232
LAS ZORRAS EN EL RÍO MEANDRO
Un día unas zorras se reunieron en el río Meandro porque deseaban beber. A causa del estruendo del agua no osaban acercarse, por lo que se intentaban animar las unas a las otras. Una de ellas pasó delante y, menospreciando al resto, burlándose de su cobardía y creyéndose la más valerosa y distinguida por su audacia, saltó al agua. La corriente la arrastró al centro, y las otras, rezagadas en la ribera, le dijeron: «No nos dejes aquí, regresa para indicarnos un acceso seguro por donde podamos beber». La otra, dejándose llevar, dijo: «Tengo un encargo para llevar a Mileto, a mi regreso ya os lo mostraré».
A los que por fanfarronería se lanzan ellos mismos al peligro.
233
EL CISNE Y EL AMO
Dicen que los cisnes cantan cuando van a morir. Uno que encontró un cisne en venta, como había oído que era un animal muy melodioso, lo compró. Un día que tenía invitados, se acercó a pedirle que cantara en el festín. Aquel día el cisne guardó silencio. Pero más tarde, cuando notó que estaba a punto de morir, cantó su propio treno. Oyéndolo el amo, le dijo: «Pues si tú no cantas más que cuando estás muriendo, fui un iluso antes, pidiéndote que cantaras en vez de sacrificarte».
Así, algunos hombres, por no querer hacer algo gustosos, tienen que hacerlo de mala gana cuando se lo mandan.
234
EL LOBO Y EL PASTOR
Un lobo acompañaba a un rebaño de ovejas, pero no lo atacaba. Al principio, el pastor se guardaba del lobo como enemigo que era, y lo vigilaba, temeroso. Después, como pasó mucho tiempo en que el lobo los seguía de cerca sin atacarlos, y nunca, desde el principio, había intentado robar, pensó el pastor que era más un guardián que un acechador. Más tarde, le surgió una ocupación de provecho en la ciudad, así que se marchó dejando el rebaño a su cargo. El lobo se dio cuenta que aquella era la suya y mató a la mayoría. Cuando el pastor regresó y vio a su rebaño destruido, dijo: «Es justo que sufra, pues ¿por qué he confiado el rebaño a un lobo?».
También hay hombres que ponen en manos de avaros y codiciosos sus riquezas, y con razón las pierden.
235
LA HORMIGA Y LA PALOMA
Una hormiga sedienta que había bajado hasta una fuente con la voluntad de beber, se estaba ahogando. Una paloma, aposentada en un árbol cercano, cortó una hoja y se la tiró, y así, subiéndose a ella, la hormiga se salvó. Un cazador de pájaros que andaba cerca tenía las trampas preparadas porque deseaba cazar a la paloma. La hormiga se le acercó y le mordió en el pie. Él, al estremecerse, removió las trampas por lo que la paloma huyó y se salvó.
También los pequeños pueden ofrecer grandes recompensas a sus benefactores.
236
LOS CAMINANTES Y EL CUERVO
A unos que iban a resolver un negocio les salió al encuentro un cuervo tuerto. Como el cuervo viró su rumbo, uno aconsejó regresar, pues ese era el significado del presagio, y el otro contestó diciendo: «¿Y cómo puede este augurar lo que debemos hacer si ni siquiera previó su propia pérdida para guardarse de ella?».
Así, los que se procuran malos consejos para sus propios asuntos, no tienen crédito al aconsejar a sus vecinos.
237
EL QUE COMPRÓ UN ASNO
Uno que estaba por comprar un asno quiso ponerlo antes a prueba, así que lo condujo al establo donde estaban los que ya tenía. El asno, dejando de lado al resto, se fue junto al más vago y comilón. Y como no hacía nada, el hombre lo ató y lo condujo a su dueño para devolvérselo. Este le preguntó cómo había podido examinarlo tan deprisa, y le contestó el hombre: «Pues yo no necesito otra prueba, ya sé que es igual que el compañero que, de todos, ha escogido».
Se considera que cada uno es igual a los compañeros con quien convive.
238
EL CAZADOR DE PÁJAROS Y LAS PALOMAS
Un cazador de pájaros extendió las redes y ató en ellas unas palomas domésticas. A continuación, se apartó para vigilar desde lejos lo que estaba por llegar. Al acercarse las palomas salvajes a las otras, quedaron enredadas en los lazos y el cazador salió a la carrera para capturarlas. Culpaban las salvajes a las domésticas, pues siendo de la misma especie no las habían prevenido de la trampa. Las otras contestaron diciendo: «Pues para nosotras es mejor proteger a nuestro dueño que favorecer a nuestra propia raza».
Así, no es de reprochar que los esclavos, por amor a sus amos, falten a la amistad de los de su mismo linaje.
239
EL JURAMENTO
Uno que había aceptado de un amigo dinero en depósito pensó en robárselo, pero el otro le instaba a que se sometiera a un juramento. Para rehuirlo se iba a marchar al campo, pero cuando se encontró en las puertas de la ciudad, vio a un cojo que salía, y le preguntó quién era y adónde iba. El cojo dijo ser el mismo Juramento, que iba contra los impíos. También le preguntó cada cuánto tiempo solía visitar las ciudades. Y contestó: «Cada cuarenta años o, a veces, cada treinta». Así que, sin dudarlo, juró al día siguiente no haber aceptado el dinero a depósito. Sin embargo, se tropezó con el Juramento, que lo condujo a un precipicio. Cuando el hombre lo culpó por haberle dicho que regresaba cada treinta años, pero no haberle dado a él ni un solo día de confianza, el Juramento le respondió: «Pues bien sepas que cuando alguien me irrita sobremanera, acostumbro a regresar el mismo día».
A los malvados no les está determinado el día que los castigará la divinidad.
240
PROMETEO Y LOS HOMBRES
Prometeo, por orden de Zeus, moldeó a los hombres y a las fieras. Cuando Zeus vio que los animales irracionales eran muchos más, le mandó que eliminara algunas fieras transformándolas en hombres. Al cumplirse la orden ocurre que, a causa de esto, los que no habían sido moldeados como hombres desde el principio tienen forma humana, pero alma de fiera.
El relato es un argumento para rebatir a los hombres salvajes e irascibles.
241
LA CIGARRA Y LA ZORRA
Una cigarra cantaba en lo alto de un árbol. Una zorra que quería comérsela pensó un plan. Se puso enfrente a admirar su bonita voz y le pidió que bajara, alegando que deseaba ver qué magnífico animal tenía una voz tal. La cigarra sospechó el engaño, así que arrancó una hoja y la dejó caer. La zorra corrió hacia la hoja como si de la cigarra se tratara, y le dijo esta: «Pues estabas equivocada si te pensabas que iba a bajar, pues yo me guardo de las zorras desde que vi las alas de una cigarra en los excrementos de una».
Los hombres precavidos se dejan advertir por las desgracias de sus vecinos.
242
LA HIENA Y LA ZORRA
Dicen que las hienas cambian de naturaleza cada año: uno son machos y, al siguiente, hembras. Una hiena vio a una zorra y le reprochó que no quisiera aceptarla como amiga. La zorra le contestó: «No me lo reproches a mí, sino a tu naturaleza, pues no me deja saber si tendré a un amigo o a una amiga».
Al hombre ambiguo.
243
LAS HIENAS
Dicen que las hienas cambian de naturaleza cada año, que a veces son machos y otras veces, hembras. Una vez, una hiena macho montó a una hembra contra natura, y ella le dijo: «Pues pronto sufrirás lo que estás haciendo».
A los gobernantes que piden cuentas a los que tienen por debajo pero que, a su vez, les han de rendir cuentas acerca de lo que sucede.
244
EL LORO Y LA COMADREJA
Uno que había comprado un loro lo dejaba volar suelto por la casa. El loro, debidamente domesticado, se posó de un salto en el hogar y empezó a garrir, encantador. Al verlo una comadreja, le preguntó quién era y de dónde venía. Él le respondió: «Recién me ha comprado el amo». «Pues vaya qué animal sinvergüenza», dijo la comadreja, «que, acabado de llegar, te atreves a pegar estos gritos. A mí, que soy de la casa, los amos no me permiten ni abrir la boca. Es más, si alguna vez oso hacerlo, encolerizados, me echan a la calle. Y tú, sin miedo alguno, hablas con total libertad.» El loro le replicó diciendo: «Dueña de la casa, pues lárgate lejos de aquí, que los amos no se irritan con mi voz como con la tuya».
Al hombre malvado, que lanza vituperios a sus vecinos a causa de la envidia.