se lleva todo el dinero?
–Nosotros, por supuesto –dijo Carmelita, volteando la cabeza un poco para que sus diamantes destellaran bajo la luz de las velas–. No tienes idea lo que cuesta mantener una mansión de este tamaño.
–Pero nuestra familia no se queda con todo el oro –aclaró Enrico–. Aunque, naturalmente, conservamos la mayor parte, ya que estoy a cargo de administrar el planeta, lo cual es una responsabilidad enorme y exhaustiva. Como es obvio, nadie espera que yo trabaje gratis. Hay mucha otra gente, como el Jefe de Negociaciones y el Director de Relaciones con Clientes Internacionales que también son recompensados por su labor tan importante.
–Déjeme adivinar… –dijo Katie. Había en su voz un leve rastro de seguridad que Nicola nunca antes había notado–. ¿Las únicas personas que reciben dinero en este planeta son las “cabelloridades”?
–¡Exacto! –dijo Enrico, meciendo su cabello como si fuera oportuno celebrar.
Nicola recordó a todas las personas de rostros amables que habían visto caminando de regreso de las minas con los hombros caídos por el cansancio. Podía sentir que una furia nacía en su interior. Se pellizcó el brazo con fuerza para detener ese sentimiento que invadía su pecho. Por lo general, cuando perdía la calma decía algo estúpido. Respiró profundo y agregó con cuidado:
–Pero no parece justo. Toda la gente que vimos parecía trabajar muy duro. ¡Merecen un sueldo!
Por un momento, Enrico lució desconcertado. Pero luego sus ojos se iluminaron y se tocó un costado de la nariz antes de señalar a Nicola.
–¡Ya entiendo! ¡Intentas meterte en la cabeza de la enemiga para descubrir cómo derrotarla! Muy astuto; esa es la clase de basura que Topaz diría.
Shimlara habló más fuerte y sus mejillas se ruborizaron un poco.
–De hecho, creo que todos los miembros de la Brigada Espacial estamos de acuerdo en que no es justo que los trabajadores no reciban nada a cambio. ¿Cómo pagan sus impuestos?
Josie y Joseph hicieron un ¡pffff!, como si nunca hubieran escuchado nada más estúpido. Carmelita bostezó levemente, mientras Enrico levantaba las cejas con soberbia.
–¡Querida, no tienen que pagar impuestos! Viven del chocolate. Hacen su propia ropa. Son personas muy simples y entienden que sencillamente no tienen la inteligencia suficiente para manejar la influencia corruptiva del dinero. Siempre ha sido de esa manera. No hay razón para cambiarlo. Topaz solo está creando problemas y malestar en todo el mundo. Y por eso llamé a la Brigada Espacial, para que me ayude. Ahora, asumo que es obvio lo que necesito que hagan.
–¿Quieren que convenzamos a Topaz de que los shobbleanos no necesitan dinero? –dijo Nicola, aunque estaba pensando: Lo siento, no podemos ayudarlo.
–No, no exactamente –dijo Enrico. De pronto, perdió todo el encanto y calidez de su rostro. Sus ojos tenían la dureza de dos piedras negras–. Necesito que eliminen a Topaz.
El corazón de Nicola se detuvo:
–¿Eliminar?
Entonces, Enrico esbozó la sonrisa más desagradable que Nicola jamás había visto.
–Matar –dijo–. Necesito que la maten.