Un año después
–¿De verdad quieres repetir exactamente nuestra luna de miel tal y como pasó? –preguntó Esme, riendo.
–Hasta el momento en el que la estropeé. Y luego voy a cambiar el final, para que borres los recuerdos de la anterior.
–Zaid, no hace falta…
Zaid posó un dedo en los labios de Esme.
–Shh, no arruines mis planes –miró el reloj–. Son casi las tres y cuarto. Falta un minuto.
Esme enarcó las cejas.
–¿Te acuerdas de la hora exacta?
–¡Cómo olvidarla, Jamila!
El teléfono vibró y Zaid le dedicó una de las miradas cargadas de amor a las que había acostumbrado a Esme.
–Te amo más de lo que jamás pensé que fuera posible amar, Esmeralda. Todo lo que soy, te pertenece. Te amaré incluso después de mi último aliento.
–Oh, Zaid… Yo también te amo tanto que a veces me duele.
Él inclinó la cabeza y selló su amor con un beso. Luego alzó la cabeza.
–Entonces ¿estás contenta de haberte quedado?
Esme rio.
–Feliz. Aunque tampoco tuve otra elección.
Los dos rieron, antes de que alegría se atenuara levemente. Zaid le acarició la mejilla a Esme.
–Estás pensando de nuevo en tu padre –afirmó.
Esme asintió.
–Ahora que soy madre y que siento lo que siento por Amir, me cuesta aún más entender que fuera tan poca digna de su amor…
–No, habiba. El indigno era él. Fue él quien fracasó como padre y esposo. Tú no tienes nada de qué culparte.
Aunque asintió, Esme pensó con tristeza en las oportunidades perdidas.
La muerte de Jeffrey Scott de un ataque de corazón a los dos meses de comenzar su sentencia de ocho años en prisión, fue un duro golpe. A pesar de todo, Esme lamentaba que no hubieran tenido nunca una relación de amor normal, y que no llegara a conocer a su nieto. Pero algún día, también esa tristeza se diluiría.
Especialmente porque su esposo y su hijo le daban más amor del que jamás hubiera soñado tener.
Como si lo hubiera invocado, Aisha apareció en la cubierta con el niño en brazos.
–¡Ah, esta interrupción es mucho más grata! –exclamó Zaid–. Aunque tenía pensado concluir la declaración de amor con una mucho más física.
Esme sonrió y le dio un beso.
–Tendrás tu oportunidad más tarde, lo prometo.
–Haré que cumplas tu palabra –dijo él. Luego se puso en pie y tomó a Amir.
Sin poder contener la emoción, Esme lo imitó y rodeó a ambos con sus brazos.
Zaid la miró y sonrió con una mirada encendida de amor.
–Te amo, Esmeralda.
Esme sintió evaporarse el último rastro de tristeza.
–Y yo a ti, mi sultán.
Bajo la resplandeciente luz del sol, el hijo de su alma gorjeó entusiasmado mientras veía a sus padres sellar su amor con otro beso.