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Ned respondió en forma muy positiva a la carta de Polly, y después de intercambiar otras misivas, y barajar algunos proyectos, Tom resolvió su viaje.

Por cierto, el señor Shaw estuvo plenamente de acuerdo, y aunque Fanny, Maud, y especialmente la señora Shaw, lloraron su partida, entendieron que era lo mejor para él. Sydney lo acompañó, animándolo y prestándole apoyo, como un hermano, y Will estuvo feliz de que Tom ocupara su lugar al lado de Ned.

Al iniciarse el verano, Tom partió rumbo al oeste, y Polly decidió ir a pasar las vacaciones a casa de sus padres.

Entretanto, Fanny fue la única que permaneció en la ciudad, ya que Maud aceptó acompañar a Belle a la playa, y ella debía permanecer a cargo de la casa y del cuidado de su madre. Afortunadamente, Sydney la visitó bastante, hasta el día en que también él se fue de vacaciones, como la mayoría de la gente que se refugiaba en la costa o en el campo. Después, la constante correspondencia con Polly, intercambiando noticias sobre Tom, fue casi la única entretención que le ofreció a Fanny ese verano. A través de las cartas de Ned a Polly, y del propio Tom a su madre, se sabía que éste se hallaba muy bien, trabajando con gran empeño, dispuesto a abrirse camino y llegar a una meta segura.

Esos meses fueron descansados para Polly. Sin embargo, cuando regresó a la ciudad y fue a visitar a Fanny, ésta se mostró sorprendida al verla.

–¿Has estado enferma, Polly? –averiguó.

–No. ¿Por qué me preguntas eso?

–Porque estás muy delgada y pálida.

–Quizás me ha hecho falta el trabajo –dijo Polly, esquivando la mirada penetrante de su amiga, y agregó–: A ti, en cambio, se te ve espléndida.

–Dime algo, Polly –exigió Fanny–: ¿No estás arrepentida de no haber aceptado a Sydney?

–¡No! ¿Por qué me preguntas eso?

–¡Porque tú sufres por algo, y es inútil que lo niegues!

–¡Pero no por Sydney! –gritó Polly– Yo jamás me casaría con él, porque... ¡bueno, porque no lo amo!

Fanny guardó silencio unos instantes, observándola.

–Si no es a él, debe ser a otro –afirmó–. ¿Quién es, Polly? ¿Yo lo conozco?

–Sí...

–¿Y es un hombre excelente?

–No.

–¡Si tú te enamoraste de él, debería serlo!

–¡Por favor –suplicó Polly–, no insistas en hacerme hablar! ¡No ahora!

–Está bien –aceptó Fanny, con voz resignada, al comprender que era imposible forzar una confidencia.

–Cuéntame de ti. ¿Todo está bien?

–Creo que sí. Al menos tengo la esperanza de que Sydney me quiere un poquito más cada día. La verdad es que no quise hacerme ilusiones hasta que papá notó algo, y me hizo algunas bromas.

–¡No sabes cuánto me alegro! Tu papá no puede equivocarse.

Contenta con esta respuesta, Fanny fue en busca de un paquete de cartas, del que sacó una fotografía de Tom.

–Llegó con su última carta –comunicó–. Está trabajando tan esforzadamente, que me siento orgullosa de que sea mi hermano.

–Él es mucho más buenmozo de lo que se ve aquí –opinó Polly–. Debe ser por la barba...

Fanny se volvió y captó la expresión de la joven, las manos que temblaban levemente al sostener la fotografía.

–¡Polly, no puedo creerlo! ¡Es Tom! –exclamó– ¡Me alegro, Polly!

La otra permaneció en silencio, pero su secreto era demasiado transparente. Finalmente dijo, con voz apagada:

–Es algo imposible.

–¿Imposible? ¿Hay algún impedimento?

–Sí, se llama Mary Bailey.

–¿Qué dices? ¿Esa muchacha del oeste?

–¿Tom la menciona en sus cartas, verdad?

–Solo de pasada, porque él y tu hermano Ned alquilan habitaciones en la casa de la madre de ella. ¡No, Polly, esa chica no es un impedimento entre ustedes!

–Te equivocas. Ned dice que es bien educada y bonita, y que cree que Tom se ha enamorado de ella.

–¡Déjame que yo hable con él!

–¡Oh, no, Fanny, eso no! ¡Te lo prohíbo! –protestó Polly– Es terrible amar sin ser correspondida, pero sería mil veces peor si él lo supiera.

–De acuerdo, no diré nada –la tranquilizó Fanny–. Sin embargo... ¿qué te parecería si yo le escribiera a Tom, preguntándole por su vida sentimental? Sería muy natural que lo hiciera.

–Acepto. Siempre que me muestres la carta antes de enviarla.

–Convenido –acató Fanny–. Creo que te estás ahogando en una gota de agua, y que en el fondo no hay nada entre Tom y esa señorita Bailey.

Aquel invierno Polly no fue la joven entusiasta y abnegada que siempre había sido. Se mostraba poco comunicativa, con un aire un poco ausente, siempre evitando conversaciones íntimas. Esto extrañó a Will, quien no logró saber qué le ocurría.

Del oeste no llegaban respuestas satisfactorias a las cartas de Fanny. Tom declaraba amar desesperadamente a alguien, sin esclarecer a quién, y lo escribía en una forma tan graciosa, que era imposible tomarlo en serio.

Al comenzar la primavera, Fanny llegó una tarde a visitar a Polly. Parecía radiante y a la vez seria.

–Vengo a anunciarte que una persona se ha comprometido –comunicó en tono solemne.

–¡No, no me lo digas! –gimió Polly.

–¡No, querida, si no es Tom! ¡Soy yo! ¡Sydney me propuso matrimonio!

–¡Qué felicidad! –exclamó Polly.

–Me declaró que me ha observado durante todo el invierno, y que ha aprendido a amarme cada día más.

–¡Él es el marido que tú mereces! ¡Y tú eres la mujer para él!

–Sí, y yo te agradezco una vez más que no lo hayas guardado para ti –confesó Fanny.

–Eso fue una equivocación, y la culpa la tuvo tu capa blanca –dijo Polly, riendo, y en seguida averiguó–: ¿Le escribiste a Tom, contándole?

–No. Avisó que viene la próxima semana, y entonces le daré la sorpresa. Además, descifraremos todos los misterios.

Tres días después de que Fanny le anunciara su compromiso con Sydney, Polly llegó a la casa de los Shaw, y Maud la recibió hablando en forma acelerada, llena de agitación.

–¡Polly, ven, acaba de preguntar por ti! Está en el dormitorio de mamá. Llegó antes de lo que suponíamos. Lo vas a hallar extraño con esa barba, pero se ve espléndido.

Sin alcanzar a pensar en nada, Polly corrió, arrastrada por Maud, hasta la habitación de la señora Shaw.

Y ahí estaba. Pero la vista se le nubló, y solo sintió los brazos fuertes que la estrechaban, y oyó una voz cambiada, más gruesa:

–¿Cómo estás, Polly?

Cuando se calmó, pudo mirarlo: Tom parecía llenar la habitación.

No era que estuviera mucho más alto, ni más gordo; eran sus ademanes grandes y seguros, la falta de preocupación por los detalles de la etiqueta social, la actitud del que acostumbra respirar y moverse al aire libre, lo que agrandaba su porte. La piel muy tostada, la barba, las botas, hacían el resto, borrando todo rastro del joven elegante.

Apenas llegó Fanny, le comunicó a su hermano la sorpresa que ella le tenía, y él no disimuló su agrado.

–¿Y a ti qué te parece, Polly? –indagó.

–Me alegra mucho –contestó ella.

–Bien –dijo Tom–, es magnífico que todos estemos felices. Espero que también les gustará otro compromiso del que se enterarán muy pronto.

Después de decir esto, Tom se fue a su habitación con Sydney, mientras Polly y Fanny intercambiaban miradas en que se mezclaban temor, impotencia y furia.

Polly no supo jamás cómo resistió las horas que siguieron, hasta que decidió escapar. Pero no tuvo éxito, porque no alcanzó a llegar a la puerta, cuando la voz de Tom la detuvo:

–¿Te vas sin dejar que te acompañe, y sin siquiera despedirte?

–Pensé que querías estar con tu familia, y...

–¡Tú eres parte de mi familia! –Tom la sujetó por los hombros, reteniéndola–: Necesito decirte algo importante, Polly.

–Ya lo sé, y deseo que seas muy feliz –susurró ella, haciendo esfuerzos para no llorar.

–¿Qué cosa?

–Cuando hablaste de otro compromiso, ya sabía que te referías al tuyo con Mary Bailey.

–¿Yo y Mary? –Tom la observó perplejo– ¡Yo no tengo nada que ver con ella! ¡Es tu hermano Ned el que se va a casar con Mary!

–Como tú hablabas de Mary en todas tus cartas, Fanny y yo pensamos que...

–¿Que estaba enamorado? ¡Lo estoy, pero no de ella! ¿Te interesa saber cómo se llama la mujer que yo amo? –averiguó– ¡Se llama Polly! ¡Polly Milton! ¡Y es la única a la que verdaderamente he amado!

Al escuchar esto, ella no supo si reír o llorar. Por último, hizo ambas cosas, abandonándose en los brazos de Tom.

Más tarde, cuando ambos volvieron a la realidad, como después de un sueño, Polly preguntó:

–¿Y por qué te fuiste sin decirme nada?

–No podía hacerlo hasta saber que Sydney no se interponía entre los dos. Recién hoy, Fanny me ha sacado de esa duda.

–¿Y hemos perdido un año, Tom? Un año en que yo he sufrido creyendo que tú amabas a la novia de mi hermano, mientras tú suponías que yo quería al novio de tu hermana. ¡Qué absurdo, mi amor! ¿Pero de veras estabas enamorado de mí antes de irte?

–¡Mira! –indicó él, sacando de su bolsillo una billetera con documentos, y entre ellos una flor marchita, envuelta en papel de seda–. Es una de las rosas que pusiste en mi pastel de cumpleaños.

–Yo también he guardado un recuerdo tuyo –confesó Polly, emocionada, y le mostró su relicario. En un lado, se veía ahora la fotografía que Tom le había regalado a los catorce años, al despedirla en la estación, y en el otro, un mechón de pelo rojo que ella le había robado a Maud.

–¿No te importará vivir en el oeste, y que no pueda ofrecerte más que lo que gano con mi trabajo? –preguntó Tom.

–Lo único que deseo es compartir tus esfuerzos y ayudarte.

–Entonces te prometo que un día podrás sentirte orgullosa de tu marido –aseguró Tom–. Porque lo más importante en la vida de un hombre es una mujer con la que pueda enfrentar todas las batallas.