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Tres economías dirigen el mundo. Son el ¥, el € y el $, los símbolos del yen, el euro y el dólar. El dinero, además, es capaz de crear mundos fantásticos, sobre todo si abunda, como es el caso de la pequeña ciudad estadounidense de Tightwad (Tacaño), donde irónicamente nadie (según el censo de 2006) vive por debajo del umbral de la pobreza. La mayoría de sus habitantes, por supuesto, guardan sus fortunas en el Banco Tacaño (Tightwad Bank).

De las 100 principales economías del mundo, 51 son multinacionales y solo 49 son países. La cadena de supermercados estadounidense Walmart tiene presupuestos superiores al producto interior bruto de la mayoría de los países.

El dinero se cuela por todas las grietas de la tierra y, por muy remoto y árido que pueda ser el terreno, de las grietas, entonces, germinan lujosos rascacielos, centros comerciales o franquicias McDonald’s. Porque el dinero obra como el mejor fertilizante del mundo (y suele desprender el mismo aroma).

Según la revista Forbes, 32 multimillonarios ya viven en Londres, una proporción astronómica solo comparable a la obtenida por ciudades como Nueva York. Y la mitad de estos habitantes acaudalados ni siquiera son ingleses, como Lakshmi Mittal, de origen indio pero con residencia en Kensington Palace Gardens, adquirida en 2004 por 100 millones de dólares.

Y es que Londres ofrece todos los matices de la opulencia imaginables, sobre todo si acudimos a Bond Street, donde podremos hacernos con trajes Chanel, degustar un plato cocinado por Gordon Ramsay, dejarnos deslumbrar por los enormes diamantes Graff o pujar por algún artículo exclusivo subastado en Sotheby’s. Y si paseamos por una calle paralela a Bond Street, Burlington Arcade, entonces aun podremos encontrar las mismas tiendas que ya frecuentaba Winston Churchill: New & Lingwood (el sastre), J. J. Fox (el proveedor de cigarros puros), John Lobb (el zapatero) o Berry Brothers and Rudd (la bodega).

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LUGARES MCDONALIZADOS

Un analista político, Thomas Friedman, formuló en 1996 la «teoría de la guerra de McDonald’s», que postula que solo los países con un nivel aceptable de desarrollo económico poseen franquicias de esta cadena de restaurantes de comida rápida; por ello, dichos países nunca entrarán en conflicto bélico, para no poner en peligro el bienestar alcanzado. Pero la teoría hizo aguas con la guerra de Osetia del Sur en 2008 entre Rusia y Georgia, que sí tienen McDonald’s; y anteriormente también se había incumplido en 1999, con el bombardeo de la OTAN sobre Yugoslavia y la guerra de Kargil entre India y Pakistán; en 1989 con la invasión de Panamá por parte de Estados Unidos; o desde 1973 con el conflicto entre Israel y Líbano.

Porque McDonald’s, como epítome de la pandemia económica estadounidense, se propaga incluso en los países en guerra. Su ubicuidad mundial es tal que si contempláramos un mapa por colores y los países en rojo fueran los países donde existen McDonald’s, entonces el mapamundi sería prácticamente una gran mancha de sirope de fresa, con unas pocas motas blancas en Europa (Albania, Armenia, Bosnia-Herzegovina y Ciudad del Vaticano), Oriente Próximo (Irak, Irán, Libia, Siria) y Asia (Afganistán, Bután, Myanmar, Camboya, Laos, Maldivas, Mongolia, Nepal, Corea del Norte, Turkmenistán, Uzbekistán, Timor, Tayikistán y Vietnam). También habría una gran mancha en África (46 de los 48 países africanos carecen de esta franquicia dispensadora de lípidos a granel) y otra en Groelandia, y otras manchitas en algunos países de Latinoamérica, como Cuba o Bolivia. Por último, atisbaríamos motas blancas en algunas islas del Caribe y de Oceanía, como Vanuatu, el llamado país de la felicidad, del que os hablaré en el capítulo «Lugares virtuales». Pero poco más. El resto del mundo prefiere comer hamburguesas. No en vano, las franquicias de McDonald’s, como los mejores virus, mutan y se adaptan a las culturas e idiosincrasias de las naciones más reacias a la gastronomía yanqui a fin de contaminar subrepticiamente (vía estomacal) a sus habitantes.

En San Bernardino, Estados Unidos, los hermanos McDonald habían empezado a cocinar sus primeras hamburguesas típicamente americanas con kétchup y patatas fritas. Esto ocurrió en la década de los cuarenta. Ahora, más de medio siglo después, su imperio de triglicéridos abarca variedades como las hamburguesas acompañadas de arroz (en vez de las consabidas patatas fritas), tal como las sirven en Indonesia, cuyos habitantes no entienden la comida sin el aditamento del arroz. En Portugal ocurre lo mismo pero con la sopa, así que también sirven hamburguesas acompañadas de sopa. Para los indios (o los culturalmente afines), el Big Mac se convierte en Maharajá Mac, de cordero o de pollo, jamás de ternera o de cerdo. Aguacate para todos los bocadillos, como sucede en Chile. En las franquicias israelíes disponen del McShawarma y el McKebab. En Brasil, de la McCalabresa, una empanada de salchicha con vinagreta. En Canadá, de la McLobster, a base de langosta. Y en Japón tienen la Teriyaki McBurguer, de cerdo, con lechuga, mayonesa y salsa teriyaki, y la Ebi Filet-O, una hamburguesa de gambas.

Con todo, todas estas franquicias de McDonald’s no son todos los restaurantes McDonald’s que imponen su estética. En la lista no hemos incluido todos los restaurantes que copian el logotipo y hasta cierto punto el nombre para aprovecharse de la reputación de la cadena. Así, por ejemplo, en Solimania, en el Kurdistán iraquí, existe el MaDonald, al estilo de las marcas piratas como Adadis o Panatronic. El restaurante mantiene el logo original, y el frontispicio; si lo leemos demasiado rápido, podría confundirnos, porque es casi idéntico al de una franquicia McDonald’s (incluso aparece el payaso Ronald McDonald). Allí se sirven pizzas, kebabs y, por supuesto, la estrella de la casa, la Big Mack. Al parecer, el dueño del restaurante, Suleiman Qassab, intentó en primera instancia abrir una franquicia legal, pero finalmente optó por piratearla debido al embargo al que estaba sometido el país tras la guerra de 1991. Ahora abre hasta en Ramadán, y Qassab ha sido incluso amenazado por terroristas suicidas.

En definitiva, una invasión que, a juicio de George Ritzer, autor del libro La McDonalización de la sociedad, tiene consecuencias funestas para nuestra individualidad. Sin embargo, para el filósofo Joseph Heath, autor de Rebelarse vende, esta estigmatización de las franquicias McDonald’s es injustificada: la relación calidad-precio es inmejorable y sus patatas fritas son mejores que las que se venden en muchos de los bistrós de París.

En cualquier caso, si queréis visitar el lugar donde se concentra la mejor cocina del mundo (al menos si hacemos caso a los jueces que adjudican las estrellas de la Guía Michelín, tenéis que visitar Tokio. A pesar del tópico, París tiene diez restaurantes con tres estrellas; pero Tokio tiene once. En cómputo global, Tokio tiene 261 estrellas en 197 restaurantes, el triple que París (cifras de 2010). Algo tiene que ver, también, que Tokio dispone de nada menos que 160.000 restaurantes; París solo tiene 40.000. No en vano, la obsesión de los japoneses por la cocina ha provocado que casi la mitad de los programas de la televisión tengan que ver con la gastronomía.

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REPÚBLICA INDEPENDIENTE DE LOS GRANDES ALMACENES

Los grandes almacenes casi son mundos alternativos, repúblicas independientes en las que uno puede vivir toda su vida si se lo propone (en Estados Unidos se denominan mallrats precisamente a las personas que colonizan los centros comerciales y consagran sus vidas a él, no necesariamente consumiendo). Es algo que ya aprendieron los protagonistas de la saga de novelas de fantasía de Terry Pratchett titulada El éxodo de los gnomos. Pratchett plantea lo que supone autoconfinarse en un universo artificial y manejable por miedo a lo que hay fuera desde el punto de vista de una tribu de gnomos que siempre han vivido en el interior de unos grandes almacenes. En lo que a ellos concierne, fuera de los muros de los grandes almacenes no hay absolutamente nada. Cada planta acoge a unos gnomos diferentes, como los monjes de la sección de Papelería. Incluso poseen unas Sagradas Escrituras que explican el comienzo de su universo, que se inicia con una serie de versículos que hablan de la empresa Arnold Bros y de cómo decidió construir la tienda en la calle Mayor.

En los pasillos de los grandes almacenes se exponen los artículos alineados, ordenados, clasificados, etiquetados, inventariados y expuestos de tal forma que exploten al máximo las estrategias del departamento de marketing. Como si el cliente fuese un ratón perdido en una caja de Skinner en busca de su recompensa. Según cálculos de Eric Beinhocker, del McKinsey Global Institute, en las economías modernas se ofrecen unos 10.000 millones de productos distintos; solo Starbucks ofrece 87.000 bebidas diferentes.

Por si fuera poco, gran parte de la aureola que envuelve a los grandes almacenes se la debemos a un escritor de novelas de fantasía: L. Frank Baum. El autor de, por ejemplo, El mago de Oz. Baum descubrió que el entorno de venta, al igual que sucedía con su reino de Oz, puede ayudar al consumidor a identificar sus más profundos deseos, tal como explica ampliamente Douglas Rushkoff es su libro Coerción. Al igual que el mago de Oz se valía de una escenografía teatral para hacer creer a la gente que el mago existía y era más mágico de lo que en realidad era, Baum aplicó técnicas de iluminación y de presentación de la mercancía a fin de que el consumidor se viera hipnotizado por ella. Enseguida, el sector comercial estadounidense contrató a Baum para que aplicara sus conocimientos para generar entornos mágicos y atmósferas oníricas, convirtiendo los grandes almacenes en lo que son ahora: mundos alternativos como salidos de un libro de fantasía, capaces de suscitar unas Sagradas Escrituras a sus habitantes. Todo esto ocurrió allá por 1890. Todos los conocimientos de Baum al respecto fueron recogidos en su libro The Art of Decorating Dry Goods Windows and Interiors («El arte de decorar escaparates e interiores»), donde también enumeraba las muchas ventajas de emplear maniquíes en los escaparates. Así era Baum, un tipo multifacético: no en vano, hasta su muerte en 1919, además de publicar más de cincuenta libros de ficción (algunos de ellos bajo seudónimos femeninos, como Edith van Dyne o Laura Metcalf), fue criador de aves exóticas, editor de periódico, empresario teatral y viajante.

Poco después de las líneas maestras introducidas por Baum, a partir de 1928, la corporación Muzak añadió otro componente persuasivo en las tiendas: el hilo musical. Los clientes de las tiendas que usaban el servicio de Muzak dedicaban un 18 por ciento más de tiempo a comprar y llevaban a cabo un 17 por ciento más de adquisiciones. Actualmente, ya se componen bandas sonoras exclusivas para tiendas, como lo hace AEI Music Network para marcas tan importantes como Gap o Banana Republic. La supertienda de Nike en Estados Unidos, la Niketown («Ciudad Nike»), contrató una banda sonora de sonido de pelotas de baloncesto y tenis botando a la AEI Music Network.

Y ahora los grandes almacenes y los supermercados son gigantescos generadores de empleo. Tal como explica Edward Glaeser en su libro El triunfo de las ciudades, en Estados Unidos, en 2008 había 1,8 veces más personas empleadas en supermercados que en restaurantes (estas cifras, sin embargo, se invierten en grandes ciudades como Nueva York: en Manhattan hay 4,7 veces más personas empleadas en restaurantes que en supermercados).

Los grandes almacenes más grandes del mundo están en Corea del Sur, en la ciudad de Busán, y se llaman Shinsegae Centumcity (en la entrada del recinto podemos contemplar una vitrina donde se expone el certificado del récord Guinness que lo consigna como tal desde el 26 de junio de 2009). Y es que Shinsegae tiene 14 pisos de cosas para comprar y cuatro plantas subterráneas para el aparcamiento. Dispone de tal oferta de productos que, si os dirigís a la planta dedicada a la alimentación, encontraréis más de 2000 vinos diferentes, e incluso productos españoles de importación, como jamón o fiambres de Vic. Estos grandes almacenes hasta disponen de su propia pista de hielo, un spa y una sauna. También dispone de un cine-restaurante donde se puede comer mientras disfrutas de algún estreno cinematográfico. Todo un templo del consumismo con una superficie total de 293.905 metros cuadrados, superando así a Macy’s, en Nueva York, que era célebre por ser el más grande del mundo desde el año 1902.

Los grandes almacenes más grandes de España fueron abiertos recientemente en Madrid, en el paseo de la Castellana, en el antiguo solar del edificio Windsor. Este nuevo centro de El Corte Inglés está compuesto de cinco sótanos para parking, 22 plantas sobre rasante y una altura de 103,7 metros aproximadamente. En total, una superficie bruta de 67.000 metros cuadrados.

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WALMART: CUANDO EL DINERO LO PUEDE TODO

Sin embargo, la mayor red de grandes almacenes del mundo es sin duda Walmart, un supermercado estadounidense donde venden cualquier cosa y que hasta define cómo son las producciones de Hollywood o los discos de los grandes artistas.

Walmart fue fundada por Sam Walton en 1962, un hombre de una familia humilde de Oklahoma. La primera tienda Walmart (hoy desaparecida) se abrió en Rogers, Arkansas. Walton inventó el concepto de las cajas registradoras ubicadas a la salida del supermercado.

En 1998, la revista Time ya le había incluido en su lista de las 100 personas más influyentes del siglo XX. Antes de fallecer de cáncer en 1992, Walton había conseguido ser el estadounidense más rico del país. Y es que, cada semana, 138 millones de consumidores compran en un Walmart, y hay 3800 en Estados Unidos y más de 2400 entre Argentina, Brasil, Canadá, China, Costa Rica, El Salvador, Alemania, Guatemala, Honduras, Japón, México, Nicaragua, Puerto Rico, Corea del Sur e Inglaterra. El 90 por ciento de todos los estadounidenses vive a no más de 15 kilómetros de un Walmart. Es la empresa más grande del mundo.

La oficina central de Walmart tiene su sede en Bentonville, Arkansas. Debido a este hecho, en dicha región hay más millonarios por kilómetro cuadrado que los que hay en cualquier lugar de la Tierra.

Al principio, Walmart ofrecía objetos de marca a los mejores precios, pero progresivamente fue abriendo su propia línea de marcas, llegando a alcanzar el 40 por ciento de todas sus ventas. Incluso ha llegado a crear productos innovadores, como la leche en polvo sin lactosa. Según la consultora McKinsey, Walmart representó el 12 por ciento de las ganancias por productividad de la economía de Estados Unidos en la segunda mitad de la década 1990. Walmart también representa el 16 por ciento de la facturación de Procter & Gamble, es decir, 10.000 millones de dólares (una cifra superior al PIB de Jamaica). Según el economista Thomas Friedman, si Walmart fuese un país, sería el octavo socio comercial de China; y es que en Walmart, si buscas un tetrabrik de leche Great Value (una marca propia) y examinas los nutrition facts y otros datos del producto, descubres que el texto es un Pentecostés de lenguas mal traducidas: es lo que tienen las marcas blancas de Walmart, pues la mayoría de ellas son importaciones chinas que desplazan a los productores nacionales; por esa razón, Walmart consigue ofrecer unos precios tan competitivos. Cada semana se estima que Walmart compra productos a China por valor de 30.000 millones de dólares.

Algunos centros de Walmart incluso proporcionan carricoches eléctricos para que los disminuidos psicomotores o los obesos mórbidos también puedan pasear por sus pasillos.

Walmart atesora tanto poder que incluso condiciona las producciones cinematográficas, musicales y hasta editoriales. Y es que si no vendes en Walmart, estás perdiendo una sustancial cuota de mercado. Pero para vender en Walmart hay que pasar cribas e incluso filtros morales: los dueños de Walmart, de tendencia conservadora, por ejemplo, no admiten discos que hagan apología de la violencia o traten de desestabilizar el establishment.

Por esa razón, algunos grupos importantes se ven obligados a editar dos discos: uno para vender en Walmart (debidamente censurado) y otro para comercializar en otras tiendas. Porque Walmart es como una nación en sí misma, con sus propias reglas y sus propios códigos morales: si no los acatas, puedes ser condenado al ostracismo.

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LA CALLE DE BARBIE, LA CALLE DE LEVIS Y OTROS LUGARES CON MARCA

Tenía un profesor que solía repetirnos que Coca-Cola nos pudría los dientes, Disney nos pudría el cerebro y McDonald’s nos pudría el estómago. Quizá llevara algo de razón. Pero se estaba olvidando de muchas otras marcas colonizadoras, tanto de nuestros deseos como de las geografías que nos rodean. Marcas cada vez más omnipresentes, que llenan el mobiliario urbano de anuncios y logotipos, que pliegan el paisaje a sus intereses, en ocasiones hasta límites demenciales. Si no os lo creéis, visitad un día Ash Street, en el área de Langworthy de Salford, en Inglaterra, que la empresa juguetera Mattel pintó de color rosa chicle para promocionar sus productos y celebrar el «Mes de Barbie» en 1998. Una calle patrocinada en la que todas las casas, los árboles, las aceras, los coches son accesorios de la muñeca Barbie. Ni los munchkins se hubieran atrevido a tanto. Y es que Barbie es la muñeca más vendida del mundo: se comercializa una Barbie cada 2,5 segundos en uno de los 150 países donde puede encontrarse. Desde su nacimiento, en 1959, se han vendido 1000 millones de unidades. Las primeras Barbies costaban solo tres dólares, pero se han llegado a pagar hasta 10.000 dólares por algunas ediciones de coleccionista.

Dejando a un lado el carácter marcadamente hortera de la iniciativa, resulta irónico que Mattel invada cultural y económicamente el espacio público a la vez que abandera cruzadas legales contra quienes se atreven a usar su marca para criticar, ensalzar o recrear el mundo que nos rodea o la propia marca. Cuando el grupo danés Aqua sacó al mercado la canción Barbie Girl, cuya letra sexualiza a la muñeca, Mattel acudió a los juzgados en 1997 acusando a Aqua de violación de su marca y de competencia ilegal. «Somos una empresa de 2000 millones de dólares y no aceptamos manoseos: esta clase de situaciones llevan gradualmente a la erosión de la marca», dijo un portavoz de Mattel a Billboard. La estudiosa sobre el tema, Naomi Klein, considera «cómicamente agresivas sus medidas de protección» (porque ¿quién nos protege a nosotros de ellos?), enumerando más casos delirantes en los que han participado los abogados de la marca: cerraron un fanzine para chicas llamado Hey There, Barbie Girl! e impidieron la distribución del documental Superstar: The Karen Carpenter Store, la historia de la vida de una estrella pop anoréxica que usaba muñecas Barbie en sus espectáculos.

Mattel no es la única marca que nos invade silenciosamente a la vez que prohíbe que nosotros usemos de algún modo la marca: en 1991, Disney hizo borrar un mural pintado en el patio de un colegio a un grupo de padres neozelandeses porque en el mural aparecían Pluto y Donald. McDonald’s pleitea con propietarios gastronómicos descendientes de escoceses que usan el prefijo «Mc» al principio de sus apellidos, como McAllan (marca de salchichas de Dinamarca) o McMunchies (local de sándwiches de Escocia). Más extravangante es la casualidad de que un habitante de Illinois se llame precisamente Ronald McDonald, como el terrorífico payaso de McDonald’s, pues se le ocurrió fundar un restaurante en 1959 llamado Restaurante Familiar McDonad’s. La marca McDonald’s sostuvo una batalla legal contra él durante 26 años.

Otras marcas pretenden configurar aún más el mundo que nos rodea, tal como indica alarmantemente Naomi Klein en su estudio sobre las marcas comerciales No Logo, como la publicidad que ya encontramos en los bancos de los parques nacionales. La NASA, en 1998, también anunció su interés en comercializar espacios publicitarios en sus estaciones espaciales. Y Pepsi aún no lo ha conseguido, pero su propósito fue (y probablemente siga siendo) el de proyectar su logo en la superficie de la Luna, para pesadilla de los románticos.

En Toronto, Canadá, una calle, Queen Street, fue pintada de plateado y atiborrada de anuncios de Levi’s en la campaña de publicidad exterior más cara de la historia del país.

Y también de azul fue pintado un pueblo de Málaga, Júzcar, en el alto valle del Genal. La idea nació como una acción promocional orquestada por la multinacional Sony para la película Los pitufos 3D, convirtiéndose así, el 16 de junio de 2011, en el primer «Pueblo Pitufo» del mundo. Y en Júzcar no deben de habitar demasiados pitufos gruñones, porque finalmente han aceptado, por 144 votos a favor y 33 en contra, que este color azul permanezca como signo distintivo del pueblo. Al parecer, el color azul resulta un reclamo turístico nada desdeñable. Para pintar las casi 250 casas, incluida la iglesia, el cementerio y la fachada del ayuntamiento, se emplearon alrededor de 9000 kilos de pintura azul.

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CASHMERE, EL PUEBLO QUE SUCUMBIÓ A LA VENTA DE CARAMELOS Y OTROS LUGARES ESCAPARATE

Una tranformación agresiva regida por los parámetros comerciales de una marca es la que también estuvo a punto de sufrir un pueblo de unos 2500 habitantes de Washington, Cashmere.

Allí no solo se privatizó la geografía, sino que su población quedó totalmente sometida a una marca, como si hubiera sido manipulada con técnicas propias de La naranja mecánica. Desde su fundación en 1918, la fábrica de caramelos Liberty Orchard, con ecos que recuerdan a la fábrica de chocolate de Willy Wonka, era la principal industria de Cashmere. Sin embargo, la cosa se puso fea en septiembre de 1977 cuando Liberty Orchard comunicó que tenía intención de instalarse en otro lugar a no ser que Cashmere se convirtiera en un anuncio en vivo de Aplets y Cotlets, unos caramelos muy famosos y consumidos en Estados Unidos: la receta original no ha cambiado desde 1920 y es a base de zumo de manzana o albaricoques maduros, cocidos a fuego lento hasta obtener un puré suave que luego se mezcla con nueces. Cashmere, pues, iba camino de convertirse en algo así como una atracción turística Disney volcada por completo en promocionar la marca. Las exigencias fueron convertir el centro urbano en una tienda de souvenirs de la empresa; que en todas las calles y correspondencia oficial de la ciudad se leyera «Cashmere, cuna de Aplets y Cotlets»; que las dos calles principales del pueblo fueran bautizadas como avenida Cotlets y avenida Aplets; que el edificio del ayuntamiento pasara a pertenecer a la empresa, y un largo etcétera.

Basta con que escudriñéis vuestro alrededor y enseguida hallaréis nuevos y sorprendentes lugares surgidos por las fluctuaciones económicas de las marcas comerciales. Hasta que un día localicéis un Nueva Coca-Cola City o un Santo Domingo de Levi’s. O un «planeta Starbucks» o una «galaxia Microsoft», tal como refería el insomne protagonista de la película El club de la lucha. Y entonces, quizá, no encontréis nada descabellado militar algún día en la sociedad secreta que anuncia Ogilvy; o en la organización procaos que fundó Tyler Durden en El club de la lucha.

Pero las poderosas marcas que tratan de endilgarnos sus productos e incluso su filosofía de vida son más astutas de lo que parece. De modo que sus planes no pasan por construir supertiendas o superanuncios con los que saturar nuestros sentidos y, tal vez, acabar por generar en nosotros justo el sentimiento contrario que pretenden suscitarnos: rechazo. Por ello, la siguiente fase del comercio minorista es la construcción de lugares de vacaciones concebidos por una marca. No hablo de parques temáticos, como Eurodisney, sino de lugares en los que la marca queda mucho más desdibujada.

Por ejemplo, Nike está proyectando su propio barco deportivo temático.

Roots Canada ha abierto Roots Lodge, un hotel de montaña de su marca en Ucluelet, en la costa oeste de la isla de Vancouver, que permite a su público vivir como si estuvieran inmersos en un anuncio comercial subliminal: es un exclusivo club campestre de verano para adultos donde, por ejemplo, el mobiliario es de Roots, como si uno se instalara en uno de esos dormitorios de exposición que Ikea exhibe en sus tiendas y que siempre parecen tan ideales. Si el cliente se fija con más atención, entonces también descubrirá que el logo del castor de Roots aparece en las toallas, en la cubertería, en los sofás, en las sillas, en las cortinas, en las duchas. Sobre la mesita encontraréis también un libro que cuenta la historia de Roots, lleno de calificativos entusiastas. Pero lo cierto es que, a pesar de la invasión de marketing, Roots Lodge es un lugar de calidad, con un restaurante que dispone de los mejores platos de la costa del Pacífico, que atrae a gente por el lugar en sí y no por la marca.

El siguiente paso de Roots, sin embargo, es una macrounión de marcas, Ref. Point, en la que, además de Roots, el cliente también podrá disfrutar de diversas tiendas al por menor, un balneario Aveda o puntos de venta de Club Mónaco o The Body Shop. Por su parte, Disney también ha inaugurado su crucero Disney Magic, entre cuyos destinos se encuentra Castaway Cay, una isla de su propiedad en las Bahamas.

Es precisamente Disney la marca que ha rizado el rizo dando otro salto conceptual al no limitarse a ofrecer lugares de marca para las vacaciones. Después de todo, las vacaciones son efímeras, un corto espacio de tiempo en la vida del consumidor potencial. Entonces, ¿por qué no ofrecer, directamente, un lugar para vivir de marca? Eso es lo que ha hecho, superando los augurios más funestos. Celebration es su nombre.

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CELEBRATION, LA CIUDAD FUNDADA POR DISNEY

Celebration es, en pocas palabras, la primera ciudad fundada por The Walt Disney Company. Una ciudad de verdad. Para vivir. Una ciudad patrocinada. Invadida por una única marca.

Celebration está situada en Florida, en el condado de Osceola, bastante cerca del parque temático Walt Disney World, aunque nada tiene que ver con él. Celebration es una ciudad para vivir, no para divertirse o para pasar unas vacaciones. Incluso sus habitantes solicitaron en 2007 que la comunidad se incorpore al condado de Osceola y deje de pertenecer a las instalaciones Disney. Y es que Celebration hasta tiene su propio periódico, el Celebration Independent.

La ciudad empezó a diseñarse en 1990 en un terreno de 20 kilómetros cuadrados con un presupuesto de 2500 millones de dólares. La primera fase de construcción de viviendas e instalaciones se realizó en 1996, siguiendo todas ellas un estilo arquitectónico de principios del siglo XX. Fueron bautizadas con nombres tan zen como Celebration Village, West Village, North Village, Aquila Reserve o Artisan Park. En poco tiempo la ciudad ya contaba con su propio departamento de bomberos, correos, escuelas, campo de fútbol y hospital. Incluso hay edificios de oficinas, como el 200, el 210 y el 220, en los que trabajan ejecutivos y oficinistas de diversas áreas. Por supuesto, Celebration no se olvida de la religión de sus ciudadanos: en ella se levantaron siete iglesias cristianas y una congregación de judíos. La calle principal de la ciudad es la avenida Celebration, que atraviesa tiendas y escuelas, y continúa por el interior del Artisan Park.

Celebration también es un ejemplo de ciudad sostenible. Sus habitantes se desplazan en bicicleta o en coches eléctricos. Sin embargo, eso es solo lo que dice la publicidad: si se consulta la Agencia Estadounidense del Censo, descubriremos que el 91 por ciento de los habitantes de Celebration van al trabajo en coche. Además, el 70 por ciento de las viviendas de Celebration son unifamiliares, y solo el 17 por ciento son pisos: las casas consumen mucha más energía que los pisos, sobre todo para calentarse o enfriarse.

Sea como fuere, vivir en Celebration no es tan fácil como vivir en cualquier otra ciudad. La asociación de propietarios está meticulosamente seleccionada por Disney. Adquirir una vivienda supone pasar por una serie de test y exámenes que deberán evaluar tu aptitud como ciudadano disney. Como quien opta a formar parte de un club privado.

Lo irónico de esta ciudad de marca es que las marcas no son invasivas. No hay grandes almacenes Walmart. No hay anuncios multicolores y brillantes como en Times Square. No hay pancartas. De hecho, ni siquiera es fácil adquirir un muñeco de Mickey Mouse. Una ciudad extraña que ha quedado excluida del mundo consumista, aunque ha sido levantada por una de las marcas que más consumismo ha originado en el mundo. Como una comunidad amish fundada por una empresa de electrónica. Una trampa tan sutil que da miedo. Un lugar configurado para que sus habitantes cojan cariño a la primera marca que no exhorta a nadie con los consabidos: «¡Compre ahora!», «¡Última oportunidad!». La vuelta de tuerca del marketing del futuro. Marketing que no parece marketing. Una trampa que recuerda al caballo de Troya.

Dieter Hassenpflug lo ha definido así: «Incluso las calles están controladas por Disney; son espacios privados que fingen ser públicos».

Sobre esta ciudad nacida exclusivamente del poder pecuniario de una marca comercial se han escrito varios libros, como Celebration, U.S.A.: Living in Disney’s Brave New Town y The Celebration Chronicles: Life, Liberty, and the Pursuit of Property Value in Disney’s New Town. Y estoy convencido de que, poco a poco, se escribirán más sobre esta y otras ciudades de insectos que, de repente, han encontrado confortable la mortífera tela de la araña.

Naomi Klein, en No Logo, también dedica unas páginas al monstruo Celebration, aunque quitándole algo de su monstruosidad y asumiendo, no sin cierta resignación, que este sistema de creación de mundos quizá no sea tan malo como parece. O si es tan malo como parece, al menos también posee efectos positivos que vale la pena resaltar en un mundo donde los espacios creados con recursos públicos (como bibliotecas o parques) tienden a ser reducidos o directamente abandonados.

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LUGARES CON OTRA MARCA

Otros lugares aspiran a estar tan colonizados por las marcas comerciales como los anteriormente mencionados, pero las gentes que los habitan no disponen de los medios económicos suficientes para adquirir masivamente tales marcas. Así pues, estos lugares adoptan otras marcas diferentes, cualitativamente inferiores, mucho más baratas, fraudulentas en la mayoría de los casos, que, sin embargo, tienen una sonoridad casi idéntica a las originales. Esta clase de lugares con marcas falsas (aunque marcas al fin y al cabo) proliferan en África. La mayoría de los países de África no disponen de asociaciones de consumidores, y en muchas poblaciones alejadas de las capitales, en las que existen escasos controles de calidad, los comerciantes se rigen por la filosofía de «hecha la ley, hecha la trampa».

Un ejemplo es Lira, en Uganda, que posee un mercado importante, en constante crecimiento. Un mercado que no se circunscribe a las frutas, verduras u otros productos agrícolas, sino que ofrece toda clase de productos, incluidos los electrónicos. Por ello no es extraño que en el mercado de Lira podamos encontrar calculadoras Casho u otros aparatos de la marca Panasoanic, Torshiba y demás variantes fonéticas que tratan de imitar a las marcas más importantes del mercado.

La mayoría de estos productos fraudulentos proceden de China, con lo cual muchos de los libros de instrucciones que acompañan a los aparatos electrónicos están escritos exclusivamente en mandarín. Un libro de instrucciones ininteligible al que sin duda acudiremos cuando encendamos el aparato en cuestión: lo más probable es que no funcione o le falte un fusible.

Otros productos también son víctimas de estas marcas extrañamente familiares, como la ropa (aunque, luego, lo que se venda como algodón no sea tal, sino alguna forma de poliéster) o comida.

Nadie persigue a estos infractores (muy imaginativos a la hora de bautizar sus productos), así que los lugares con otras marcas seguirán persistiendo durante muchos años más, como si sus nombres fueran las estampaciones de esas camisetas subversivas y críticas con la publicidad que pueden encontrarse en el SoHo de Nueva York, en Camden Market de Londres o en cualquier tienda donde se venden artículos alternativos, camisetas en cuya pechera se leen marcas adulteradas como: Krap («basura»), en vez de Kfraft; Jive («charlatanería»), en vez de Tide; Fucked («follado»), en vez de Ford; o Goodbeer («buena cerveza»), en vez de Goodyear.

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EL POTLATCH, LUGARES DONDE SE DESPILFARRA MÁS QUE EN SEXO EN NUEVA YORK

Curiosamente, uno de los lugares del mundo donde más se produce un consumismo desaforado y una lucha por acumular riqueza y posesiones a fin de impresionar a los demás en la pirámide social no está situado en Times Square o en cualquiera de las calles comerciales del primer mundo, sino en las regiones costeras del sur de Alaska, la Columbia Británica y el estado de Washington, habitadas en el pasado por los amerindios.

Un rincón que fue descubierto por los antropólogos a principios del siglo XX y que se ha erigido como paradigma del despilfarro y el anhelo de estatus. Una costumbre que entre los amerindios era conocida como potlatch.

El antropólogo Marvin Harris define así este curioso fenómeno en su libro Vacas, cerdos, guerras y brujas: un ritual en el que el buscador de estatus social obtenía, donaba o destruía más riqueza que los rivales.

Para demostrar su poder y avergonzar a sus rivales, los hombres más poderosos de esta región se dedicaban a despilfarrar alimentos, ropas y dinero, incluso llegando a prender fuego a su propia casa. Como si encarnaran al protagonista de esa mala comedia de los años 80 protagonizada por Richard Pryor, que, para obtener toda la herencia de un pariente lejano, debía primero gastar un millón de dólares en un tiempo récord: El gran despilfarro.

No son los únicos ejemplos de tribus ancestrales entregadas al despilfarro por el despilfarro: entre los pueblos de Melanesia y Nueva Guinea también se daban casos de donaciones por partes de los Big Men («grandes hombres») en festines dionisíacos altamente competitivos. Por ejemplo, entre el pueblo de habla kaoka de las Islas Salomón se pueden organizar estas obscenas muestras de ostentación acumulando kilos y kilos de pescado seco, 5000 tartas de ñame y coco, 19 cuencos de pudín de ñame y 13 cerdos.

El Big Men reparte a partes iguales todo lo obtenido entre las personas que le han ayudado a obtenerlo y él, simplemente, se queda con los restos, sobre todo los huesos y los alimentos más estropeados, como el mejor y más hospitalario de los anfitriones. Todo lo que un pobre debía hacer para comer algo era admitir que el jefe rival era un «gran hombre», porque el prestigio es la única recompensa para los Big Men: trabajaban más que nadie para consumir menos que nadie. Como un pavo real que invierte su energía en exhibir la cola más grande y más hermosa aunque ello le obligue a arrastrar un peso muerto e inútil el resto de su vida.

Probablemente la protagonista de la serie Sexo en Nueva York, Carrie Bradshaw, se sentiría a sus anchas entre los Big Men. Porque consumir nunca ha sido una cuestión personal, sino una forma de demostrar al prójimo que se es más rico, interesante o dadivoso, cumpliendo a rajatabla aquel dicho yídish que reza: «¿Cuándo sentirá regocijo un jorobado? Cuando vea a un hombre con una joroba mayor». Por ello, si es cierto que empezamos a vestirnos hace 70.000 años, según un estudio de los piojos que viven en la ropa de Mark Stoneking y sus colegas del Max Planck Institute de antropología evolutiva de Leipzig, entonces hace 70.000 años que compramos trapitos que realmente no necesitamos por la simple razón de parecer mejores que los demás.

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HERZOGENAURACH, EL PUEBLO DIVIDIDO POR ADIDAS Y PUMA

Hay otros lugares que han sido reconfigurados por las fuerzas tectónicas del dinero, el poder y la influencia política, que son fuerzas más poderosas que las que levantan las cordilleras o abren los cañones. O crean esos extraños oasis para ricos llamados «campos de golf de 18 hoyos», que son capaces de consumir diariamente tantos litros de agua como una población de 9000 habitantes.

El dinero, muchas veces, resulta más determinante para la orografía de un país o una ciudad que las características geográficas del propio país o ciudad. Es el caso del pueblo alemán de Herzogenaurach.

Herzogenaurach es un pueblo situado al sur de Alemania, en Baviera, de apenas 24.000 habitantes. En él todo parece estar clonado, como si una suerte de muro de Berlín pasara por en medio. Sin embargo, aquí el muro no separa dos realidades diametralmente opuestas, sino perfectamente iguales, como si medio pueblo estuviera reflejado en un gran espejo: esos espejos de pared que situamos en las habitaciones de escasos metros cuadrados para crear el efecto óptico de que son más grandes.

Cada lado de Herzogenaurach tiene sus propias pastelerías, carnicerías y hasta escuelas. Cada lado, también, se tiene odio mutuo, al estilo de dos pueblos vecinos enfrentados, pero todo en un mismo pueblo. En un lado del río está la sede de la marca Adidas y en el otro, a apenas 500 metros de distancia, la sede de la marca Puma. Porque todo esto va de Adidas y Puma, las dos compañías que iniciaron el nacimiento de la industria moderna de ropa deportiva. En este encantador pueblo medieval de calles empedradas, en el que se levantan dos de las mayores empresas deportivas del mundo, hay una escuela para los hijos de los que trabajan en Puma y otra para los hijos de los que trabajan en Adidas. Y si puede evitarlo, un habitante de la parte de Puma nunca entra en un hotel o un restaurante Adidas, y viceversa. Incluso se crearon dos equipos de fútbol rivales, el RSV, patrocinado por Adidas, y el FC Herzogenaurach, por Puma.

A grandes rasgos, la historia fue así: hace más de medio siglo, una disputa familiar entre dos hermanos, Adi y Rudolf Dassler, obsesionados ambos por la fabricación del primer zapato deportivo liviano pero duradero, fue el principio de la division. Como sucede con muchos hermanos, Adi y Rudi eran totalmente diferentes entre sí, poseedores de unas personalidades opuestas, el día y la noche. Al principio, sin embargo, tenían una compañía conjunta, Hermanos Dassler (Gebrüder Dassler Schuhfabrik), que se había iniciado en la década de 1920 en el lavadero de la casa de la madre y que, posteriormente, comenzó a proporcionarles unos beneficios considerables bajo el régimen nazi. Adi era el diseñador y su hermano Rudolf el vendedor. Juntos obtuvieron cinco medallas olímpicas gracias a Jesse Owens y sus zapatillas Dassler.

Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Adi quedó exento de incorporarse a filas, pero Rudi tuvo que marchar al frente en Polonia. Cuando la guerra terminó, pues, Rudi fue encarcelado durante un año acusado de pertenecer al servicio de inteligencia de las SS, y este nunca le perdonó a su hermano Adi que no intercediera de ninguna manera en su liberación; incluso le incriminó para obtener una pena mayor. Finalmente, Rudi dejó la empresa Hermanos Dassler y fundó Puma en 1948 a un lado del río Aurach. Adi mantuvo las instalaciones de Hermanos Dassler al otro lado del río, rebautizándola como Adidas (su diminutivo, Adi, seguido de la primera sílaba de su apellido, das). Los hermanos Dassler jamás se volvieron a dirigir la palabra. E incluso en su muerte, las rencillas no disminuyeron: se escogió enterrarlos en tumbas lo más lejos posible la una de la otra. Los dos hermanos, paulatinamente, habían ido obligando al pueblo a partirse en dos, escogiendo bando, pues los Dassler también eran los dueños y promotores de los únicos negocios exitosos del pueblo: si no te definías, poco importaba tu currículo para entrar a trabajar en, por ejemplo, la pastelería del pueblo.

Adidas es ahora una multinacional que tiene empleados a unos 12.400 trabajadores en todo el mundo y que goza de una estrecha relación con la cultura popular contemporánea. Bob Marley, por ejemplo, fue uno de los iconos culturales que se vistió con indumentaria de la marca. Freddie Mercury, líder de la banda de rock Queen, también solía usar zapatillas de los modelos Samba y Wimbledon. Y Fidel Castro, retirado de los cargos del Gobierno que ostentaba a causa de problemas de salud, dejó atrás sus uniformes militares para aparecer ante los medios con chaquetas deportivas Adidas.

Por su parte, su competidor Puma tiene empleados a 3200 trabajadores en todo el mundo y distribuye sus productos en 80 países. En el año 2003, la compañía tenía un valor de 1274 millones de euros. De todos los equipos que participen en el próximo Mundial de fútbol, por ejemplo, más de la mitad utilizarán ropa Adidas o Puma, un bando o el otro, un hermano u otro.

Los herederos mantuvieron encendida esta rivalidad mutua, que acabó por convertirse en un furibundo odio en 1970, cuando ambos hijos, Horst y Armin, pugnaron por fichar al gran jugador de fútbol Pelé para que promocionara su respectiva marca. Para evitar una infinita guerra de ofertas que mermara la capacidad económica de ambas compañías, optaron finalmente por llegar a un acuerdo: el «pacto Pelé», que consistió en que Pelé ya no sería un objetivo comercial. Sin embargo, Armin, dueño de Puma, acabó contactando en secreto con la estrella brasileña y le entregó 25.000 dólares más otros 100.000 por los siguientes cuatro años de patrocinio, además de un 10 por ciento de las ventas de todas las botas Puma con su nombre.

Actualmente, en Herzogenaurach se han disuelto en gran medida las diferencias entre ambos bandos. Pero muchos de los habitantes de este pueblecito bávaro continúan obsesionados con los hermanos Dassler y mantienen sus lealtades de forma inflexible, como Capuletos y Montescos salidos de la pluma de Shakespeare; o como parlamentarios de derechas y de izquierdas.

Si os decidís a visitar este lugar dividido en dos, os recomiendo visitar un museo dedicado a los hermanos Dassler en el que podéis contemplar una máquina impulsada a bicicleta que utilizaban en la fábrica para hacer funcionar la cortadora de cuero. Un invento estrambótico para un pueblo no menos estrambótico. Un museo que, en aras de sus orígenes netamente mercantilistas, debería emitir cada hora aquel encolerizado monólogo que pronunciaba Arthur Jensen en Network (1976), una película dirigida por Sidney Lumet que ponía en solfa la televisión y el capitalismo.

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REPÚBLICA DE NAURU, LA ISLA DE LOS RICACHONES OBESOS

La República de Nauru, una diminuta isla del Pacífico, es uno de los países más pequeños del mundo, así que también puede incluirse dentro del apartado de micronaciones. Pero Nauru tiene otras peculiaridades que la hacen merecedora de otro puesto aquí, entre los sitios construidos con la argamasa del dinero. En este caso, dinero mafioso.

Los habitantes de Nauru, hasta hace poco, vivían de vender guano de aves, porque de él se extraen los fosfatos. Pero lo más llamativo de la población de Nauru es que, entre el 78 y el 94 por ciento de su población, son obesos (para que os hagáis una idea, un país de obesos como Estados Unidos tiene un porcentaje del 65 por ciento). Es decir, que estamos en el país con más obesos del mundo. De media, los hombres adultos ingieren 7500 calorías diarias y las mujeres adultas, 5000 calorías. Como consecuencia de ello, alrededor del 30 por ciento de la población de Nauru sufre diabetes tipo II, así como altos índices de hipertensión y arteriosclerosis.

A causa de este estilo de vida tan poco saludable, la esperanza de vida es de 58 años en los hombres y de 65 en las mujeres. La razón es la simple moda: el exceso de peso es signo de riqueza y poder. Además, debido al tipo de suelo de la isla, apenas puede implantarse la agricultura y la mayoría de la comida que ingieren es de importación y muy barata, sobre todo carne enlatada, es decir, Spam (spiced ham). Por cierto, actualmente llamamos spam al correo basura debido a un sketch del grupo cómico británico Monty Python en el que una pareja descubre que en el menú de una cafetería solo se pueden pedir diversas combinaciones de Spam. En otras palabras, si para vosotros fue menos traumática la visita al proctólogo que la última vez que hicisteis una dieta hipocalórica, entonces vuestro lugar es Nauru.

Los aproximadamente 14.000 habitantes de Nauru tienen que vivir en este atolón de forma oval de solo 21 kilómetros cuadrados, así que tampoco tienen mucho espacio para sus michelines. Y el dinero que hubo durante unos años en la isla también debió de ocupar su sitio.

Nauru es la isla independiente más pequeña del mundo. Perteneció a Alemania durante el siglo XIX, luego fue ocupada por los japoneses en la Segunda Guerra Mundial, y finalmente consiguió la independencia en 1968, tras ser administrada por las Naciones Unidas. Pero una vez agotada su principal fuente de financiación, los fosfatos, en 1990 se convirtió en un paraíso fiscal para blanquear dinero, sobre todo procedente de las mafias rusas, que trasladaron alrededor de 70.000 millones de dólares en activos, según una estimación del Banco Central de la Federación Rusa. Por aquel entonces, cualquier persona del mundo podía abrir una cuenta menor de 25.000 dólares sin tan siquiera visitar la isla o tener algún registro de su identidad.

En la actualidad, Nauru está pleiteando contra los Estados Unidos sobre un acuerdo incumplido por estos en el que se ofrecían a Nauru 1000 millones de dólares para la recuperación económica de la isla. A cambio de esta partida de dinero, Nauru debía promulgar una legislación que limitara la eficacia del lavado de dinero y la evasión fiscal, así como establecer una embajada de Nauru en la República Popular China (en realidad una tapadera bajo control de los Estados Unidos) para ayudar a la deserción de científicos y funcionarios norcoreanos a fin de boicotear el programa nuclear de Pionyang.

En la actualidad, el Banco Nacional de Nauru está en situación de quiebra y es insolvente. La tasa de paro del país se estima en el 90 por ciento. Y los habitantes de Nauru siguen siendo los más gorditos del mundo gracias fundamentalmente al correo basura…, digo, el Spam.

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CAVITE, UNA ZONA DE PROCESAMIENTO DE EXPORTACIONES

El consumo desaforado también es capaz de concebir nuevos mundos regidos por reglas que, desde la comodidad de nuestro sofá, parecen haber sido inventadas por un escritor de novelas distópicas muy imaginativo, pero que existen gracias a nosotros, gracias a nuestra falta de imaginación a la hora de comprar las mismas cosas en los mismos sitios.

Es de nuevo la periodista e investigadora Naomi Klein quien nos pone sobre aviso de estas nuevas geografías surgidas de las grandes fortunas de las multinacionales. Son las denominadas zonas de libre comercio, lugares situados en Indonesia, China, México o Vietnam donde se abren zonas de procesamiento de exportaciones, los verdaderos fabricantes de ropa, electrónica o juguetes que todos nosotros consumimos; también existen áreas de libre comercio en lugares más próximos al primer mundo, como las tiendas de los aeropuertos o los bancos de las Islas Caimán.

Sin embargo, las Zonas de Procesamiento de Exportaciones (ZPE) siguen la misma filosofía, pero no se limitan a almacenar, sino también a fabricar. Lugares exentos del pago de gravámenes de importación y exportación que se fomentaron sobre todo a partir de 1964 como método para permitir el desarrollo económico del tercer mundo.

En la zona de procesamiento de Cavite, en Rosario, a 150 kilómetros al sur de Manila, es donde acabó Klein durante una semana de principios de 1997 en su labor de investigación, y lo que allí encontró solo puede recibir el calificativo de dantesco. Desde lejos es la mayor zona de libre comercio de Filipinas, un sector industrial amurallado de 275 hectáreas que acoge a 207 fábricas donde se producen exclusivamente artículos para ser exportados.

Y es que en estos lugares, las fábricas no tienen logotipos en sus fachadas, como si estuvieran a salvo del consumismo que a nosotros nos obliga a adquirir los productos que aquí se confeccionan en serie. Porque Cavite es un sitio dedicado únicamente al trabajo, como si fuera una prisión o una gigantesca galera en la que resuena acelerado y ensordecedor el tam-tam. Como un pequeño país dentro de otro. Un país que, a tenor de la gran presencia de guardias armados, parece un Estado militar, aunque en realidad sea una zona regida por una economía libre de impuestos, independiente de los Gobiernos municipal y provincial. Un mundo proletario en el que las jornadas se alargan hasta 14 horas y los salarios están por debajo del nivel de supervivencia.

Un mal sueño donde las normas se cumplen a rajatabla. Donde los lavabos están cerrados excepto en los dos descansos de 15 minutos de que dispone el trabajador. Donde está prohibido hablar mientras se trabaja, incluso sonreír. Donde se puede leer un cartel en letras mayúsculas rojas que reza: NO ESCUCHES A LOS AGITADORES NI A LOS REVOLTOSOS.

Donde las horas extraordinarias se pueden llegar a pagar con donuts y bolígrafos, como sucede en una fábrica de pantallas de ordenador IBM. Negarse a hacer horas extraordinarias puede conllevar el despido inmediato, sin mayor explicación. Unas horas extras que superan todos los límites, como le sucedió a Carmelita Alonzo, que es conocida por haber muerto «por trabajar demasiado» mientras cosía ropa para The Gap y Liz Claiborne, que encadenó demasiados turnos nocturnos por obligación hasta fallecer el 8 de marzo de 1997, el Día Internacional de la Mujer.

Donde la mayoría de las trabajadoras son mujeres solteras con edades comprendidas entre los 17 y los 25 años, como las que se dedican a fabricar unidades de CD-ROM para ordenadores ASTEC, Apple e IBM y temen que las sustancias químicas con las que trabajan las vuelvan infértiles. Aunque, irónicamente, esta infertilidad puede resultar positiva, porque los patronos jamás contratan a mujeres embarazadas o despiden y maltratan a las que se quedan embarazadas una vez contratadas (las empleadas suelen tener contratos de 28 días, el tiempo normal del periodo menstrual, para poderlas despedir fácilmente si ese mes no han tenido la regla). Chicas esclavas que ensamblan unidades electrónicas de alta tecnología, pero que no tienen ni idea de usar un ordenador. En definitiva, un mal sueño donde la mayoría cobra un sueldo inferior a un dólar diario; una miseria que sin embargo resulta un dispendio comparado con el nivel salarial de las ZPE chinas.

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EPICENTRO OBAMA

Otros lugares aparentemente normales, de pronto, pueden adquirir la resonancia de los lugares más aristocráticos, influyentes y poderosos. Como si hubieran sido víctimas de un huracán que, a su paso, hubiese arrojado millones de dólares en forma de billetes revoloteantes, como pájaros despavoridos. El epicentro de uno de estos últimos huracanes tuvo lugar en Chicago a raíz de la llegada a la presidencia de Barack Obama.

Para observar los efectos de este huracán de influencia deberéis viajar al exclusivo barrio de Hyde Park, en Chicago, hasta el número 5040 de la avenida de South Greenwood, a pocos pasos de la Universidad de Chicago y del parque Washington. A solo 10 minutos de coche también podréis visitar el centro del distrito financiero, y un poco más allá contemplar la belleza del lago Michigan. ¿Pero qué hay exactamente en el 5040 de la avenida de Sout Greenwood. Una simple casa. Tal vez la casa más exclusiva del planeta. En apariencia es una casa normal, lujosa pero normal si nos movemos en estándares de excelencia: una construcción de principios del siglo XX con 17 habitaciones, tres cuartos de baño completos y dos lavabos repartidos en tres pisos que, en conjunto, alcanzan los 550 metros de cuadrados. La parcela solo tiene 1000 metros cuadrados, y las instalaciones precisan una buena reforma. Pero lo realmente interesante de esta mansión (a pesar de que conserva unas vidrieras de principios del siglo XX) está en el cuarto de juegos de la tercera planta. Desde allí, a través de una ventana, se puede ver la casa del vecino. Una casa similar, de ladrillo rojo de estilo victoriano. La casa que adquirió la familia Obama en 2005 por 1,65 millones de dólares.

Convertirte en vecino del dirigente del país más poderoso del mundo tiene sus ventajas y así lo han entendido los interesados en la compra de esta mansión desde que sus vecinos la pusieron en venta recientemente. El precio debe de ser astronómico, aunque los dueños, Bill y Jacky Grinshaw, no han querido revelarlo públicamente, según indicó Matt Garrison, el agente inmobiliario encargado de su venta, al New York Times, pero podemos tener una ligera sospecha si tenemos en cuenta que otras propiedades más alejadas se han llegado a vender por entre 1 millón y 2,5 millones de dólares.

Adquirir la mansión, sin embargo, no es nada fácil, pues los interesados deben ser sometidos a un riguroso examen y precisan el visto bueno del servicio secreto. La ventaja de superar estas pruebas es que entonces podrás residir en uno de los lugares más seguros del país, donde las calles adyacentes están continuamente vigiladas por el servicio secreto y la policía y la entrada a la zona está restringida a los residentes.

El dueño de esta mansión privilegiada, un profesor de Ciencias Políticas de 71 años del prestigioso Instituto Tecnológico de Illinois, adquirió el inmueble en 1973 por 35.000 dólares de la época. Ahora, gracias al epicentro Obama y en medio de una crisis del ladrillo a nivel global, los Grinshaw van a rentabilizar como nadie aquella decisión, porque así de caprichosos pueden ser el poder y sus efectos.

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ISLAS PARADISÍACAS EN VENTA

Gracias al poder pecuniario también se pueden generar lugares aristocráticos, como Ghost Island. Situada en el archipiélago de las Caimán, esta isla secreta es el lugar donde muchos ricos y famosos se retiran para siempre del mundo oficial, simulando para ello su propia muerte. Ghost Island no figura en ningún mapa, solo en la novela 13,99 euros, de Frédéric Beigbeder. Allí, los días transcurren envueltos en una calma chicha perpetua, sin otra cosa que hacer que mirar el cielo y el mar.

Allí también viven famosos como Elvis Presley, Kurt Cobain, Jimi Hendrix, John Fitzgerald Kennedy, Marilyn Monroe o Charles Bukowski. Otros famosos se han hecho sustituir por actores con sus mismas caras en el mundo real, como Paul McCartney o Salman Rushdie. La isla se financia con los intereses de los capitales invertidos por sus habitantes. Un equipo de médicos expertos en la ciencia de la longevidad prolonga la esperanza de vida de los isleños hasta los 120 años.

Pero este es un lugar inventado. Su equivalente real posiblemente sea Dubái o Las Vegas: ambos lugares han crecido y prosperado gracias a su oferta de placeres prohibidos o ilegales en otras zonas colindantes de la región.

Porque Ghost Island solo existe en el territorio de la imaginación, como la isla telúrica de los Perdidos del vuelo 815 de Oceanic Airlines. Pero la realidad supera la imaginación. Los ricos y famosos llevan años adquiriendo sus propias islas, aunque no finjan su muerte para escapar de los paparazzi (incluso, como sucede en La isla de los famosos, se exponen al medio público, aunque también es cierto que son famosos venidos a menos).

En diversos sectores de la Tierra se localizan islas pequeñas, diminutas, casi manchas en las que el común de los mortales no repara, que sin embargo son puestas a la venta por agencias inmobiliarias. Islas por precios módicos (si los comparamos con un inmueble en el centro de alguna capital) para aspirantes a robinsones.

Como una isla circular del golfo de Corinto, a medio camino entre la península del Peloponeso y la Grecia continental, repleta de pinos y olivos y con una mediterránea playa. Es la isla de Athanasios, en Grecia, y se vende a 1.200.000 euros.

Rodeada de bosques y volcanes cubiertos de nieve, otra isla próxima al lago Calafquen, isla Paraíso, a unos 700 kilómetros de Santiago, Chile, se vende a 800.000 euros. Y en el precio incluyen una casa de dos plantas.

La paradisíaca Vatu Vara Island, en Fiyi, es vecina de la isla de Mel Gibson, y también de la isla donde se rodó la película Náufrago, en la que Tom Hanks hablaba con una pelota y hacía el indio cuando lograba encender un fuego. Según la agencia marbellí que la incluye en su catálogo, Vatu Vara Island es la isla más cara del mundo.

El archipiélago de Rangitoto, a treinta minutos en helicóptero de Nelson y Wellington, en Nueva Zelanda, alberga Puangiangi, una de las pocas islas de la zona que puede comprarse: 2.810.366 euros.

Si lo que os gusta son los ambientes carcelarios, nada como hacerse con la única isla de la bahía de San Francisco que no pertenece al Gobierno, Red Rock Island, una roca a salto de piedra de la civilización que, además, es vecina de la famosa Alcatraz: 14.500.000 euros.

La isla Porcada, en Panamá, se puede adquirir por 3.298.708 euros, y en el precio se incluyen más de 400 hectáreas de terreno, una granja, una casa residencial de dos plantas y tres construcciones para servicio, además de una valla electrificada alimentada por energía solar.

Los aficionados a James Bond deberán desembolsar 2.228.500 euros para entrar a vivir en Bird Island, en Trinidad y Tobago, porque el creador literario de 007, Ian Fleming, fue el anterior dueño de la isla y dice que escribió allí algunos de los volúmenes de la saga.

Y así podría seguir indefinidamente, enumerando islas, como Laguna Azul u Ola Blanca, en Belice; White Island, en Granada, o Cerralvo Island, en México, una isla descomunal de más de 142 kilómetros cuadrados.

En definitiva, microcosmos de alta alcurnia, trozos de tierra lejos de todo, desvinculados por completo de las sociedades, sin puentes, sin caminos, extramuros de la civilización, como si sus residentes vivieran en otros planetas, en otras galaxias muy muy lejanas. Los paraísos arcádicos están a la venta. Y están llenas de ricos y famosos adictos al bronceado y a la silicona.

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THE WORLD

Pero ¿por qué limitarse a una isla? ¿Por qué no una colección de islas? Eso es lo que proponen en Dubái, sin duda el paradigma del lujo descontrolado: en 2008, era una de las ciudades del planeta donde se estaban llevando a cabo más obras simultáneamente. Un proyecto hiperbólico que está en construcción y que constituye una réplica geográfica del mundo a solo cuatro kilómetros de la costa de Dubái, entre Burj al Arab y Port Rashid. Un puñado de 300 islas artificiales que, desde un punto de vista cenital, recuerda a la configuración de los cinco continentes, como una reproducción a escala de un mapamundi. Aunque, obviamente, desde las alturas se parece tanto al mapa naíf de un atlas como los campos de cultivo se parecen a un mosaico o a un cobertor de patchwork.

Todo el complejo de islas mide nueve kilómetros de largo por seis de ancho; cada isla ocupa un área de entre 2,3 y 8,4 hectáreas y está separada de las islas vecinas por entre 50 y 100 metros de agua. Así pues, si uno tiene el capricho, puede adquirir una isla que dibuje un fragmento de África, o una de tantas piezas del puzle de tierras que forma Rusia. O, para rizar el rizo, nada como irse a vivir a una isla que desde las alturas representa alguna otra isla en el dibujo del mundo. Estoy convencido de que hay algún complejo freudiano para explicar eso.

A pesar de los precios (de 11 a 33 millones de euros) y del aroma hortera que desprende todo el conjunto, el llamado The World (claro) ya ha vendido casi la mitad de la superficie que ofrece. Australia ya está en manos de un consorcio de Kuwait, y dicen que Rod Stewart ya se ha hecho con Gran Bretaña. El campeón de Fórmula 1 Michael Schumacher fue uno de los primeros compradores. Pero olvidaos de adquirir Israel o Palestina, porque fueron excluidas por cuestiones de diseño.

Las islas están rodeadas de un rompeolas ovalado, para bloquear las olas de más de tres metros, y contarán con residencias de lujo, centros comerciales, spas y todo lo que un rico necesita para ser feliz. Las islas se dividen en cuatro categorías: casas privadas, casas de descanso o vacacionales, resorts e islas de comunidad. Si no podéis comprar el mundo, al menos podrás comprar The World (léase con esas carcajadas de opereta tan propias de los malvados de las películas de serie B).

Así de megalómana es Dubái, pero las ambiciones del jeque Mohamed están lejos de colmarse. El hotel más alto del mundo cuando se construyó (313 metros), el Burj al Arab, se levantó sobre una isla artificial, y posee 202 suites, la más pequeña de las cuales tiene 167 metros cuadrados. Uno de los centros comerciales más grandes del mundo también se construyó aquí: el Dubai Mall tiene más de 500.000 metros cuadrados de espacio interior y más de 1.000.000 de metros cuadrados en total. Dispone de acuario, pista de patinaje y parque temático de Sega. En 2009, en su interior se abrió la tienda de dulces más grande del mundo.

Y ya se está construyendo un parque temático el doble de grande que Disney World en Florida: Dubailand. Se espera que la construcción del proyecto termine entre 2015 y 2018. Estará compuesto por mundos o zonas: Attractions & Experience World (44 millones de metros cuadrados), Retail and Entertainment World (14 millones de metros cuadrados), Themed Leisure and Vacation World (95 millones de metros cuadrados), Eco-Tourism World (245 millones de metros cuadrados), Sports and Outdoor World (63 millones de metros cuadrados) y Downtown (dos millones de metros cuadrados).

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UN HOTEL SOBRE EL MAR, OTRO BAJO EL MAR Y OTRO EN EL ESPACIO EXTERIOR

Si preferís vivir en una isla pero sin isla, es decir, sin tener tierra bajo vuestros pies, entonces nada mejor que levantar un lujoso hotel en el mar. Mejor aún: un hotel flotante con forma de pirámide maya. La empresa sueca Oceanic-Creations se ha atrevido a edificarlo en Cancún, en la península de Yucatán, convirtiéndose así en el primer hotel flotante del Caribe. Se llama, como no podría ser de otra manera, The Maya-Pyramid Hotel.

La estructura del hotel reproducirá dos pirámides mayas que se sostendrán sin cimientos en el fondo marino, empleando para ello el ensamblaje de cascos navales. Contará con 452 habitaciones de alto standing, 14 suites (ocho presidenciales, cuatro reales y dos privadas), restaurantes, casinos, cines, centros de estética, acuario y toda clase de tiendas caras en las que gastar montañas de dinero. El material con el que se está construyendo el complejo hotelero es todo un misterio (cosas del espionaje industrial), pero se conoce que ha sido desarrollado específicamente por la Marina sueca para sobrevivir a toda suerte de condiciones climáticas, desde el frío polar hasta el calor más sofocante, pasando por tsunamis (aunque en el Caribe no se producen con frecuencia: solo 10 en los últimos 500 años).

Este misterioso material dicen que será ocho veces más ligero que el acero pero seis veces más resistente y, por si fuera poco, netamente ecológico.

Echando un vistazo a las fotos artísticas del hotel, y después de leer las informaciones sobre las características de su estructura, empiezo a pensar que esta pirámide maya podría ser una nave espacial, como las pirámides tecnoegipcias que aparecen en Stargate.

Si en vez de la superficie del mar preferís el fondo, entonces vuestro lugar es Hidrópolis, un hotel dubaití donde podemos dormir bajo el mar, rodeados de peces y otras criaturas acuáticas, así como de brillantes jardines de coral.

Y es que Hidrópolis es el hotel submarino más ambicioso del planeta, impulsado y financiado por el arquitecto alemán Joachim Hauser. La estructura de Hidrópolis será de hormigón, acero y plexiglás. Las 220 suites se hallarán a 20 metros de profundidad y un túnel transparente de 515 metros de largo conectará el hotel con la superficie. La habitación costará 5500 dólares por día. En las Bahamas, en la isla de Eleuthera, se ha abierto también el Poseidon Undersea Resort, de similares características.

Y si el mar no es suficiente, siempre nos quedará el espacio exterior. Instalaciones preparadas para albergar hasta 100 huéspedes pronto estarán en órbita a la Tierra. Imaginad abrir los ojos por la mañana para contemplar el globo azul en el que la humanidad ha nacido y, tras desayunar, empezar a practicar algo de deporte en gravedad cero. O incluso podréis hacer alguna pequeña excursión espacial.

Las corporaciones japonesas Shimizu, Nishimatsu y Obayashi, la WATG y la DASA ya están proponiendo los primeros diseños. El visionario empresario Bob Bigelow, propietario de la cadena de hoteles Budget Suites of America, está colaborando con la NASA para ser el primero en hacer realidad el primer hotel orbital del mundo.

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MANNED CLOUD, UN MUNDO FLOTANTE

Si no os convence vivir en el mar ni en la tierra, pero el espacio exterior no os infunde sensación de seguridad, entonces podéis alojaros entre las nubes. Los castillos volantes no existen, y las nubes no son esponjosas masas de espuma en las que uno puede edificar su chalé, pero gracias a Manned Cloud están a punto de existir los primeros cruceros de lujo para surcar el cielo a un ritmo lento y relajante.

Este zepelín no posee las connotaciones funestas del Hindenburg. Más bien es un hotel de lujo, con 20 habitaciones, terrazas, spa, restaurante y área de fitness, cuya morfología exterior recuerda más bien a un Moby Dick hasta arriba de sedantes. El viaje durará días, pues la velocidad de crucero no superará los 130 kilómetros por hora, y además de un santuario móvil y aéreo para la relajación, y de contar con las mejores vistas posibles, también será un lugar idóneo para cerrar negocios de altos vueltos, nunca mejor dicho.

Es el último proyecto del visionario francés Jean-Marie Massaud, que ya está en manos de los ingenieros de ONERA (la oficina nacional de estudios e investigación aeroespacial). En menos de cinco años, elevarán el vuelo los primeros. Deberán darse prisa, porque la competencia ya está desarrollando otro zepelín de similares características, el Strato Cruiser, que estará próximamente y que también poseerá mucho charme.

Está visto que registrarse en un hotel con alas se pondrá de moda muy pronto. Porque Manned Cloud será algo así como la ciudad inventada que Italo Calvino describe en su libro La ciudad invisible: Bauci. Una ciudad de Asia que se sostiene entre las nubes gracias a unos finos pilotes. Una ciudad a la que se sube por una escalerilla y cuyos habitantes rara vez descienden a tierra firme, pues allá arriba tienen todo lo necesario para vivir; se conoce que los baucis poseen una especial relación con la tierra: la odian y la respetan hasta el punto de que evitan todo contacto con ella y, también, la aman de tal modo que no se cansan nunca de contemplarla desde las alturas mediante prismáticos y telescopios que siempre apuntan hacia abajo, hoja a hoja, piedra a piedra, hormiga a hormiga. Contemplando su propia ausencia en el mundo.

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QUEENSLAND, VACACIONES PAGADAS A UN PARAÍSO MUY LETAL

Sin embargo, todos estos lugares solo están al alcance de una minoría. Si no disponemos de una cuenta corriente con varios guarismos, ¿qué lugares relacionados con el dinero podemos visitar? Pues lugares como Queensland, en Australia, que nos proporcionará dinero simplemente por habitarlo.

Australia, aunque os resulte imposible de creer, es un país apenas explorado. Incluso hoy, en un mundo globalizado como el nuestro, pocas son las noticias que nos llegan del país de los canguros. Como apunta Bill Bryson en su libro En las antípodas, si buscamos la palabra «Australia» en el New York Times Index, descubriremos que apenas se le ha prestado atención al país. Por ejemplo, en 1997 solo se encuentran 20 artículos donde se habla de asuntos esencialmente australianos, sin embargo hay 120 artículos sobre Perú, más de 150 sobre Albania, más de 300 sobre cada una de las dos Coreas y más de 500 sobre Israel. En otras palabras, el interés del New York Times a propósito de Australia era equivalente al interés mostrado por Bielorrusia y Burundi.

De Australia a todos nos suena Sídney, sus playas o sus canguros. Pero Australia también posee un gigantesco desierto interior, el llamado outback, que esconde todavía muchos secretos incluso para los propios australianos. Por ejemplo, el 80 por ciento de las especies de araña australiana aún son desconocidas para la ciencia, como también lo son un tercio de los insectos. También se estima que en estas inmensas tierras abrasadas por el sol pueden hallarse aún grandes reservas de oro. Por ejemplo, se dice que un tal Harold Bell Lasseter encontró en la década de 1920 una roca de oro macizo de unos 15 kilómetros de longitud, aunque nunca pudo transportarla hasta la civilización.

El outback guarda muchas sorpresas porque gran parte de su geografía jamás la ha pisado el ser humano. De todas formas, viajar a Australia en busca de un golpe de suerte como este no es una idea muy razonable, habida cuenta de las escasas probabilidades de éxito. Pero hay una manera de viajar a Queensland ganando dinero sin la necesidad de darse de narices con un monolito de oro macizo.

La Oficina de Turismo de Queensland lanzó esta curiosa campaña promocional a principios de 2009 con el fin de publicitar Australia, esa gran desconocida. Cualquiera puede apuntarse a su oferta. Si eres el escogido, entonces vivirás en un entorno paradisíaco como si fueras un turista remunerado. Seis meses de vacaciones a cambio de 100.000 dólares. Al parecer, Queensland ha registrado una caída alarmante de turistas, así que están dispuestos a pagarnos por ir a verles y que publicitemos la isla de Hamilton, la Gran Barrera de Coral y las playas tropicales a través de un blog, YouTube o las redes sociales. No es lo mismo que encontrar oro en el outback, pero se le parece. Y además es mucho menos sacrificado.

El éxito de la convocatoria fue tal que en pocos días el formulario permaneció inaccesible por el exceso de gente que trataba de acceder a él, colapsando el servidor donde estaba alojado. En las primeras 24 horas, la Oficina de Turismo de Queensland informó de que habían visitado el formulario más de 200.000 personas.

Pero alerta: Queensland también guarda algunos secretos que la Oficina de Turismo no ha aireado. Aunque lo verdaderamente peligroso de Australia es que uno se extravíe en el outback, en las playas del trópico hay más cosas que pueden matarte que en toda Australia. En la temporada en la que las medusas cofre se acercan a la costa a criar, de octubre a mayo, nadie se mete en el agua de la playa. A no ser que uno busque una muerte instantánea, como la de Will Smith en Siete almas. Las medusas cofre, conocidas en Queensland como «aguijones marinos», son capaces de proporcionarte una agonía cósmicamente inimaginable. El dolor más profundo e intenso que seas capaz de concebir, a años luz de cualquier intervención odontológica, muy lejos de una piedra en el riñón, más allá de una puñalada en la pierna.

Y también, aunque no te metas en el agua, debes tener cuidado cuando pasees por la arena de playa. Si recoges una preciosa caracola como recuerdo, es posible que dentro se esconda un animalito esperando precisamente la cercanía de una mano humana para picarla con saña. Y si huyes (y esto es lo más asombroso), la caracola te perseguirá, como en las peores pesadillas. Así es Queensland a veces: un lugar idílicamente mortal.

También hay otro factor que tener en cuenta, denunciado por el científico y ecologista más célebre del país, Tim Flannery, en su libro Aquí en la Tierra: durante décadas, la extracción de plomo, cobre, plata y cinc de las minas de Mount Isa, localidad de Queensland situada al sur del golfo de Carpentaria, ha dado lugar a una gran cantidad de emisiones de elementos tóxicos. Solo en los años 2005 y 2006 se estima que se liberaron a la atmósfera unos 400.000 kilos de plomo, 470.000 de cobre, 4800 de cadmio y 520.000 de cinc. Los análisis de sangre de 400 niños llevados a cabo por el Departamento de Sanidad de Queensland han revelado que 45 de ellos presentaban niveles peligrosos de plomo y otros diez metales en su cuerpo, lo que ha llevado a que la compañía minera responsable de la explotación, Xstrata, reciba ya las primeras demandas.

Con todo, en mayo de 2009, un sonriente británico fue anunciado como el ganador definitivo del «mejor trabajo del mundo». Ben Southall, de 34 años, que hasta entonces trabajaba en una fundación benéfica, se impuso entre los más de 35.000 candidatos. Aparte de su suntuoso salario, Southall vivirá sin gastos en una casa en la playa con tres dormitorios, piscina y un carrito de golf para poder recorrer la isla de Hamilton. Le deseo mucha, mucha suerte.

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DONATIVOS EXTRAÑAMENTE ALTRUISTAS

Hay lugares que están relacionados con el poder del dinero solo por un corto espacio de tiempo. Lugares en los que parece haber caído una lluvia de billetes de un dólar, como si al visitarlos os tocase un buen premio en la tómbola. Son lugares que se vuelven pecuniarios gracias a la intervención de alguna mano desconocida. Me refiero a los lugares donde se depositan, sin razón aparente, grandes sumas de dinero.

Buceando en las noticias, encontramos más de una que hace referencia a estos filántropos desquiciados que, como el calvo de la Lotería, soplan y le dan al ambiente un aire fuertemente capitalista. El más llamativo de estos especímenes es uno que corría no hace mucho por Japón. El misterioso benefactor del retrete.

Desde principios de 2007, un hombre de identidad desconocida se había dedicado durante semanas a depositar billetes de 10.000 yenes en los servicios públicos para hombres de todo el país. Se habían hallado estos sobres repletos de billetes en 18 de las 47 provincias de Japón, desde Sapporo, al norte, hasta la isla de Okinawa, a miles de kilómetros al sur, convirtiendo la historia del benefactor ignoto en un acontecimiento tan trascendente para los japoneses que hasta el Yomiuri y el Asahi, los dos diarios de mayor tirada, habían publicado mapas donde se indicaban los lugares en los se habían hallado estas muestras de altruismo exacerbado, a la manera de mapas del tesoro. Todos estos sobres de dinero, además, invariablemente llevaban escritos en el anverso un carácter chino que en japonés se leía como hosha y que significaba «en agradecimiento». Otras veces, el mensaje estaba escrito en un papel guardado en el interior del sobre, un papel tradicional washi escrito con pincel, en el que se leían mensajes referidos, directa o indirectamente, al uso que el donante esperaba que se le diera a su donación. «Para finalidades ascéticas», por ejemplo. O «a tu buena persona, que ha entrado aquí hoy». Si un día paseáis por Japón y sufrís un apretón, quizá tengáis la fortuna de encontrar uno de estos lugares de dinero alojados en el interior de los servicios públicos.

La dinámica psicológica implícita en estos donativos parece ser la misma que guiaba a los protagonistas de la película Cadena de favores, en la que una persona debía hacer de forma altruista un favor a otras tres a cambio solo de que cada una de esas tres hiciera favores altruistas a su vez a otras tres, y así sucesivamente. Finalmente, el mundo sería, en teoría, un lugar más feliz. Aunque en el caso del altruista anónimo de Japón sus actos están dirigidos solo a hombres, pues los servicios públicos son masculinos. Y los hombres japoneses no parecen ser muy receptivos a los regalos. Se caracterizan por ser tan honrados que 400 de estos sobres llenos de dinero ya han sido entregados a la policía por los ocasionales afortunados. Solo puedo imaginar Japón como un lugar donde esto pueda ocurrir de este modo.

De todas maneras, aunque el japonés medio decida devolver su regalo, es posible que de igual forma el altruista anónimo esté contribuyendo al bienestar no solo del que encuentra el sobre con el dinero, sino también de la gente que más tarde se relacionará con el agraciado. Diversos experimentos psicológicos demuestran que nuestro estado de ánimo influye en nuestra percepción de los demás y en las valoraciones que hacemos de ellos. Si el que encuentra el sobre se siente afortunado por un día, es más que probable que trate con mayor benevolencia a quienes se crucen en su camino, en una especie de «cadena de favores» inconsciente, tal como lo explica el profesor de arqueología de la Universidad de Reading Steven Mithen en su libro Los neandertales cantaban rap, donde analiza los experimentos al respecto llevados a cabo en la década de 1970 por la psicóloga Alice Isen.

Como antes os decía, resulta más improbable que el ciudadano medio que viva fuera de Japón devuelva un sobre lleno de dinero encontrado en un lavabo público. Así que no tenemos constancia de que esta actividad se haya reproducido en otros lugares fuera de las fronteras niponas. Buceando en la hemeroteca de mi memoria, recuerdo vagamente la noticia de un hombre que en varias ocasiones había detenido su coche en un semáforo de Londres, había bajado la ventanilla tintada de negro y había soltado fajos de libras. Mientras el coche escapaba del lugar, los transeúntes se habían lanzado como depredadores hambrientos sobre los billetes. Aparte de este caso, no conozco ninguno más relevante relacionado con grandes donaciones indiscriminadas de dinero.

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FREEDOM SHIP, EL HERMANO MAYOR DEL TITANIC

Los barcos y la vida en alta mar siempre han ejercido una gran atracción en la gente. Ahí tenemos el éxito de los cruceros, que ya no solo son embarcaciones-féretro para septuagenarios que celebran sus bodas de oro. ¿A quién no le gustaría mudarse a un pequeño camarote donde todo parece miniaturizado y aprovechado al máximo, como sucede en las autocaravanas, para vivir por siempre en el mar, recalando de puerto en puerto, como un perpetuo nómada marino? Vivir como una especie de Kevin Costner en Waterworld, pero sin el inconveniente de disimular continuamente la alopecia. Sentir la sal en tu boca y contemplar las estrellas en alta mar, cuando la oscuridad convierte tu barco en una nave espacial que cruza silenciosa la galaxia. Lejos de la contaminación, el estrés y los sospechosos desplazamientos de muebles del vecino de arriba a las tres de la madrugada. O quizá vivir como Julie, la anfitriona de Vacaciones en el mar, recibiendo a pasajeros de todas las nacionalidades, amaneciendo en una costa diferente cada mes, buscando incansablemente a un buen cirujano que corrija tu estrabismo.

Mezclemos esa sensación con la visión futurista de Julio Verne en La isla de Hélice, una ciudad flotante utópica. Alimentemos con proteínas el Queen Mary hasta que aumente cuatro veces de tamaño o al Voyager of the Seas para que aumente tres. Inyectemos aún más lujo al crucero noruego The World, cuyo precio por camarote es de entre uno y seis millones de euros. Modernicemos al estilo Star Trek el buque de madera que Jesús mandó construir a Noé para salvar a los animales del diluvio universal. Agitemos la coctelera y ya lo tenemos. El megalómano proyecto de supercrucero que Norman Nixon está intentando construir desde hace casi una década, tan gigantesco que puede ostentar el título de lugar. Un lugar móvil.

El tamaño no importa

El tamaño no importa al menos en cuanto a tsunamis y vientos huracanados se refiere. Pese a la envergadura hipertrofiada de esta ciudad flotante itinerante para millonarios, sus ingenieros aseguran que viajar en él será como hacerlo siempre sobre una balsa de aceite (un tsunami de 25 metros, por ejemplo, solo desplazaría el numantino casco unos dos centímetros). De hecho, tal vez sea este el concepto preeminente del Proyecto Freedom Ship: un lugar para vivir en el que la existencia parece flotar sobre aceite.

Freedom Ship medirá 1370 metros de largo (más que cualquier rascacielos del mundo) y 230 metros de ancho, con una altura de 110 metros. Dicho así puede no resultar demasiado impresionante. Pero lo es. Basta imaginarnos a nosotros mismos corriendo a toda velocidad sobre nuestras piernas, como en una competición de atletismo. Presuponiendo que gozáramos de una forma física solvente que no nos obligara a caer rendidos a los pocos metros, para salvar la cubierta del Freedom Ship de extremo a extremo deberíamos esprintar durante un tiempo no inferior al que tardamos en recorrer quince veces la distancia de un andén del metro. Estoy diciendo que podríamos pasear en línea recta durante casi una hora y no nos caeríamos al mar. Casi una hora andando. Es más de lo que andan al día muchas personas de costumbres sedentarias. Y estoy hablando de solo un nivel del crucero. Freedom Ship contendrá 25. 25 pisos con hogares, bibliotecas, escuelas, hospitales, bancos, hoteles, restaurantes, casinos, oficinas, tiendas, empresas, además de 81 hectáreas de espacios abiertos, campos de golf y parques y paseos que estarán decorados con cascadas, estanques y jardines. Hay muchos pueblos que son más pequeños que Freedom Ship. Y sin duda son mucho menos lujosos y confortables. La capacidad del Freedom Ship también sobrepasa extraordinariamente el censo de muchos pueblos: 100.000 personas, divididos en 40.000 residentes permanentes; 30.000 visitas diarias; 10.000 pasajeros nocturnos en hoteles, y 20.000 de tripulación. Incluso tendrá su propio aeropuerto, en el que podrán aterrizar reactores, aviones y helicópteros, y una línea de ferrocarril, así como un puerto deportivo y un área de estacionamiento de vehículos de los residentes. Contará con 40 generadores que suministrarán energía eléctrica al complejo, y un sistema de ventilación electroestática que proporcionará aire y una planta potabilizadora con la que se intentará cubrir todas las necesidades de agua. Los cortafuegos entre cubiertas serán capaces de contener un incendio durante cuatro horas, convirtiéndolo de hecho en ignífugo. Los 18.000 habitáculos residenciales tendrán un precio que oscilará entre los 180.000 y los dos millones y medio de dólares. Si sois de familia más pudiente, entonces tal vez prefiráis alojaros en una suite premium (dúplex de 450 metros cuadrados, balcones con vistas y decorada con maderas nobles) al módico precio de 44 millones de dólares.

Para que podáis imaginaros mejor las dimensiones del Freedom Ship, el navío más grande fabricado por el ser humano es mayor que el Empire State Building: un superpetrolero llamado Seawise Giant, que cambió varias veces de nombre y que se conocía sobre todo por el apelativo de Jahre Viking, tenía una longitud de 458 metros. Era demasiado grande y profundo para pasar por el canal de Suez, el de Panamá e incluso el de la Mancha. Pues el Freedom Ship, recordemos, tendría 1370 metros, casi el triple. El Titanic solo tenía 260 metros.

La enorme comunidad del Freedom Ship, además, estará programada para desplazarse continuamente alrededor del orbe terráqueo, lento pero inexorable (10 nudos por hora), incluyendo en su ruta las principales ciudades portuarias y completando una vuelta alrededor del mundo cada tres años. Su impulso será generado gracias a 100 motores de 33.000 CV, y sus hélices retráctiles y orientables a 360 grados le otorgarán a este coloso una maniobrabilidad extraordinaria. Como no existen puertos marítimos lo suficientemente grandes para recibir a este monstruo marino, el transporte de pasajeros se realizará por ferri o avión. Aunque si uno no lo desea, no necesitará abandonar jamás esta pequeña ciudad que se pasará un tercio del tiempo navegando hacia un nuevo destino y el resto del tiempo fondeando en alguna costa, sin abandonar nunca aguas internacionales, sin pertenecer jamás a ninguna nación. Freedomshiplandia, en ese sentido, recuerda a los superdestructores imperiales que aparecen en La guerra de las galaxias, cuyas gigantescas dimensiones le impiden atravesar la atmósfera de un planeta y, por ello, deben construirse en el espacio exterior. Como el Freedom Ship.

Vivir en este leviatanesco complejo marino en perpetuo movimiento también ofrece otras ventajas, además de que cada mañana te levantas contemplando un nuevo horizonte. Al permanecer la mayoría del tiempo en aguas internacionales, sus habitantes se regirán por las mismas leyes marítimas de otros navíos e incluso se espera que sus residentes obtengan neutralidad fiscal. En algún sentido será como vivir en un miniestado independiente. Comercialmente, los productos y servicios que aquí se generen podrán venderse en todos los puntos del planeta libres de impuestos, lo cual provocará tal vez que muchos puertos aguarden la llegada del Freedom Ship con un brillo fenicio en los ojos dispuestos a realizar todo tipo de transacciones comerciales. Por si esto fuera poco, el ojo del Gran Hermano orwelliano garantizará que esta ciudad esté libre de delitos: toda la actividad del crucero será filmada con circuitos cerrados de cámaras las 24 horas al día. Y 2000 agentes, al mando de un exagente del FBI, tendrán capacidad para enfrentarse a amenazas terroristas externas o al ataque de piratas. Si infringís la ley, acabaréis con vuestros huesos en el calabozo de a bordo, no lo dudéis.

El Freedom Ship sería algo así como un paraíso fiscal para ricos y famosos. Las islas paradisíacas, en comparación, han quedado anticuadas: más bien se asemejaría a la isla flotante de la mitología celta llamada Tir N’an Og (Isla de la Juventud), que aparecía imprevisiblemente en cualquier punto de la costa irlandesa de vez en cuando y cuya leyenda cuenta que si consigues alcanzar su orilla, entonces obtendrás la vida eterna. Pero tal vez no habría que comparar este proyecto con una isla, aunque sea mágica. El Freedom Ship, conceptualmente, posee más similitudes con la primera nave espacial generacional de la historia, pilotada por una élite financiera y social que tendrá la posibilidad de abandonar el inestable planeta Tierra en busca de finisterres más halagüeños. Incluso se teoriza que Freedom Ship podría asumir algún día el papel de arca de Noé para millonarios, pues todos ellos podrían sobrevivir a posibles catástrofes naturales, como el crecimiento de las aguas por el cambio climático, que se estima que amenaza a 21 de las grandes ciudades del mundo. Esta idea nos remite al escenario posapocalíptico de Kevin Costner en Waterworld, pero aquí los supervivientes tendrán la billetera muy abultada y posiblemente hablarán ese empalagoso dialecto que solo los pijos de pura cepa saben articular, «qué fuerte, tía».

Norman Nixon, ¿visionario o mercachifle?

Actualmente las técnicas de ingeniería naval son insuficientes para la construcción de una ciudad flotante de tres millones de toneladas como la que propone Norman Nixon, director de Freedom Ship International. Por ejemplo, los superpetroleros no pueden aumentar de tamaño a causa del peso que ello representaría para toda la estructura, sobre todo en condiciones climáticas adversas. Sin embargo, a pesar de que la construcción lleva anunciándose desde 1999 y que ya se ha pospuesto el inicio de la primera fase de construcción en diversas ocasiones, Norman Nixon garantiza la viabilidad del proyecto y manifiesta que sus cualificados ingenieros tienen la intención de emplear una técnica que se usa en la construcción de barcazas, lo cual reduciría la tensión de las miles de toneladas de la estructura. No en vano, la suma que Norman Nixon pretende invertir en el proyecto se estima en alrededor de 11.000 millones de dólares.

Igualmente, el proyecto parece arrastrar una gran carga especulativa. ¿Quizá solo está tanteando el mercado en busca de inversores? Según Nixon, «es una oportunidad para crear la primera comunidad ideal del mundo». Las últimas noticias indican que más de 15.000 personas iban a empezar a trabajar en la primera fase de construcción del Freedom Ship en turnos de ocho horas diarias, para lo que se tendrá que desplazar un astillero flotante hasta las costas de Honduras o Belice (el lugar con más posibilidades hasta la fecha es la bahía de Trujillo, a 250 kilómetros de Tegucigalpa). Los componentes de la superestructura serán remolcados por separado, y el casco de la nave será ensamblado in situ, con una ingeniería similar a la empleada en un aeropuerto flotante de la bahía de Tokio llamado Megafloat Airport, que tiene secciones o cajones de acero flotantes para establecer la base y sobre esta levantar grandes estructuras. Las obras, finalmente, no se iniciaron, y la cosa sigue parada.

Todo es posible si hablamos del visionario Norman Nixon, un millonario hombre de negocios de Florida del que poco se sabe (si «googleamos» por Internet, apenas encontraremos referencias en su propia página web y poco más), alguna foto de sus vacaciones, o pescando con su familia. Ingeniero jubilado, su empresa es especialista en plataformas offshore y ha sido responsable de algunas de las mayores refinerías, oleoductos y plantas químicas del mundo. Tras conocer a su actual esposa en Hong Kong, a principios de 1990 entró en contacto con amistades de su esposa preocupadas por los acontecimientos venideros tras la devolución de Hong Kong a la China comunista. Este hecho le hizo plantearse la primera idea de fundar una isla artificial para anclarla en otro lugar lejos de China. La idea, tras el encontronazo con diversas trabas burocráticas que le impedían obtener los permisos y licencias necesarios, evolucionó, hasta fraguarse en 1996 el germen de Freedom Ship.

En la actualidad, el proyecto está paralizado mientras tratan de obtener los fondos suficientes para ponerse a trabajar. Pero la compañía asegura que el itinerario de la isla de metal ya está fijado: cruzará Bahía Laura, en la provincia de Santa Cruz, para luego seguir por Puerto Deseado, Comodoro Rivadavia, Camarones, Rawson, San Antonio Oeste, Punta Alta, Necochea, Mar del Plata y Pinamar. El 8 de febrero se despediría en Buenos Aires de Argentina, abriendo camino hacia Montevideo y Río de Janeiro. Sin duda, las previsiones son muy optimistas por su magnífico grado de precisión. Por si esto fuera poco, Nixon también se presentó como candidato a las elecciones presidenciales estadounidenses de 2008. Vote por Norman Nixon. Pero aquí la previsión falló, como todos sabéis, pues fue Barack Obama el que ocupó la Casa Blanca; lo cual me tranquiliza. ¿Volverá a fallar la previsión de Norman Nixon con su Freedom Ship?

Otro obstáculo que plantea el Proyecto Freedom Ship tiene relación con el continuo avance de la tecnología. La ciudad será construida con toda clase de lujos y avances tecnológicos, sí, pero una vez instalados e izada el ancla, la remodelación de equipos será dificultosa o directamente imposible. Freedom Ship quedará atrapado en el pasado a nivel tecnológico en apenas una década. Sus habitantes podrán adquirir una pantalla plana que haya salido recientemente al mercado, pero ¿quién les garantiza que podrán gozar de la última tecnología GPS, nuevas antenas, nuevas conexiones a Internet, nuevos conceptos estructurales en cuanto a hábitat, innovaciones profundas en infraestructura y domótica, etcétera? Pocos serán los que quieran adquirir un lugar para vivir tan caro que lenta pero inexorablemente, tal como el Freedom Ship circunnavegará el globo, se volverá cada vez más viejo y anticuado. Y en el caso de que se idee una forma sufragar los costes de mantenimiento de la ciudad y de que esta siempre luzca a la última, ¿quién asumirá los desorbitados gastos? ¿La microeconomía libre de impuestos de Freedom Ship será suficiente? De no ser así, no quiero ni imaginar la línea de ceros (con un uno delante) que supondrán los gastos comunitarios de sus ciudadanos. Todas estas preguntas fundamentales no tienen respuesta en la página oficial de Freedom Ship International.

Pero ¿qué más da? Proyectos aparentemente mucho más imposibles, como algunos de los desmanes arquitectónicos dubaitíes, ya se han hecho realidad. ¿Por qué no podría instalarse un nuevo tipo de vida nómada para una sociedad cosmopolita y ácrata? Según sus promotores, y pese a la crisis en la que está sumido el ladrillo, esta Atlántida de oropel ya ha recibido 3500 reservas de alojamiento, aunque por el momento no se aceptan depósitos ni pagos por adelantado. Parafraseando a la Orquesta Mondragón, viaje con nosotros… alrededor del mundo sin moverse de su propia casa.

En cualquier caso, si queréis hospedaros en un hotel gigante en forma de barco sin las dificultades que entraña echarse a la mar, entonces podéis acercaros al Titanic Beach Resort, un hotel que simula ser el Titanic en tierra firme. Está situado en Antalya, Turquía.

Por mi parte, no obstante, creo que me abstengo de embarcarme en esta singladura. Y si en algún momento empiezo a dudar de mi decisión, me basta con recordar las palabras de David Foster Wallace en su corrosivo ensayo periodístico Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, acerca de unas vacaciones con todos los gastos pagados a bordo de un crucero de lujo, el Zenith. Al parecer, la peor experiencia de su vida.

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UN XANADÚ SOBREDIMENSIONADO: EL HEARST CASTLE

Conduzcamos nuestro llamativo Cadillac rosa por la costa montañosa y paradisíaca de California. Recorriendo la costa sur de California uno se cruza con lugares cuyos nombres parecen de broma: Atascadero, Sonora, Gorda (¿cuál será el gentilicio de los habitantes de Gorda?), Caliente, Morro Bay, Mariposa o Carmel (no confundir con Camel), en donde Clint Eastwood fue alcalde durante muchos años.

Tras dejar atrás Morro Bay, llegamos a San Simeón, a medio camino entre Los Ángeles y San Francisco, donde nos topamos también con un lago de nombre anodino: lago López. Desde Santa Bárbara solo se tardan dos horas si se toman las autopistas 101 y 1. Allí no existen esos iconos estéticos propios de las playas de California, léase modelos siliconadas o culturistas exhibicionistas. Este paisaje entronca más bien con la soledad de la costa cantábrica española.

Entonces detengámonos. En la cima de una colina con vistas al océano Pacífico se alza el imponente Hearst Castle, a 1000 metros sobre el nivel del mar. A la residencia solo se puede acceder tras ocho kilómetros de camino serpenteante. Si hay niebla, además, se añade a la construcción un aire fantasmagórico que te invita a imaginar que tras aquellas paredes ha vivido el sosias californiano de Drácula, en vez del magnate de la prensa William Randolph Hearst. Pero si la niebla escampa, se esfumarán también todas las connotaciones tétricas o carpetovetónicas y descubriremos que Drácula ya no vive en Hearst Castle, la mansión que ahora se ha convertido en un parque temático del exceso, en una prolongación disneyniana del poder y el dinero cubierto con pátina kitsch. Una especie de Aguja Hueca, aquella caverna natural en la costa rocosa de Étretat, Francia, donde el galante ladrón Arsenio Lupin, el personaje literario de Maurice Leblanc, atesoraba todas las maravillas que iba robando, como el tesoro de los reyes de Francia y el original de la Gioconda.

Reservorio de arte ecléctico

George Bernard Shaw ya había manifestado a propósito de aquel paraíso que «es el lugar que Dios habría creado si hubiera tenido tanto dinero como Hearst». Y es que tanto en el exterior como en el interior del Hearst Castle se percibe a la legua un cacofónico mestizaje estético que parece impregnarlo todo: motivos griegos mezclados con motivos egipcios, romanos o medievales. No en vano, su dueño fue uno de tantos coleccionistas adinerados de la América del siglo XIX y principios del XX que construyeron suntuosas casas decoradas con elementos arquitectónicos y arte europeos. Pero el dueño de Hearst Castle lo hizo a lo grande: adquirió la cuarta parte de todas las obras de arte que salieron al mercado. Este despropósito inmobiliario, pues, recuerda a la pirámide de un faraón estadounidense, un rompecabezas cuyas piezas pertenecen a iglesias, palacios, conventos y mansiones señoriales adquiridas en una Europa que aún se recuperaba de la Gran Guerra. Se exhiben obras de arte en los techos, en las paredes, en las escaleras, en todas partes, incluso en los lavabos. Un horror vacui presente en más de 100 habitaciones; 100 expositores de ego. El Hearst Castle cuenta con 56 habitaciones, 61 baños (tiene más baños que habitaciones, yo también me he dado cuenta), 19 salones, hectáreas de jardines interiores y exteriores, piscinas, pistas de tenis, un cine, un aeródromo y el zoológico privado de mayor envergadura del mundo. Una suerte de Neverland, el rancho-parque de atracciones que habitaba Michael Jackson, que también era capaz de almacenar obras de arte tan extravagantes como el esqueleto aquejado del síndrome de Proteo de Joseph Merrick, El hombre elefante.

El gérmen de este lugar hay que buscarlo en George Hearst, un acaudalado minero que, en 1865, adquirió 16.000 hectáreas de tierra que incluían los ranchos mexicanos de Piedras Blancas, San Simeón y Santa Rosa. Entonces decidió un día que quería construirse su casa. El hogar definitivo. Un hogar en el que cupieran unas ínfulas propias de un rey. Encomendó la tarea al arquitecto Julia Morgan en 1919, que, por cierto, se convirtió en la primera mujer arquitecto del estado de California. Durante años se empezó a levantar la titánica obra, que constaba de 165 habitaciones y 5 kilómetros cuadrados de jardines y terrazas. Poco después, la casa pasó a manos del único heredero de George Hearst: William Randolph Hearst, que continuó construyendo el palacio hasta 1947. Estamos hablando de una obra que duró más de 100 años, mucho tiempo incluso teniendo en cuenta las consabidos retrasos y moratorias de los obreros de la construcción.

Actualmente, el rancho cubre 1000 kilómetros cuadrados y forma parte del Parque Estatal de San Simeón, en San Luis Obispo. La propiedad está dividida en una casa principal, la Casa Grande, cuyas torres están inspiradas en una catedral española, y tres edificios secundarios. En la Casa Grande podremos encontrar, entre otras cosas, un enorme teatro. La mayor habitación de huéspedes de la Casa Grande se llama Ducal Suite, por su semejanza al Palacio Ducal de Venecia, y consta de sala de estar, dos dormitorios y dos cuartos de baño. Las salas interiores de muchas estancias recuerdan a las de los castillos y palacios medievales europeos. La Asamblea es el nombre de la estancia con más metros cuadrados, que solía ser el lugar de reunión de los huéspedes de los Hearst. Una de las piscinas más impresionantes es la piscina Neptuno, de estilo romano. En 1972 se usó como decorado para el rodaje de El padrino, y John F. Kennedy y su esposa pasaron aquí su luna de miel. El servicio de la residencia tiene a su disposición nada menos que 12 habitaciones, 10 baños, una cocina de restaurante con muchos tenedores y otras tantas dependencias.

Hearst apenas tenía conocimientos sobre arte, pero, como millonario que era, consideraba el arte una posesión valiosa que debía exhibir al mundo para afianzar su poder. De modo que, aprovechando la coyuntura de las guerras que asolaban Europa, mantuvo contactos con Arthur Byne, un arquitecto que se acabó convirtiendo, a sueldo de Hearst, en el ladrón de tesoros más famoso del momento. Byne se encargaba de expoliar artísticamente Europa y trasladar a la residencia de Hearst todas las obras, pieza a pieza. Casi un centenar de artesonados hispanomusulmanes y monasterios enteros fueron desmantelados y transportados piedra a piedra, como por ejemplo el monasterio cisterciense de Santa María, en Segovia. Italia y Grecia aún reclaman a Estados Unidos parte de sus patrimonios saqueados. En el caso de las obras de arte españolas, al parecer no puede haber posibilidad de reclamación, pues no fueron robadas, sino vendidas mediante operaciones económicas legítimas; España (como Italia) necesitaba dinero, y no arte, para salir de la posguerra, y a Hearst le sobraba lo primero y anhelaba lo segundo. Se conoce que los estadounidenses se pirran por la arquitectura europea. Y por esa razón, en las entrañas del Hearst Castle se guardan 25.000 obras de arte. Si Stendhal sufrió una fuerte conmoción al visitar Florencia y toparse con una dosis tan elevada de inspiración artística (lo que con el tiempo se ha venido a llamar precisamente «síndrome de Stendhal»), es probable que si hubiera podido trasponer las puertas del Hearst Castle habría sido víctima de un éxtasis todavía mayor (que daría para acuñar otro síndrome, quizá antónimo, habida cuenta del horrísono gusto con el que todo ese arte disparejo ha sido acumulado sin ninguna regla estética, solo por el mero afán de arramblar cosas). Por ejemplo, Hearst era capaz de usar como mesita para el teléfono un arcón románico. Ordenaba seccionar unos azulejos mudéjares turolenses con tal de que encajaran en el dibujo del suelo. Situaba una estatua egipcia esculpida 3000 años atrás en un rincón de una habitación solo para que el rincón estuviera lleno de algo. Si era necesario, Hearst no dudaba en tunear o cortar a medida los tesoros patrimoniales que le iban llegando de Europa. Sillas de un coro español reconvertidas en puertas de ascensor y otras yuxtaposiciones aún más sacrílegas. Alfombras persas y tapices góticos situados en uno u otro lugar bajo parámetros estéticos propios de un videoclip de la MTV. Ni Andy Warhol se hubiera atrevido a tanto. Vasos griegos que datan del 700 antes de Cristo, raras alfombras orientales, bajorrelieves, tapices flamencos, toda clase de esculturas de mármol, una biblioteca de más de 4000 volúmenes de libros raros que también alberga 155 piezas de cerámica antigua (la mayoría griegas), bodegas con al menos 7000 botellas de raras cosechas de vino europeo y californiano. Podríais permanecer horas contemplando este palimpsesto estético y nunca acabaríais de descifrar nuevas obras de arte mixturizadas. Mármoles, nenúfares, piscinas de fondo dorado, candelabros de plata y otras tantas antigüedades que, juntas y hacinadas como en un almacén, representaban el paradigma del mal gusto. Algo así como un Ikea dadaísta del arte. Duchamp, a su lado, solo era un aficionado, por mucho que expusiera un urinario a modo de fuente.

Aunque en la web oficial del Hearst Castle se garantice que los miembros del personal son adiestrados en las prácticas de un buen museo acerca del cuidado, el manejo y la preservación de las obras de arte, así como del seguimiento de las normas de control ambiental (incluidas las condiciones climáticas interiores y la gestión integrada de plagas), uno no puede abandonar el hogar de los Hearst sin la sensación de haber asistido a un circo. En ese sentido, su dueño no difería demasiado de lo que hoy es una compradora compulsiva batallando contra otras compradoras compulsivas por un suéter de rebajas. Tengo un conocido con un mínimo sentido del gusto que visitó el Hearst Castle y, tras contemplar todo aquel desaguisado, se giró hacia su acompañante y le dijo:

—¿Ves todos esos tornillos del suelo?

Evidentemente, en el suelo no había tornillos.

—¿Qué? —exclamó su acompañante mirando en derredor sin localizarlos.

—Todos esos tornillos son del señor Hearst. Se le cayeron de la cabeza antes de plantearse la decoración de esta mansión.

—¿Qué tornillos?

—¡Cuidado, no los pises!

—Estás mal de la cabeza —cabeceó su acompañante cuando empezó a pillarle la retranca.

—Me confundes con Hearst.

Si nos mareamos con tanto objeto histórico, también podemos visitar el mayor zoológico privado del mundo: 70 especies de animales, entre los que se encuentran avestruces, búfalos, canguros, llamas, tigres, osos, cebras y monos. Sin embargo, en la actualidad, el zoológico está vacío. Por dificultades en el mantenimiento de esa babilonia animal, a finales de la década de 1930 la fauna fue donada a otros zoológicos públicos. Si los animales no son lo vuestro, entonces nada mejor que zambullirse en el ambiente bucólico de la Explanada del Norte, un amplio espacio abierto usado como paseo alrededor del edificio principal y como conexión con las casas de huéspedes. Allí encontraremos un enorme jardín botánico con toda clase de flores exóticas. Podríais perderos para siempre entre su espesura, como si de pronto hubierais sido engullidos por un bosque.

¿Por qué Hearst quiso ir tan lejos? ¿Para qué construir un lugar tan enorme, tan desproporcionadamente lujoso, tan insultantemente llamativo? Alain de Botton, en su ensayo Ansiedad por el estatus, ofrece algunas pistas sobre la razón que lleva a un millonario a no hacer solo ostentación de su cuenta bancaria, sino a continuar engrosándola indefinidamente: el ser humano no quiere dinero para ser rico, sino para que los demás le admiren o para ser más rico que las personas que considera de su misma categoría.

En definitiva, Hearst Castle es un lugar que parece poseer el influjo del vórtice de un agujero negro que todo lo engulle o el poder imantador de un papel matamoscas que atrae el lujo y el exceso independientemente de su catadura. Un lugar que, actualmente, puede ser visitado como cualquier otro lugar turístico de California. Esto es posible gracias a que en 1957 fue donado por la Hearst Corporation al estado de California y posteriormente se catalogó como edificio histórico nacional. A decir verdad, es uno de los monumentos más visitados de California. Organizan varios tours guiados y en varios idiomas. La entrada cuesta 20 dólares. Nueve taquillas alineadas, de las que brotan riadas de turistas atraídos por las riquezas incalculables de la mansión, estarán encantadas de franquearnos el paso en este paraíso del mal gusto que se parece a un museo en el que se ha colado un huracán o en el que han obrado misteriosas fuerzas telequinéticas. Y si os aburrís de caminar entre tanto lujo, no temáis: siempre se incluye la posibilidad de visionar una hagiografía del Hearst Castle en una sala Imax instalada en su interior.

Y si todavía alguien tiene estómago para más, puede probar la sensación de dormir en una de las camas del Hearst Castle. Para celebrar su aniversario, y para recaudar fondos que aseguren el mantenimiento de las 25.000 obras de arte que alberga, se decidió subastar el honor de pasar una noche allí a través del portal eBay de Internet. La subasta se realizó entre el 17 y el 27 de septiembre de 2006, y el que hizo la puja más alta tuvo el honor de pernoctar en la misma suite que un día usó el egomaníaco magnate de la prensa Randolph Hearst. Una oportunidad para evaluar de primera mano la cenutria filosofía de Hearst consistente en creer que más es sinónimo de mejor. Además, el afortunado pudo utilizar su teatro privado para ver la película que más le gustase y también tuvo derecho a usar el helipuerto (si es que disponía de su propio avión, claro). El régimen de alojamiento, no obstante, era de media pensión.

Pero quizá haya alguien que no se conforme con una noche y prefiera pasarse toda la vida tras los muros del Hearst Castle. En ese caso, y también en el caso de que se posea la suficiente solvencia económica y el suficiente grado de mal gusto como para considerar un chiringuito de playa atestado de arte sin ton ni son en un lugar digno para vivir en él, entonces podrá adquirir la vivienda. A finales de 2007, Hearst Castle se puso a la venta. El precio es uno de los más elevados por una vivienda particular de todo el país: 121 millones de dólares, superando los 114 millones de una residencia de diez dormitorios en Montana y los 99 de la residencia del príncipe saudí Bandar bin Sultan, exembajador en Estados Unidos, en Aspen, Colorado. El actual propietario de la residencia, el abogado y financiero Leonard M. Ross, la adquirió en 1976, y ahora la ha puesto a la venta porque quiere «un cambio en su estilo de vida».

Lujo inmobiliario desaforado en el siglo XIX

Casas mutantes como el Hearst Castle son posibles porque nacieron en el intervalo de 1850 y 1900, la que fue llamada la Edad de Oro de Estados Unidos. En aquella época no existía el impuesto sobre la renta (no llegó a aprobarse hasta 1914, declarándose hasta entonces como insconstitucional según el Congreso). De modo que la población del país se multiplicó por tres, la riqueza se multiplicó por 13 y los millonarios pasaron de 20 a más de 40.000.

Por ello, en esta época se pudo construir la casa Biltmore, la casa privada más grande jamás levantada en Estados Unidos. Está en One Lodge Street, en la ciudad de Asheville, en Carolina del Norte, en las colinas de los Apalaches. Construirla costó tanto dinero que incluso triplicó los costes de la torre Eiffel, y también empleó cuatro veces más trabajadores. Su dueño fue George Washington Vanderbilt. Tiene 12.500 metros cuadrados de superficie y 250 habitaciones. Su estilo arquitectónico se inspira en los castillos renacentistas del valle del Loira francés. Tiene su propia iglesia, hoy conocida como la catedral de Todos los Santos. Alrededor de la mansión también se extienden gigantescos jardines de diseño y bosques naturales. Con la intención de que la finca pudiera ser autosuficiente, Vanderbilt mandó instalar granjas de aves de corral y granjas de ganado. Entre los invitados notables de la finca a través de los años destacan el novelista Henry James, Bill Gates, el príncipe de Gales, y los presidentes McKinley, T. Roosevelt, Wilson, Nixon, Carter u Obama. En 1964 fue designado monumento histórico nacional.

En un intento por combatir la depresión económica, Cornelia Stuyvesant de Vanderbilt y su marido, John Cecil Amherst, abrieron Biltmore al público en marzo de 1930. Los miembros de la familia continuaron viviendo allí hasta 1956, cuando se abrió definitivamente al público como casa museo. Los visitantes pueden disfrutar de la piscina cubierta, de la pista de bolos, del gimnasio, de la enorme biblioteca, de salas llenas de obras de arte, así como innovaciones tecnológicas del siglo XIX, tales como ascensores, calefacción, relojes con control centralizado, alarmas de incendio, etcétera. La finca sigue siendo una importante atracción turística en el oeste de Carolina del Norte y cuenta con casi un millón de visitantes al año. Los terrenos y la casa Biltmore han aparecido en películas como Hannibal (2001), Patch Adams (1998), Forrest Gump (1994) o El último mohicano (1992).

Sin embargo, recientemente se ha construido la que probablemente sea la residencia privada más cara del mundo, aunque no está en Estados Unidos, sino en Bombay, en la India. La llamada Torre Antilla pertenece al hombre más rico del país, Mukesh Ambani, y su precio es de 1000 millones de dólares. Dispone de 27 pisos, tres helipuertos, garaje para 160 vehículos, piscina, cine, bolera y hasta unos jardines colgantes que imitan a los de Babilonia. Sin embargo, Mukesh todavía no se ha mudado a su nueva casa: al parecer ha sido construida violando los preceptos de construcción del vastu shastra (una especie de feng shui indio que obliga a acogerse a determinados diseños y ordenación de la casa para que esté en consonancia con las fuerzas del universo). Qué mala suerte.

«Soap opera» a la Hearst

Los anglosajones denominan soap opera al típico culebrón de factura estadounidense, como Falcon Crest. Betty, la Fea, por ejemplo, también es una soap opera. Tras los muros del Hearst Castle también se desarrolló una de las historias más curiosas de la historia de Hollywood, una soap opera en toda regla que, plasmada en celuloide, no habría conseguido suspender la incredulidad del espectador. Puede que incluso supere el enrevesamiento de Falcon Crest (por cierto, que la mansión donde se rodó Falcon Crest también anda por allí cerca, en el valle de Napa, en el 2805 de la carretera de Spring Mountain, St. Helena; y aún recibe una caudalosa remesa anual de turistas en busca del rancio abolengo de los Channing).

Pero antes quiero que conozcáis un poco mejor a William Randolph Hearst. Nació en San Francisco el 29 de abril de 1863 y su vida fue tan excitante que el cineasta Orson Wells se basó en él para crear al protagonista de Ciudadano Kane, Charles Foster Kane. ¿Recordáis Xanadú, el caserón en lo alto de la colina que aparecía en la película? En efecto, era el Hearst Castle. ¿Y el trineo de nieve que tenía inscrita la palabra «Rosebud»? Eso, dicen, también procede de la vida de Hearst, pero lo explicaré más adelante.

A los 23 años, Hearst aceptó hacerse cargo de un periódico que su padre había aceptado como pago de una apuesta. Aquel periódico era el San Francisco Examiner, y fue el punto de partida de una exitosa carrera ascendente en el mundo de la prensa. En su punto más álgido, Hearst tenía el control de nada menos que 28 periódicos, 18 revistas, diversas cadenas de radio y una productora de cine. Por culpa del afán desmedido de Hearst por acumular poder y vender cada vez más ejemplares, hoy día existen revistas como Lecturas o Semana y programas de televisión como Aquí hay tomate, porque el bueno de Hearst, inspirándose en los trabajos de Joseph Pulitzer (sí, el del premio), fue el inventor del sensacionalismo o prensa amarilla. En sus publicaciones podemos leer por primera vez titulares provocadores, exentos de neutralidad y objetividad periodísticas. Todo un monopolio mediático en el que Hearst manipulaba la información a su antojo, y pobre del que se atreviera a llevarle la contraria. Para mantener su notoriedad periodística se rodeó de los mejores escritores de la época, como Mark Twain, Jack London o Ambrose Bierce.

Hearst era imparable y su influencia salpicó hechos históricos de la talla de la guerra de Cuba de 1898. Según muchos analistas, la creciente escalada de tensión surgida entre España y Estados Unidos a causa de la situación de Cuba, en aquel entonces una colonia española, se vio alimentada por Hearst con el único propósito de vender más periódicos. «Tú pon las fotos, que yo me encargo de poner la guerra», manifestó en una ocasión a un corresponsal que cubría el conflicto. Más tarde, Hearst mantuvo una línea periodística manifiestamente xenófoba, respaldó al Gobierno nazi y allanó el camino para la caza de brujas contra los comunistas. «I make news» («Yo hago las noticias») era una de sus máximas, ya que alteraba y provocaba deliberadamente hechos históricos para que sus rotativas fueran las primeras en imprimirlos. De él se dijo, por ejemplo, que era «la fuerza más poderosa para hacer el mal de nuestra época».

Sin embargo, como productor de cine, a Hearst no le fueron tan bien las cosas a pesar de su debilidad por el glamour de las estrellas… y su debilidad, sobre todo, por una actriz de medio pelo llamada Marion Davies, que se convirtió en su amante. A causa de sus servidumbres venéreas se equivocó una y otra vez al tratar de lanzar a la fama a Marion Davies, que no lograba cuajar entre el público. Incluso, por culpa de Davies, casi perdemos a Chaplin. La leyenda negra cuenta que todo ocurrió en una fiesta que Hearst celebraba en su yate. Chaplin, que se pirraba por las jovencitas (Nabokov se inspiró en una de sus relaciones amorosas para escribir Lolita), le tiró los trastos a Marion Davies, y entonces Hearst les pilló con las manos en la masa. Hearst perdió el control, se hizo con una pistola y disparó contra Chaplin. Pero falló, y la bala mató al director Thomas H. Ince, que también andaba por allí cerca. Hearst, como gestor universal de la información que trascendía en los medios de comunicación, bloqueó la autopsia del cadáver y manipuló la noticia en sus periódicos, manteniendo los sucesos en secreto durante años.

Y aquí llega la anécdota de «Rosebud». En Ciudadano Kane aparecía una actriz que interpretaba a una especie de Marion Davies, pero la mayor indirecta de Welles a Hearst era la palabra que abre la película, «Rosebud». ¿Sabéis a qué se refiere en realidad? Olvidaos de la inscripción del trineo. Rosebud significa «capullo de rosa», y así es como Hearst definía en la intimidad a la vagina de Marion Davies. Por supuesto, el poderoso Hearst hizo todo lo posible para impedir que Ciudadano Kane saliera a la luz, ofreciendo incluso un millón de dólares a la RKO para destruir todas las copias de la película y quemar el negativo, pero la Gran Depresión había afectado a sus negocios y su influencia ya no era la que fue. Ciudadano Kane fue finalmente estrenada en 1941 y, sobre todo por sus innovaciones técnicas y sus novedosos planos, se convirtió, según la crítica, en la mejor película de todos los tiempos (con permiso de Hearst, que falleció en Beverly Hills el 14 de agosto de 1951). El trineo que hacía alusión al sexo de Marion Davies también se hizo muy famoso: no en vano, se pagaron 60.500 dólares por él en una subasta del Sotheby’s en Nueva York en 1982; la máxima puja la hizo el director Steven Spielberg. Tampoco podemos olvidarnos de ese magistral capítulo de Los Simpson que homenajea Ciudadano Kane, en el que el trineo es un osito de peluche llamado Bobo y Hearst-Kane, el señor Burns.

Existe otra conexión de Hearst con el celuloide, aunque mucho más sutil. Estoy hablando del director, productor y coreógrafo Kenny Ortega (California, 1950), formado nada menos que por Gene Kelly. En 1992, Ortega filmó de la mano de Walt Disney Pictures un largometraje musical basado en la histórica huelga de julio de 1899 de los chicos repartidores de periódicos. Dicha huelga puso en un brete al omnipoderoso Hearst, que vio cómo su influencia mediática dejaba de diseminarse vía periódico a causa de un puñado de chavales que reivindicaban unas condiciones laborales más justas. La película se tituló La pandilla (protagonizada por un joven Christian Bale antes de convertirse en la superestrella que es ahora), y si no os suena demasiado es porque la película resultó ser un estrepitoso fracaso. Ortega, sin embargo, no se rindió, y ahora triunfa en todo el mundo con sus películas musicales de High School Musical, protagonizadas por unos jóvenes bastante diferentes a los que le plantaban cara a Hearst, aunque me temo que también sumamente reivindicativos: si osas catalogar High School Musical de infraproducto comercial, es muy posible que te den con su PlayStation en la cabeza.

Pero la soap opera no acaba con el magnate de la prensa. La nieta de William Randolph Hearst, Patricia Hearst, continuó muy dignamente con esta trama llena de vueltas y revueltas. Conocida popularmente como Patty Hearst, nació en San Francisco en 1954, pero no se hizo mundialmente conocida hasta que el 4 de febrero de 1975 fue secuestrada en su apartamento de California por un pequeño grupo terrorista de izquierdas denominado Ejército Simbionés de Liberación (Symbionese Liberation Army o SLA, por sus siglas en inglés).

Patty solo tenía 19 años y estaba prometida con el profesor Steve Wedd. Los secuestradores de marras exigieron a la familia Hearst que se distribuyeran dos millones de dólares en comida a los pobres de la zona de Oakland so pena de ejecutar a Patty. La idea era entregar 70 dólares en comida a cada californiano pobre, un menú compuesto por pavo, dos cajas de zumo de tomate y dos latas de carne, entre otras cosas. La familia, a la que los secuestradores se dirigían con la expresión «insectos fascistas», acató las exigencias en un show mediático que fue seguido por millones de personas de todo el país. Pero, aun así, el 5 de abril de 1975 el Ejército Simbionés acabó remitiendo a la prensa una fotografía de Patty en la que aparecía uniformada y armada, anunciando que había decidido unirse al excéntrico grupo terrorista. La fotografía correspondía al atraco de una de las sucursales del banco Hibernia, en San Francisco, banco propiedad de la mejor amiga de Patty. Esa fotografía de Patty, con un fusil AK-47 en ristre, se hizo famosa a nivel planetario. En el atraco se habían hecho con 10.000 dólares y habían herido a dos guardias. Ni la familia, ni los medios, ni los fascinados telespectadores daban crédito a aquella metamorfosis de la rica heredera de un imperio mediático en una guerrillera del asfalto. Podía especularse con el síndrome de Estocolmo, o quizá con los efectos del amor platónico que Patty sentía hacia el carismático líder simbionés. Pero nadie en realidad supo jamás lo que llevó a Patricia Hearst a convertirse de la noche a la mañana en Tania (sobrenombre que adoptó en honor a una camarada que luchó al lado del Che, en Bolivia), enunciando consignas del tipo «Patria o muerte. Venceremos» o enviando mensajes a radios y periódicos registrados en un magnetofón:

Mamá, papá, decid a los oprimidos de este país lo que está a punto de hacer el estado corporativo, avisad a los negros y a los pobres de que están a punto de asesinarles hasta el último hombre, mujer y niño. Explicad a la gente que la crisis energética es solo un medio para que la opinión pública apruebe un programa de construcción masiva de centrales nucleares. Decid a la gente que el Estado, con la ayuda de este suministro eléctrico gigantesco, pretende automatizar toda la industria, hasta el punto de que en cinco años solo hará falta una reducida clase de gente que apriete los botones. Padre, explica a la gente que la eliminación de excedentes, la eliminación de gente innecesaria, ya ha comenzado.

Finalmente, en septiembre de 1975, Patty fue arrestada en el apartamento de otro de los militantes del SLA. Durante el juicio se alegó que le habían practicado algún tipo de lavado de cerebro y que también había sufrido un caso extremo de síndrome de Estocolmo: al parecer fue vejada sexualmente, encerrada en una habitación o aleccionada duramente sobre los preceptos del marxismo. Pero el juez la condenó a siete años de cárcel. El juicio tuvo un eco mediático de la envergadura del juicio por asesinato de O. J. Simpson. Tras veintidós meses de reclusión, el presidente Jimmy Carter la indultó. Más tarde, Patty contraería matrimonio con un guardaespaldas y se establecería como simple ama de casa, protegida por sofisticadas medidas de seguridad.

Patty Hearst escribió dos libros. Uno titulado Her Own Story, en el que trató de explicar infructuosamente toda la verdad de su secuestro y posterior filiación al Ejército Simbionés de Liberación. En él relataba que se había adscrito a aquel grupo terrorista movida por una mezcla de complacencia hacia sus torturadores, instinto de supervivencia y la convicción moral de que estaba haciendo algo bueno. El segundo libro de Patty fue una novela, Murder at San Simeon, donde la protagonista investiga un asesinato perpetrado en los años veinte en Hearst Castle, y en ella aparecen personajes como Charles Chaplin, John Barrymore, Marion Davies y el propio Randolph Hearst. En el ámbito cinematográfico, ha participado en varias producciones y es conocida su relación profesional con el iconoclasta director John Waters.

La sobrina de Patricia, Amanda, que es una suerte de Paris Hilton más discreta y culta, ejerce como becaria en diversas revistas de su empresa, es modelo y también embajadora de Tommy Hilfiger, el famoso diseñador. Es heredera de una fortuna cifrada en 5600 millones de euros. Junto a la hija de Patricia, Lydia Hearst-Shaw, forma parte del grupo neoyorquino de modelos más in. Con ellas podemos estar seguros de que la rocambolesca historia de la dinastía Hearst continuará muy viva, y quizá acabe inspirando a algún cineasta en ciernes para rodar una nueva obra maestra sobre las celebrities contemporáneas, Rosebud mediante. Los tabloides sensacionalistas estadounidenses, surgidos originariamente de la mente maquiavélica de William Randolph Hearst, darán buena cuenta de ello.

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EL LUGAR AISLADO CULTURALMENTE DONDE EL DINERO NO VALE NADA: EL PROYECTO VENUS

Un meme es una unidad de información que se transmite fácilmente de cerebro a cerebro, como la sintonía de un anuncio de televisión, replicándose del mismo modo que lo hacen los genes de nuestro cuerpo. Los memes son genes culturales que utilizan los cerebros para reproducirse y expandirse. El tipo de información o nube de memes a la que estamos expuestos, pues, resulta fundamental en la construcción de nuestras ideas, nuestros prejuicios, nuestras aspiraciones y nuestra cultura en general.

Por ello, un régimen totalitario que, ante todo, prohíba el libre movimiento del pensamiento, la libre circulación de esos agentes evanescentes llamados memes que son capaces de adoptar formas tan distintas entre sí como un sonido, un texto impreso o una imagen icónica acabará también dominando la forma de comportarse de sus súbditos. Porque el que controla los memes controla los genes de nuestras ideas.

Así pues, al igual que ocurre con las comunidades amish o la secta religiosa fundamentalista de los huteritas, que viven de espaldas a la realidad cultural del mundo, alguien que pretenda, por ejemplo, organizar una sociedad que viva desprendida del dinero y de sus abyectos intereses, en primer lugar deberá aislarla del resto del mundo creando una suerte de vecindario viral o gueto sociocultural, vigorosamente cegado a la realidad multicultural. Una microsociedad purificada e inmune al entorno excluido artificialmente.

Esta idea tal vez parezca demasiado exagerada, propia de una pesadilla distópica a lo Un mundo feliz de Aldous Huxley, pero la actitud de determinadas sectas religiosas fundamentalistas no distan mucho de estos planteamientos de control social. En ese sentido, el Proyecto Venus persigue unos fines similares, aunque sin aplicar tanto grado de control.

El dinero está sucio

Así de taxativo se ha puesto un grupo educativo de expertos ubicado en un centro de investigación de 10 hectáreas localizado en Venus, Florida. Su proyecto consiste en rediseñar la cultura de la humanidad desde una base sociológica. Dado que la política y la economía se han visto desbordadas a la hora de gestionar los cambios gestálticos de la sociedad, el Proyecto Venus aborda el problema desde un punto de vista diferente: si no se puede cambiar el mundo, construyamos otro mundo alternativo con nuevas bases ideológicas. Una nueva sociedad fundada en los recursos globales y no en el poder del dinero.

A grandes rasgos, un sistema social basado en recursos es aquel en el que todos los bienes y servicios están disponibles sin el empleo del dinero, créditos, trueque o cualquier otra forma de deuda o servidumbre, pues se parte de la base de que existen suficientes recursos para todos. Recursos que van más allá del alimento, la educación o la asistencia sanitaria, pues incluye un suministro casi ilimitado de energías renovables no contaminantes; todo ello gracias a los grandes avances tecnológicos de las últimas décadas. Cuando todos estos recursos están disponibles para toda la gente, sin una etiqueta de precio, no habrá ningún límite al potencial humano. En este sistema social, el éxito y el estatus estarían basados en la persecución de búsquedas individuales más que en la adquisición de riqueza, propiedades y poder en general. Imaginaos la escena final de El club de la lucha, de David Fincher, cuando todos los edificios de las entidades financieras empiezan a derrumbarse después de que el subversivo Tyler Durden haya instalado explosivos en sus pilares maestros. Un cambio de conciencia global.

Todo suena sumamente utópico, como si hubiera sido pronunciado en una reunión de hippies en una comuna con mucha marihuana en el ambiente; algo así como la comuna agraria llamada Fruitlands que nació en el Massachusetts de 1844. Y más utópica suena aún si nos fijamos hasta qué punto las sociedades han llegado a adorar el papel moneda o los delirantes casos de devaluación de la moneda que han sufrido mucho países, como Zimbabue, donde las cotas de inflación han llegado a alcanzar el 100.000 por ciento y un billete de 10 millones de dólares zimbabuenses apenas valía en realidad tres dólares estadounidenses. O el famoso caso de los años 1920 en la República de Weimar, en Alemania, donde un dólar llegó a costar 14,2 billones (con b) de marcos. Y casos parecidos los encontramos en Indonesia, Vietnam, Irán y otros tantos lugares donde se emiten billetes de 500.000 dongs o de 100.000 rupias que en realidad son pura calderilla. Pero Jacque Fresco, un ingeniero diseñador de 96 años de edad que domina diversos campos artísticos y tecnológicos y que está considerado por muchos como el Leonardo da Vinci de nuestra época, se tomó muy en serio todas estas ideas y ha puesto en funcionamiento toda su influencia para hacerlas realidad.

De utopía a realidad

Fresco, un vejete con cara de simpático, es el fundador del Proyecto Venus o Proyecto V, una ciudad ideal donde el único dinero que puede circular es el del Monopoly y cuyos avances técnicos optimizan al máximo el estilo de vida de sus ciudadanos, siempre respetando y protegiendo el medio ambiente. Un lugar que suena demasiado bien, como una película bienintencionada de Disney, y que, por tanto, no puede más que levantar mis suspicacias: en todo lo que parece demasiado bueno solo puede subyacer un lavado de cerebro sectario o, peor aún, un fanatismo ideológico que termina siendo, por sus formas, aún más perjudicial que el caos que pretende ordenar. Solo hace falta echar un vistazo a la descripción que podéis leer en la página web oficial del Proyecto Venus:

El Proyecto Venus es una tarea educativa que tiene su sede en un Centro de Investigación ubicado en Venus, Florida. En este centro tienen en cuenta la enormidad de los desafíos a los que se enfrenta la sociedad actual, podemos reflexionar y evaluar algunas de las cuestiones subyacentes y las hipótesis que hacen a la sociedad tal como es. Pero este autoanálisis pondrá en tela de juicio la naturaleza misma de lo que significa ser humano, lo que significa ser miembro de una «civilización» y qué opciones podemos hacer hoy para garantizar un futuro próspero para toda la población del mundo…

¿No da un poco de miedo? ¿No suena todo a gente vestida con túnica blanca entregando todo su patrimonio a un líder con barbita de chivo que además tiene derecho de pernada? Hacer desaparecer a las personas perversas hipnotizadas por el brillo fenicio del dinero ¿no suena a ponerle puertas al campo? Probablemente, la respuesta a todas estas preguntas es «sí». Sin embargo, dejando aparte el mérito del intento, debo reconocer que los diseños arquitectónicos y tecnológicos de las colonias del Proyecto Venus tienen un aspecto muy llamativo. Como recién salidos de una ciudad alienígena. Los dibujos artísticos que se han realizado para vender la idea tienen toda la pinta de haber sido inspirados por una película de ciencia ficción sobre un futuro blanco e inmaculado, algo así como el futuro de la película Demolition Man, protagonizada por Sylvester Stallone, donde el sexo se practicaba con unos higiénicos cascos sensitivos y se sancionaba económicamente a quien profiriera una palabrota.

La casa de la pradera en versión hi-tech y con el vano propósito de barrer de la sociedad la corrupción y las trampas financieras. Estéticamente, las típicas urbanizaciones para ricos, con la diferencia de que los ricos ya son tan ricos que ni siquiera precisan de sus abultadas carteras para mantener su nivel de vida. Qué pertinentes son ahora las palabras de aquel filósofo: el hombre es un lobo para el hombre. El Proyecto Venus, pues, suena a pura demagogia, pero son tan atractivos sus diseños y tan bonitos sus ideales (conceptualmente hablando) que uno, a veces, desearía que el proyecto funcionara algún día.

No obstante, puedo equivocarme. Y Fresco puede estar en lo cierto. Al menos parece que muchas personas están empezando a respaldar sus ideas y creen que realmente tiene una varita mágica capaz de mejorar el mundo.

¡Cambiando la cultura del consumo, reinventándonos y superándonos!

En una entrevista concedida a Eduardo Punset en el programa de TVE Redes, Jacque Fresco definía de este modo la forma de construcción de las ciudades del Proyecto V: una ciudad autosuficiente, similar al cuerpo humano, donde todo esté gestionado por ordenadores.

Si os interesa profundizar en todas estas ideas, existe un documental, realizado por el director William Gazeski titulado Future by Design, que explora la obra de Jacque Fresco y muestra muchas de sus maquetas (resdiseñadas por ordenador). También en el documental Zeitgeist: Addendum se habla tangencialmente de este proyecto.

Las bases para llevar a cabo toda esta palabrería de gurú tecnocientífico fueron establecidas por Jacque Fresco con la ayuda de Roxanne Meadows a mediados de 1970. Fresco nació en Florida, en 1916, y a pesar de no tener estudios formales cursados en la universidad, su empeño autodidacta le ha permitido especializarse en diversas áreas científicas y artísticas.

Por ello ha pensado en todo a la hora de abordar el Proyecto Venus. Por ejemplo, en su dilatada experiencia laboral cuenta con varias innovaciones biomédicas y sistemas sociales totalmente integrados. Comenzó su carrera profesional como consultor de diseño para la compañía Rotor Craft Helicopter. Trabajó en la Unidad de Diseño y Desarrollo de la Marina estadounidense, en la base de la Fuerza Aérea Wright-Patterson en Dayton, Ohio, y trabajó para la corporación Raymond De-Icer, con base en Los Ángeles, como ingeniero de investigación. Y también tiene diversas implicaciones en campos tan distintos entre sí como la investigación espacial, la arquitectura, el diseño eficiente de automóviles, los métodos de proyección cinemática 3D y el diseño de equipos médicos, desarrollando una unidad de rayos X tridimensional.

La ciudades futuristas del Proyecto Venus estarán diseñadas como ciudades universitarias, con centros de arte, de música, escuelas, dentistas, tiendas, de manera que se parezca lo máximo posible en su autosuficiencia al cuerpo humano; al estar controladas por ordenadores, la propia ciudad pensará, se preparará a sí misma, se mantendrá y se regenerará poniéndose al día basándose en la razón, los hallazgos científicos y la tecnología.

Contaría con edificios construidos con materiales con memoria. Es decir, que la estructura se fabricaría bajo ciertas condiciones, otorgándole la forma deseada, y una vez conseguida esta, la estructura se aplanaría aplicándole determinada temperatura, se trasladaría al lugar escogido donde levantarla y finalmente se le aplicaría una corriente eléctrica para que adquiriera por arte de magia la forma que se le dio originalmente. A nuestro alrededor existen numerosos ejemplos de materiales con memoria, como el nilitol que se emplea para la fabricación de caderas artificiales. Un simple alambre de este material que, en su momento, fuera forjado con la forma de una A, en cuanto se le aplicara calor, por mucho que la hayamos doblado de mil formas, automáticamente volvería a la forma de A. Pero, sin duda, jamás se ha usado todavía para la fabricación de los edificios de una ciudad.

El perímetro exterior de las ciudades podría estar dedicado a la agricultura, sobre todo hidropónica, que no necesitase suelo. Porque la agricultura del Proyecto Venus no se basará en la tierra, sino en el control y modificación de las células vivas.

Todas las ciudades ideadas por Fresco tendrían una estructura básica que seguiría las siguientes líneas maestras:

1.   Una gran cúpula central albergaría el núcleo del sistema computacional de la ciudad. Se llamaría Cybernated y sería una especie de ordenador que gobernaría toda la ciudad, al modo de Skynet en Terminator, como un sistema nervioso autónomo que llegaría a todos los rincones del complejo social.

2.   Los edificios que rodeasen la cúpula central proporcionarían a la comunidad diversas formas de entretenimiento. Existirían también unos rascacielos gigantescos con forma de columnas cónicas llamados Skycraper, construidos de hormigón reforzado, acero y vidrio, que serían inmunes a los terremotos y los vientos masivos. Tendrían una altura de casi tres kilómetros y ayudarían a frenar la expansión urbana y a favorecer la existencia de parques y vida silvestre.

3.   Los ocho distritos residenciales tendrían una variedad de formas arquitectónicas totalmente libre, pensada para cumplir las diversas necesidades de los ocupantes. Cada casa, a su vez, estaría inmersa en un exuberante jardín.

4.   Existiría una zona donde se procesarían las fuentes renovables de energía: eólica, solar, térmica, geotérmica, fotovoltaica y otras.

5.   El perímetro exterior estaría reservado para los cinturones de cultivos hidropónicos. Queda prohibido el uso de plaguicidas. También contaría con sistemas de riego navegables, así como zonas para actividades recreativas al aire libre, como el ciclismo, el golf, el senderismo o montar a caballo.

6.   Por último, todas las instalaciones estarían disponibles para todos los ciudadanos sin coste.

En la web oficial del Proyecto V incluso se plantea cómo serán los trenes de estas ciudades, o los aviones militares, provistos de despegue vertical y con una configuración deltoide muy futurista. También hay lugar para el tipo de automóviles personales que usarán los ciudadanos, que serán eléctricos, la mayoría con ruedas, aunque también los habrá provistos de levitación magnética o con la capacidad de flotación de aire. Todo detallado para poder ser usado en la realidad, o tal vez en una novela de ciencia ficción o en un juego de rol situado en el futuro.

El fin de V

Pues sí, la Fundación Start anunció a finales de 2006 que daba por finalizado el Proyecto Venus. Después de estar durante seis años en boca de muchos, la fundación admite que los contenidos, valores y responsabilidades vigentes no se corresponden ya con los propósitos para los que fue creado el proyecto, de modo que no tiene sentido seguir luchando por él. Un lugar de (sin) dinero que pudo haber sido y que finalmente no será. Lamentablemente (o no, quién sabe) seguiremos usando el vil metal para obtener cosas y las transacciones económicas estarán a la orden del día, dejando para un futuro mejor lo del intercambio simbiótico entre humanos y naturaleza. Las monedas y los lingotes de oro seguirán brillando y atrayendo a las urracas con corbata.

Actualmente, Fresco escribe y presenta conferencias sobre temas que abarcan desde el diseño holístico de ciudades sostenibles hasta la eficiencia energética, pasando por el manejo de recursos naturales y la automatización avanzada. Reside en Florida en una propiedad de 85.000 metros cuadrados poblados con varios edificios en forma de domo de diseño propio y donde, junto a su ayudante, Roxanne Meadows, trabaja en una película para mostrar al mundo sus conceptos e ideas.

No obstante, si os habéis quedado con las ganas de ver hecha realidad una ciudad de estas características, entonces os recomiendo que no perdáis de vista la Isla de Cristal, una obra que el arquitecto Norman Foster construirá en Moscú, en la península de Nagatino, y que será el edificio más grande del mundo. El arquitecto británico Norman Foster ya es ampliamente conocido por el mundo. Aparte de (y aquí añado un toque de prensa amarilla) haber contraído matrimonio en 1996 con Elena Ochoa, psicóloga española conocida en España por presentar uno de los primeros programas de educación sexual en televisión, Foster es responsable del edificio del Tribunal Supremo del Reino Unido, el viaducto de Millau en Francia o el aeropuerto internacional de Hong Kong; su primer trabajo de importancia en España fue la torre de comunicaciones de Collserola, en Barcelona (1991), puesta en marcha con motivo de los Juegos Olímpicos de 1992.

En un principio, las obras de la Isla de Cristal deberían haber empezado ya. Se estimaba que concluyesen entre 2014 y 2015, con un coste de 4000 millones de dólares, pero debido a la crisis económica mundial en 2009 se optó por posponer la construcción hasta nuevo aviso. La torre tendrá una altura de 457 metros y una base de dos millones de metros cuadrados (cuatro veces el tamaño del Pentágono en Washington D. C.); así pues, podría considerarse sin problemas como una miniciudad que podrá albergar en su interior a 30.000 personas, que contarán con oficinas, tiendas, museos, cines, un colegio para 500 alumnos, 900 apartamentos y 9000 habitaciones de hotel. En el subterráneo se proyectará un área de aparcamientos para cerca de 16.500 vehículos. Toda la superficie estará cubierta de placas solares y turbinas de viento que proveerán de energía a todo el complejo. La ventilación natural estará asegurada gracias a una serie de atrios estratégicamente incorporados. La estructura se levantará en espiral, como la manga de un tornado, y cuando esté toda iluminada, el apodo con el que los moscovitas están bautizando a esta megaconstrucción será del todo atinado: «el árbol de Navidad». No tiene aspecto de ser un reducto anticapitalista, precisamente, pero al menos lucirá muy bien en las frías noches rusas.