Polly nunca podría olvidar aquel anochecer en que sintió el impulso de acudir a casa de los Shaw. Maud estaba sentada al pie de la escalera, y se levantó a abrazarla:
–¡Qué bueno que hayas venido, Polly!
–¿Ocurre algo malo, Maud?
–Me imagino que espantoso, porque mi papá está encerrado en la biblioteca, Tom se pasea por el comedor y mi mamá está arriba con Fanny, llorando las dos.
–¡No te asustes, querida! Quizás no sea una cosa tan seria. Mejor vamos a la salita...
–No, Polly –interrumpió la niña–. Antes debo saber qué sucede. Estoy segura de que es un asunto terrible, ya que apenas llegó mi papá, subió a ver a mamá, y ella no ha parado de llorar. Fanny no me deja entrar a verla. Cuando mi papá bajó, se fue directo a la biblioteca, y desde adentro dijo que estaba muy ocupado.
Polly se sentó en la escalera a acompañar a Maud, intentando calmarla, pero principió a sentir una extraña sensación de miedo, hasta que apareció Tom.
–¿Cómo estás? –preguntó ella.
–Pésimo. Necesito hablar contigo.
Luego de convencer a Maud de que fuera a esperar a su dormitorio, y que le comunicaría cualquier novedad, Polly siguió a Tom hasta la sala.
–Cuéntame de una vez qué te ha pasado –lo urgió.
–Lo más malo que puedas imaginar.
–¿Te suspendieron de clases o descubriste que Trix te engaña?
–Mucho peor. Me expulsaron de la universidad. –Observó a Polly, y se sorprendió de que ella respirara tranquila–. ¿No lo encuentras horrible?
–Pueden ocurrir cosas más graves. ¿Lo sabe tu papá? –Ante un gesto negativo, ella sostuvo–: ¡Tienes que decírselo, Tom!
–Es que hay otra cosa que papá ignora, y es que debo muchísimo dinero. Él siempre paga mis deudas, pero la última vez me advirtió que se le había agotado la paciencia, y que no contara con él en adelante.
–¿Y si vendes tu caballo?
–Ya lo hice, Polly, y me dieron la mitad de lo que vale. Con eso no pagué ni la tercera parte de mis deudas.
–¡Dios Santo, Tom! ¿Cuánto debes?
Debía una suma que ella consideró una fortuna, y no quiso ni pensar cómo podían despilfarrarse esas cantidades. Sin embargo, se negó a ser ella quien le comunicara al señor Shaw la expulsión de Tom. No era propio de un hombre esconderse entre las faldas de una mujer, y enviarla como emisaria para resolver un problema que le correspondía solucionar a él. Así es que Tom se dirigió a conversar con su padre, con la expresión de un condenado a muerte que va a enfrentar al verdugo.
Polly se quedó junto a la puerta entreabierta, escuchando el ruido de las voces que venían desde el otro lado del pasadizo. Las palabras de Tom se le perdieron en un murmullo indescifrable, y luego percibió las notas más bajas de la voz del señor Shaw, pero tampoco pudo hilvanar frases completas. Una exclamación acongojada de Tom fue lo último que oyó. En seguida, él volvió a la sala, intensamente pálido, tembloroso.
–¡Mi pobre papá! ¡Jamás lo hubiera sospechado!
–¡Dime qué le ocurre!
–¡Ha tenido que declararse en quiebra! ¡Lo ha perdido todo!
–¿Y qué hará?
–Entregar cuánto tiene, y enfrentar la bancarrota. Ha estado batallando para sostenerse sin decirle nada a nadie, pero ahora se ha rendido.
–Entonces esta era la causa del llanto de tu madre y de Fanny. ¡Si yo pudiera ayudarlo...!
–¡Puedes, Polly! Tu presencia será un consuelo. Lo que es yo, precisamente en el momento en que debería apoyarlo, he descargado sobre él mis problemas. Y ni siquiera se enojó; solo me dijo que debíamos tener paciencia el uno con el otro.
Tom agachó la cabeza, abrumado, conteniendo un sollozo. Entonces, Polly se dejó llevar por un ímpetu irrefrenable, y le acarició el cabello con inmensa ternura. Sentía una gran pena por lo que estaba ocurriendo, y, simultáneamente, no podía evitar la dicha que le producía dejar que sus dedos resbalaran y se hundieran en el pelo de Tom, al que amaba profundamente. Comprendía que era inútil dar alas a ese sentimiento, pero también era inútil que lo negara. Tom era su único amor, desde su primera visita a la casa de los Shaw, desde los catorce años; su único amor, pese a las faltas que cometía, al compromiso con Trix y a la indiferencia. Mientras lo acariciaba, pensó: “Si Trix se interesa únicamente en su dinero, es probable que ahora termine con él. Yo, en cambio, por ser pobre lo querré doblemente”.
Un rato después, fue a ver a Fanny, que la esperaba en su dormitorio. Se sorprendió al encontrarla muy calmada.
–Lo lamento infinitamente por mis padres. Pero por mí, casi me alegro –dijo–. Tendré la obligación de echar a un lado mi pereza.
–Quizás no estén tan mal –opinó Polly–. Hay gente que ha quebrado y sigue llevando la misma vida...
–No será el caso nuestro. Papá no quiere que nadie pueda decir nada contra su honestidad, así es que hará entrega de todo, salvo de una propiedad que es de mi madre.
–¿Y dónde vivirán?
–Nos mudaremos a una casita que tenía mi abuela materna.
–¡Me encanta esa casita! –intervino Maud, que entraba en ese momento–. Tiene un jardín muy lindo, y un ropero empotrado en la pared de uno de los dormitorios. Creo que no es tan espantosa la quiebra.
–No sé lo que opinarás cuando perdamos los coches, los criados y la ropa elegante –masculló Fanny–. Supongo que yo tendré que manejar la casa, así es que tendrás que enseñarme, Polly.
–Yo te ayudaré –anunció Maud–. A mí me encanta cocinar y limpiar.
–Además, las amistades nos abandonarán –continuó Fanny, sin escuchar a su hermana–. Eso fue lo que les pasó a los Merton cuando el padre se arruinó.
–Los verdaderos amigos no se alejarán –aseguró Polly–. Especialmente uno, que será más leal que nunca.
–¿De veras crees que será así? –averiguó Fanny, agradecida ante esa esperanza.
–Sí, lo creo. Pero ahora me parece que llegó el momento de que vayan a ver al papá. Más tarde seguiremos conversando.
–Iré siempre que vengas tú. No sé qué decirle.
–Demuéstrale que confías en él, y que lo quieres más que nunca.
–Yo le diré que estoy feliz de vivir en la casita chica –aseguró Maud.
El fuego ardía en la chimenea de la biblioteca, y la luz era muy tenue. El señor Shaw se hallaba en su sillón, sumergido en sus preocupaciones, cuando las jóvenes entraron.
–Papá querido, hemos venido a acompañarte –le comunicó Fanny, abrazándolo.
–No estamos tristes –susurró Maud.
El señor Shaw las rodeó con sus brazos, y preguntó:
–¿Y mi otra hija? ¿Dónde está Polly?
Ella, que se había quedado en la puerta, corrió a darle un beso, y averiguó si deseaba ver a Tom. Él contestó afirmativamente, y Polly fue a buscarlo. Solo se detuvo un instante frente al espejo del pasadizo, para confirmar que estaba bonita.
Al acercarse a Tom, observó que se encontraba sereno, y dispuesto a hacer frente a los conflictos. Al saber que su padre quería verlo, cogió a Polly de la mano:
–Vamos los dos.
Padre e hijos conversaron largamente, y recién los jóvenes se enteraron de las innumerables dificultades que ese hombre valiente había sobrellevado en completa soledad, mientras ellos vivían despreocupados, rodeados de lujos y frivolidades. Sin embargo, hoy estaban unidos, dispuestos a encarar juntos el futuro. La única que dormía, en el piso superior, era la señora Shaw, que, a juicio de Polly, estaba haciendo lo que jamás una buena esposa debía hacer: pensar exclusivamente en ella y en sus dolencias, en vez de estar al lado de su marido.
–Pasaremos esta crisis, niños –prometió el señor Shaw–. Será solo un período difícil, durante el cual tendremos que olvidar el orgullo, y tener en cuenta que la pobreza no es una afrenta, pero que sí lo es la deshonra.
Polly, que sabía lo que era ser pobre, se dijo que quizás, a la postre, la prueba que sus amigos estaban atravesando resultaría positiva, y hasta la señora Shaw acabaría transformándose en una mujer esforzada y feliz.
Al despedirse, las niñas besaron a su padre con un afecto que nunca habían manifestado. Tom no lo besó, pero le demostró su gran cariño estrechándolo en un abrazo, mirándolo con admiración.