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–“Siempre” es una palabra muy fuerte —dijo Simón.

Era un buen día. Era viernes. Lo sabías porque ninguno de los dos se quitaba el uniforme los viernes; a menos que fuera absolutamente necesario. Majo incluso llevaba puesto el suéter. Estaban tirados en el césped del parque de siempre. La cabeza de ella sobre el estómago de él. Las miradas de ambos, en las nubes.

—Sí, pero cuando quieres de a de veras, no hay de otra.

Una nube con forma de pato en los ojos de Simón. Una en forma de calabaza de Halloween en los ojos de Majo.

—Por eso hay que estar seguros —agregó ella.

—Nadie puede estar completamente seguro de nada.

Era un buen día. Uno de los últimos. Previo al verano y al final de la inocencia. De brisa tenue y tarde quieta. Uno de esos días en los que cada minuto se distingue del anterior y el tiempo puede sentirse avanzar como una caricia sobre la piel. Uno de esos días que se quedarían para siempre en la memoria si no se tuvieran quince años y el futuro fuera tan maravilloso e intimidante.

—Yo sí.

La calabaza se había convertido en una borroneada mancha de gis sobre el pizarrón del cielo.