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Nicola no quiso gritar cuando comprendió lo que había en la caja. Simplemente se le apretó la garganta con una sensación horrible.

Al principio creyó que era un animal. Un animal de cabello castaño y sedoso. Tal vez un animal muerto.

–¿Qué es? –preguntó Sean confundido.

Y luego, Nicola reconoció el distintivo color castaño claro. Era el color de pelo de Katie. ¡Enrico le había cortado su hermoso y largo cabello para enviárselo a Nicola!

Y ahí fue cuando gritó.

–Pero ¿qué es? –gritó Shimlara–. ¡No sé lo que es!

–Es el cabello de Katie –dijo Greta en voz baja. Se acercó a la caja y tomó el largo mechón de cabello–. Se lo cortó para que no siga siendo una cabelloridad. La convirtió en una persona común.

–Pero no la ha lastimado, ¿verdad? –preguntó Tyler. El pánico hizo que su voz sonara inestable–. Es solo su cabello. No es tan importante, ¿no?

–¿No había mencionado que se cortaría el cabello cuando regresara a la Tierra? –preguntó Shimlara.

–Sí –le respondió Nicola, intentando recuperar la calma–. Dijo eso. Con suerte, no estará muy triste.

–Hay una carta para ti –dijo Sean, sacando un sobre plateado de la caja.

Con la respiración entrecortada, Nicola tomó la carta y la abrió para leerla en voz alta:

Querida Nicola:

Con mi mayor placer te envío el cabello de tu amiga como un pequeño recordatorio de tu estupidez y egoísmo. Ella ha pagado con el castigo definitivo por tus errores. Estoy seguro de que removerle su estatus de cabelloridad, incluso momentáneamente, será la tragedia de su vida: ¡le llevará décadas hacerlo crecer de nuevo! Me ha dicho que nunca te perdonará por lo que le hiciste. Y no la culpo.

 

–Sí, claro –interrumpió Sean con un tono sarcástico–. Porque Katie es una persona cruel.

Nicola continuó leyendo:

En caso de que seas más tonta de lo que he percibido, déjame ser bastante claro en la naturaleza de tus errores.

El primero fue divulgar mentiras escandalosas sobre mí en el periódico. No toleraré ningún tipo de mala reputación. La gente de Shobble ama a su comandante en jefe. Son personas simples y especialmente no las más brillantes y no necesitan leer ese tipo de tonterías sobre su gran líder. Solo las confunde y les trae descontento.

 

–¡Tonterías! –estalló Shimlara–. ¡Pero si todo es verdad!

Tu segundo error fue revelarle a uno de mis matones encubiertos que no tienen intenciones de completar la misión. Tus palabras exactas fueron, si mal no recuerdo: “No se preocupe, nunca le haríamos daño a Topaz”.

 

–¿Quién era el matón encubierto? –preguntó Sean–. ¿Horatio? ¡Sabía que no debería haber compartido tanta comida con él! No parecía tan hambriento.

–No fue Horatio. Eso es lo que le dijiste al hombre que nos vendió las varas de shock –dijo Greta.

–Pero tenía una pequeña “t” en la frente –protestó Nicola–. Pensé que era un seguidor de Topaz.

–Enrico debe saber sobre la señal secreta de la “t” –dijo Shimlara.

Nicola sintió dolor de panza. Eso no era tan insignificante como cometer errores en un examen de matemáticas. Eran errores que podían costarle la vida a su amiga.

Continuó leyendo:

Déjame ser claro, Nicola. Necesito que la Brigada Espacial elimine a Topaz Silverbell. Si no recibo evidencia de que la tarea ha sido cumplida dentro de las siguientes 48 horas, le cortaré la ración de comida a su amiga, seguida de su ración de agua, seguida de su ración de aire. Soy una persona extremadamente compasiva y me dolerá hacer esto, pero estoy preparado para hacer este tipo de sacrificios por mi planeta.

Espero que este asunto llegue a una resolución satisfactoria CUANTO ANTES. Estoy seguro de que no quieren que se divulgue por toda la galaxia que la Brigada Espacial es incapaz de completar la más simple de las misiones.

Mi esposa e hijos les envían sus más cálidos saludos.

Atentamente,

Enrico,
COMANDANTE EN JEFE
PLANETA SHOBBLE

 

Nicola apartó las sábanas y bajó de la cama. Sentía las piernas débiles y extrañas.

–Debemos salir de aquí ahora mismo. Tenemos que encontrar a Topaz cuanto antes y pedirle ayuda –dijo, mientras imaginaba a Katie muriéndose de hambre, sed y luchando por respirar.

–Barbie indicó que debías descansar –replicó Shimlara–. Tal vez deberías quedarte, mientras nosotros buscamos a Topaz.

Nicola le clavó la mirada hasta que Shimlara levantó las manos, rendida.

–Fue solo una sugerencia. Es tu decisión.

–¿Dónde están los shobpavobbles? –quiso saber.

–En los establos –le respondió Tyler.

–Perfecto. Nos encontramos allí en cinco minutos.

–Ehm, ¿qué hacemos con el cabello de Katie? –preguntó Greta, nerviosa, mientras lo sujetaba en una mano, lo que lo hacía parecer una peluca.

Por un momento, Nicola sintió que estaba a punto de estallar en lágrimas.

–¿Qué te parece si lo trenzo? –preguntó Greta–. De esa forma, será más fácil transportarlo sin que se enrede y, luego, Katie podrá decidir si quiere conservarlo o no.

Nicola asintió, sin poder hablar.

Con habilidad, Greta transformó los mechones sueltos en una trenza bien hecha y robusta, y se la entregó a Nicola. Los ojos se le llenaron poco a poco de lágrimas. Esa era la manera en la que Katie lo llevaba a la clase de gimnasia.

Nicola respiró hondo y, con cuidado, colocó la trenza en su mochila, junto a la carta venenosa de Enrico. Levantó la vista y vio que todos la estaban observando. Si ella se desmoronaba, toda la brigada podía hacerlo, y eso no sería de gran ayuda para Katie.

–¡Apuesto que Katie se ve estupenda con el pelo corto! –dijo–. ¿Qué están esperando? Los veo en los establos.

Todos esbozaron una sonrisa de alivio, y la voz de Shimlara resonó en su cabeza: Eres lo más, Nic.

Gracias, Shimlara, le respondió ella de la misma manera. ¡Ahora, por favor, sal de mi cabeza!

Todos se marcharon y Nicola comenzó a vestirse. Su brazo aún le dolía y, antes de levantar la mochila y marcharse, volteó para mirar a la cama con deseo.

Una vez abajo, se encontraron con una mujer robusta y risueña en la recepción que estaba leyendo una revista, cuyas páginas parecían estar repletas de fotografías de mujeres hermosas que acariciaban sus largos cabellos castaños. La mujer apartó la revista.

–¿Cómo estás? Luces mucho mejor que cuando te trajeron anoche.

–Estoy mucho mejor, gracias –respondió Nicola.

–Bueno, asumo que nuestro grandioso comandante en jefe debe haber tenido una muy buena razón para quitar el vidrio protector del puente de las Buenas Manos –suspiró la mujer–. Pero es terrible ver gente como tú con heridas tan desagradables.

Mmm. Nicola sabía que Enrico no había tenido una buena razón.

–Es una lástima que se tengan que ir tan pronto –dijo la mujer–. Estábamos tan entusiasmados de tener visitantes de otro planeta. ¿A dónde se dirigen ahora?

El rostro de la mujer era tan amigable que parecía imposible que fuera una espía de Enrico, pero esta vez, Nicola no se arriesgaría.

–Estamos en una misión muy importante para el comandante. Y… ¡definitivamente vamos a cumplirla! ¡De eso estamos seguros!

–Ah, bien, qué bueno, querida –dijo la mujer distraída, antes de regresar a su revista.

En ese instante, la puerta de entrada de la posada se abrió y apareció Tyler.

–Tenemos un problema.