Capítulo 4

 

 

 

 

 

Esme se quedó paralizada durante unos segundos antes de que la furia redoblara sus esfuerzos por liberarse. Zaid la sujetó con más firmeza y ordenó:

–Tranquilízate.

Esme sacudió la cabeza. No encontraba ninguna razón para poder calmarse.

Te juro que no voy a hacerte daño, Esmeralda. Pero para soltarte, tienes que prometer que no gritarás –le susurró él al oído.

Esme no quiso analizar si se debió a oír en sus labios su nombre o el tono aterciopelado que usó, lo cierto fue que finalmente se calmó. Entones pasó a ser plenamente consciente del cuerpo al que estaba pegada, de la respiración de él contra su espalda, de su trasero pegado a las caderas de Zaid y del masculino y orgulloso órgano cobijado entre ellas.

Recorrida por un intenso calor, sacudió la cabeza afirmativamente. Él esperó un segundo antes de soltarla. Esme se lanzó hacia el interruptor del cuarto de baño y encendió la luz antes de volverse hacia Zaid.

Verlo ataviado con el traje tradicional en negro, como un guerrero del desierto, le cortó la respiración que intentaba recuperar. Se retiró el cabello de los ojos con dedos temblorosos.

–Puede que sea quien gobierna en su reino –dijo airada–, pero no tiene derecho a invadir mi privacidad. Y menos a darme un susto de…

Él la cortó con un gesto de la mano.

–Comprendo su enfado, pero le aconsejo que espere a expresarlo una vez salgamos del hotel.

–¿Por qué? –exigió saber ella.

Sin dignarse a contestar y ante los atónitos ojos de Esme, él fue hasta el armario y empezó a rebuscar entre su ropa.

–¿Qué demonios está haciendo? No pienso a ir a ninguna parte en mitad de la noche.

Él se volvió con expresión amenazadora.

–Será mejor que no use ese tono conmigo o mis hombres la arrestarán.

¿Sus hombres? –preguntó Esme alarmada.

Él indicó la puerta con la cabeza. Esme miró en esa dirección y advirtió por primera vez la presencia de dos hombres flanqueando la puerta en actitud alerta, protegiendo a su señor. Impidiéndole escapar.

–¿Por qué están aquí?

Zaid dio un paso hacia ella y Esme vio que en la mano sostenía su vestido negro de algodón.

–No tengo tiempo para explicaciones. Póngase esto. Tenemos que irnos ahora mismo, no creo que quiera salir con ese… trozo de tela –dijo él en un tono autoritario pero levemente alterado.

Esme bajó la mirada hacia el camisón corto de encaje y seda que llevaba puesto, y sintió un súbito calor al seguir la mirada de Zaid recorriéndola de arriba abajo. Cuando se detuvo en sus muslos, una sensación pulsante se asentó entre ellos y desde allí viajó en una sucesión de explosiones que fueron estallando bajo su piel.

Los ojos de Zaid ascendieron entonces hasta sus senos y en respuesta, sus pezones se endurecieron. Dándose cuenta de que la seda dejaba intuir cada reacción de su cuerpo, Esme se tapó el pecho con un brazo sin dejar de sostener la mirada de Zaid con gesto retador.

Pero fue como si una hormiga se enfrentara a un elefante. Aunque los ojos que la observaban pudieran tener un velo de turbación, incluso de deseo, el hombre que se aproximó a ella y le dio el vestido bruscamente estaba en pleno dominio de sí mismo y decidido a ser obedecido.

–Tiene dos minutos para vestirse o la vestiré yo.

Esme se mantuvo firme.

–Me vestiré, pero no pienso ir a ninguna parte si no me dice qué pasa.

Él se limitó a hacer un gesto seco con la cabeza y ella fue al cuarto de baño. Cuando ya se iba a poner el vestido, se quedó paralizada al ver su reflejo en el espejo. Tenía el cabello alborotado y las mejillas encendidas, pero lo que más la desconcertó fue la forma en que brillaban sus ojos. Donde hubiera esperado encontrar temor, vio otra cosa, algo que le provocaba un hormigueo bajo la piel; y sus pezones seguían endurecidos como una prueba palpable de excitación

Con una creciente agitación, se puso el vestido sobre el camisón como si le proporcionara una segunda piel. Podía oír a Zaid moverse con impaciencia al otro lado de la puerta. Se recogió el cabello en una coleta y salió a enfrentarse con él.

–Muy bien, merezco saber qué está pasando –repitió.

–El jefe de policía viene de camino a arrestarla. Si no viene conmigo, dentro de una hora estará en la cárcel. No sería una experiencia agradable.

Esme enmudeció y dirigió la mirada hacia los guardas. Aunque no se habían movido, pudo percibir en ellos una tensión creciente.

Zaid había encendido una lámpara y Esme se puso unas sandalias apresuradamente, Luego tomó su maleta, pero Zaid se la quitó de la mano.

¿Qué está haciendo? –preguntó con aspereza.

–Recoger mis cosas.

–No hay tiempo. Ordenaré que se las lleven.

La mirada implacable con la que Zaid la miró hizo que Esme se limitara a asentir. Tomó su bolso, en el que tenía el pasaporte, la tarjeta de crédito y el teléfono, y Zaid la condujo hacia la puerta.

Ocho guardaespaldas formaron al instante un cordón de protección en torno a ellos; fueron hasta el ascensor, que los esperaba con la puerta abierta, y bajaron. En el vestíbulo vacío había un conserje adormecido que se irguió al oírlos e hizo una reverencia a su paso.

Zaid apenas lo miró porque estaba concentrado en los hombres armados que entraban por la puerta giratoria. Esme sintió que el corazón se le subía a la garganta a pesar de que él no cambió el paso.

–Permanezca a mi lado y no hable –musitó con una firme serenidad.

Ella asintió al tiempo que los hombres se aproximaban. Por su actitud y sus uniformes, supo quiénes eran incluso antes de ver la insignia que llevaban en el pecho.

El líder, un hombre bajo y rotundo se aproximó y todos se inclinaron al unísono, pero Esme percibió que el jefe de policía presentaba sus respetos al sultán con reticencia.

–Alteza, me sorprende que esté aquí a esta hora de la noche –dijo, mirando con suspicacia a los guardaespaldas.

–Ocuparse de las cuestiones de Estado no tiene horario –replicó Zaid.

El hombre miró a Esme con abierta animadversión.

–¿Y esto es una cuestión de Estado?

El lenguaje corporal de Zaid al emitir una áspera replica en árabe hizo que el hombre se encogiera, pero no alteró su expresión hostil hacia Esme. Sin embargo, no hizo ademán de detenerla.

Aunque solo se trató de unos minutos, a Esme le pareció que pasaba una eternidad hasta que Zaid la miró.

–Nos vamos –dijo.

Aliviada, Esme asintió y lo siguió.

En cuanto subieron al coche este se puso en marcha con una precisión militar y Esme respiró profundamente. Aunque en su mente se agolpaban las preguntas, sus sentidos despertaron al percibir la masculina fragancia del hombre que, sentado a su lado, la observaba en silencio. .

–¿Qué…? –Esme se humedeció los labios–. ¿Por qué iba a arrestarme?

–Porque, como yo, se ha enterado de que sus acusaciones son falsas. Su entrevista se ha emitido regularmente en las últimas doce horas. Muchos han exigido su detención desde el primer momento, y ha llegado a mis oídos que el jefe de policía iba a hacerlo.

Esme se estremeció.

–Dios mío –cerró los puños para contener el temblor de sus manos–. ¿De qué iba a acusarme? –preguntó, aunque sabía que eso era lo de menos.

Zaid se encogió de hombros.

–Habría encontrado algo.

–¿Quiere decir que se lo habría inventado?

–Bastaría con que dijera que quería interrogarla. Tenía suficientes elementos como para justificar la detención.

Esme sintió un nudo en el estómago.

–¿No sería… ilegal? –preguntó con cautela.

En la penumbra, vio que Zaid apretaba los dientes con gesto grave.

–El cambio está llegando a Ja’ahr, pero no lo bastante deprisa –dijo en tono críptico–. La verdadera democracia tiene exigencias que no todo el mundo quiere aceptar.

La solemne afirmación no invitaba a hacer más preguntas y el convoy avanzó en silencio hasta que Esme se dio cuenta de a dónde iban.

–¿Vamos a…?

Al palacio real –confirmó Zaid.

Esme sintió pánico.

–Así que se trata de un rapto.

Lo dijo como una broma, para intentar quitar peso a los acontecimientos que acababa de vivir y a los que temía tener ante sí.

Pero al ver que Zaid no respondía, se volvió y vio que la miraba sin ápice de humor.

–Aunque no sea la mejor forma de describirlo, sí –dijo él. Y esperó a ver cómo se tomaba la respuesta.

Poco a poco su rostro adquirió una expresión de angustia que él pensó que le sería de utilidad porque así estaría alerta y concentrada. Por su parte, le serviría para dejar de fijarse en sus labios y en cómo arrugaba la nariz cuando algo le hacía gracia.

Ya le costaba bastante mantener su libido bajo control desde que había visto su piel nacarada y cómo el camisón acariciaba sus curvas. El impulso de tocarla, el recuerdo de haberla tenido en sus brazos había sido tan intenso que le había provocado un pulsante dolor visceral. Por eso tenía que concentrarse en el instante.

–No es una broma, ¿verdad? –preguntó ella angustiada.

–Soy un hombre ocupado. No dirijo misiones como esta por diversión –dijo él en tono crispado.

Esme se encogió con un escalofrío. Antes de que Zaid pudiera añadir algo, el vehículo se detuvo y el jefe de seguridad abrió la puerta.

Al ir a bajar, Zaid observó la palidez del rostro y las facciones tensas de Esme, y comentó:

–Son casi las dos de la madrugada. Seguiremos esta conversación una vez haya descansado.

Entonces bajó y le tendió la mano. Esme vaciló antes de, finalmente, aceptarla.

El contacto reactivó la volátil tensión que Zaid luchaba por contener, pero la ignoró con la misma determinación que ignoraba cualquier emoción desde que había vuelto a Ja’ahr. Solo así podía concentrarse en reconstruir el país que su tío había destruido. Era la misma razón por la que no se acostaba con una mujer desde hacía más de dieciocho meses; por la que trabajaba sin descanso cada día.

Aun así, descubrió que apretaba la mano de Esme y, mirando su rostro iluminado por las luces que se proyectaban desde el palacio, su especial belleza volvió a asombrarlo.

Dio media vuelta bruscamente y dejó que Fawzi y el personal se ocuparan de ella. Él tenía que atender a otras causas.

Buenas noches, señorita Scott.

Solo había dado unos pasos cuando oyó que lo seguía.

–Espere. Por favor. Alteza.

Zaid no pudo evitar esbozar una sonrisa ante la dificultad que tenía de recordar que tenía que dirigirse a él por su título.

De hecho, se avergonzaba de haber insistido la tarde anterior en que lo hiciera. Aunque la sangre real recorriera sus venas, jamás se había impuesto a los demás por ser noble. Pero algo en Esmeralda Scott había hecho que quisiera afirmar su posición dominante sobre ella. Tal vez por ver su gesto altivo cuando alzaba la barbilla o por obligarle a hacer la reverencia que tanto odiaba en cualquier otro de sus súbditos.

–Alteza, por favor.

Zaid se detuvo en el vestíbulo. El séquito de seguridad que lo seguía a todas partes se detuvo a una distancia respetuosa.

Esmeralda se aproximó y Zaid no pudo evitar deslizar la mirada por sus piernas y las caderas que el vestido de algodón abrazaba sensualmente.

–Me va a resultar imposible dormir. Al menos hasta saber algo más de… lo que va a pasar.

Conmigo

Zaid la admiró por que callara esa palabra. Estaba decidida a no mostrarse débil a pesar de la precariedad de su situación y de la de su padre. La repercusión de su entrevista había sido mucho mayor de lo que él mismo había calculado inicialmente. Había estado pensando en cómo contrarrestarla cuando recibió el aviso de las intenciones del jefe de policía.

Despidió al personal aunque sabía que Fawzi y los guardaespaldas permanecerían alerta.

–Muy bien. Hablemos ahora.

Percibió cómo Esme tragaba con nerviosismo antes de que asintiera con la cabeza y dijera:

–Gracias, Alteza. Lo sigo.

Zaid no sabía si censurarla o alabarla por su entereza, porque la misma actitud que le había hecho actuar irreflexivamente sería la que la salvaría en los siguientes días. Los dos entraron en su ascensor privado, donde ella se apoyó en la pared más alejada a él. A Zaid le habría resultado divertido de no haberle golpeado el olor de su perfume y el aroma de su piel.

En cuanto las puertas se cerraron, a Esme se le alteró la respiración. Cuando él se inclinó para darle al botón, ella se sobresaltó y Zaid ya no pudo evitar sonreír.

–Me alegro de divertirle, Alteza.

–Puesto que he tenido que interrumpir mi noche para acudir en su ayuda, algo que todavía no me ha agradecido, pienso divertirme cuanto quiera.

Esme vaciló antes de contestar:

–Me ha dicho que esto es prácticamente un rapto. Perdone que no me deshaga en agradecimientos antes de saber si verdaderamente lo ha hecho para salvarme de algo aun peor.

Zaid no pudo evitar mirarle los labios y admirar el precioso arco de cupido del superior. Exigió un esfuerzo sobrehumano apartar la vista.

–Estoy expectante por ver cómo… se deshace en agradecimientos –dijo, antes de salir del ascensor al despacho que usaba cuando no trataba de cuestiones de Estado.

Cruzó la sala hasta un mueble-bar y preguntó:

–¿Quiere una copa?

–No, gracias –respondió ella, distraída con la contemplación de la habitación.

Una gran alfombra ocupaba el centro, rodeada de grandes almohadones y con un hooka en el centro, sobre una bandeja de bronce; bajo una ventana en arco había un diván sobre el que descansaban unos papeles y unas gafas de leer. La chaqueta de un traje colgaba del respaldo de una silla junto con el keffiyeh que Zaid se había quitado hacía horas.

Zaid no supo por qué, ver a Esme deslizar su mirada por sus objetos personales lo excitó; y al llenar un vaso con agua se planteó la posibilidad de que hubiera llegado el momento de atender a sus necesidades básicas. Pero antes de que se convirtiera en una idea definida, ese pensamiento se volatilizó. No tenía ni el tiempo ni el interés de localizar a ninguna de las mujeres de su pasado, ni tenía la menor tentación de atender a las múltiples insinuaciones de los nobles tanto de Ja’ahr como de los países vecinos, que querían casar a sus hijas con el nuevo sultán.

Pronto tendría que cumplir con el deber de casarse y tener herederos. Pero antes tenía que introducir cambios en Ja’ahr y devolverle la estabilidad. Se lo debía a su pueblo y a sus difuntos padres, quienes habían sido asesinados en nombre del poder y la codicia.

Ese recuerdo le permitió aplacar su deseo y volverse a Esme.

–Quería preguntarme algo –bebió el agua y dejó el vaso en una mesa–. Si me va a preguntar si puede marcharse por la mañana, le diré que dudo que esta situación se resuelva en tan poco tiempo.

Esme esperó a asimilar la información antes de hablar:

–Entiendo que aquí las cosas son un poco… distintas. Pero necesito tener una idea del plazo al que se refiere. No puedo quedarme indefinidamente.

Podrá volver en algún momento, pero no de inmediato.

Esme frunció el ceño.

Y él continuó:

–Voló a Ja’ahr para apoyar a su padre. Tengo entendido que ha pedido un mes de empleo sin sueldo para ello.

–¿Cómo lo sabe? –preguntó ella, abriendo los ojos como platos.

–Es mi deber estar informado de los detalles de los casos que me ocupan. Su comportamiento de ayer hizo que hiciera algunas averiguaciones más.

Zaid no fue consciente de haberse aproximado hasta que se encontró a unos centímetros de ella; lo bastante cerca como para ver el tono gris verdoso de su ojos con mayor precisión, percibir en su rostro su expresión de sorpresa y ver el latido de su corazón en la garganta.

Se metió las manos en los bolsillos para reprimir el impulso de poner allí sus manos y sentir su piel.

–¡No puedo quedarme indefinidamente! Además, ha hablado con el jefe de policía; por eso no me arrestó –dijo ella apresuradamente.

Zaid se encogió de hombros.

–He conseguido un aplazamiento temporal, pero no quiero que se equivoque: si intenta dejar este palacio antes de que yo lo considere seguro, será apresada y encerrada en prisión. El jefe de policía tiene amigos en círculos influyentes.

Esmeralda sacudió la cabeza con expresión desconcertada al tiempo que lo miraba inquisitivamente. El movimiento hizo que sacudiera su coleta de caballo, reclamando la atención de Zaid, que lamentó recordar el impacto que le había causado al verlo suelto. Entonces Esmeralda se alejó de él, cabizbaja, rodeándose la cintura con los brazos. En el silencio cargado que los envolvió, Zaid deslizó la mirada por sus delgados hombros, su delicada espalda y el delicado mecer de sus caderas, así como la curva de sus nalgas y sus torneadas piernas.

Una súbita imagen de ella echada sobre los almohadones, con el cabello suelto y luciendo el sensual camisón de seda y encaje lo golpeó con tal fuerza que se le contrajeron los músculos del estómago. Apretó los puños dentro de los bolsillos con fuerza y entornó los párpados cuando ella se volvió hacia él.

–Sigo sin comprender por qué me ha sal… por qué ha acudido en mi ayuda.

Zaid tardó varios segundos en recordar cómo había tomado aquella decisión la tarde anterior.

Alzando la mirada, se dijo que Esmeralda Scott no se echaría en aquellos almohadones ni en ningún otro lugar de su espacio personal. A no ser que estuviera decidido a tener problemas. La mujer que tenía ante sí llevaba poco tiempo en su reino y, sin embargo, ya había provocado tensiones que podían desestabilizar todo aquello por lo que él estaba luchando. Había llegado el momento de poner límites y de colocarla en su sitio.

–A pesar de su torpeza, he decidido que me es más útil fuera que dentro de prisión.