Capítulo 8

 

 

 

 

 

Muy bien. Pero nos queda pendiente hablar de nuestro acuerdo –dijo Zaid girándose bruscamente hacia la mesa–. Lo haremos mientras cenamos. ¿O también te niegas a cenar?

–No, cenemos –dijo Esme, siguiéndolo a la vez que observaba el comedor, que no era el mismo que habían usado anteriormente–. ¿En qué parte del palacio estamos? –preguntó cuando ya estaban sentados a la mesa.

–En mi ala privada.

En la que estaba su dormitorio, pensó Esme, que no lograba salir de su estado de confusión. ¿Estarían al lado del dormitorio? ¿Dormía Zaid solo? Era la primera vez que se preguntaba si tendría un harem.

La pregunta se le quedó en la punta de la lengua y para no hacerla, se concentró en servirse un plato de cuscús y una selección de carnes. Tal y como le habían explicado, sabía que se asaban lentamente con miel, especias y frutos secos, y eran deliciosas.

–Espero que no te incomode –comentó Zaid. Y Esme se dio cuenta de que estaba esperando a ver cómo reaccionaba a su última respuesta.

En absoluto –contestó ella, fingiendo indiferencia.

La leve curva de los labios de Zaid le indicó que no llegaba a creerla, pero no la contradijo.

Comieron el primer plato en silencio mientras la tensión iba en aumento.

–Esta tarde he renunciado como fiscal del caso de tu padre.

Era lo último que Esme esperaba que dijera, y aunque inicialmente le produjo alivio, a continuación la inquietó.

–¿Por qué?

–No quiero que haya un conflicto por mi asociación contigo.

–No tenemos ninguna… asociación.

Los ojos de Zaid refulgieron por un instante.

–No, pero espero que pronto la tengamos… aunque solo sea profesional.

Esme dejó escapar el aire que había estado conteniendo.

–Ah…. ¿Quién te sustituirá?

–Eso depende del fiscal general. Me presentará a los candidatos al final de la semana.

Antes de que Esme pudiera hacer más preguntas entraron dos mayordomos para retirar los platos y llevar el postre, y Esme no pudo resistirse a los dátiles rellenos de queso de cabra, las galletas de mantequilla y los pasteles de pistacho.

Contacto Global tiene una sede en Ja’ahr –dijo Zaid en cuanto se quedaron solos.

Esme se puso alerta.

–No tenía ni idea.

–Hasta hace poco, su programa social no tenía aliados en mi reino –explicó Zaid.

Se refería a antes de la muerte de Khalid Al-Ameen y su ascenso al trono. La consciencia de que la corrupción del Estado era culpa de su tío y no de Zaid golpeó en ese momento plenamente a Esme, y se sintió culpable por las acusaciones que había hecho en la televisión.

–¿Y cómo quieres que te pague por lo que has hecho por mi padre? ¿Trabajando aquí en la sede de Contacto Global?

Zaid se metió un dátil en la boca y Esme se quedó hipnotizada viéndole masticarlo lentamente, siguiendo el movimiento de sus sensuales labios. Él tragó y la miró con expresión velada antes de decir finalmente:

–No, he decidido utilizar tus conocimientos de otra manera.

Esme sintió un escalofrío.

–¿Cómo?

–Como mi contacto personal con la organización

Esme evitó concentrarse en la noción de «personal».

–Yo… ¿Qué quieres decir?

–Durante las próximas semanas voy a recorrer las zonas más remotas de Ja’ahr. Contacto Global está haciendo un registro de las comunidades más necesitadas aquí, en la ciudad de Ja’ahr. Mientras tanto, tú vendrás conmigo para evaluar las necesidades de mi gente. Tus recomendaciones permitirán que Contacto cree las infraestructuras necesarias.

Como oferta de trabajo, era muy tentadora, y un gran avance respecto a lo que hacía en Londres. Pero la idea de trabajar al lado de Zaid le produjo calor y frío alternativamente. Cuando las mariposas que sentía en el estómago se asentaron en un término medio, carraspeó.

–No sé si me la concederán por tanto tiempo como dure el juicio de mi padre, pero pediré una extensión de… –calló a media frase al ver el ceño de Zaid.

–Esto no es negociable, Esmeralda. Es lo que exijo como respuesta a tu «te daré lo que me pidas» de la semana pasada. ¿O era una promesa en falso?

Con la boca seca, Esme contestó:

–Claro que no, pero aun así, tengo que pedir…

Tu jefe ha accedido a trasferir tus servicios aquí por tanto tiempo como yo los requiera –concluyó él en tono autoritario.

Esme se quedó paralizada.

–¿Qué? ¿Cómo…? ¡No tenías derecho a hacer eso!

–¿Por qué no? –preguntó Zaid con sorna.

–Porque… porque…

–¿Querías hacerlo cuando te diera la gana? ¿No te dije que te explicaría los detalles cuando correspondiera?

–Eran detalles sobre lo que querías de mí, no sobre cómo ibas a organizarme la vida.

–No podía perder el tiempo con discusiones como esta. Además sabes que tengo experiencia en el mundo empresarial, y sabía que a tu jefe no le gustaría que pidieras una baja indefinida. Por otro lado, dudo que quisieras explicar por qué debías permanecer en Ja’ahr. ¿O le has contado lo de tu padre? –preguntó Zaid sarcástico.

Esme sintió un nudo en el estómago.

No… No se lo habrás dicho, ¿verdad?

–No, después de todo, la llamada no era de naturaleza personal.

–¿Y ha accedido sin más?

–Sí, Esmeralda. Aunque como recibir una llamada de un sultán no es lo más habitual, ha sido especialmente amable conmigo. Por otro lado, añadir mi reino a los países que atiende la organización solo puede revertir en su beneficio –con gesto severo, Zaid añadió–: Así que ¿estamos de acuerdo en que te quedarás aquí tanto tiempo como te necesite?

Esme se sentía acorralada, y no solo por servir como asesora para Zaid. Había algo en la intensidad de la mirada con la que él la observaba que le contraía las entrañas; una intensidad contra la que no podía luchar porque no podía definirla. Además, dado lo que había hecho por su padre y dado lo que quería hacer por su pueblo, solo podía darle una respuesta.

 

 

–Sí, me quedaré.

Antes de que respondiera, Zaid había preparado una docena de refutaciones a las excusas que Esme pudiera poner. La batalla que había lidiado había sido perceptible en su rostro, y Zaid necesitó unos segundos para llegar a asimilar que había aceptado.

El alivio y la felicidad que sintió lo tomaron por sorpresa, especialmente porque ya había cerrado mentalmente la posibilidad de que hubiera algo sexual entre ellos.

No era tan arrogante como para creer que pudiera hacerle cambiar de opinión a su antojo. Esmeralda Scott era una mujer deseable, y su breve escarceo había despertado en él un deseo que todavía estaba intentando dominar. También había sido consciente de la disimulada desilusión que Esme había experimentado cuando él había aceptado sin protestar su afirmación de que no había química entre ellos y que el beso había sido un simple error.

Pero no era bueno mezclar el trabajo con el placer. Y ya había demasiada gente cuestionándose por qué había actuado como lo había hecho por su padre.

Así que tendría que buscarse una alternativa más discreta para saciar su libido, aun cuando solo pensar en ello incrementara su irritación.

–Muy bien –dijo en un tono más cortante de lo necesario. La tensión que se reflejó en el rostro de Esme lo ratificó, pero Zaid estaba perdiendo la paciencia–. Fawzi te proporcionará el itinerario mañana por la mañana.

Esme se quedó mirándolo antes de bajar la mirada.

Muy bien… Buenas noches.

Zaid se puso en pie y le separó la silla. Al notar que se sorprendía, preguntó:

–¿Te molesta que tenga un gesto de caballerosidad?

Esme sacudió la cabeza.

–En absoluto, solo me ha tomado por sorpresa.

Zaid esbozó una sonrisa.

–Mi abuela, descanse en paz, se revolvería en la tumba si supiera que había perdidos los modales.

Esme también sonrió levemente, pero bastó para que sus hermosas facciones se volvieran encantadoras, y Zaid asió con fuerza el respaldo de la silla.

–¿Estabais muy unidos?

Zaid se dijo que solo se permitiría aspirar una vez la fragancia a cereza y jazmín de Esme mientras iban juntos hacia la puerta. Pero su perfume lo envolvió y no pudo evitar preguntarse cuánto era el olor a jabón y dónde empezaba el olor a mujer. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para concentrarse en la pregunta que le había hecho.

–A pesar de vivir en el exilio, me crio como si fuera el heredero. Además de los estudios normales, tuve que aprender las costumbres y las leyes de Ja’ahr, así como las artes de la diplomacia y de la buena educación. Era muy severa, pero también cariñosa y maternal.

–Me alegro –musitó Esme.

Algo en su tono de voz hizo que Zaid la mirara, y que al hacerlo atisbara una sombra de tristeza. Al ver que ella componía al instante una máscara de rígido control, tuvo el absurdo impulso de querer atravesarla y dejar expuesta a la verdadera Esmeralda Scott. Quizá por eso hizo la siguiente pregunta:

–¿Cuándo perdiste a tu madre?

–¿Cómo sabes que la perdí? –preguntó Esme, tensándose.

Zaid la guio hacia un corredor en el que sabía que estarían tranquilos aquella hora.

–Tu padre ha dicho que eras su única familia.

–Ah, sí –Esme pareció aliviada, y fingió interesarse en una escultura antes de añadir–: Mi madre murió cuando yo tenía catorce años. Pero un año antes se había divorciado de mi padre y se había mudado a Australia.

–¿Y tu padre y tú os quedasteis solos? –Zaid frunció el ceño.

–Sí –dijo ella débilmente.

–Supondrás que he investigado a tu padre. Ha actuado en… numerosos países. ¿Lo acompañabas?

Esme rio en tensión.

–¿Me estás interrogando? ¿Creía que ya no eras el fiscal del caso?

–¿Te extraña que quiera conocer mejor a la mujer con la que voy a trabajar?

Zaid fue consciente de estar siendo injusto y de que debía dejar el tema, pero verla mordisquearse el labio mientras pensaba cómo responder volvió a provocar en Zaid el deseo de destruir sus defensas. Quería conocerla, averiguar qué la hacía fuerte y osada, frágil y vulnerable.

–Durante el curso estaba interna en un colegio –dijo ella finalmente–. Y pasaba las vacaciones con él recorriendo el mundo. Era una gran aventura.

La visión idílica que pretendía proyectar de su infancia hizo enfadar a Zaid.

–Si era tan maravilloso, ¿por qué has evitado verlo estos ocho años?

Vio la sorpresa que le causó su pregunta. Esme entornó los ojos.

–Esto parece cada vez más un interrogatorio.

–¿Quizá te avergonzabas de tu padre y preferiste distanciarte de él? –la presionó Zaid.

–O puede que hubiera llegado el momento de que nuestras vidas se separaran. Quise tener una carrera y decidí volver a Inglaterra.

Estaba mintiendo o al menos no decía toda la verdad y Zaid, que había aprendido a no sorprenderse por nada, se preguntó por qué sentía tal desilusión ante la reacción de Esme. Aceleró el paso en dirección a sus aposentos.

–Zaid… ¿Alteza?

Él se volvió, molesto por que volviera a utilizar su título para dirigirse a él.

–¿Qué pasa?

En la tenue luz del corredor pudo ver su gesto de inquietud a pesar de que le sostuvo la mirada.

–Creo… creo que sé cómo llegar a mi suite.

Zaid miró a su alrededor y al ver que quedaban algunos corredores dijo en tono imperioso:

Te acompañaré hasta la puerta.

Esme caminó a su lado el resto del recorrido. Cuando llegaron, Zaid abrió la puerta.

Aisha y Nashwa se giraron al oírlos entrar e hicieron una reverencia al ver a Zaid. Este respondió con unas palabras y las dos mujeres se marcharon. Cuando las puertas se cerraron, Esme lo miró.

–Sé que en Ja’ahr las mujeres no necesitan estar acompañadas en todo momento, pero ¿no deberías haberme consultado si me preocupa despertar rumores cuando se sepa que el sultán entra en mi dormitorio a esta hora de la noche?

–Volverán enseguida. Si hubiera tenido otras intenciones las habría despedido para el resto de la noche –dijo Zaid, sintiendo la sangre acudir a su entrepierna al imaginar ese posible escenario.

Esme se ruborizó y él tuvo a tentación de acariciarle la mejilla y volver a sentir su delicado tacto.

–Entonces ¿cuáles son tus intenciones si no pretendes despertar habladurías en mi contra?

–En Ja’ahr no se castiga a las mujeres por desear a un hombre, ni se asume que deba estar acompañada a no ser que lo solicite. Los derechos de las mujeres se respetan, y son libres de ejercer su libertad desde la mayoría de edad.

–Me alegro de saberlo.

–Así que nadie te censurará por que me entretengas en tu suite.

Esme tomó aire.

–No te estoy entreteniendo. Y podías haberte despedido en la puerta.

Su tono airado aceleró la sangre de Zaid.

–Puede que se deba a que te encuentro cautivadora, a que desearía marcarte como mía a pesar de…

¿A pesar de qué? –preguntó ella con la respiración alterada.

–A pesar de que mi instinto me dice que debo alejarme de ti.

–Harías mejor siguiendo tu instinto y preocupándote en los rumores.

–Lo que hace el sultán y con quién lo hace siempre despierta interés. ¿Te molestaría ser centro de atención?

Esme se pasó la lengua por los labios y Zaid tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no besarla en aquel mismo instante.

–¿Por qué me dices estas cosas?

La lascivia y la impaciencia se apoderaron de Zaid.

–¿De verdad necesitas preguntarlo cuando apenas puedes respirar por el deseo que nos consume?

Que Esme ahogara una gemido fue un motivo de satisfacción para el depredador que había en él.

–Zaid, creía que habíamos acordado que no…

–Dime que no me deseas y me marcharé –la cortó él.

Yo… –Esme sacudió la cabeza–. Es una mala idea.

Zaid posó las manos en sus hombros y sintió su piel a través de la fina tela de su vestido.

–Eso no es lo que te he preguntado. Admite que me deseas, Esmeralda ¿O crees que es más fácil mentir?

Una sombra de dolor cruzó la mirada de ella antes de que con labios temblorosos dijera:

–Yo no miento.

Zaid ignoró su expresión y su respuesta le hizo recordar que, aunque no mintiera, tampoco decía toda la verdad.

–Si es así, contéstame.

Esme pareció vencida por un segundo. Luego alzó la barbilla y dijo:

–¡De acuerdo! Te deseo. Pero sigo pensando que…

Zaid atrapó su boca y ahogó sus palabras con un apasionado beso avivado por el deseo contenido. La estrechó contra sí, amoldando su cuerpo al de ella, pero no le bastó. Como si ella sintiera lo mismo, se abrazó a su cintura y sus labios de terciopelo se abrieron a él. Zaid la invadió con su lengua con un ansia que bordeó la brusquedad, pero le dio igual. La respuesta de Esme, los gemidos que escapaban de su garganta con cada encuentro de sus lenguas, desencadenó en él una embriagadora reacción que jamás había experimentado. Pero aunque el beso fuera espectacular, Zaid sabía que había más y anhelaba descubrirlo.

Por eso hundió los dedos en su cabello, le soltó las horquillas que le afianzaban el moño y dejó caer suelto su sedoso cabello. Deleitándose en su aroma femenino le acarició la nunca y la apretó contra sí, haciéndole sentir su erección en toda su magnificencia.

Esme extendió las manos sobre su espalda y se pegó a él, gimiendo. Devorándose mutuamente, Zaid la fue empujando hacia atrás hasta que un sofá lo detuvo. Zaid se sentó y sin dejar de besarla sentó a Esme sobre su regazo. Manteniéndola atrapada, la saboreó hasta que sus gemidos reverberaron en la habitación.

Zaid era consciente de que estaba dejándose llevar y de que las sirvientas estaban esperando al otro lado de la puerta, pero aun así llevó una mano al seno de Esme. Ella se tensó y él rompió el beso para expresar lo que ya no podía callar:

–Eres como un frondoso oasis tras un largo exilio en el desierto, jamila.

Y volvió a besarla y a acariciar su glorioso seno, pasando el pulgar por su endurecido pezón. El leve sobresalto de Esme incrementó su excitación y Zaid no pudo resistirse a bajarle el cuello elástico del vestido. Continuó besándola hasta que otra tentación se hizo irresistible. Sus pezones endurecidos eran visibles bajo el encaje que los cubría. Con dedos temblorosos por la fuerza de su deseo Zaid apartó la tela y el gemido ahogado de Esme le hizo mirarla. Estaba agitada, acalorada, preciosa.

Sin apartar la mirada de sus ojos, Zaid inclinó la cabeza para tomar un pezón entre sus labios y vio sus preciosos ojos oscurecer de deseo, sus párpados aletear. Zaid le pasó la lengua y repitió el movimiento en el otro pezón. Solo alzó la cabeza cuando fue consciente de que el deseo que lo atravesaba amenazaba con volverse incontrolable.

–Eres pura ambrosía, habiba –masculló con voz ronca.

Como respuesta, Esme lo sujetó por la nuca y le hizo inclinar de nuevo al cabeza. Con una risa ahogada, el volvió a deleitarse en la exploración de su cuerpo. Estaba tan perdido en él que tardó en darse cuenta de que Esme lo llamaba y lo empujaba por los hombros.

–¡Zaid, para!

–Todavía no –masculló él sin apartar las manos de sus senos.

–¡Por favor!

La angustiada súplica lo hizo reaccionar. Tomó aire y finalmente oyó que llamaban a la puerta. Maldiciendo en su lengua, la dejó ir de mala gana.

Esme se puso en pie y se estiró la ropa a la vez que Zaid le tomaba el rostro entre las manos mientras intentaba recuperar el dominio de sí mismo.

Con las mejillas encendidas y el cabello alborotado, Esme lanzó una mirada aterrada hacia la puerta.

–Tranquila. No entrarán hasta que les dé permiso –dijo entre dientes.

–Pues dáselo antes de que piensen que estamos… –Esme se ruborizó violentamente.

–¿Haciendo el amor? Acostúmbrate a decirlo, Esmeralda, porque va a suceder. La próxima vez no nos interrumpirán. Y cuando te tenga en mi lecho te poseeré plenamente.

El tembloroso suspiro de Esme atrajo la mirada de Zaid de nuevo a sus senos. Se inclinó a besarla con delicadeza antes de retroceder.

–Mañana partiremos temprano. Estate preparada.