9

Algunas semanas después de la llegada de Jane Bryant, Polly recibió un mensaje de Fanny, en que le recordaba que esa tarde se reunía El Círculo de Costura, y contaban con su asistencia.

La señorita Mills, que había subido a llevarle la misiva, observó el rostro de Polly, y preguntó si se trataba de algo desagradable. Polly le leyó el mensaje, agregando que esas reuniones le parecían un pretexto para que las jóvenes adineradas se juntaran a conversar frivolidades e intercambiar los últimos chismes.

–Podría ser una buena oportunidad para conseguirle un trabajo a Jane –sugirió la señorita–. Ella sabe coser y bordar muy bien, y está ansiosa por ganar algo, por no depender íntegramente de mí.

–Temo que se burlen, si toco un tema tan serio –confesó Polly.

–¿Y qué importan sus burlas si tú estás luchando por una causa importante?

–Me duelen –admitió Polly–. Si actualmente me señalan como anticuada, intentar que reflexionen y se interesen por el dolor ajeno las hará tildarme de reformista, o algo por el estilo.

–La preocupación y el amor por los más pobres se llama caridad cristiana, querida Polly, y es una moda muy antigua. Principió hace más de mil ochocientos años.

–¡Haré lo posible! –prometió Polly.

Dos horas más tarde, en casa de los Shaw, se enfrentó al conjunto de jóvenes elegantísimas, cada una con un bolso o canastilla de labores más primoroso que la otra, hablando todas simultáneamente, mientras las torpes y cuidadas manos cosían todo al revés.

–Te agradezco que hayas venido –dijo Fanny, llevándola a sentarse entre Belle y Alice Perkins, una joven fría y circunspecta.

Belle la recibió con alegría, aproximando su silla a la de Polly, y de inmediato comenzó a contarle las continuas peleas de Tom y Trix.

Fanny, que era la presidenta del Círculo, observó a los grupos que no paraban de hablar.

–No conversen tanto –recomendó–. El mes pasado nosotras enviamos mucho menos ropas que las otras damas.

–Es porque las viejas se llevan el trabajo a la casa y se lo encargan a sus costureras –declaró Belle.

–Mi mamá dice que este invierno es muy duro y los pobres no van a resistir, así es que la que quiera llevarse trabajo a la casa, puede hacerlo. No importa quién lo realice –autorizó Fanny.

–No dispongo de tiempo nada más que para reunirnos una vez por semana –declaró Alice Perkins–. Además, los pobres jamás están conformes con lo que reciben.

–Yo tengo a tres mujeres cosiendo mis cosas, que debo tener listas antes del verano –comunicó Trix–, y necesitaría una más, pero cobran precios elevadísimos...

–El costo de la vida ha subido para todos –puntualizó Emma Davenport, a la que encontraban rara, porque vestía con gran sencillez, pese a que su padre era riquísimo–. Eso justifica los precios altos.

–¿Emma y tú son de la misma familia? –indagó Belle.

–Sí, y eso me enorgullece –confió Polly–. Si toda la gente rica fuera como los Davenport, ni los criados constituirían un problema, ni los obreros pasarían hambre.

–Y si esa gente gastara lo que debe, no molestaría como molesta –objetó Trix–. Lamentablemente, ya no se distingue a una señora de su mucama, porque pretenden ser más elegantes que nosotras.

–En Europa, los criados usan siempre su uniforme de criados –comentó Alice Perkins.

–Eso lo dice, pero no lo practica –susurró Belle, en el oído de Polly–. Le paga a la doncella con sus vestidos viejos en vez de dinero. ¿Y sabes lo que pasó el otro día? La mujer fue de paseo con el traje color violeta que Alice usó bastante, y el señor Curtis, que es más corto de vista que un topo, las confundió, y se acercó a saludar a la doncella.

Aunque hablara en secreto, la forma en que Belle contaba aquella historia era muy graciosa, y Polly estalló en una sonora carcajada. Pero su risa se cortó bruscamente al escuchar lo que estaba diciendo Trix:

–¡No soporto seguir oyendo hablar de pordioseros y pobreza! ¡Son todos unos embaucadores, que podrían mantenerse por sí solos trabajando, si no contaran con nuestra ayuda! ¡Se le hace demasiada propaganda a la caridad!

–¡Eso no es verdad! –refutó Polly–. ¡Es increíble que podamos sentirnos en paz, existiendo niños que se mueren de hambre, y muchachas, menores que nosotras, a las que no les queda más camino que el suicidio!

Un silencio pesado se apoderó bruscamente de la sala. Después de unos momentos, Trix se sobrepuso y lo rompió:

–¡Es absurdo que nos hagamos eco de las noticias sensacionalistas que publican los periódicos! –exclamó– Las inventan para atraer el gusto sórdido de ciertos lectores.

–¡Yo estoy hablando de lo que he visto con mis ojos, no de lo que he leído! –sostuvo Polly– ¡Ustedes viven tranquilas y felices, sin vislumbrar el mundo de miseria que las rodea! Sin embargo, si pudieran siquiera imaginarlo, les dolería el corazón, como me duele a mí.

–¿Sufres del corazón? –preguntó Trix, con acento mordaz–. No lo habría creído, ya que tu aspecto es tan saludable.

–Lo que es de ti, nadie podría decir que tienes un corazón que sufre, querida Trix –aseveró Belle, con ironía–. Lo que pasa es que a Polly y a mí nos faltan años para tener tu frialdad, y todavía podemos sentir compasión –y agregó, bajando la voz–: Especialmente de Tom.

Estas palabras fueron un golpe violento para Trix, que era una de las mayores del grupo. Además, todas opinaban que Tom era su víctima. Pero antes de que ella contestara a este ataque, intervino Emma Davenport:

–A todos nos atrae leer novelas que tratan sobre los desposeídos y describen sus angustias, pero cuando llega el momento de enfrentar la pobreza real, nos negamos a verla. ¿Por qué?

–Por cobardía –aclaró Polly–. Es mucho más cómodo cerrar los ojos y convencernos de que todos esos dramas, cuya lectura nos conmueve, solo existen en la imaginación de un escritor. Pero no es así. Hace pocos días conocí a una niña de diecisiete años que intentó suicidarse, porque estaba en la más completa miseria.

–¡Cuéntanos, por favor! –pidieron Belle y Emma Davenport.

Entonces Polly relató la historia de Jane Bryant, mientras todas las jóvenes dejaban a un lado sus costuras y la escuchaban. Cuando terminó, la mayoría de los ojos estaban velados por las lágrimas. Alice Perkins se hallaba impresionada, y Trix guardaba silencio, cabizbaja.

Sorpresivamente, Fanny cogió un valioso plato de porcelana, y luego de colocar en él cinco dólares, fue por la sala, recogiendo lo que cada una quería dar. Belle, que andaba sin dinero, dejó su dedal de oro en el plato.

Polly recibió, conmovida, todas las donaciones, y dijo que Jane las pagaría con trabajo, pues no precisaba limosnas, sino oportunidades para ganarse la vida y amistad.

En un impulso súbito y contradictorio, Trix aseguró que le encomendaría todas sus costuras, y que también le ofrecía una habitación en su casa. Polly respondió que Jane ya tenía un hogar, pues la señorita Mills la había acogido, pero agradeció con afecto la buena disposición de Trix.

A partir de ese momento, las señoritas de El Círculo de Costura parecieron transformadas, dulces y sonrientes. Siguieron charlando, pero el tema fue la verdadera caridad, el amor por los más necesitados, que resultó ser más interesante y novedoso que los rumores y chismes de los salones. Para varias jóvenes, pasado el primer entusiasmo, aquella no fue más que una conversación emocionante de la que se olvidaron con el correr de los días. No obstante, Polly ganó la batalla, porque Fanny, Belle y Emma Davenport fueron amigas de Jane, y le dieron toda su ayuda, hasta el punto de lograr que la niña se sintiera renaciendo, en un mundo donde había un lugar digno y feliz para ella.