Lugares liliputienses, pitufos, de horizontes extremadamente limitados, en muchas ocasiones claustrofóbicos. Lugares en los que, si das cuatro o cinco pasos, los abandonas. Lugares tan enanos que os parecerá que habéis engullido el lado izquierdo de la seta que agigantó a Alicia. Lugares que no veremos si quizá antes no los buscamos con una buena lupa, un microscopio electrónico de barrido o incluso un espectrómetro de masas. Lugares tan, tan diminutos que si os tumbáis en ellos cuan largo seáis, tal vez necesitéis un pasaporte para vuestras extremidades. Es decir, justo lo contrario de Qaasuitsup, en Groenlandia, la ciudad más grande del mundo: equivale a unir el Reino Unido, Alemania y el Benelux; o la ciudad de Baie James, en Quebec, Canadá, cuya superficie es comparable a la de Finlandia; o Hulunbuir, en Mongolia Interior, China, otra ciudad tan gigantesca como el Reino Unido en su totalidad.
Lugares como Singapur, un país que puede recorrerse de punta a punta por autopista en solo media hora (o en autobús en una hora). En un mapamundi, Singapur ni siquiera se puede ver. Es un país diminuto donde, además, se habla inglés, cuando está completamente rodeado de regiones donde se habla chino, malayo o tailandés. Es tan diminuto que solo tiene una ciudad, y es un ejemplo de orden y civismo que contrasta enormemente con las ciudades caóticas de Asia, como Bangkok.
En ese sentido, Singapur es como un arrozal, el paradigma de la agricultura de Asia: un arrozal tiene un tamaño medio de una habitación de hotel, y un pueblo chino de 1500 habitantes podría sustentarse completamente con la tierra que en Estados Unidos se emplea para una granja familiar típica. En Asia, pues, parece haber especial afición por lo pequeño, por eso existen los bonsáis.
Los llamados enclaves, en el contexto de la geopolítica, se definen como territorios de un país que se encuentran situados en el interior de otro a causa de algún tratado antiguo todavía vigente.
En Europa hay 11 enclaves y, por supuesto, todos ellos son muy pequeños. España posee un enclave dentro de Francia: el pueblo de Llivia, al otro lado de los Pirineos. E Inglaterra tiene un enclave al sur de España: Gibraltar. Italia tiene otro en Suiza: Campione d’Italia. Austria tiene uno en Alemania: Jungholz. Bélgica tiene uno en Holanda: Baarle-Hertog. Bosnia-Herzegovina tiene uno en Serbia: Sastavci. Alemania tiene uno en Suiza: Büsingen am Hochrhein. Chipre tiene uno en la base británica en Chipre: Ormidia y Xylotymvou. Rusia tiene uno en Bielorrusia: Sankovo-Medvezhye, y otro en el mar Báltico, Polonia y Lituania: Kaliningrado. Croacia tiene uno en el mar Adriático, Bosnia y Montenegro: Dubrovnik-Neretva.
Lugares tan angostos y asfixiantes como la que se considera la calle más estrecha del mundo, que se encuentra en Reutlingen, en Alemania, y tiene solo 31 centímetros de anchura. Alguien con las espaldas muy anchas podría quedarse atascado en ella. Por supuesto, tiene un rótulo en el que se lee Die Engste Strasse der Welt, y fue construida en el siglo XVIII.
Sin embargo, algunos no están de acuerdo con este récord, pues no es una calle en sentido estricto, sino un acceso a un patio interior. Si queréis recorrer una calle de verdad, entonces la más estrecha del mundo está en Exeter, Reino Unido. Mide 60 centímetros de ancho y se llama Parliament Street.
Y cuando nos cansemos de andar, podremos pernoctar en el hotel más pequeño del mundo según el Libro Guinness de los récords: tiene 600 metros de superficie edificada y nueve metros de altura, lo suficiente para acoger cuatro habitaciones dobles. El hotel Punta Grande se encuentra en la isla de El Hierro, en Canarias, casi en mitad del océano Atlántico, pues el edificio se levanta en un embarcadero que a menudo es azotado por las olas, en Las Puntas. Casi es posible tocar el mar con las manos, como náufragos a la deriva. Delante quedan los islotes rocosos de los Roques de Salmor, habitados por una especie de lagartos prehistóricos.
El decorado del interior de las estancias de este antiguo edificio de aduanas procede del desguace de buques o restos de naufragios. Y, por la noche, sin televisión ni teléfono, el único acompañante es el fragor del mar.
Aunque, si somos justos, el hotel más pequeño del mundo está en Alemania, en la localidad de Amberg, situada a orillas del río Vils, a unos 130 kilómetros de Múnich, pues solo tiene 56 metros cuadrados. El hotel Eh’haeusl («Casa de Bodas») se llama así porque, originalmente, allá por el 1728, su propietario realquilaba esta casa para las parejas que querían casarse pero carecían todavía de residencia. La decoración conserva el aire del siglo XVIII, aunque ha incorporado última tecnología, como pantalla plana o bañera de hidromasaje. Si paseáis por Seminargasse, en Amberg, recordad que el hotel está en el número 8: su fachada es tan estrecha que la podríais pasar de largo fácilmente.
La llamada Ciudad de los Duendes de Bolivia, nacida en el año 2003, está situada a 958 kilómetros al sur de La Paz, en la ciudad de Tarija, y apenas tiene 25 metros de diámetro, así que se puede recorrer en escasos segundos.
Pero este espacio minúsculo es suficiente para que a la ciudad no le falte de nada: un conglomerado de pequeñas viviendas, calles, plazas, avenidas de tierra, un estadio deportivo (con sus vallas publicitarias construidas con cajas de dentífricos y envoltorios de jabones) y hasta un aeropuerto. Si uno se fija, incluso podrá atisbar las huellas de sus supuestos habitantes diminutos. Las construcciones son precarias, de cemento, barro, ladrillos; las ventanas no tienen cristales y están ornamentadas con pequeñas ramitas que crecen en los alrededores. Dicen que la ciudad apareció de la noche a la mañana y que los vigilantes del parque no saben quién pudo construirla: no vieron merodear a nadie por el parque, y una ciudad con tal grado de detalle requeriría días o semanas de trabajo.
Aunque todo parece una broma o una estrategia de marketing para que los turistas visiten el parque Las Barrancas, que es donde está enclavada la miniciudad, muchos se lo creen, sobre todo los niños, y la Ciudad de los Duendes ya ha sido objeto de extensos reportajes en los que se deja volar la imaginación. Me gustaría saber si un examen minucioso podría revelar alguna extraña inscripción de copyright en la pared de algún edificio, algo así como «Lego» o «Tente». ¿En el cementerio hallaríamos las tumbas de los clics de Famobil?
Una ciudad diminuta de similares características (aunque exhibida de forma más ortodoxa) es la ciudad en miniatura de Madurodam. La podéis contemplar en el Museo Holandés de Madurodam, en La Haya, aunque, por causas climáticas, solo entre los meses de mayo y septiembre.
La ciudad en miniatura va mucho más allá de la mera representación de algunos de los edificios más importantes de Holanda, como el Palacio Real o el estadio del Eindhoven. También parece estar viva. Tanto el puerto como el centro urbano, por ejemplo, cuentan con su propio y realista sistema de iluminación. Algunas luces de las ventanas de los edificios se apagan o encienden aleatoriamente para transmitir la sensación de que están habitadas. En el aeropuerto de Schipol también figuran las réplicas exactas de diversos aviones de aerolíneas mundiales; antes, incluso, pequeños aviones pilotados por control remoto aterrizaban y despegaban de este aeropuerto de juguete. Lo mismo sucede con el puerto de Róterdam, que posee decenas de embarcaciones recorriendo sus diques.
Este triángulo es (o mejor dicho era) el terreno en propiedad más pequeño del mundo. Está en la ciudad de Nueva York. Y es tan pequeño que sería imposible construirse una casa en él, aunque la casa fuera muy pequeña. De hecho, es posible que ni siquiera cupiese una casa de juguete, pues este terreno con forma de triángulo apenas tiene 50 centímetros.
Tanto para ampliar la Séptima Avenida como la línea del metro, en el año 1910 se expropiaron y demolieron casi 300 edificios. Uno de ellos, un edificio de apartamentos llamado The Voorhis, pertenecía a David Hess. A pesar de que lo perdió todo, Hess pudo conservar este pequeño triángulo en la acera, haciendo oídos sordos a las reclamaciones del Ayuntamiento. Finalmente, los tribunales le dieron la razón y Hess se declaró legítimo propietario de ese terreno en forma de triángulo. Con aire desafiante, el 27 de julio de 1922, Hess instaló en su terreno un mosaico triangular con la siguiente inscripción: «Propiedad del patrimonio Hess que nunca ha sido dedicada para fines públicos».
En 1938, Hess vendió al fin el triángulo de tierra a la tienda de cigarros Village Cigars por mil dólares. Los dueños de la tienda decidieron conservar el mosaico como recuerdo de la resistencia numantina de Hess. Así que aún podéis visitarlo si os plantáis en la esquina entre Christopher Street y la Séptima Avenida de la ciudad de Nueva York, justo delante de la puerta de Village Cigars.
Siguiendo la misma línea, podéis visitar el parque más pequeño del mundo, realmente diminuto, construido en Portland, Oregón, también en Estados Unidos. Se llama Mill Ends Park y es un círculo de 61 centímetros de diámetro. Sí, ni siquiera cabría un adulto normal tumbado. Su superficie es de 0,292 metros cuadrados. Se construyó en 1948, el Día de San Patricio, como lugar para que pudiera vivir una colonia de leprechauns y duendes en la cultura irlandesa.
Entre otras cosas, en este diminuto parque se han celebrado carreras de caracoles, y también se construyó en él un piscina para mariposas, con trampolín incluido, y una mininoria.
Mill Ends Park se encuentra en Naito Parkway, cerca de Taylor Street.
También en el centro de la ciudad de Salem, también en Oregón, encontraréis otro parque diminuto, el parque municipal de Waldo, que solo tiene 3,7 por 6,1 metros. El parque solo alberga una secuoya gigante de 25 metros de altura rodeada de jardines. Está situado en la intesección de Union Street y Summer Street.
De lejos parece un gran ladrillo dorado por el sol tallado en una sola pieza llena de imperfecciones microscópicas. Así es el edificio/escultura llamado Beta Giyorgis (o iglesia de San Jorge), situada en el norte de Etiopía, en Lalibela. Una obra arquitectónica monolítica que ha sido tallada a partir de un solo y enorme bloque de piedra. Como este bloque está recortado del mismo suelo, la iglesia queda construida bajo tierra y su parte más elevada queda a ras de suelo: como un pozo rectangular de cuyo fondo nace el edificio. Un edificio de 25 x 25 x 30 metros que no está compuesto de ladrillos, sino de sólida pared.
A causa de su estructura con forma de cruz, se creyó que los orígenes de Beta Giyorgis se remontaban hasta el siglo XIII, cuando los caballeros templarios la tallaron.
Sin embargo, hoy día, la teoría más aceptada para explicar su misterioso origen es que las civilizaciones árabes medievales fueron las constructoras de esta estructura alrededor del siglo XII. Se sabe que los árabes tenían una larga tradición de construcciones de estructuras pétreas que se remonta hasta el imperio persa. Se cree que el rey que ordenó la construcción es Gebre Mesgel Lalibela, de la dinastía Zagwe. Aunque todo son conjeturas, pues la técnica de la época tampoco era lo suficientemente avanzada como para construir edificaciones como esta. El primer europeo que posó sus ojos en este tipo de iglesias fue un explorador portugués llamado Pêro da Covilhã, seguido por el también explorador Francisco Alvares, que en 1520 quedó tan sobrecogido por la belleza de estas iglesias-ladrillo que temió que nadie diera por ciertas las descripciones que plasmó en su diario.
Beta Giyorgis se engloba en la misma categoría de monumento, los llamados monumentos rupestres, que la iglesia de Ivanovo en Bulgaria, la de Petra en Jordania o la de Temppeliaukio en Helsinki.
Algunos animales son capaces de permanecer días enteros con la movilidad reducida para cubrir grandes distancias marítimas. Hace más de 25 millones de años, nuestros antepasados primates cruzaron de algún modo el océano para saltar de África a Suramérica. Lo hicieron a bordo de embarcaciones improvisadas, tal vez fragmentos desprendidos de manglar que, al igual que islas flotantes, les proporcionaban sustento durante un breve espacio de tiempo. Ambos continentes, en aquel entonces, estaban más próximos que ahora, y, dado el bajo nivel del mar, es probable que emergiese una cadena de islas que facilitara la travesía desde África occidental. Pero aun así, la hazaña debió de ser legendaria.
A un nivel más minúsculo, más acorde con la filosofía de este capítulo, los desechos flotantes son usados accidentalmente por animales pequeños para saltar a otras islas e incluso a otros continentes. Un ejemplo es el de la iguana, que puede medir de uno a dos metros de longitud. Por ejemplo, en El cuento del antepasado de Richard Dawkins, se menciona un artículo de la revista Nature publicado por Ellen J. Censky que informa de que, el 4 de octubre de 1995, al menos 15 ejemplares de iguana aparecieron en las playas del este de la isla caribeña de Anguila, a pesar de que hasta entonces esta especie jamás la había habitado. Al parecer desembarcaron en la isla desde una maraña de troncos y árboles descuajaringados, algunos de los cuales medían más de 10 metros y presentaban una buena cantidad de raíces. Las iguanas, pues, se habían convertido en improvisados inmigrantes llegados en cayucos.
Probablemente, la singladura de las iguanas fue propiciada por el huracán Luis, que sacudió el Caribe oriental el 4 y el 5 de septiembre, o quizá el Marilyn, que lo hizo dos semanas más tarde. ¿No os recuerda todo este viaje azaroso al de esas botellas con un mensaje en su interior que son lanzadas desde una costa y que, unos años después, llegan a otra costa situada a miles de kilómetros? Aquí el personaje de Malcom, Reese, ha sido sustituido por una iguana que no sabe dónde va a acabar sus días; y Correos, por los imponderables meteorológicos y las corrientes marinas.
El equivalente humano más atinado de los manglares probablemente sean las islas flotantes, próximas a la bahía de Puno, en el lago Titicaca (Perú), donde se asienta la etnia de los uros o urus. Estas islas flotantes están confeccionadas de totora, unos juncos acuáticos. Los uros tejen las totoras en las zonas donde crece de manera más tupida, formando así una superficie natural que denominan khili. Sobre esta superficie flotante levantan entonces sus viviendas, que también están confeccionadas con una malla tejida de totora. Cada vivienda dispone de solo una habitación, y se cocina siempre al aire libre para evitar los incendios. En estas islas flotantes tampoco faltan la iglesia, la escuela o incluso los corrales, donde los uros crían cerdos, cuyes y aves de corral. Las islas principales son Tupiri, Santa María, Tribuna, Toranipata, Chumi, Paraíso, Kapi, Titino, Tinajero y Negrone.
Bajo una filosofía similar, aunque con medios más modernos, en 1955 se fundó en la Patagonia chilena, en la región de Aysén, un pueblo sostenido artificialmente sobre la desembocadura del río Baker, el más caudaloso del país. Su nombre es Caleta Totel, y su especial construcción se debe a que la región acostumbra a ser muy lluviosa. De modo que no importa que todo se inunde, el pueblo seguirá intacto. Además, todas las casas están conectadas entre sí por numerosas pasarelas y escaleras de madera de ciprés de las Guaitecas, que en total suman casi ocho kilómetros de recorrido. Por una de estas pasarelas, también, corre la matriz de agua potable del pueblo.
En Caleta Tortel no pueden utilizarse coches, porque ni siquiera hay calles, y hasta 2003 solo se podía llegar hasta allí en barco. Hoy día, sin embargo, podéis llegar hasta Caleta Tortel a través de un desvío de 20 kilómetros de la carretera Austral. Si queréis conocer más acerca de las gentes, costumbres e historia de caleta Tortel, os recomiendo el libro Caleta Tortel, con impresionantes fotografías de Camille Fuzier.
A los pocos días de habitar un lugar como una plataforma petrolífera o una estación de investigación en la Antártida, bajo unas estrictas medidas de aislamiento, uno empieza a enfrentarse a sus propios monstruos. A este fenómeno se le denomina «psicología de entorno confinado». Se precisa un carácter muy especial para convivir con otras personas en un espacio de dimensiones reducidas. Con el transcurrir del tiempo, las conversaciones con los demás de buen seguro se reducirán a la mínima expresión o, por el contrario, se tornarán arenosas, meándricas, cansinas. Del tipo:
—¿Qué piensas hacer hoy?
—No salir.
—¿No puedes ser más explícito? Te pregunto qué piensas hacer. Me respondes: «no salir». A ese nivel y atendiendo a las dimensiones de este habitáculo solo existen dos alternativas: salir o no salir. ¿Has pensado en comunicarte conmigo mediante un código binario? 0 sería salir. 1, no salir. Economizarías letras, rey de los lacónicos.
—Pues tú hablas tanto que lo del código binario se te queda corto.
—010011.
—Claro, cambio y corto.
No hace falta retroceder mucho en la hemeroteca para encontrarnos con alguna noticia relacionada con los efectos nocivos del confinamiento en lugares diminutos. Un domingo de febrero de 2008, una plataforma en el mar del Norte fue víctima de un exagerado caso de psicosis, más por sus consecuencias que por la psicosis en sí: la plataforma fue escenario de una de las operaciones de evacuación más aparatosas de los últimos tiempos, y toda ella fue alimentada exclusivamente por la histeria colectiva.
La Safe Scandinavia es una plataforma petrolífera construida en 1984 a una distancia de 130 millas de las costas escocesas de Aberdeen. En 2008, una de las empleadas, una mujer británica de 23 años, desató la alerta entre sus habitantes (539 en total) después de haber sufrido pesadillas acerca de un explosivo colocado en las instalaciones. La noticia fue de boca en boca, alimentándose paso a paso por la paranoia terrorista con la firma de Al Qaeda, hasta que se decidió dar la voz de alarma.
A las 9.20 horas, policías, guardacostas, miembros de las fuerzas armadas y responsables del Ministerio de Defensa, mediante 14 helicópteros, ocho de ellos de la Royal Air Force apoyados por dos aviones de reconocimiento, participaron en un desalojo masivo que tuvo un coste de un millón de euros. Y todo por una simple pesadilla. Así son las cosas en los lugares diminutos: cualquier minucia se vuelve grande, importante, de envergadura, cuestión de vida o muerte. La empleada que soñó con una bomba invisible, por supuesto, tendrá que comparecer ante un juez para explicar lo sucedido. El líder sindical Jake Molloy declaró: «Ha sido una completa locura por parte de todo el mundo, la compañía, la policía y la RAF. Nunca hubo ninguna razón para evacuar la plataforma».
Biosfera 2 nació intentando ser un mundo en miniatura, totalmente aislado de la Tierra, en el que se pudieran establecer toda clase de experimentos científicos y psicológicos. Como, por ejemplo, cómo podría funcionar una colonia extraterrestre en Marte.
Biosfera 2 tenía unos 12.000 metros cuadrados de extensión y fue construida en el desierto de Arizona, en Oracle, por parte de la compañía Space Biosphere Ventures. Su tamaño equivalía al de dos campos y medio de fútbol, así que constituye el mayor ecosistema cerrado jamás construido. Visto desde fuera, tiene el aspecto de unas enormes cúpulas acristaladas e interconectadas entre sí. Su nombre se debe a que se consideró que la propia Tierra es Biosfera 1. El recinto, pues, pretendía ser como un pequeño planeta autosuficiente, con su propia atmósfera. Su interior albergaba una selva, un océano de 850 metros cuadrados con un arrecife de coral, un manglar de 450 metros cuadrados, 1900 metros cuadrados de sabana, un desierto de 1400 metros cuadrados, 2500 metros cuadrados de tierras cultivables, un hábitat humano provisto de alojamiento y oficinas y algunas instalaciones técnicas bajo tierra. La energía eléctrica era suministrada por una central de gas natural.
En definitiva, una gran esfera de cristal y acero que fue financiada por el millonario de Texas Edgard P. Bass, heredero de una fortuna familiar procedente del petróleo. Bass no parecía estar en sus cabales, pues llevó a cabo este proyecto a fin de calibrar el grado de viabilidad de un plan de escape hacia Marte, huyendo así de un mundo consumido por toda clase de disturbios. Dejando a un lado si Bass necesitaba una visita al psiquiatra, la cuestión es que descubrió que lo de viajar a Marte debería olvidarlo por el momento. Porque Biosfera 2, sin ningún género de duda, fue un fracaso.
Cuatro hombres y cuatro mujeres, como Adanes y Evas de este nuevo mundo artificial, ataviados como actores de Star Trek, se introdujeron en Biosfera 2 el 26 de septiembre de 1991. Sus edades estaban comprendidas entre los 24 y los 43 años, y eran ingenieros, biólogos, bioquímicos y agrónomos; todos ellos con perfiles psicológicos seleccionados para la larga convivencia. El acontecimiento tuvo una gran cobertura mediática. La propuesta inicial era cerrar la puerta hermética de Biosfera 2 durante dos años para que sus habitantes reciclaran el agua, el aire y los desperdicios, y también cultivaran sus propios alimentos. Todo el experimento sería monitorizado al punto por un equipo de científicos, tanto la química del aire, el agua y la tierra como el estado de salud de los habitantes. Aproximadamente 1300 sensores vigilaron el clima, las condiciones del suelo, aire y agua, archivando todos esos datos en bancos de datos en el exterior para su posterior evaluación. Sin embargo, a las pocas semanas, los niveles de oxígeno empezaron a ser preocupantes. Los cultivos no funcionaron como era debido. Según indica el libro de biología general Biology, de Neil Campbell y Jane Reece, fue víctima de niveles de dióxido de carbono «salvajemente variables» (llegando al preocupante índice del 14 por ciento, cuando en situación normal la molécula de oxígeno que respiramos ocupa el 21 por ciento del aire). La mayor parte de las especies vertebradas y todos los insectos polinizadores se extinguieron. La convivencia tampoco parecía del todo sana. A pesar de que solo eran ocho habitantes (compartiendo espacio vital con 3800 especies animales y vegetales, claro) el lugar se tornó claustrofóbico. Como si los ocho habitantes de Biosfera 2 fueran participantes de alguna edición televisiva de Gran hermano, surgieron continuas rencillas y se dividió el grupo en dos facciones que se odiaban mutuamente. Al parecer, la división entre los habitantes surgió por una cuestión ideológica acerca del sentido de Biosfera 2. ¿Era un experimento científico? ¿Un negocio empresarial? ¿Una instalación artística? Como declaraba uno de los biosferianos, Bernd Zabel, responsable del reciclaje del agua: «Utilizábamos el 95 por ciento de nuestro tiempo gestionando nuestra comida y cuidando nuestra supervivencia, apenas había tiempo para el trabajo científico». Sin embargo, cuando se leen los índices de gases en el aire, uno se pregunta por qué acabaron a la greña y no riéndose a carcajadas, en un ambiente de completa distensión. Esto lo digo porque al parecer se detectaban continuamente altos niveles de óxido nitroso, que es el llamado «gas de la risa». A principios de la década de 1800, en Inglaterra estaba de moda inhalar óxido nitroso, y durante el medio siglo siguiente sería la droga favorita de la juventud. Los teatros incluso organizaban veladas de gas de la risa, en la que los actores voluntarios podían inhalar una dosis para divertir al público con sus tambaleos de payaso. En la atmósfera de la Tierra el gas nitroso es neutralizado por la radiación ultravioleta, pero en Biosfera 2, debido a su estructura de vidrio que bloqueaba esta radiación, la atmósfera se enrarecía de estos y otros gases que les provocaban agotamiento y fatiga semejante a los del mal de altura (y no risas incontroladas como si realmente estuvieran encerrados en un manicomio). Los biosferianos, incluso, llegaron a robarse la comida entre sí cuando había épocas de escasez (como sucede en Gran hermano).
Por si todos estos reveses no fueran suficientes, se descubriría posteriormente que alguien había introducido aire y comida a escondidas a estos pobres robinsones de terrario, violando así la cuarentena impuesta. Como si estos ocho conejillos de indias fueran convictos, hasta les habían pasado de extranjis depuradores para reducir el peligroso incremento de dióxido de carbono. Pese a todo, tras los dos años de confinamiento emergieron al exterior con una pérdida media de 11 kilogramos de peso corporal, con graves carencias vitamínicas D, B12 y calcio y arrastrando cuadros de lumbalgias, diarreas e infecciones del tracto urinario. Como espartano sistema de adelgazamiento tal vez funcionara, pero en absoluto tendría éxito una bóveda marciana de características similares. Bass y su grupo tendrían que resignarse y quedarse en la Tierra.
Para no echar a perder un minimundo como este, en 2006 se propuso que se convirtiera en una futura comunidad residencial; dejando de ser hermética, por supuesto. Así pues, el 5 de junio de 2007, la propiedad, junto a las tierras de alrededor, fue adquirida por una promotora de casas residenciales por 50 millones de dólares. Parte del terreno se destinaría a 1500 viviendas y a un hotel, si bien la estructura principal de Biosfera 2 se respetaría para la investigación y el uso científico y hasta turístico. Sin embargo, el 26 de junio de 2007, la Universidad de Columbia anunció que continuaría la investigación en esta suerte de bibelot gigantesco gracias a las donaciones privadas, a fin de someter a examen cuestiones de sumo interés, como el cambio climático. Las investigaciones debían finalizarse hacia 2010, pero debido a la actual crisis económica, la universidad suspendió las investigaciones el 22 de diciembre de 2008. Aunque aún podéis ir a visitarlo en calidad de turistas.
Biosfera 2, en el fondo, no fue más que una respuesta ante una hazaña anterior protagonizada por la Unión Soviética. El terrario gigantesco de la Unión Soviética se llamó BIOS-3 y fue creado por el Instituto de Biofísica de Krasnoyarsk, en Siberia, nada menos que en 1965, completándose su construcción en 1972. Consistía en un hábitat de 315 metros cúbicos diseñado para acoger a tres habitantes. El interior estaba preparado para cultivar algas, verduras y cereales. No era, como lo fue Biosfera 2, completamente hermético e independiente del entorno, pues recibía la energía eléctrica y algunos alimentos del exterior, pero el agua se reciclaba y el equilibrio entre oxígeno y dióxido de carbono se mantenía por la acción de las algas del género Chlorella. Lo cual representó un gran logro tecnológico teniendo en cuenta el año de su construcción. La luz solar era originada artificialmente mediante 20 lámparas de xenón de 6 kW, enfriadas, aunque suene pedestre, con camisas empapadas de agua. Los orines y las heces eran generalmente secados y almacenados más que reciclados. Los periodos de aislamiento de sus habitantes, no obstante, fueron menos prolongados. El experimento más largo con un equipo de tres hombres duró 180 días (entre 1972 y 1973).
Siguiendo la misma línea, los británicos también dieron su propia respuesta al problema de los ecosistemas cerrados y autosuficientes. Su complejo medioambiental se llamó Proyecto Edén y fue inaugurado el 17 de marzo de 2001, a rebufo de las ideas del desarrollo sostenible. Posee 50 hectáreas de extensión, está a dos kilómetros de la ciudad de St. Blazey y a cinco kilómetros de St. Austell, en Cornualles, y fue concebido por Tim Smit y diseñado por el arquitecto Nicholas Grimshaw.
Incluye dos invernaderos en los que se reproducen dos ambientes diferentes. En uno, los climas tropicales húmedos. En el otro, los climas calientes y secos del tipo mediterráneo. Aunque sus constructores quieren dotar al complejo de un aire de seriedad y rigor científico, lo cierto es que también es una especie de parque temático, como demuestran su zona de tránsito señalizado, su vestíbulo de atracciones, su edificio de exposición, sus salas de proyección y demás.
Como curiosidad, este complejo aparece tal cual en la película de la saga de James Bond Muere otro día. Y también fue escogido como uno de los lugares emblemáticos para los conciertos de Live 8, la serie de conciertos que se celebraron simultáneamente en julio de 2005 en distintos puntos del mundo para luchar contra la pobreza, impulsados por el cantante y activista político irlandés Bob Geldof.
Otro experimento de similares características es el de Walden Dos, situado muy cerca de Los Horcones, en México, a 400 metros de altitud. Fue fundado en 1973 por parte de siete especialistas, algunos de ellos psicólogos conductistas que pretendían hallar soluciones a problemas sociales.
La comunidad se organiza a través del sistema planeador-manejador descrito en la novela Walden Dos, del psicólogo conductista B. F. Skinner, una historia utópica que recuerda a Un mundo feliz, de Huxley, o el Kantsaywhere, de Galton. Una obra, en definitiva, que considera que las personas son la suma de influencias exteriores (olvidando completamente la dotación genética). Un determinismo ambiental que, bien gestionado, podría controlar el comportamiento de los ciudadanos para dirigirlo hacia fines pacifistas y loables. Según Skinner, para sobrevivir a la contaminación, al agotamiento de los recursos y a la catástrofe medioambiental, deberíamos desmantelar las ciudades y economías contemporáneas para reemplazarlas por comunas conductistas.
Influidos por esta filosofía, los fundadores de Walden Dos en México organizaron su pequeña sociedad, tal como se hace en la novela. Los planeadores ocupan su cargo durante 18 meses y están encargados de nombrar a los manejadores. La comunidad organiza actualmente el trabajo por medio de un sistema de tiempo: en un principio, la comunidad empleó el sistema de créditos descrito en la novela Walden Dos.
Si viajáis a Copenhague, entonces deberíais visitar Christiania, un barrio, casi una ciudad, que tiene ciertas coincidencias con Walden Dos. Este barrio liberado de Copenhague, que vive o intenta vivir al margen del capitalismo, se llama Christiania. Nació en 1971, cuando los movimientos okupas de la ciudad se instalaron en un antiguo cuartel abandonado por el Ejército danés hacía poco. A pesar de las continuas órdenes de desalojo y conflictos con el Gobierno, Christiania sigue en pie, y en ella residen permanentemente casi 1000 personas, al margen de las normas, abasteciéndose por sí mismas. Christiania también dispone de un mercado alternativo, el Hash Market, donde solo se vende marihuana y hachís (aunque las leyes danesas lo consideren una actividad delictiva). Con todo, no es por estos lares donde encontraréis el museo del cannabis más grande del mundo, ni tampoco en Ámsterdam. El Hemp, de 900 metros cuadrados y 6500 piezas de exposición relacionadas con el cáñamo, se encuentra en Barcelona desde el año 2012, concretamente en el Palau Mornau, en la calle Ample, en el barrio gótico.
Pero en Christiania, a pesar de los efluvios cannábicos, no reina la anarquía absoluta; también hay normas que no deben incumplirse so pena de ser expulsado de la comunidad: ejercer violencia contra otras personas, por ejemplo. También están prohibidas las armas, las drogas duras, los coches privados, los chalecos antibalas, los fuegos artificiales y petardos, los artículos robados y sacar fotos. Este lugar que aspira a ser un pequeño país, por tanto, también tiene su propia bandera e himno, y hasta su propia moneda, el lol. En la salida de Christiania hay un cartel en el que se puede leer: «Estás entrando en la Unión Europea». También dispone de sus propios movimientos artísticos, en arquitectura, música y cine, donde destacan el pintor William Skotte, el escultor John Ravn y el cineasta Nils Werst. En definitiva, Christiania es un reducto lleno de gente que considera execrable el brillo fenicio del vil metal, que los mercados les recuerdan a tiburones disputándose la pitanza pública y que identifican a Gordon Gekko (personaje de la película Wall Street) con un antihéroe.
En Australia también podemos encontrar un equivalente a Christiania: Nimbin. Está a unos 800 kilómetros al norte de Sídney y tiene 350 habitantes censados (y varios miles que solo están de paso). Los australianos la conocen como «la capital australiana de las drogas». Y es que, como en Christiania, en Nimbin también se consume marihuana de manera habitual. Visualmente parece un lugar recién salido de una visión de LSD, pues aquí todo son colores chillones y melenas hippies. En el cine local no hay butacas, sino hamacas para ver la película tumbado, al estilo del «Nota» en El gran Lebowski. Nimbin nació en 1973, a rebufo del Festival Aquarius, una suerte de Woodstock australiano. Y como Walden Dos, es un experimento sociológico en sí mismo, donde las leyes son más laxas, las drogas son más fáciles y, en general, se trata de incentivar el librepensamiento, con sus consecuencias positivas y negativas.
Un lugar similar, aunque solo sea estéticamente, es Salvation Mountain, una montaña artificial de adobe pintada de colores chillones en la que pueden leerse mensajes de amor y paz que se eleva en el desierto de California, cerca de Slab City, entre Niland y Calipatria. Allí vive una colonia formada por hippies y amantes de lo contracultural que residen en caravanas y furgonetas. La montaña es una obra de arte en sí misma y tiene la altura de un edificio de tres plantas y las dimensiones de un campo de fútbol. Se puede subir fácilmente a la cima, coronada con una gran cruz, mediante una escalera de adobe que la rodea. Si miráis demasiado tiempo el caos de colores, mensajes, flores y figuras geométricas psicodélicas que conforman la superficie de la montaña, os sentiréis como si hubierais ingerido sustancias prohibidas.
Su creador es Leonard Knight, y ha conseguido que el Congreso de Estados Unidos, en 2002, la calificara de tesoro nacional, así que ahora está protegida por el Gobierno.
Otros lugares diminutos se han usado, más que como lugares, como símbolos o guías para viajeros. Por ejemplo, el símbolo del fin del mundo en Chile es el faro más austral (desde 1991) del planeta, situado en el cabo de Hornos. No ocurre así con el mítico faro de Finisterre, en la Costa de la Muerte gallega, que a pesar de su nombre, «fin de la tierra», en realidad no es el lugar occidental-continental más hacia al oeste. Solo cinco kilómetros más al norte podemos encontrar el cabo de la Nave, que está más adentro del mar que Finisterre. Este es el verdadero fin del mundo español, que no del continente europeo: esa distinción le corresponde al cabo da Roca, a 40 kilómetros de Lisboa, Portugal. Y ya puestos, vamos a dar un vistazo al fin del mundo europeo si echamos a andar hacia el norte: cabo Nordkinn, un promontorio localizado en la isla de Mageroya, en el norte de Noruega. Esta clase de errores sobre los límites de los lugares se dan con mucha frecuencia, y el menos conocido quizá sea el relativo al punto más meriodional de África. Cualquier turista afirmará sin dudarlo que ese punto es el cabo de Buena Esperanza, a partir del cual partían los marineros del pasado cuando se embarcaban en el largo trayecto descendente a lo largo de la costa africana. Sin embargo, el punto más meridional de África es un lugar mucho menos conocido: el cabo de las Agujas, que debe su nombre a las afiladas y traicioneras rocas y a los arrecifes que jalonan sus aguas turbulentas. Su ubicación exacta es 34º 49’ 58’’ S y 20º 00’ 12’’ E, siendo el punto que oficialmente separa los océanos Atlántico e Índico. El lugar es tan poco conocido y está tan aislado por las rocas que incluso acoge especies en peligro de extinción, como la Microbatrachella capensis, una rana minúscula, y una alondra aplaudidora de las Agujas, llamada así porque, al aparearse, bate sus alas de forma muy escandalosa.
Otro lugar que funcionó como guía y símbolo para viajeros fue Rockall, una roca que se encuentra a unos 425 kilómetros al noroeste de Irlanda del Norte, mide unos 25 metros de alto y como única población cuenta con un puñado de gaviotas. Casi un guijarro marino que, sin embargo, debido a su estratégico emplazamiento en las zonas de paso de los convoyes que transportaban suministros a Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial, es citado como lugar de referencia en las cartas de navegación. Como una señal en mitad del mar para no perderse.
Como también sirve para no perderse la que no sé si es la isla más diminuta del mundo, Bishop, pero que seguro es la isla con mayor porcentaje de terreno edificado: el 95 por ciento. En esta roca-isla situada al sureste de Gran Bretaña se levantó en 1858 un faro de 45 metros de altura, el faro de Bishop. Teniendo en cuenta que la base del faro ocupa prácticamente todo el terreno disponible, la construcción del faro, con más de 5000 toneladas de granito, debió de ser muy particular. Por si fuera poco, el lugar está continuamente azotado por olas, como si el faro en realidad surgiera envuelto en la bruma del turbulento mar. Así que la única forma prudente para llegar hasta allí es mediante helicóptero, que puede aterrizar en el helipuerto que se ha construido en la terraza del faro.
Actualmente, el haz luminoso del faro alcanza más de 24 millas náuticas (44 kilómetros).
Un lugar que guarda muchas semejanzas con el faro de Bishop es el faro de Bell Rock. Levantado durante el siglo XIX en el mar del Norte, a 18 kilómetros de la costa este de Escocia, Bell Rock es el faro más antiguo construido mar adentro que todavía sigue en pie. La torre de 35 metros de altura surge literalmente de la nada en mitad del mar, como si fuera el pináculo altísimo de un iceberg. Y es que la roca donde se asentó el faro es casi invisible a la vista, y por eso, durante siglos, fue algo más que una china en el zapato para el mundo de la navegación: se llama Bell Rock porque se cuenta que en el siglo XIV un abad de la abadía de Arbroath mandó poner una campana (bell, en inglés) en ella para poner sobre aviso acústicamente a los barcos de que la roca estaba allí y podía hacerles un buen agujero en el casco. Con todo, la roca fue responsable de innumerables naufragios, porque la campana duró poco en ella y durante la marea alta era imposible divisarla porque permanecía a unos tres metros bajo el agua.
Para evitar este peligro pétreo, pues, el capitán de la Royal Navy Joseph Brodie propuso la construcción de un faro de hierro fundido que se alzara sobre la roca mediante cuatro pilares. La propuesta fue rechazada y en su lugar tuvieron la estúpida idea de construir un faro de madera. Después de que en tres ocasiones el viento y las olas destruyeran esos endebles faros de madera, un tal Robert Stevenson, de la Northern Lighhouse Board, por fin propuso la construcción de un faro de piedra inspirado en el faro de Eddystone, también situado mar adentro en la costa de Cornualles.
La construcción del faro fue una pesadilla, porque la roca permanecía sumergida bajo el mar dos veces al día, así que solo se podía trabajar sobre ella cuando la marea estaba baja: unas dos horas diarias. Debido a las complicaciones y los altos costes, el faro no fue construido finalmente. Pero la idea volvió a tomar fuerza a raíz de un terrible accidente en 1804 que hacía imprescindible la construcción de un faro, costara lo que costase. Aquella tragedia fue protagonizada por el barco de guerra York, que naufragó causando 491 víctimas. Así pues, la construcción en firme del faro se inició en 1807 y corrió a cargo de 60 hombres, entre los que se incluía un herrero que se encargaba de afilar a pie de obra los picos con los que cavaban los cimientos. Solo se trabajaba en verano, que era la época en la que el mar estaba más pacífico. Cuando había tormenta o durante el tiempo en el que subía la marea, los trabajadores no tenían otra distracción que permanecer en el barco que estaba amarrado cerca de la roca aguardando el próximo turno para trabajar.
La primera fase de la construcción fue la más dificultosa, pues entrañaba agujerear la roca para llenarla con los cimientos. Cuando subía la marea, la roca, sin embargo, se llenaba de agua, y luego se perdía mucho tiempo para vaciarla de nuevo. Se tardó casi un año en excavar la base.
Más tarde, para transportar el material y las piedras con las que construirían el faro, se situaron unos raíles que iban desde el barco hasta la base del faro. Año tras año, el faro fue aumentando de altura trabajosamente. Durante los dos primeros años de construcción se habían transportado 1400 toneladas de piedra a esa diminuta base de roca que se hundía y reflotaba cada poco en mitad del mar. Es decir, se había transportado más materia de la materia que constituía el lugar donde la descargaban. La peligrosa obra también se llevó la vida de algunos trabajadores. Finalmente, se dieron los acabados finales a la torre, que consistía en hacerla habitable por dentro: de abajo arriba construyeron una escalera de caracol, un almacén de provisiones, un almacén de aceite para la lámpara, una cocina comedor, un dormitorio, una biblioteca, una sala de luz y un balcón. Siete niveles sobre la tierra firme más pequeña imaginable, una hazaña casi imposible para la época.
Como el faro iba a estar continuamente azotado por vientos y olas muy fuertes, las piedras que lo forman no están simplemente colocadas unas sobre otras y unidas entre sí con mortero. Las piedras fueron talladas minuciosamente para que encajaran unas con otras como si se tratara de un enorme rompecabezas. Para añadir más resistencia, cada piedra tenía dos orificios circulares de cinco centímetros de diámetro que las atravesaban y en las que se introducían una suerte de clavijas (trenails) de madera que aseguraba un tramo de piedras con el anterior.
Tras cuatro años de trabajo, el Bell Rock fue inaugurado el 1 de febrero de 1811. Desde entonces ningún otro barco ha vuelto a naufragar. El 26 de octubre de 1988, el faro dejó de estar habitado definitivamente. Y allí quedó, como una casa fantasma sobre un pedazo de roca casi invisible.
Los lugares pequeños poseen ciertas prerrogativas frente a los grandes. Por lo pronto, pueden organizarse más fácilmente. O incluso resistirse numantinamente a la evolución y el progreso, negándose a usar bombillas u otras tecnologías impías; o haciendo prevalecer formas de gobierno que se creían obsoletas. Es el caso de la isla de Sark, en el canal de la Mancha, que se ha mantenido en una especie de túnel del tiempo: allí jamás ha llegado la democracia y se continúa bajo un régimen de feudalismo medieval. La isla de Sark, a 20 kilómetros de la costa de Inglaterra, es una dependencia de la Corona británica que sin embargo no pertenece ni al Reino Unido ni a la Unión Europea.
La historia de Sark daría para un buen folletín. Durante el siglo XIII fue la base de operaciones de piratas franceses. En 1565, la reina Isabel I regaló la isla a Helier de Cateret, señor de Saint-Ouen, a cambio de que expulsara a los corsarios y la colonizara con 40 familias. Durante la Segunda Guerra Mundial fue ocupada por los nazis, que incluso establecieron allí campos de concentración. Los prisioneros alemanes de estos campos fueron los responsables de la construcción de la única carretera asfaltada de la isla. En 1991, un físico nuclear francés en paro, André Gardes, trató de invadirla armado con un rifle semiautomático. ¿No os lo dije? Puro folletín.
Actualmente, en la isla viven anclados en el pasado 600 ciudadanos de nacionalidad británica que disponen de sus propias matrículas de coche, su propio sistema postal y hasta su propio dominio de Internet. Todos los ciudadanos viven también bajo la férula feudal de su señor, lord John Michael Beaumont, un ingeniero aeronáutico jubilado de 85 años, en el cargo desde 1974. Los privilegios de este señor feudal son los propios de su condición omnipotente: la posibilidad de apropiarse automáticamente de cualquier objeto que sea arrastrado por las olas a la playa de la isla (algas incluidas), una contribución tributaria anual de un pollo por familia, un 13 por ciento del importe de todas las transacciones inmobiliarias y… hasta un banco en la primera fila de la iglesia. Por si todo esto fuera poco, un ejército de cuarenta mosqueteros está dispuesto para defenderle hasta la muerte.
Lo cierto es que los súbditos de Sark están muy contentos bajo este régimen de poder, así que muchos se obstinan en aceptar que ahora, por primera vez en 450 años de historia, se vote por un Parlamento democrático compuesto por 14 terratenientes (herederos de las 40 familias originales) y 12 consejeros (elegidos entre el resto de la población). Y es que la razón de que se inicie este proceso democrático en Sark no tiene nada de fortuito. En 1993, en un islote que está bajo la jurisdicción de Sark, Brecqhou, se instalaron dos septuagenarios mellizos millonarios que nunca se dejan ver en público, no conceden entrevistas y se jactan de vivir en un castillo medieval de imitación con helipuerto personal. La roca tiene 65 hectáreas y pagaron 2,3 millones de euros por ella. Allí buscaban estar a salvo de la presión fiscal. Pero no tuvieron en cuenta que jamás podrían usar su precioso helipuerto. Porque los dos mellizos descubrieron con asombro e indignación que le debían obediencia al señor feudal de Sark y, entre otras cosas, en Sark no estaba permitido el uso de vehículos mecánicos (exceptuando tractores), de modo que su helipuerto solo les sirvió de costoso adorno: allí solo se puede llegar en barco. Y para desplazarse por tierra, las únicas alternativas son la bicicleta, el coche tirado por caballos o la tradicional locomoción humana consistente en calzarse dos buenos zapatos y tirar kilómetros, que ancha es Castilla. Los gemelos millonarios no daban crédito a que un pueblerino con ínfulas pudiera gobernar su estilo de vida. Pero así fue.
Estos dos excéntricos mellizos son sir David y sir Frederick Barclay, que, entre otros negocios, poseen inversiones en el diario conservador británico The Daily Telegraph. Los Barclay están poderosamente interesados en instaurar la democracia en Sark a fin de suprimir la figura del señor feudal, y para ello desencadenaron una vigorosa campaña de presión. Muchos lugareños empezaron a estar de parte de los Barclay, pues consideraban que aquellos dos millonarios habían modernizado la isla y habían creado nuevos empleos. (Se conoce que los que están a favor de los magnates ingleses también habían recibido un buen fajo de billetes.) El resto de los habitantes opinan que los intereses de los Barclay son meramente económicos: son dueños de tres hoteles, dos restaurantes, un pub, una agencia inmobiliaria y otra de alquiler de bicicletas, una tienda de ultramarinos, una librería, un salón de belleza y el ferri que constituye la única conexión con Inglaterra. Y para que todos esos negocios sean rentables de verdad deben atraer a turistas que no tengan miedo de pisar una tierra donde aún no han florecido los valores democráticos. En julio de 2008, Sark basculaba aún entre el feudalismo y la democracia, pero pocos dudaban de que el poder del dinero y el símbolo del dólar (o de la libra) acabarían por modernizar este reducto feudal europeo. No fue así, contra todo pronóstico.
Los hermanos Barclay también creyeron que podían comprar influencia política a golpe de talonario, pero los habitantes han preferido preservar sus valores. «Quieren democracia, pero a su ritmo», señaló el diputado tradicionalista Paul Amorgie. Tras celebrarse las primeras elecciones a finales de 2008, los Barclay han perdido. Y como venganza han decidido cerrar todos sus negocios en Sark, dejando a un cuarto de la población en el paro (140 personas), en un lugar donde no existe ni seguridad social ni subsidio de paro.
¿No sería estupendo reflejar el estilo de vida de Sark en una serie británica para la televisión? La serie combinaría una trama de intriga con otra de costumbrismo anglonormando, y quizá todo estaría matizado con algunas pinceladas de humor. El guion podría estar a cargo de Paul Auster, que ya tiene experiencia en describir a mellizos millonarios excéntricos, como demostró en su novela La música del azar.
Si queréis visitar Sark, os lo recomiendo, aunque solo sea por las bonitas vistas y el increíble cielo estrellado que se contempla por las noches (gracias a la falta de contaminación y la prohibición de alumbrado público); entonces la mejor forma es tomar un ferri desde la ciudad francesa de Saint-Malo, que os trasladará a Guernsey (o también podéis volar directamente a Guernsey). Desde allí parten cada día barquitos que os llevarán a Sark en solo 45 minutos. Yo hice el viaje en junio de 2011 y, tras recorrer a pie toda la isla (en solo cuatro horas), recuperé fuerzas en el Mermaid Tavern, en cuyo jukebox empezó a sonar New Sensation de INXS. La mayoría de los parroquianos eran trabajadores que ya estaban empinando el codo, y algunos de ellos jugaban al euchre, un juego de cartas típico de las islas del canal. No me extrañó que la isla inspirara a Victor Hugo, y sobre todo a Mervyn Peake para escribir su trilogía estilo Tolkien The Gormenghast. Y que debido a su lejanía de Gran Bretaña, esta, junto a otras islas, fueran los únicos lugares británicos ocupados por los nazis.
Por cierto, hace muy poco Sark entró en la democracia. Sin embargo, es improbable que el nuevo Gobierno introduzca cambios sustanciales que alteren el estilo de vida de la isla.
En los Pirineos franceses, a 24 kilómetros de la frontera española, en el departamento francés de Pirineos Atlánticos, al suroeste del país, existe una pequeña república que oficialmente nunca se ha incorporado al país galo: Goust. Poca gente conoce su existencia, en primer lugar porque está oculto en las montañas: se encuentra a 995 metros de altura y tan solo es accesible a través de un sendero de montaña que atraviesa el Pont d’Enfer («Puente del Infierno»). En segundo lugar, porque nunca ha tenido más de un centenar de habitantes. Y en tercer lugar, porque esta aldea con ínfulas de Estado apenas tiene 2,5 kilómetros cuadrados.
En 1648, Francia y España reconocieron la independencia de Goust a pesar de que solo lo formaban nueve familias que vivían de forma autosuficiente gracias a la agricultura y la ganadería. El Gobierno estaba formado por un consejo de 12 ancianos.
Goust es tan diminuto que ni siquiera posee sacerdote, de modo que las bodas y los entierros debían celebrarse en la población vecina: Laruns. Pero arrastrar un ataúd por un accidentado camino de montaña no es nada cómodo, así que los habitantes de Goust idearon un estrafalario sistema para transportar a los muertos a Laruns: el ataúd se lanza ladera abajo a través de un trampolín expresamente construido a tal fin.
Actualmente, Goust no es una nación oficial, pero tampoco puede negársle cierta soberanía a pesar de que se la considera una simple pedanía perteneciente a la comuna de Laruns. Y es que no hay documentos oficiales a propósito de la anexión de Goust a Francia. Es decir, si lo desearan, los habitantes de Goust podrían declarar su independencia.
Goust es casi un espejismo: solo figura en algunas publicaciones de finales del siglo XIX y principios del XX. Por ejemplo, Edwin Asa Dix hace mención de Goust en su libro Viaje veraniego por los Pirineos, publicado en 1890. También en el Frankfurt Times de 1888 se hace una pequeña mención al no menos pequeño Goust.
Si queréis visitar Goust, deberéis cruzar el balneario de Eaux Chaudes. Allí encontraréis un pequeño letrero que os indicará el camino hacia el casi ilusorio Goust. La visita merece la pena, aunque sea para disfrutar de los paisajes y de los últimos ejemplares de osos pirenaicos.
Una situación legal similar es la que goza la isla de Tavolara, que hoy día ya se considera parte de Italia, aunque su anexión no ha sido aprobada formalmente. Tavolara es un macizo de piedra caliza de cinco kilómetros de largo y uno de ancho situado en la costa norte de Cerdeña, en la provincia de Olbia-Tempio. En 1836, fue el rey Carlos Alberto de Cerdeña quien reconoció la isla como reino soberano, con Giuseppe Bertoleoni como su rey. Cuando Giuseppe murió en la década de 1840, su hijo mayor se convirtió en rey, Paolo I (cuya tumba, rematada por una corona, puede encontrarse aún en el cementerio de la isla)
La mayor parte de la población de la isla fue desplazada de allí en 1962, cuando fue construida una estación radiogoniométrica de la OTAN en la mitad este de la isla. En Tavolara también se ha instalado el VLF transmisor ICV, empleado para transmitir mensajes a los submarinos, que si os apetece escuchar pueden ser recibidos (aunque no descifrados) por un ordenador cualquiera: solo es necesario incluir una bobina como antena en la entrada de la tarjeta de sonido e instalar un software de análisis de FFT.
El actual monarca de Tavolara es el rey Tonino, un ciudadano italiano que, además, es gerente del único restaurante de la isla: Da Tonino. Los intereses de la isla son representados en sus relaciones externas por el príncipe Ernesto-Geremia de Tavolara, que también es autor de un libro que cuenta toda la historia de la isla.
Por último, existen lugares que no son diminutos, sino tan gigantescos que provocan que nosotros nos sintamos diminutos. Uno de ellos es la cima de un monte en la región del Piamonte, provincia de Génova, Italia. Allí arriba reposa tumbado en el césped (en una posición que recuerda a alguien que ha caído desde una gran altura y ha quedado un poco desmadejado por el golpe) un enorme conejo de color rosa chicle. El conejo se llama Hase (del alemán, «liebre») y está hecho de paja y un forro textil rosa. Mide 60 metros de largo y seis de alto. El conejo no es un muñeco infantil que ha sido agigantado por una máquina como la que aparecía en la película Cariño, he encogido a los niños, sino que fue concebido por un grupo de artistas de Viena llamado Gelitin, antes llamado Gelatine, es decir, «gelatina». Formado en 1978, este grupo de cuatro integrantes entienden el arte como una forma de diversión, de modo que consideraron el colmo de la diversión el dejar ese conejo hipertrofiado a 1500 metros de altura, en lo alto del monte Colletto Fava, para que los turistas y curiosos se puedan sentir por unos momentos como Gulliver. Hasta puedes trepar por su tripa o mirarle a sus ojos del tamaño de pelotas de fútbol.
Hase nació oficialmente a las 11.30 de la mañana de un 18 de septiembre de 2005 y sus creadores estiman que su esperanza de vida se alargará hasta el año 2025. Lo cual no es mucho para tratarse de un conejo tan grande. Así que habrá que darse prisa si queremos verlo en condiciones óptimas y no hecho un guiñapo de color rosa, pues para ese año se ha previsto que todo su cuerpo habrá sido devorado por la naturaleza. De hecho, su cuerpo es tan blandito que por algunas costuras ya sobresalen sus tripas, como una gran almohada rosa que pierde su forro. Así, el conejo ya empieza a parecer más un animal atropellado en la carretera que un conejo tumbado a la bartola.
Si calculáis que no llegaréis a tiempo antes de que Hase parezca más un cuadro daliniano de un conejo que un mullido conejo rosa, entonces podéis recurrir a Google Maps para contemplarlo desde una fotografía satélite. Las coordenadas son: 44º 14’ 37,61” N 7º 46’ 10” E. En caso de error, simplemente buscad una gran mancha rosa con forma de Bugs Bunny. No tiene pérdida.
Oficialmente reconocidas por la mayoría de los países del mundo, las siguientes son las naciones más microscópicas que la mayoría de las personas conoce.
La ciudad-Estado del Vaticano, ubicada dentro de la ciudad de Roma, que apenas tiene una extensión de 0,439 kilómetros cuadrados y una población aproximada de 900 habitantes. Es el Estado soberano menos extenso y menos poblado del mundo. Es tan pequeño que solo la plaza de San Pedro ya ocupa el 20 por ciento de su territorio. Para conseguir la nacionalidad solo es necesario trabajar para la Santa Sede: entonces el papa os la concederá, pero os la volverá a retirar en cuanto ceséis en la colaboración. El Vaticano tampoco posee impuesto sobre la renta ni limitación a la exportación o importación de dinero. Su tamaño microscópico también produce anomalías estadísticas: por ejemplo, tiene la tasa de delincuencia más alta del mundo: se registran más de mil delitos al año. También es el único país del mundo donde no hay hoteles, pero por contrapartida cuenta con el mayor número de helipuertos y de cadenas de televisión per cápita del mundo.
El Principado de Mónaco es el segundo país más pequeño del mundo, situado en la Costa Azul, reducto del lujo y el exceso. Solo el 21 por ciento de la población posee la nacionalidad monegasca. La tasa de desempleo del país es exactamente cero.
El estado de Micronesia llamado República de Nauru, en el océano Pacífico central, que es un atolón de forma oval con una superficie de 21 kilómetros cuadrados.
La isla-nación de Tuvalu (antes llamada Islas Ellice), perteneciente a la región de la Polinesia, también en el océano Pacífico, de 25 kilómetros cuadrados; es también el miembro de las Naciones Unidas con menor número de habitantes. El alumbrado público no llegó a la capital, Funafuti, hasta el año 2002.
La Serenísima República de San Marino, que es la república más pequeña y antigua de Europa, y está ubicada en territorio italiano. Tiene 61 kilómetros cuadrados, y cada año llegan aquí dos millones de turistas: la mayor desproporción entre turistas y habitantes del mundo después de Andorra.
Liechtenstein, un principado que es uno de los países más ricos de Europa. Tiene 160 kilómetros cuadrados. Pasó de ser un país agrícola a uno de los más industrializados del mundo.
Islas Marshall es una república apoyada económicamente por Estados Unidos a causa del tratado de libre asociación del que disfrutan: el 60 por ciento de su presupuesto tiene su origen en los ingresos procedentes de Estados Unidos a cambio de mantener allí una base militar.
San Cristóbal y Nieves, con una superficie de 261 kilómetros cuadrados, es uno de los países más endeudados del mundo, a pesar de que recibe cuatro veces su población en forma de turismo y exportan caña de azúcar y cacahuetes.
Pero existen otras naciones menos populares, quizá también menos oficiales, que se conocen por el nombre genérico de «micronaciones».
Problemas fronterizos
En un mundo cuyas fronteras se trazan a golpe de escuadra, cartabón y casualidades geopolíticas, cada vez más gente se rebela ante la arbitrariedad de los muros invisibles, meramente burocráticos. Como el que puede encontrarse entre un punto de Bolivia y Chile. Un paisaje yermo, desolado. De fondo, se recortan montes festoneados de nieve. Y en un primer plano, un solitario poste arañado por el óxido. El abandonado poste indica dónde empiezan y terminan Bolivia y Chile, como un espejismo. Una frontera invisible, inútil. Absurda. Como también la que se halla a cada lado del puente más corto entre dos países. Es un puente de pocos pasos que conecta dos pequeñas islas, una perteneciente a Canadá y otra a Estados Unidos. Genéricamente son las islas Zavikon, pero una línea invisible es objeto de continua polémica: Canadá sostiene que ambas islas son suyas. En la isla más grande se alza una casa; en la isla más pequeña, los dueños tienen el patio trasero de la casa. Así que uno puede saltar de un país al otro sin salir de su propia casa.
También podéis jugar al golf entre dos países si os dirigís a la ciudad de Haparanda, en lo alto del golfo de Botnia, en la orilla del mar Báltico, en Suecia. Allí hay un campo de golf cruzado por una frontera internacional que consta de 18 hoyos: tres de ellos son hoyos fronterizos, así que para llegar al green es imprescindible cruzar de Suecia a Finlandia y viceversa. A esto se añade que Suecia y Finlandia no comparten huso horario, de modo que, al cruzar la frontera, también habrá que adelantar o atrasar una hora el reloj (lo sabréis perfectamente porque la frontera está señalizada claramente con unos postes de plástico rojo). Además, en verano, debido al sol de medianoche, la noche no existe, lo cual permite jugar a cualquier hora. Estamos, pues, ante el campo de golf más excitante y espaciotemporalmente extraño del mundo: cambias de país continuamente, viajas en el tiempo y nunca caerá la noche. Por fortuna, para jugar en este campo de golf no es necesario ir enseñando el pasaporte todo el tiempo.
Sin embargo, si lo vuestro no es el golf y preferís el billar, entonces también existe un billar que os permite ir saltando de Estados Unidos a Canadá, haciendo las únicas carambolas transnacionales del mundo. El billar está instalado en el Taillon’s International Hotel, en el pueblo de Dundee, en la provincia canadiense de Quebec. El hotel está entre el Polo Norte y el ecuador. En esta frontera también hay pueblos como Rock Island y Derby Line, también en Quebec, donde existen muchas viviendas particulares y edificios públicos partidos por la mitad por la frontera con Estados Unidos. Por ejemplo, en Derby Line, tras la paranoia que suscitaron los ataques terroristas del 11-S, un habitante fue detenido por cruzar Church Street, una calle por la que discurre la frontera, porque simplemente iba a una pizzería que quedaba al otro lado de la calle (antes de cruzar la calle hay que avisar a las autoridades).
Baarle-Hertog (Bélgica) es casi un rompecabezas de fronteras en sí mismo. Casas que tienen el recibidor en Holanda y el salón en Bélgica, e incluso restaurantes que cambiaban de sitio las mesas para aprovechar los horarios de cierre más flexibles de Holanda con respecto a Bélgica. En Baarle hay también una cervecería llamada De Biergrens («la cerveza de la frontera») donde incluso las botellas de cerveza pueden estar en dos países la vez. Y es que el establecimiento fabrica su propia cerveza, que ni es belga ni es holandesa, sino las dos cosas a la vez: se llama Smokkelar («contrabandista»). Tiene una entrada en Bélgica y otra entrada en Holanda.
Y en Suiza hay un hotel peculiar: tiene habitaciones que están en tierra francesa y habitaciones que está en tierra suiza; incluso en una habitación se puede dormir con los pies en un país y las piernas en el otro. Es el hotel Arbez. A él se puede acceder desde la puerta situada en La Cure, una pequeña comuna suiza del cantón de Vaud, o desde Les Rousses, un pueblo del departamento francés del Jura. La línea fronteriza, además, cruza justo por la escalera, concretamente por el peldaño número 12. Durante la Segunda Guerra Mundial, esta peculiaridad suscitó momentos casi cómicos, como de película de Billy Wilder: Francia estaba ocupada por los nazis, pero Suiza era neutral, de modo que los soldados alemanes que accedían al hotel solo podían pisar las zonas que pertenecían a Francia. Así que las habitaciones superiores, las que quedaban por encima del peldaño 12, al estar en Suiza, quedaban protegidas de la vigilancia nazi. No en vano, estas habitaciones se convirtieron en refugio de fugitivos y resistentes, como en el juego del pillapilla cuando llegas a casa y gritas: «¡Salvado!». Una célula de la Resistencia se instaló en la planta superior, dedicándose a facilitar la huida de amenazados y perseguidos.
Y entre Argentina y Chile, todavía en 1990 existían 24 puntos de litigio sobre límites fronterizos entre ambos países, siendo la zona de los Hielos Continentales uno de los pendientes: ambos países se juegan 100 glaciares, 130 ríos y 46 lagos, tal como explica Claudi Alsina en su libro Geometría para turistas. Algo parecido a lo que sucede con los más de 500 kilómetros de frontera entre Croacia y Eslovenia: una irregular frontera que se introduce por la calle de un pueblo, la localidad croata Brezovica Žumberačka, y se estrecha progresivamente mientras gira y gira, creando una espiral, hasta que desemboca en una pequeña península croata rodeada de territorio esloveno. Un lío.
También hay muchas ciudades que están divididas por las fronteras de varios países, pero lo realmente excepcional es cuando una ciudad está entre dos continentes. La más conocida es Estambul, en Turquía, que está entre Europa y Asia. Es la ciudad más poblada de Europa (12 millones de habitantes). El estrecho del Bósforo separa la Estambul europea de la Estambul asiática. En esta situación también se encuentra Oremburgo, en Rusia, también entre Europa y Asia: el río Ural es el que separa la ciudad en dos continentes. También entre Europa y Asia está Atyrau, en Kazajistán. Y entre África y Asia está Suez, en Egipto. Lo más sorprendente, sin embargo, es descubrir que en España hay una ciudad bicontinental: Almería, que se divide entre Europa y África. Y es que Almería posee islas a suficiente distancia como para formar parte de otro continente: es el caso de la isla de Alborán, un peñasco de 0,7 kilómetros cuadrados habitado exclusivamente por doce soldados del Ejército español que son relevados cada dos semanas. La isla se encuentra a 90 kilómetros de la costa española y a 50 kilómetros de la costa africana.
Lo más singular de todo, cuando el mundo parece disputarse la tierra, es que existan tierras que nadie quiere. Es lo que se denomina terra nullius. Son territorios que no han sido reclamados por ningún Estado, o sobre el que ningún país tiene soberanía. Por ejemplo, es el caso de Bir Tawil, un pequeño triángulo de desierto entre Sudán y Egipto. Irónicamente, ambos países reconocen este triángulo de tierra como territorio del país vecino. Y es que el territorio no tiene nada especial, salvo un pozo de agua fresca.
Esta clase de situaciones, aunque un poco surrealistas, provocan que las micronaciones cada vez proliferen más.
Inventando naciones
Las micronaciones son entidades y agrupaciones humanas con pretensiones de soberanía no reconocida oficialmente por otros Gobiernos u organizaciones internacionales, por lo habitualmente minúsculas. Empezaron a gozar de gran popularidad a partir de la década de 1990, sobre todo a raíz de la creación de Internet. Ahora existen decenas, cientos de micronaciones, que jalonan los mapas de todo el mundo, aunque son tan diminutas que ni una lupa serviría para localizarlas. Micronaciones que, por descontado, también cuentan con un número muy reducido de habitantes, como si todas ellas siguieran la filosofía de Platón expuesta en Las leyes, donde se propone que el número óptimo de ciudadanos en un Estado es de 5040 porque a) es el producto de 1 × 2 × 3 × 4 × 5 × 6 × 7, como de 7 × 8 × 9 × 10; b) su doceava parte puede dividirse por 12; c) tiene 59 divisores, incluidos todos los números enteros del 1 al 12 (excepto el 11, pero el 5038, muy próximo a 5040, es divisible por 11). Este número concreto de habitantes escogido por Platón le permite, por ejemplo, dividir la tierra del Estado en 5040 terrenos, de los cuales 420 constituyen el territorio de cada una de las 12 «tribus».
Quizá los precedentes de las micronaciones haya que buscarlos en esas pequeñas comunidades que se fundaron a mediados del siglo XIX con el propósito de recuperar una ingenua justicia y concordia. Podemos ver la película El bosque, de M. Night Shyamalan, para comprobar por qué esos intentos de recuperar una pureza basada en una idea falsa del «buen salvaje» acabaron siendo un estrepitoso fracaso. Otras tantas fueron feudos independientes fundados por aventureros o especuladores, como las Islas Cocos (Keeling), regentadas por la familia Clunies-Ross, o Sarawak, gobernada por los «rajás blancos» de la familia Brooke. También existieron micronaciones de corta vida, como la Long Republic (1819-1820), situada en lo que hoy es el estado de Texas, en Estados Unidos. O el reino de Araucania y Patagonia (1860-1862), al sur de Chile y Argentina. Pero las micronaciones actuales no persiguen objetivos tan utópicos, se conforman con vivir a su aire, emitir pasaportes, sellos y monedas, o crear himnos y rompecabezas heráldicos.
Como la divertida República de Molossia, en Nevada, Estados Unidos. Al principio solo fue un pequeño juego, pero el rancho de Kevin Baugh, en mitad del desierto de Nevada, es, cada día más, una república con más de verdad que de mentira. Y es que la República de Molossia dispone hasta de su propia marina, que navega casi exclusivamente por el lago Tahoe. Tiene solo veinte habitantes. Pero aspiran a ampliar sus fronteras reclamando 130.000 kilómetros cuadrados del planeta Venus. También posee sus propias normas internas: prohibición de las bolsas de plástico para la compra, las bombillas incandescentes, las espinacas envasadas y el tabaco.
Otras son tan invisibles que ni siquiera pueden visitarse, como New Free State of Caroline, fundada por el artista conceptual Gregory Green en 1996. Green asegura que su país acabará por instalarse en una isla cuyo paradero definitivo es aún un misterio, a pesar de que ya tiene unos 4000 ciudadanos. Y es que para convertirse en ciudadano de este Estado solo es necesario enviar un correo electrónico a Green: gregorygreen59@hotmail.com.
Green deberá escoger bien su isla si no quiere que New Free State of Caroline acabe como la República de Minerva, un país fundado por un multimillonario de Las Vegas, Michael Oliver, en los arrecifes Minerva, en el océano Pacífico. En 1971, Oliver hizo ascender el nivel del arrecife con arena transportada en barcos desde Australia y, constituido su país, levantó en él una torre y empezó a crear moneda propia. El rey de Tonga no tardó en reclamar sus tierras y, con la aprobación de la comunidad internacional, hizo suyo el país por la fuerza militar.
Hay lugares que son tan de mentira que en ellos nunca sale el sol. Como el Dominio de Melquisedec, un lugar invisible y espiritual localizado en unas islas desconocidas y anónimas en las que nadie ha puesto los pies. Sin embargo, gozan de una «eterna soberanía» concedida por las Sagradas Escrituras hebreas y cristianas. En el Antiguo Testamento, Melquisedec era un sumo sacerdote, profeta y líder que vivió después del Diluvio y durante los tiempos de Abraham. El Dominio de Melquisedec también dice contar con el reconocimiento diplomático de la República Centroafricana. Aquí la ciudadanía se adquiere efectuando una donación económica de 10.000 dólares. Al módico precio de 6500 dólares también se puede estudiar Filosofía en su universidad de mentira. Uno de sus fundadores, al parecer, estuvo implicado en el intento de secesión de la isla Rotuma, en las islas Fiyi.
Otro lugar de mentira, aunque su monarca, el príncipe Lazarus Long (antes llamado Howard Turney, longevo promotor de Oklahoma City), se empeñe en decir que es real y legítimo, es New Utopia. Este lugar con nombre de zumo de frutas tropicales ha sido declarado fraudulento en el año 2000 por el Tribunal Federal de Estados Unidos: no era más que uno de esos conocidos esquemas piramidales de Internet a escala nacional con el que Long se ha lucrado vendiendo títulos falsos. Supuestamente, New Utopia sería un proyecto de construcción de plataformas de hormigón que quedarían colgadas de un atolón sumergido en el Caribe. Long sostiene que más de 3200 personas han pagado una suma de dinero para inscribirse como los primeros ciudadanos, pero lo cierto es que el territorio insular que debería estar localizado a medio camino entre Honduras y Cuba continúa sumergido.
Con aires más dalinianos, se han proyectado muchos lugares de mentira que solo existen en el terreno artístico (aunque algunos tengan intenciones de saltar al plano real algún día), como la Confederación de Repúblicas Socialistas de Titania, cuyo sistema de gobierno está basado en los principios del municipalismo.
El Reino de Metrópolis, que bebe estéticamente de la película Metrópolis de 1926.
La nación de Neue Slowenische Kunst, creada por artistas eslovenos del colectivo del mismo nombre, definido como el primer Estado global del universo, carente de límites espaciales y con fronteras solo mensurables por el tiempo, la cuarta dimensión.
Syldavia, que aparece en varios tebeos de Tintín y que posee un lenguaje artificial completamente desarrollado.
El Reino de Gays y Lesbianas de las islas del mar del Coral, fundado en 2004 en las deshabitadas islas del mar del Coral en la costa de Queensland, Australia, en respuesta a la negativa del Gobierno australiano a reconocer los matrimonios entre miembros del mismo sexo. Si bien estamos hablando de un reino, el jefe del nuevo Estado ostentaba el título de emperador. Con todo, al poco de su nacimiento, el país quedó deshabitado: todos sus «habitantes» regresaron a casa, y ahora su única actividad es la venta de sellos a través de una web.
Nutropía, declarado por John Lennon en 1973, que apoya los ideales representados en la canción Imagine; o San Serriffe, como ya hemos visto, una broma difundida por el periódico británico The Guardian el Día de los Santos Inocentes.
Lugares de mentira que pueden ser tan influyentes en el pensamiento de la gente que, de alguna manera, acaban cristalizando en la realidad, al menos durante fracciones pequeñas de tiempo: el tiempo durante el cual se está pensando en ellos. Naciones imaginarias u oníricas como las islas Yune, situadas en algún punto inconcreto al sur del océano Índico y habitadas desde mediados de 1980 por colonos procedentes de diversos países de América, Asia y Europa. Todos sus habitantes continúan luchando para que los organismos internacionales reconozcan su existencia.
La micronación establecida para propósitos fraudulentos que ha tenido más éxito hasta la fecha fue fundada en el territorio de Poyais, en Suramérica, a principios del siglo XIX. George MacGregor, aventurero escocés y héroe de la independencia de Venezuela, elaboró un minucioso embuste cuando regresó a Gran Bretaña en 1822 con la intención de embaucar a las más altas esferas políticas y financieras de Londres. Aseguró que las tierras que había recibido por parte del rey del pueblo de Mosquito, en lo que es actualmente Honduras, eran inmensamente ricas en recursos. Presentándose como príncipe soberano de Poyais, nombró representantes diplomáticos, que incluso fueron recibidos ante la corte de St. James. A cambio de bonos poyasianos, derechos sobre tierras y títulos nobiliarios, MacGregor recibió cientos de miles de libras por parte de inversores fascinados por las historias que contaba sobre aquellas lejanas tierras. MacGregor incluso repartía guías de viajes y mapas en los que aparecía una metrópolis de estilo europeo. Finalmente, los primeros barcos de ilusionados inmigrantes recalaron en el seudoidílico Poyais. Todos desembarcaron en el Nuevo Mundo y descubrieron que Poyais solo era una fétida ciénaga deshabitada. Cientos de visitantes murieron a causa de las infecciones, pero MacGregor consiguió ocultarse de las miradas iracundas viviendo sus últimos días en Venezuela.
Tanta es la pasión que despiertan estas repúblicas diminutas que incluso se han celebrado exposiciones para hacerlas llegar al gran público, como la I Exposición Universal de Micronaciones que acogió el Sónar, en Barcelona, inaugurada el 17 de junio de 2004. En ella, incluso, se organizó una cumbre de jefes de Estado. Cuestionando la categoría de frontera y creando nuevos vínculos entre ciudadanos, a la exposición acudió, entre otros, el Estado de SoS (State of Sabotage), diseñado por el artista Robert Jelinek en la Bienal de Venecia de 1992. Al parecer, este país conecta simbólicamente las ciudades de Linz (Austria), Niza (Francia) y Baldrockistan (Australia). Los visitantes de esta microexposición universal también pudieron adoptar las nacionalidades que más les sedujeran, sometiéndose incluso a un test para saber qué micronación resultaba más apropiada para ellos según sus características para así sentirse un poco menos esclavos de una patria que solo es propia por cuestión de azar: el lugar donde tus padres decidieron alumbrarte e inscribirte en el registro civil.
Más reciente es el congreso celebrado en la Andrews Kreps Gallery de Nueva York, en 2005, al que asistieron representantes de Sealand, Egaland-Vargaland, New Utopia, Atlantium, Frestonia y Fusa. O el congreso celebrado a principios de 2007 en el palacio de París en Tokio.
Una de las micronaciones más divertidas existe exclusivamente en el ámbito de Internet, sin embargo reclama para sí una buena cantidad de tierras, incluidas las de otros planetas del sistema solar, como unas cuantas hectáreas en Marte (aproximadamente 2,9 kilómetros cuadrados de superficie del planeta, en las coordenadas 10-11º S con 220-221º E). Es el Imperio de Aérica (como clara alusión a América), cuya filosofía es «El Imperio existe para facilitar la evolución de la sociedad donde el Imperio es en sí mismo innecesario». Aérica nació en mayo de 1987, y en 2009 su población ya superaba los 400 habitantes, sobre todo a raíz de un artículo publicado en el New York Times. El imperio incluso ha creado una religión nueva que cuenta con 30 seguidores: Silinism, la adoración del Gran Pingüino. La enseñanza primordial de esta religión es que que el humor es sagrado y que para ser feliz hay que aprender a reírse del universo. El calendario está compuesto fundamentalmente de vacaciones (con significado religioso) y niftydays (literalmente, «días ingeniosos»). Estos días son, entre otros, el 2 de enero, Procrastinator’s Day («Día dedicado a la persona que deja para mañana lo que puede hacer hoy»), el 27 de febrero, Oops Day («¡Vaya Día!»); o el 19 de marzo, What the Heck is That Day («Qué Diablos es este Día»).
La mayoría de las micronaciones persiguen un reconocimiento oficial esgrimiendo toda clase de argumentos, desde bíblicos y religiosos hasta políticos o históricos, aunque otros se basan en la experimentación o en la simple y llana pataleta. En la enciclopedia digital Wikipedia existe una clasificación de micronaciones según el propósito original de su fundador:
1. Proyectos de nuevas naciones, sobre todo islas artificiales.
2. Simulaciones sociales, económicas o políticas.
3. Entretenimiento personal o creaciones ególatras.
4. Fantasías o ficciones.
5. Vehículos para la promoción o publicidad.
6. Objetivos fraudulentos.
7. Anomalías históricas.
Un país a gusto de cada consumidor
Las micronaciones empezaron a proliferar y diversificarse entre las décadas de 1960 y 1970. Antes solo encontramos ejemplos aislados, como la ciudad de Llanrwst, al norte de Gales, que fue declarada barrio libre por su príncipe (autoproclamado, claro), ya que su solicitud dirigida a las Naciones Unidas en 1947 al parecer no prosperó. Su lema es «Gales, Inglaterra y Llanrwst»; no muy original, por cierto.
No es hasta 1967 cuando nace una de las micronaciones más famosas del mundo (y también con más peso legal), el principado de Sealand, del que hablo extensamente en el capítulo dedicado a los lugares de ciencia ficción. Un año después, y con peor suerte que Sealand, se formó una plataforma de 400 metros cuadrados en el mar Adriático, la isla de las Rosas. A pesar de que estaba enclavada en aguas internacionales de la ciudad italiana de Rímini y que imprimió sellos y declaró el esperanto como idioma oficial, la Marina italiana la invadió y desmanteló poco después de su formalización. También por esa época el hermano de Ernest Hemingway, Leicester Hemingway, participó en otro proyecto de similares características, pero en una plataforma de madera. Esta micronación, llamada Nueva Atlántida, fue construida en las aguas internacionales de la costa oeste de Jamaica y sus dimensiones eran de 2,60 por 10 metros. Las tormentas tropicales acabaron dañando la estructura, que fue víctima del pillaje por parte de pescadores mexicanos. En 1972, el hombre de negocios de Nevada, Michael Oliver, dirigía operaciones de dragado en los arrecifes de Minerva, un banco situado al sur de las islas Fiyi. Entonces decidió construir una pequeña isla artificial para consolidar un proyecto de país liberal. La isla vecina, Tonga, acabó anexionándosela por la fuerza. En 1977, el bibliófilo Richard George William Pitt Booth declaró reino independiente la ciudad británica de Hay-on-Wye, autodesignándose monarca del mismo: ¿para qué perder el tiempo buscando a una persona adecuada para tan alto cargo? El rey era un cachondo con ciertos aires a Duchamp (el artista que llevó a cabo una exposición con un urinario público entendido como obra de arte), pues su cetro fue un escobilla de baño reciclada. Aún hoy, esta ciudad es un próspero atractivo para turistas con intereses artísticos o literarios, y se siguen vendiendo títulos nobiliarios y honores a cualquiera dispuesto a pagar por ellos. Uno de los más recientes ejemplos de micronación lo encontramos en Alemania. El reino de Kreuzberg fue fundado en 2002 por Christel Göritz y su hijo Rick en un terreno previamente ocupado por una base militar estadounidense, en Zweibrücken. Se autodeclararon reyes, pero no han sido procesados judicialmente por el delito de abuso de títulos porque Alemania abolió el título de «rey» y, por tanto, tal título tiene tantos efectos reales como encasquetarse la corona de cartón que regalan en el Burger King.
Las micronaciones fundadas en Australia merecen un párrafo aparte. Durante los últimos 30 años este país ha visto nacer la mayor concentración de micronaciones del mundo, la mayoría en granjas con muchas hectáreas de terreno. Y es que Australia contiene un enorme espacio vacío, todavía hoy inexplorado en su mayoría, de modo que se presenta a los fundadores de micronaciones al igual que a los especuladores inmobiliarios se les presenta una franja de tierra limpia: irresistiblemente fértil. La primera micronación australiana se remonta a 1970, cuando el príncipe Leonard George Casley declaró su granja propiedad independiente tras una larga disputa por las cuotas de trigo. Su nombre es Hutt River, y hablaré de ella más adelante. Al sur de Australia, en una propiedad rural próxima a Snowtown, otro excéntrico monarca británico, Alex Brackstone, creó la provincia de Bumbunga. Al norte, Paul Robert Neuman, un inmigrante alemán, levantó en 1978 el Estado soberano de Aeterna Lucina en un caserío de Nueva Gales del Sur. En 1979, tras una disputa a causa de los daños originados por una inundación en las granjas en Victoria, Tom Barnes fundó el Estado independiente de Rainbow Creek. Otro conflicto, en este caso relacionado con la ejecución de una hipoteca, llevó en 1993 a George y Stephanie Muirhead, de Rockhampton, Queensland, a segregarse como el principado de Marlborough. En la lejana y enorme isla de Tasmania, un activista antiimpuestos llamado John Charlton Rudge fundó el ducado de Avram.
También han cristalizado un buen puñado de micronaciones cuyo único sentido de su existencia era la simple diversión o entretenimiento, como el Imperio Americano, cuya bandera es una cara feliz, sus ciudadanos tienen saludos tontos y entre su larga lista de conmemoraciones y festejos destaca el Día de la Rápida Reaparición.
En el apartado de micronaciones de implicaciones funestas no puedo pasar por alto la micronación que trató de construirse la secta de los rajneeshes. En un rancho del estado de Oregón, un tal Bhagwan Shree Rajneesh, maestro espiritual hindú, fundó una comuna en la se vivía con arreglo a sus propias leyes. Bhagwan Shree Rajneesh (que más tarde se haría llamar Osho, para facilitar las cosas) era una suerte de gurú que en la década de 1980 alcanzó bastante popularidad en Estados Unidos, incluso entre las clases más pudientes. Tanto es así que acumuló una pequeña fortuna que le permitió dar rienda suelta a sus disparates. Sus enseñanzas promulgaran la pobreza material como forma de elevación espiritual, pero él se hacía fotografiar con toda clase de riquezas y conducía coches Rolls-Royce (llegó a tener 94 y tenía planeado llegar a los 365, uno para cada día del año). Según él, esta ostentación no era para beneficio propio, sino para lanzar provocaciones al materialismo de la sociedad norteamericana. Algo así como organizar un genocidio para reivindicar que se suprima la pena de muerte. Lo sorprendente es que sus seguidores se lo creían. Como también se tragaban todas sus extravagantes enseñanzas sobre el sexo abierto y sin complejos, que convirtieron la comuna en una especie de Sodoma y Gomorra a ojos de las localidades vecinas, que cada vez se mostraban más recelosas de la secta.
Lo que había comenzado siendo una humilde comuna de agricultura orgánica, pues, pasó a convertirse en algo mucho más serio. En tres años de existencia, la comuna ya era de pleno derecho una ciudad, aunque inicialmente el terreno era calificado de rural. Y es que esta seudociudad tenía 7000 habitantes, disponía de su propia policía (la Fuerza de Paz de Rajneeshpuram) y cuerpo de bomberos, restaurantes, centros comerciales, transporte público, depuradora de agua, embalse y hasta su propio aeropuerto, que contaba con una pista de aterrizaje de un kilómetro. Finalmente, a pesar de las protestas de los habitantes de Oregón y de numerosas agrupaciones religiosas, el rancho que habitaba la secta llegó a constituirse como una ciudad independiente en 1982, pasando a llamarse municipio de Rajneeshpuram. Más seguidores de la secta fueron a vivir en una ciudad situada a solo 30 kilómetros del rancho, Antelope, que aumentó drásticamente su censo a causa de la invasión de rajneeshes. Tras unas elecciones en Antelope, el nombre de Antelope fue sustituido por el de Rajneesh, ya que los rajneeshes habían ganado por 57 votos a favor frente a los 22 en contra: los autóctonos eran minoría. Para evitar esta expansión religiosa, el estado de Oregón presentó una demanda en 1983 contra la constitución de Rajneeshpuram como ciudad. Los rajneeshes, entonces, contraatacaron con un plan para hacerse con el control político de todo el condado de Wasco, de unos 20.000 habitantes. Para ello necesitaban conseguir dos de los tres asientos en el tribunal del condado y la oficina del sheriff.
El plan era tan maquiavélico que nadie daba crédito a lo que estaban presenciando. Ni siquiera en una película de serie B hubiera sonado verosímil. La primera etapa del plan consistía en importar a miles de personas hasta Rajneeshpuram para inflar el censo electoral artificialmente con nuevos votantes partidarios de la secta. Para convencer a tanta gente de algo tan descabellado, se les ocurrió lo que ellos llamaron Programa Share--a-home («Compartir un Hogar»), que hacía un llamamiento a los vagabundos para que se mudasen a la comuna, donde se les prometía una vivienda y comida sin necesidad de trabajar por ello. El programa no pudo llevarse a cabo porque, en el último momento, el condado de Wasco impugnó este método, ya que los nuevos votantes no eran naturales del lugar.
Lejos de rendirse, la secta optó por métodos más expeditivos. Ya que no podían aumentar su población, reducirían la población de los contrarios a sus ideas. El 24 de septiembre de 1984, 150 personas enfermaron súbitamente de gastroenteritis aguda. Poco después, los casos se elevaron hasta 751. Todos los enfermos, independientemente de su edad, tenían los mismos síntomas: vómitos, diarreas, náuseas, fiebre, dolores de cabeza, etcétera. Tal como habían revelado los análisis de laboratorio, todos habían sido víctimas de la Salmonella enterica typhimurium. Lo cierto es que no se pudo implicar a los seguidores de Osho como los responsables de esa epidemia, pero la mera sospecha provocó que los habitantes del condado de Wasco se lanzaran en masa, obteniendo la mayor participación electoral conocida, únicamente para evitar que los rajneeshes obtuvieran alguno de los puestos a los que aspiraban. Lo consiguieron, pero los habitantes de Wasco todavía no respiraban aliviados: ahora la paranoia se había apoderado de todos ellos y creían que, como venganza, la secta efectuaría algún otro envenenamiento todavía más peligroso, quizá contaminando el suministro de agua con algún veneno mortal. El congresista James H. Weaver alimentó esta paranoia desconfiando públicamente de la versión oficial de los hechos.
Finalmente, se descubrió que la secta disponía de instalaciones de producción de agentes bacteriológicos a gran escala, donde también se hallaron manuales para la fabricación de explosivos y guerra biológica, así como los detalles de un plan para asesinar al fiscal del estado. Lo que verdaderamente sobrecogió a la población fue el hallazgo de muestras de salmonela en el laboratorio de la secta que coincidían con los del brote que había afectado a los restaurantes locales. Los rajneeshes llamaban «la salsa» a este líquido ligeramente marrón contaminado de salmonela que se habían dedicado a repartir en diferentes lugares, sobre todo en los bufés de ensaladas de 10 restaurantes de The Dalles, la sede del condado.
Osho, sin embargo, salió impune del ataque de salmonelosis y solo fue declarado culpable de infringir leyes de inmigración, por las que fue condenado a una multa de 400.000 dólares y deportado de Estados Unidos. Otros miembros de la secta sí que fueron condenados a penas de cárcel, la más larga de las cuales fue de 20 años. Pero la mayoría de los seguidores de Osho, presuntamente, no estaban al corriente de estos tejemanejes delictivos. El rancho donde estaba ubicada la micronación sectaria de Osho fue desmantelado y vendido en 1985 por el estado de Oregón a la organización cristiana Young Life.
Osho murió a la edad de 58 años debido a una insuficiencia cardiaca. En su epitafio se puede leer: «Osho, nunca nacido, nunca muerto. Únicamente visitó este planeta Tierra entre el 11 de diciembre de 1931 y el 19 de enero de 1990». Su legado continúa en manos de muchos de sus seguidores repartidos por todo el mundo, aunque inspirándose solo en las partes menos controvertidas de su filosofía. Muchos de los 650 libros atribuidos a Osho se han convertido en bestsellers y se han traducido a 55 idiomas.
Como veis, cualquiera al que le apetezca puede construirse su propio país e incluso reinarlo. Otra cosa bien distinta es que vuestro reino sea reconocido oficialmente y que su esperanza de vida logre ser superior a la de una mosca de la especie cachipolla (mosca con nombre vagamente obsceno que solo vive 24 horas, la mitad de las cuales las emplea en reproducirse, como no podría ser de otra forma). Por eso os recomiendo que si tenéis interés en crear vuestro propio reino lo hagáis en un terreno más seguro: Internet. El mayor obstáculo de poseer un país virtual es que solo existe electrónicamente, pero a la vez constituye la forma más eficaz de esquivar a aquellos que se empeñan en obligaros a renunciar a vuestros deseos. Son las llamadas cibernaciones. Su tamaño es diminuto, apenas unos milímetros del disco duro de un ordenador. Pero sus fronteras virtuales pueden llegar a ser infinitas. Además, sirven muy bien para establecer simulaciones de tareas diplomáticas, gestionar elecciones y Parlamentos simulados o incluso disputar guerras simuladas.
Algunas de las cibernaciones más populares son el microestado virtual de Xliperia, que posee un producto interior bruto (PIB) de 450 ecus. Su moneda oficial equivale a 0,75 euros. Para quienes busquen un lugar digital con aires más tradicionales, les recomiendo el principado de Nivent, que tiene como príncipe a un tal Louis II. Está situado al suroeste de Perpiñán, Francia, y posee una población estimada en 26.000 habitantes. Su extensión, sin embargo, solo es de un kilómetro cuadrado. Al parecer, su Constitución guarda ciertas semejanzas con la española. Si la monarquía no es lo vuestro y preferís un sistema de gobierno más progresista, entonces nada mejor que la micronación republicana socialista comunista con sufragio universal más democrática que podáis imaginar: la República de Cosalandia. No es pitorreo, se llama así. Tiene un censo un poco escaso: solo 23 habitantes, incluidos el presidente, el vicepresidente y varios ministros que ejercen diversas funciones. Vamos, que casi todos los habitantes de Cosalandia ejercen algún cargo gubernamental. Además, desde hace tiempo están aliados con la República de Waterland, otra micronación situada en el territorio de las Guayanas (Surinam, Guayana Francesa y parte de Venezuela y Brasil), cuyo sistema político también es republicano, presidencialista y federal. Su lengua oficial es el español, su presidenta se llama René Renoir y, como sucede con Cosalandia, posee una densidad demográfica propia de un mundo posnuclear: solo 25 habitantes. Pero, para micronaciones con pocos habitantes, el teocrático y egocéntrico Sacro Imperio Unipersonalísimo de V. Su único habitante ostenta el cargo de emperador, jefe de Estado y Gobierno, cabeza visible de la Iglesia y administrador de justicia. Una dictadura en la que solo es víctima su propio dictador, como debe ser.
Un país en tu propia casa
Si lo queréis todavía más fácil, entonces podéis intentar lo que Danny Wallace casi obtuvo recientemente: que se le reconociera como nación su propio piso al este de Londres, al que quería llamar Lovely. La hazaña fue retransmitida por la BBC en agosto de 2005 en cinco episodios bajo el título de Cómo empezar tu propio país. Danny Wallace es un joven periodista inglés al que le gusta llevar hasta las últimas consecuencias sus ideas y teorías. Por ejemplo, tras romper con su novia, decidió llevar a cabo un modo de vida radicalmente distinto al que hasta entonces había llevado, optando por aceptar y decir que sí a todas las sugerencias, peticiones e invitaciones que le salieran al paso. Daba igual que estas fuesen interesantes o aburridas, positivas o negativas, su premisa partía de la idea de que si lo aceptaba todo, a la larga, su vida mejoraría, viviría más intensamente, aprendería más cosas, descubriría aspectos del mundo que de ninguna otra manera hubiera descubierto. Durante un año siguió a rajatabla esta filosofía. Según afirma el propio Wallace: «Compré un coche solo porque me dijeron: “No estás interesado en él, ¿o sí?”; fui a ver una banda llamada General Onion and his Shoking y volé a Singapur en un fin de semana». Toda su experiencia la recogió en un libro titulado Yes Man, que hace poco ha sido adaptado a la pantalla grande en una película protagonizada por el histriónico Jim Carrey: Di que sí. Wallace también fue fundador de una especie de culto dedicado a la bondad, en el que ha convencido a un buen puñado de ciudadanos estadounidenses para que hagan un acto bondadoso cada viernes, un acto que, preferiblemente, debe beneficiar a un desconocido. También escribió otro libro sobre ello: Join Me. Una de sus últimas aportaciones al mundo de la televisión, en la que también está acostumbrado a crear programas y reportajes de similar calado, ha sido la de crear su propio país en casa. El programa para la BBC de Wallace fue ganador de varios Premios BAFTA, y en él declara su apartamento en el East End de Londres un Estado independiente, con su propia bandera y su propia Constitución, y hasta declara la guerra al Reino Unido.
¿Recordáis el anuncio para la televisión de la famosa empresa de muebles Ikea, el de «Bienvenidos a la República Independiente de tu Casa»? Wallace pareció tomárselo muy en serio. Y muchos televidentes también: cuenta con más de 50.000 ciudadanos (que no viven en el piso con él, imagino). Tal vez tal respuesta ciudadana fue también una crítica al tamaño de las viviendas británicas. Porque el país europeo que posee los hogares más pequeños (y también las habitaciones más pequeñas) es Gran Bretaña. Según reflejó un estudio de la Comisión para la Arquitectura y el Entorno Construido (CABE, por sus siglas en inglés), el tamaño medio de una habitación en una vivienda nueva en Francia es de 26,9 metros cuadrados; el equivalente británico es de 15,8 metros cuadrados. De superficie construida total, la media británica para la vivienda nueva es de 66 metros cuadrados, un tamaño misérrimo si lo comparamos con Irlanda (88), España (97), Francia (113) o Dinamarca (137). Fuera de Europa, las comparaciones aún son más gravosas para Gran Bretaña: Australia (206) y Estados Unidos (214).
Otro personaje que, al igual que Wallace, también se tomó muy en serio su propia habitación fue un viajero que no necesitó salir de ella para cubrir grandes distancias: Xavier de Maistre, en su Viaje alrededor de mi cuarto, escribió una crónica de lo que allí vio, porque una habitación puede llegar a ser tan apasionante como todo un universo. Bajo la máxima del filósofo Blaise Pascal («Toda la desgracia de los hombres procede de una sola cosa, que es no saber permanecer en reposo en una habitación»), De Maistre se pone un pijama rosa o azul, según el día, para viajar al sofá, admirando la elegancia de sus patas y tirando del hilo de la memoria para evocar tantos y tantos momentos allí recostado, disfrutando de los cojines, invadido por toda clase de ensoñaciones. Desde el sofá contemplará la cama, agradeciendo que las sábanas combinen tan bien con sus pijamas: «Se me había olvidado, hablando de mi lecho, aconsejar a todo el que pueda hacerlo, tener un lecho de color rosa y blanco, pues estos colores inducen ensueños apacibles y placenteros en aquel que tiene un sueño frágil». Esta modalidad de turismo puede pareceros un tanto estrambótica, pero De Maistre tenía sólidas razones para viajar de esta forma
No es extraño que este autor, nacido en Chambéry, Francia, en 1763, optara por viajar solo por su habitación si tenemos en cuenta sus fracasos a la hora de intentarlo fuera de ella. Alentado por los triunfos de Étienne Montgolfier, que había alcanzado la fama internacional al hacer volar un globo durante ocho minutos en el palacio real de Versalles, transportando a bordo una oveja llamada Montauciel («Sube al Cielo»), un pato y un gallo, De Maistre proyectó volar hasta América mediante un par de alas gigantes de papel y alambre que se había confeccionado junto a un amigo. Obviamente, el intento fue infructuoso. Poco después, De Maistre se rindió a la evidencia: lo suyo no era inventar objetos voladores. Así que se limitó a reservar una plaza en un globo de aire caliente para dar una vuelta por los alrededores de su hogar. Al poco de elevar el vuelo, sin embargo, el globo se estrelló en un pinar. Finalmente, en 1790, cuando vivía en una modesta habitación situada en Turín, De Maistre se lanzó a un tipo de viaje que sin duda no le supondría tantos riesgos.
De algún modo, De Maistre cultivaba un tipo de viaje que era diametralmente opuesto al planteado por la tradición francesa de la flânerie (literalmente, «paseo»), que hace referencia a una actitud vital y que originó un subgénero literario que desarrollaron autores como Rabelais, Loti o Baudelaire. Este último la definió como la capacidad de «estar fuera de casa, y sin embargo sentirse en todas partes como en casa».
Un antinomadismo que desdeñaba la filosofía de vida de los indios tupís de Brasil, que cada seis meses cambiaban el emplazamiento de su pueblo porque sus habitantes creían que un cambio de escenario les haría mejores.
Xavier de Maistre incluso se atrevió a escribir un segundo volumen de sus viajes por la habitación titulado Expedición nocturna alrededor de mi cuarto, en la que se acercaba a la ventana y focalizaba su atención en un firmamento lleno de estrellas. Y es que viajar por las limitadas geografías de una habitación, a la manera demaistreniana, no puede sonar tan mal si tenemos en cuenta la anécdota que se produjo con el encuentro del vicepresidente estadounidense Richard Nixon y el líder soviético en julio de 1959: Richard Nixon viajó a Moscú para inaugurar una exposición que era un escaparate de los logros tecnológicos y materiales de su país; la exposición orbitaba alrededor de una réplica a tamaño natural de la casa del trabajador medio norteamericano (enmoquetada, con televisión en el salón, cuarto de baño propio en dos de los dormitorios, calefacción central y cocina con lavadora, secadora y nevera). La prensa soviética, indignada ante aquella propaganda capitalista, afirmó que una casa así era un lujo innecesario, bautizándola con el irónico nombre de «Taj Mahal». Algo que también se tomó muy en serio Oceane, la joven diseñadora gráfica protagonista de la novela de Tibor Fischer Viaje al fondo de la habitación, que decide no salir jamás de su casa y viajar solo de puertas adentro.
De Maistre incluso podría haber escrito más libros sobre los confines de su domicilio si hubiese atesorado mayores conocimientos científicos. Que se lo digan a una ecologista llamada Jennifer Owen, que en 1972 empezó a tomar nota de toda la vida que encontraba en el jardín de su casa, en Humberstone, un barrio de Leicester. Contó 422 especies vegetales y 1757 especies animales, entre ellas 533 especies de la avispa parasitaria Ichneumon, una especie que en su día hizo refrendar su ateísmo a Charles Darwin: «Soy incapaz de creer que un Dios benévolo y omnipotente haya creado intencionadamente a los Ichneumonidae con la intención expresa de que se alimenten de los cuerpos con vida de las orugas». Cuatro de las especies de avispa halladas eran ignoradas aún por la ciencia. No es una cifra tan extraña si tenemos en cuenta que en una fecha muy cercana, 2010, el Museo de Historia Natural de Londres, que alberga 28 millones de ejemplares de insectos, descubrió una nueva especie de insecto precisamente en los jardines del propio museo. Jennifer Owen, naturalmente, también escribió un libro sobre su fascinante viaje por el jardín de su casa.
Tal vez inspirado por estas gestas, un chico estadounidense de 14 años llamado Robert Ben Madison, residente en Milwaukee, fundó una micronación en su propia habitación, allá por 1979. Lo llamó reino de Talossa (que significa «dentro de la casa» en finés). El lema nacional de Talossa es «La habitación de un hombre es su reino». Ben reclama para su país parte de Milwaukee, la isla francesa de Cézembre y un pedazo de la Antártida.
Sin embargo, hay naciones como Lovely o Talossa que no tienen nada de reino para algunos. Más bien funcionan como cárceles autoimpuestas. Como esos adolescentes asiáticos, los llamados hikinomoris, que, vencidos por la presión social y académica, optan por encerrarse motu proprio durante meses o años en sus respectivas habitaciones. Un autoencarcelamiento o una modalidad de eremitismo exclusivo de la cultura nipona en el que el mundo se reduce a las dimensiones manejables de cuatro paredes, y que según cifras actuales ya tiene un número de acólitos que oscila entre los 300.000 y 1.000.000.
Es necesario en este punto cantar aquella canción de Björk, Declare Independence: «Comienza tu propia modernidad / Haz tu propio sello / Protege tu lengua / Haz tu propia bandera / ¡Declara la independencia!».
Para más información a fin de seguir estos pasos preliminares, os recomiendo la web Escape Artist (www.escapeartist.com), que Timothy Ferris alaba elocuentemente en su libro La semana laboral de 4 horas.
Micronaciones con sabor español
La micronación celtíbera más destacada es la República Senatorial de Timeria, formada por un grupo de españoles que pretenden regirse mediante la propiedad privada y sus terrenos adquiridos. Fue en febrero de 2003 cuando un grupo de 12 individuos, basándose en las experiencias de un multimillonario de Nevada, fundó Timeria. No tienen aspiraciones separatistas ni independentistas y aceptan funcionar plenamente integrados en territorio español, así que nadie se ponga nervioso. Respetan las leyes españolas, pero aspiran a regirse por un sistema de gobierno propio. Desde 2005, Timeria está constituida por ciudadanos (70 en total) que habitaron poblaciones abandonadas del sur de Cartagena, convirtiéndose así, junto a Sealand y la République du Saugeais, en la tercera micronación de Europa que dispone de un territorio que se puede ver y tocar. El territorio está situado en la costa sureste de España; limita al norte con la Unión de Micronaciones Helenísticas, y al oeste con Sarre. La mayoría del territorio es escarpado y montañoso, excepto la capital, que es completamente arenosa; y se divide administrativamente en regiones y provincias, que también tienen su propio Gobierno. Están comunicados con carreteras hacia Murcia, Cartagena, Alicante y Almería. No tiene Policía Micronacional porque cada territorio dispone de sus propias fuerzas de seguridad. Una visita aérea nos revelaría que Timeria tiene varias edificaciones: su propio Senado, la Casa del Pueblo y 20 viviendas para instalar a todos los residentes de Hermenépolis (más tarde se aumentó el número de edificios empleando ladrillos de fabricación casera, surgidos del barro que se extraía de la orilla de la playa). También distinguiríamos pozos de agua, cableados para telégrafos y unos huertos para producir unos pocos alimentos; incluso han logrado comerciar con ellos, ofreciendo tomates y agua a un precio inferior al de los comerciantes de las ciudades más cercanas. Para viajar emplean barcos, así se ahorran el combustible de los vehículos de motor.
Su lema es «Libertad e igualdad»; su himno, la marcha militar número 1 de Wagner. Su capital se llama Hermenépolis. Su forma de gobierno es la república senatorial. Su presidente, Wiew Wers. Rigiéndose por la cuarta Constitución de la República, en Timeria el presidente es elegido por un periodo de seis meses para que el poder no se le suba a la cabeza.
A nivel cultural, en Timeria también encontraremos la Biblioteca de Hermenépolis, que tiene un fondo bibliográfico de más de 50 tomos para difundir la cultura timeria; además dispone de ocho ordenadores de uso público y gratuito. Algunas de las obras más importantes escritas por ciudadanos timerios son: El micronacionalismo como concepto de lucha política en el siglo XXI, de Guillermo Negro (2004); El Estado digital, de Abraham Jasbleidy (2007); Economía y política en una micronación estable, de Wiew Wers (2007); El Estado híbrido, de Abraham Jasbleidy (2007).
El acontecimiento más curioso sucedido en Timeria fue el estallido de una guerra civil. Pero ¿cómo se desarrolla una guerra en una micronación habitada por un puñado de hombres y mujeres que han adquirido tierras y propiedades para regirse por su propio gobierno? Luis García Berlanga podría rodar una película que explicaría mejor que yo los hechos. Al parecer, el conflicto se produjo al poco de fundarse Timeria. El ciudadano que había comprado los primeros territorios se negó a celebrar elecciones y se autoproclamó rey bajo el nombre de Hermenegildo I, que gobernaba caprichosamente su reino. Cuando el rey empezó a usar los presupuestos recaudados para sus propios fines, dejando sin abastecimiento al resto de los 22 ciudadanos de Hermenépolis, un grupo de rebeldes, liderados por Guillermo Negro y Wiew Wers, se lanzó a la batalla. En esta guerra civil no había ni armas de fuego ni uniformes. El 12 de abril de 2003, la casa de Hermenegildo I fue invadida por los insurrectos armados con piedras y algunas armas caseras, obligándole a abdicar y a entregar todas sus posesiones al Gobierno de la recién fundada República de Timeria. Dos días después de la revolución ya se celebraban las primeras elecciones democráticas, y los seis guerreros que habían permanecido en la cumbre de la montaña donde estaba situado el hogar del rey capitularon de manera incondicional.
Timeria ha pasado últimamente por serios problemas económicos. Las empresas que se iban instalando en el territorio acababan cerrando, y la escasa densidad demográfica no ayudaba. Y, aunque como idea utópica, muchos vecinos de Cartagena, sobre todo jóvenes, se sentían inspirados por Timeria y trataron por todos los medios de que saliera adelante, las continuas trabas que imponía el Gobierno español de entonces, el Partido Socialista, para que Timeria prosperara provocó que muchos optaran por fundar sus propias micronaciones. Es el caso del empresario Indalecio Fuentes Sierra, que acabó siendo conocido por el sobrenombre de Rummel, muy propio para gurús o alienígenas venidos en son de paz. Rummel se estableció justo enfrente de los territorios de la ciudad física de Hermenépolis, donde levantó la micronación del Imperio de La Roca, que dispone de edificios de mayor calidad que los de adobe de Timeria. Además, Rummel también se dedica a celebrar continuos festejos dionisíacos donde ofrece alcohol y otros productos a invitados (de nuevo hay que invocar una película dirigida por Berlanga). Y como la fiesta tira mucho entre los españoles, es lógico que el Imperio de la Roca goce de mayor popularidad y que incluso algunos de los ciudadanos timerios hayan aparcado sus ideales originarios para mudarse a esta micronación mucho más divertida. A pesar de todo, Timeria, a base de tenacidad, salió vencedora de esta especie de competición que consistía en atraer la atención de la gente. La Roca fue derrotada. Rummel volvió a intentar fundar otra micronación rival, el Imperio de Sarre, pero corrió peor suerte que La Roca.
Lamentablemente, en septiembre de 2011 hubo un duro golpe contra la biodiversidad micronacional: Timeria dejó de existir. Lástima, porque su plato típico era el pan con tomate y aceite de oliva; solo por eso valía la pena la visita.
Como forma de simulación social, económica y política, también nació Nova España, una micronación que intenta seguir a rajatabla el estilo de vida español durante la edad colonial, cuando el imperio dominaba el Mediterráneo. Incluso tienen monarquía absoluta e izan la bandera de Borgoña. Bajo la misma premisa existía el reino de Riboalte, que fue fundado en 1999 y tenía el español y el catalán como lenguas oficiales; con presencia virtual en Europa y dos islas pequeñas al norte de África, el reino de Riboalte se regía por una monarquía constitucional, pero en 2007 dejó de existir.
Con más sentido del humor que verdadero interés geopolítico, en la población barcelonesa de Sant Cugat del Vallés se encuentra Cal Sebas, un miniestado con varios años de antigüedad cuya existencia orbita alrededor de los torneos de futbolín que se disputan entre sus ciudadanos. Con más años a sus espaldas, en Madrid funciona Tribu Tatúa, formada por un grupo de amigos en los años 80. Poseen bandera, escudo e himno (Niña, si estás sola). Entre 1985 y 1992, organizó seis olimpiadas, y en honor a su historia se han compuesto nada menos que 62 canciones.
O con más mordiente encontramos la república de Perejil-Leyla, que se fundó a raíz del conflicto diplomático que supuso la intervención española en la isla de Perejil. En la actualidad, tras haber sufrido toda clase de conflictos armados, goza de una tranquila y pacífica democracia parlamentaria republicana.
Como veis, cualquier cosa es posible, incluso la recreación con todo lujo de detalles de algún lugar que solo existe en las novelas. No sería extraño, pues, que cualquier día nos topásemos de verdad con Gondur, la república de ubicación ignota inventada por Mark Twain en su libro de 1875 The Curious Republic of Gondour, en la que se practica una peculiar forma de democracia: todos los ciudadanos tienen derecho a un voto, pero quienes tengan una buena educación primaria tienen derecho a dos votos; la educación secundaria da cuatro votos; la educación universitaria proporciona nueve. Bajo esta estructura, el saber y el conocimiento se convierten en algo importante, y las personas cultas ejercen más influencia que cualquier otro grupo social. Un hombre con derecho a un voto, por ejemplo, saludará con gran respeto a alguien con derecho a tres. Y las escuelas, como podéis imaginar, están siempre llenas.
Micronaciones casi legales: Hutt River
La mayoría de las micronaciones no dejan de ser endebles construcciones mentales, efímeras, casi fantasías en las que solo creen sus fundadores y un puñado de seguidores con las alforjas llenas de estusiasmo. Pero hay otras que, después de retorcer las interpretaciones de una ley, colarse por las fisuras legales o alojarse en algún vacío histórico, acaban alcanzando una categoría casi legal a todos los efectos. Estas micronaciones están localizadas en territorios reales, tienen actividades económicas que fundamentalmente nacen del turismo y las ventas de souvenirs o de sellos, monedas o títulos nobiliarios. Aparte de Sealand, de la que ya hemos hablado, la otra micronación por antonomasia es el principado de Hutt River.
Antiguamente, el principado de Hutt River solo era una anodina granja en el oeste de Australia regentada por Leonard Casley. Ahora, su extensión de 75 kilómetros cuadrados posee viviendas, locales, edificios oficiales, servicio postal y hasta su propia iglesia, y Leonard Casley ha pasado de ser granjero a príncipe. Desde 1970 se independizó de Australia a causa de su imposición de una cuota de producción agrícola que destruyó la economía de la región. Desde entonces, su población ha ido creciendo (10.000 ciudadanos en el censo de 2008, contando los extranjeros nacionalizados) y habita realmente un territorio físico. A efectos prácticos, es un nuevo país, aunque no figure en los mapas políticos y todavía no goce de pleno reconocimiento oficial.
Las botellas siempre han estado íntimamente ligadas al mar, y no solo por el hecho de que fueran usadas por románticos para lanzar mensajes en su interior. Ya en 310 a. C., el filósofo griego Teofrasto fue el primero en usar este sistema epistolar algo inseguro con el que pretendía demostrar que el mar Mediterráneo se nutría en gran parte del aporte de las aguas que entraban del océano Atlántico. En el siglo XVI, la reina Isabel I de Inglaterra instauró el cargo de descorchador oficial de botellas marítimas, pues eran muchas las botellas con mensajes que los capitanes de la flota naval soltaban en el canal de la Mancha para informar de movimientos de barcos enemigos. El sistema puede ser realmente lento, como demuestra una botella aparecida en 2006 en la costa inglesa que contenía un mensaje escrito en 1914. Pero a veces puede resultar una romántica forma de encontrar a la media naranja, como ocurría en la empalagosa película protagonizada por Kevin Costner Mensaje en una botella: en el museo abierto en Termoli, Italia, que exhibe decenas de mensajes hallados en botellas, descubriréis que la mayoría de ellos tienen un cariz amoroso.
Pero las botellas (con mensaje o no) pueden tener otras funciones más interesantes. Las botellas de vidrio, por ejemplo, son las que generan una clase de tesoros que, lamentablemente, están desapareciendo. Cuando de pequeño buceaba en el mar, era aficionado a rebuscar en el fondo marino para recolectar conchas o piedras especialmente raras, como si fuera Lee Marvin en La leyenda de la ciudad sin nombre, quien buscaba pepitas de oro de forma tradicional con una entereza a prueba de bombas. Pero sin duda, el objeto más preciado que podía encontrar en la playa eran las esmeraldas. Unas gemas verdes, traslúcidas, que parecían proceder del cofre de algún pirata. Cuando se secaban, estas gemas perdían su luz, pero al mojarse de nuevo, como las piedras shankara de Indiana Jones, entonces se volvían traslúcidas y mágicas. Tan especiales eran estas piedras que constituían la mercancía favorita para comerciar en los tenderetes que de niño poníamos en el paseo marítimo. Sobre una caja de frutas vacía o sobre una silla, situábamos una toalla que exponía toda clase de objetos que habían sido confeccionados con materia prima de la zona: collares de conchas, por ejemplo. O incluso uno podía exponer juguetes de segunda mano o hasta refrescos caseros hechos con polvos Tang, que servíamos en jarra. Pero el tesoro que se vendía por sí solo, sin necesidad de adornarlo de ninguna forma, consistía en estas esmeraldas de diferentes tamaños y formas que los paseantes (otros niños, mayormente) adquirían a precios que oscilaban entre las cinco y las 50 pesetas, según el calibre de la pieza.
Estas piedras se están agotando debido al éxito del reciclaje y a la extensión del uso del plástico en la industria, pues las esmeraldas no dejan de ser fragmentos de vidrio de una botella rota de color verde que, a causa de la erosión del mar, la arena y la sal, ofrecen un pulimento y unos cantos rodados propios de las piedras preciosas. Tal como explica National Geographic, los buscadores de cristales marinos tienen una especie de código de conducta según el cual si encuentras un trozo de vidrio que todavía presenta aristas debes volver a dejarlo donde estaba para que el mar acabe su trabajo. Algo así como sucede (o debería suceder) con los pescadores cuando se topan con un pez pequeño: pezqueñines, no, gracias, tal como rezaba aquel anuncio de la televisión. Y es que Richard LaMotte, autor del libro Pure Sea Glass y poseedor de una colección de más 3000 piezas, asegura que el mar tarda alrededor de diez años en pulir y redondear las aristas de un vidrio y entre 20 y 30 años en dejarlo completamente liso. Aunque no es extraño que algunos de estos tesoros sean fragmentos de, por ejemplo, botellas de cerveza fabricadas a finales del siglo XIX: en ellos todavía pueden leerse inscripciones sobre la marca o el contenido. «En muchas playas ya no volverán a encontrarse», explica Mary Beth Beuke, presidenta de la North American Sea Glass Association, quien asegura que los vidrios que aún quedan en algunas costas están tan erosionados y son tan pequeños que ya no vale la pena recogerlos. «Hemos llegado al final del escaparate del vidrio marino.» La basura que lanzamos indiscriminadamente al mar y que el mar nos devuelve en forma de pequeños tesoros con los que luego comerciar cada vez es más escasa.
Aunque solo he mencionado las esmeraldas. También es frecuente encontrar otro tipo de piedras preciosas surgidas de botellas de vidrio de otros colores. Las de color blanco, que alguna vez fueron transparentes, son las más abundantes. Y las rojas (rubíes) y anaranjadas, las más raras. Los orígenes de estas gemas preciosas pueden ser tan diversos como botellas, canicas, lámparas, vidrio común, faros de un coche y demás. Bisutería natural que serviría perfectamente para una empresa de marroquinería. Las alternativas del océano al cristal de Swarovski. A mi juicio, piedras preciosas mucho más valiosas que las que todo el mundo adquiere en las joyerías. Y yo las coleccionaba con un esmero similar con el que Oscar Wilde describe en El retrato de Dorian Grey el trasiego de piedras convencionales, como el rubí, el zafiro o los topacios.
Es una lástima que el resto de la basura no sea transformado por el mar en objetos igualmente preciosos, como los que el equipo de Jean-Michel Cousteau encontró en julio de 2003 mientras rodaban un documental sobre las islas hawaianas: en las playas de la isla de Laysan, en mitad del Pacífico, a miles de kilómetros de cualquier lugar habitado, las lenguas de mar habían dejado un interminable reguero de encendedores, restos de ordenadores, botellas de plástico, cepillos de dientes, pelotas de golf y otros objetos procedentes de 52 países, como una excavación arqueológica de multicultural basura. Algunos restos de esta basura correspondían a cosas que ni siquiera habían sido fabricadas desde 1960. También había muchos cadáveres de albatros, pues habían confundido los pequeños objetos de plástico con peces de colores y los habían capturado y regurgitado sobre los picos de sus crías, incrementando la mortandad de su prole: en las entrañas de estos cadáveres aún podréis encontrar más y más objetos cotidianos que parecen anacrónicos en un lugar tan paradisíaco.
Como pequeño alivio os puedo contar que no todos los objetos caídos al mar sirven solo para ensuciarlo. Algunos han dado un buen servicio. Por ejemplo, los 29.000 juguetes de plástico para bañera comercializados por la empresa The First Years ICC, en su mayoría patitos de goma. En 1992, un buque de carga que había zarpado de Hong Kong con este cargamento rumbo a América se averió en mitad del océano Pacífico. Debido a los balanceos violentos del buque, algunos de los contenedores de estos juguetes se soltaron de sus amarres y se precipitaron al mar. Uno de los contenedores se abrió y vertió este ejército de juguetes flotantes. ¡Más basura antiecológica! Es lo que habréis pensado. Pero la realidad fue otra: gracias a estos patitos de goma, además de alimentarse el afán coleccionista de mucha gente, también se ha ayudado a la ciencia, como si los patitos de goma fueran cobayas improvisadas.
Las corrientes marinas desplazaron todos estos patitos de goma, castores rojos, ranas verdes y tortugas azules en una travesía de miles de kilómetros que duró 11 años. A medida que los juguetes han ido apareciendo en diferentes playas, los científicos han podido estudiar cómo funcionan las corrientes marinas de una forma nueva y eficaz. Para el control de las corrientes oceánicas los oceanógrafos emplean aparatos más sofisticados, como las boyas con dispositivos de rastreo por satélite. Pero estas son muy caras (hasta 1650 euros cada una) y por ello solo pueden desplegar unos cientos de ellas en un lugar al mismo tiempo. Al disponer de tantos objetos flotantes iguales, y gracias al informe de todas las playas donde la gente los encuentra, los estudios han sido mucho más precisos que nunca gracias a los patitos. Tanto es así que ahora los expertos sabrán cómo conservar mejor las reservas de pescado y también se comprenderán algunos efectos aún desconocidos del calentamiento de la Tierra. Blanqueados por el sol y el agua de mar, los patos y castores se han decolorado hasta volverse blancos, pero las tortugas y ranas han mantenido sus colores originales. Se han escrito dos libros infantiles sobre los patos, y los juguetes han alcanzado tal relevancia que ahora, como si fueran monedas o sellos, se subastan a precios desorbitados. Si os estáis bañando en la playa y os topáis con uno de estos patitos de juguete, será como si hubierais encontrado un doblón de oro del cargamento de un barco español.
El oceanógrafo Curtis Ebbesmeyer les ha seguido la pista por el Polo Norte y el Atlántico, y asegura que algunos llegarán a España, así que estad atentos. Y si no son patitos de goma lo que encontráis, tampoco desesperéis: se calcula que cada año se pierden entre 2000 y 10.000 contenedores de buques mercantes, y muchos de sus objetos son actualmente también objeto de estudio: 100.000 globos, 34.000 guantes de hockey del carguero Hyundai Seattle, cinco millones de piezas de Lego pertenecientes al carguero Tokyo Express, 33.000 zapatillas Nike que cayeron cerca de las costas de California, 20.000 sandalias que cayeron cerca de las costas de Hawái, 50.000 latas de cerveza que cayeron al Pacífico de un carguero chino…
Un tinglado hecho de botellas
Las botellas de plástico son un verdadero problema medioambiental, pero pueden servir para algo más que ensuciar las playas o generar estudios sobre las corrientes marinas.
Algunas personas que aspiran a vivir a su aire ni siquiera se plantean fundar una micronación, aunque sea en el interior de su propia casa. Entendiendo que al apropiarse de cualquier territorio pueden entrar en conflicto con un Gobierno, deciden hacerse su propio territorio sin ínfulas soberanas, solo por el simple placer de pisar algo que has construido tú mismo. Pero construir una isla artificial solo está al alcance de empresarios y millonarios, así que lo mejor es adquirir un buen puñado de botellas de agua. No estoy sugiriendo que regando la tierra con dicha agua vaya a nacer algún tipo de reino en pocos minutos; pero las botellas, una vez vaciadas, flotan. Y si unes muchas botellas, ya tienes una superficie plana por donde pisar.
Esta idea la ha llevado hasta sus últimas consecuencias Richard Sowa.
A este personaje no le importa si el agua embotellada es saludable o no. A juzgar por sus aires hippies y su sintonía con la madre naturaleza, sospecho que Richard Sowa está al corriente de los muchos perjuicios medioambientales que originan. Las botellas de agua producen solo en Estados Unidos un total de 1,5 millones de toneladas de desperdicios de plástico; un plástico que ha requerido 178 millones de litros de petróleo para ser fabricado. El plástico no es biodegradable, tardará cientos o miles de años en desaparecer. Y por si esto fuera poco, algunas aguas embotelladas ni siquiera son minerales, sino filtradas, como Aquafina de Pepsi o Dasani de Coca-Cola. El petróleo y el agua embotellada pronto rivalizarán por ser la mercancía cuyo comercio genera más dinero en el mundo; no en vano, el empresario multimillonario estadounidense Thomas Boone Pickens, que forjó su fortuna en las explotaciones petroleras de Texas, ahora, con más de 80 años a sus espaldas, ha visto dónde está el verdadero negocio: comprar reservas de agua para luego embotellarla y venderla a precio de oro. Porque el agua embotellada, además, ya forma parte del estilo de vida más cool. El ejemplo paradigmático constituye la Fiji Waters, una marca que asegura que su agua procede de un acuífero bajo la selva de las islas Fiyi, y que ya acompaña en todo momento a los ricos y famosos; y en Fiyi, irónicamente, casi un tercio de sus habitantes no tienen acceso garantizado a agua potable. U Ogro, que se embotella en un recipiente esférico y que está enriquecida con 35 veces más oxígeno que cualquier agua mineral, aunque sea algo amarga al paladar. O la más suave de todas, la Cloud Juice («Zumo de Nube»), que son botellas de 9750 gotas de agua pura de lluvia: 400 veces más pura que los estándares mundiales; se recoge en King Island, vecina de Tasmania, por tanto se aseguran de que el agua no ha tocado tierra alguna durante 11.000 kilómetros. O Berg, que procede de un iceberg de Nueva Escocia. O la más mineralizada de todas: la Rogan Donat, en la que casi se puede ver el azufre humear. O la japonesa Ensui, que es considerada sagrada por ser la misma con que elaboran su mejor sake: al año solo comercializan 1000 botellas. Si queréis probar estas y muchas otras, en el único bar de aguas del mundo, el Colette, en París, lo podréis hacer: las sirven en copas de vino grande y a temperatura ambiente para apreciar bien los matices. Aunque si preferís desprenderos de este toque sibarita, haced caso de Steven Rowe, uno de los más cualificados sumilleres de aguas del mundo, creador de la Fine Waters Society, que valora todas las aguas de los cinco continentes y que asegura que la mejor agua de grifo que puede beberse está en Chicago.
Aunque Steven Rowe, por supuesto, prefiere el agua embotellada al agua de grifo: aguas con cuerpo para acompañar carnes rojas, como si fuese vino tinto, y aguas más ligeras para el pescado; las más dulces, con los postres. ¿Estará de acuerdo Rowe con las teorías un tanto supercalifragilísticas del japonés Masaru Emoto, que postula que el agua puede albergar sentimientos, tanto positivos como negativos, y que ello depende, por ejemplo, de que les hablemos de una u otra forma o les hagamos escuchar una música determinada? Emoto, que recoge todas estas ideas en su libro Mensajes en el agua, donde explica que tiene fotografías de cristales de hielo antes de dirigirles una palabra concreta y que luego, según el tipo de palabras, los cristales adquieren una configuración armónica o no, por supuesto comercializa botellitas de agua que él asegura que han sido purificadas por sus palabras y sus canciones alegres, unas botellas de agua tan salutífera que ríete tú de cualquier producto de farmacia. Porque botellas hay para todos los gustos, botellas, botellas y más botellas.
Consciente de esta sobresaturación de botellas, desde 1998 nuestro hippie Richard Sowa ha conseguido darle una aplicación muy curiosa a los miles de botellas de agua que llegan al mar y que permanecerán siglos contaminando el medio. Sowa abandonó su estilo de vida inglés para mudarse a un rincón de la costa mexicana, al sur de Cancún, donde empezó a pescar con una red las botellas de agua que navegan sin rumbo (presumo que ninguna de ellas tenía mensajes en su interior). Con el tiempo, estableció una plataforma de 20 metros de largo por 16 de ancho que bautizó como Isla Espiral. Tardó siete años en reunir 250.000 botellas. Sobre esta isla de plástico se construyó un hogar de dos pisos con bambú, protegido de forma natural con manglares. Una casa ecológica y naturista, por supuesto, pues dispone de horno, sí, pero solar, y un cuarto de baño también ecológico, aunque me cuesta imaginar en qué consiste un baño ecológico. ¿El papel higiénico ha sido sustituido por piedras u hojas frescas? En fin, era una broma: el retrete está constituido de compostaje, de modo que los excrementos sirven para abono. Sowa recicla el agua de la lluvia y ha conseguido cultivar mango, bananas, espinacas y tomates para su propio consumo. Incluso le ha puesto arena a su isla de botellas para disponer de tres pequeñas playas.
Ahora Sowa tiene un aspecto risueño y desmelenado que ha cautivado a los medios de comunicación con su pequeña isla ecológica. Pronto, si no lo ha hecho ya, aparecerá un libro sobre su original filosofía, escrito por el propio Sowa junto al autor alemán Tanja Samed. Isla Espiral también ha sido el protagonista de numerosos reportajes para televisión y periódicos. El look de Sowa recuerda un poco al del director de cine Terry Gilliam, el ex Monty Phyton. Y estoy seguro de que comparten un sentido del humor muy similar. Al parecer, en su Inglaterra natal era músico, artista y carpintero y ahora, ya con 50 años, da la impresión de que vive como le da la gana.
Pero Isla Espiral no puede ser demasiado estable si está construida solo con botellas, así que permanece anclada en la orilla de la playa. A pesar de ello, su debilidad fue pasto del huracán Emily, que en 2005 le ocasionó graves daños estructurales. La ventaja de que tu mundo sea de plástico es que la materia prima es abundante y gratuita, de modo que Sowa no tardó demasiado en recomponer su isla; y aprovechó para hacer unas cuantas ampliaciones del terreno. Ahora ya tiene 20 metros de diámetro, alrededor de 100.000 botellas, dos estanques, una cascada y varios paneles solares. Y es que según palabras de Sowa, Isla Espiral no es exactamente una isla, sino «una embarcación ecológica y creadora de espacio»; por ello, este nuevo Robinsón Crusoe ecologista aspira algún día a viajar por el mundo sobre sus miles de botellas de plástico, pues no sería difícil remolcarlas.
Tal como ya ha empezado a hacerlo un equipo de científicos y exploradores, dirigidos por el aventurero y ambientalista David de Rothschild (heredero de la fortuna bancaria de la familia Rothschild), que se lanzó al mar para protagonizar una singladura desde San Francisco hasta Australia en un catamarán de 60 pies completamente construido de plástico reciclado (a excepción de los mástiles, que son de metal): de 12.000 a 16.000 botellas de dos litros de capacidad y un poco de tela tejida de PET. Su objetivo es aumentar la concienciación sobre el reciclaje, los residuos y el consumo. Completó con éxito su viaje hasta Sídney el 26 de julio de 2010.
Sowa, ya puestos, debería entrar en contacto con Kosuke Tsumura, diseñador de ropa y accesorios urbanos, que ha sacado al mercado un traje estilo armadura exclusivamente de botellas de plástico e hilo de nailon transparente. Perfecto para un ninja ecológico que parece venir del espacio exterior.
Lamentablemente, estas iniciativas, aparte de parecernos pintorescas, no ayudan a solucionar realmente el problema que los mares y océanos del mundo sufren a causa del plástico. Las botellas son incluso lo de menos. Según un informe de Greenpeace, gigantescas criaturas marinas de más de 3,5 millones de toneladas de peso, formadas por un conglomerado de restos de plásticos (un 80 por ciento del conjunto), redes marinas y demás desechos, viajan a la deriva acabando con toda la vida que encuentran a su paso. Como si fueran islas artificiales similares a la de Sowa, pero del tamaño de España y con un aspecto vagamente tentacular que recuerda a una medusa gigante. Más que una isla, pues, es un nuevo continente de plástico flotante con una gran capacidad para la destrucción. La cantidad de plástico presente en algunas zonas frente a la cantidad de plancton es de seis a uno.
Esta masa de plástico destructiva, con ecos de monstruo alienígena, se descubrió casualmente en 1997 durante un crucero de Los Ángeles a Hawái que cruzó un vórtice que los marineros generalmente sortean porque allí existe poco viento y mucha presión. Mientras dure nuestra dependencia del plástico, el continente de plástico irá creciendo cada vez más, como una gran sopa plástica que se alimenta de nuestra irresponsabilidad.
Y el plástico solo es la punta del iceberg del problema. Los mares y los ríos cada vez albergan más productos tóxicos que son vertidos por los seres humanos. Por ejemplo, ¿sabéis cuál es la sustancia más tóxica jamás introducida en aguas naturales? El TBT, es decir, el tributilo de estaño. Es un antiincrustante a base de estaño que se usa en los cascos de los barcos, y llegó a ser de uso generalizado en la década de 1960. Uno de los efectos más graves a nivel medioambiental que produce el TBT es la esterilización de los moluscos Nucella lapillus mediante la imposición de las características sexuales masculinas, que traducido al lenguaje de la calle significa que las hembras desarrollan penes. El fenómeno es conocido con el elocuente término de «imposex».
Incluyamos finalmente las consecuencias de las voraces actividades pesqueras a las que son sometidos los mares y océanos, que por ejemplo están a punto de extinguir el atún rojo del Atlántico (un ejemplar de 201 kg se vendió al por mayor en Japón por 173.600 dólares, convirtiéndose en la criatura salvaje más valiosa de la Tierra), y concluiremos que la parte azul del mundo, la que representa la mayor parte de la superficie, está en una situación ecológica crítica.
El templo del millón de botellas y otros sitios de basura
De todas formas, si algún día Sowa se cansa de reconstruir su diminuta nación de botellas flotantes o se siente amenazado por una sopa plástica monstruosa, e igualmente echa de menos vivir entre botellas, entonces aún le quedará la alternativa de peregrinar al templo budista de Wat Pa Maha Chedi Kaew para meditar y ser feliz. Este templo se halla a unos 600 kilómetros al noroeste de Bangkok, en la provincia de Sisaket. Los lugareños llaman al templo budista con la forma abreviada Wat Kuan Lad, que significa el «Templo del Millón de Botellas». Y es lo que parece, un templo construido de botellas vacías.
La idea se remonta a 1984. Los creativos budistas constructores del templo, tras mucha meditación, se dieron cuenta de que levantarlo con botellas les supondría toda suerte de beneficios. A saber: que la construcción sería barata, pues solo haría falta reciclar botellas a tutiplén; que los edificios serían, gracias a la transparencia caleidoscópica de las botellas, muy luminosos y vistosos, como si todas las paredes estuvieran construidas con las cristaleras emplomadas de una catedral; y que obtendrían un gran plus económico a raíz del turismo que generaría un templo tan original. Así que se pusieron manos a la obra.
En poco tiempo, los monjes recolectaron botellas que eran donaciones llegadas de todos los rincones del país. Hasta que sumaron un millón y medio de envases. Muchas de estas botellas fueron de cerveza, aunque para el budismo es pecado tomar alcohol: las Heineken son verdes, las Chang son marrones. Todo un ejemplo de reciclaje en mitad de la selva tailandesa. «Cuantas más botellas consigamos, más edificios montaremos», aseguró el abad Kataboonyo.
Absolutamente todas las estancias del templo fueron levantadas entonces con botellas unidas entre sí con cemento, incluidas una torre de agua y hasta baños para los turistas. Gracias a la transparencia de las botellas, la limpieza es muy sencilla. Por aprovechar, también aprovecharon los tapones de las botellas que fueron empleados para crear murales y mosaicos. Un templo que literalmente ha sido construido con basura reciclada que bien podría estar en un vertedero. Un templo ecológico, low-cost y de diseño llamativo, sobre todo cuando brilla el sol.
La idea puede parecer nueva, pero se tiene constancia de la construcción de muros de botellas en diferentes países del mundo desde al menos 1907, y cada vez podemos encontrar más ejemplos, como la cúpula de botellas recicladas del techo del Centro de Tecnología Alternativa (CAT) en Machynlleth, País de Gales, que recuerda al cuerpo de un puercoespín. Tal vez Sowa debería tomar buena nota y olvidarse del mar y de las botellas de plástico PET y pasarse a la tierra y las botellas de vidrio.
En Gaiman, una colonia galesa en el valle del río Chubut, en la Patagonia atlántica, Argentina, un hombre de casi cien años, Joaquín Raimundo Alonso, estuvo construyendo todo un reino de basura desde 1980. Todo el entramado de calles y plazas está construido con desechos; la basura es la materia prima para levantar las pirámides de Giza, el Taj Mahal, dinosaurios, cuadros de Picasso o Miró, enredaderas de flores de metal construidas con latas de refrescos y toda clase de cosas hechas con escombros, 80.000 botellas usadas y 15.000 latas vacías en la que seguramente es la superficie reciclada más grande del mundo. El lugar, situado en la avenida Eugenio Tello, calle principal de la ciudad, se llama El Desafío, y fue nombrado el parque de materiales reciclados del mundo en 1998 por el Libro Guinness de los récords. A finales de 2010, Joaquín falleció y el parque cerró sus puertas. Con todo, sus descendientes persisten en mantener vivo el proyecto, como su nieto Sergio Miranda, que llevó a cabo una exposición de fotografías sobre El Desafío en el Museo de Artes Visuales de Trelew, localidad próxima a Gaiman.
En un plano más artístico, siguiendo la estela de las latas de sopas Campbell’s de Andy Warhol, desde 1992 se celebra el certamen Canstruction en 55 ciudades de Estados Unidos y Canadá. Can significa «lata», y es que las normas del Canstruction son simples: puedes construir la escultura que quieras siempre que uses exclusivamente latas de atún, de judías o de sardinas. Se otorga un premio (una cinta y una placa) para cada una de las categorías: mejor comida, mejor empleo de etiquetas, el ingenio de la estructura y la favorita del jurado. Por ejemplo, la favorita del jurado de 2005 fue un fránkfurt gigante con sus correspondientes botes de kétchup y mostaza, para que la se usaron 6394 latas. Por supuesto, también puede encontrarse la versión en latas de King Kong escalando el Empire State Building. Materia prima hay de sobra: solo en Estados Unidos se producen anualmente 218 millones de toneladas de basura.
En España, la Asociación para el Reciclado de Productos de Aluminio también patrocinó la reproducción de tres vanos del acueducto de Segovia, diseñada por el arquitecto Rafael Apráiz, en cuya construcción se emplearon 10.000 latas de cerveza. El monumento se exhibió en Madrid, en la Feria Internacional de Urbanismo y del Medio Ambiente y en otros eventos europeos relacionados con el reciclaje.
Los lugares aquí listados no tienen por qué ser necesariamente diminutos, pero sin ningún género de dudas todos ellos son efímeros. Son sitios contingentes. Pequeños por su duración. Casi espejismos que pueden desparecer en cuanto pestañeas. Escuetos en la dimensión temporal, aunque no tanto en la física, son enclaves tan inestables y preciosos como una pompa de jabón; plop, y se esfuman. Lugares evanescentes como la Atlántida que Platón relata en su Timeo. Muchos de estos lugares serán tragados por las aguas como consecuencia del calentamiento global y la subida del nivel del mar.
Tokelau y Kiribati
Lugares con fecha de caducidad, que pronto dejarán de ser lugares para convertirse en recuerdos, como Tokelau. Hace poco tiempo, este pequeñísimo archipiélago del Pacífico era una de las naciones más pobres del mundo. Apenas tiene 10 kilómetros cuadrados de superficie; ni siquiera tiene capital (cada atolón, Atafu, Nukunonu y Fakaofo, posee su propio centro administrativo) y es una dependencia administrativa de Nueva Zelanda. Ahora, gracias a su condición de paraíso en vías de extinción y a Internet, su economía ha despegado de una forma espectacular. Internet no solo la ha puesto de moda con el boca a boca digital, sino que en Tokelau se da una condición única en el mundo: dispone de su propio dominio de Internet (.tk), que, a diferencia de otros, como los .com o los .org, no cobra una cuota mensual a los usuarios, sino que permite alojar gratuitamente páginas web (salvo que en ellas se incluya publicidad: en este caso, entonces la cooperativa formada por los casi 1000 habitantes de Tokelau recibirán un porcentaje del 10 por ciento de los beneficios generados por dicha publicidad). Actualmente, más de 100.000 webs se han registrado bajo este dominio. Los expertos estiman una esperanza de vida para Tokelau que no supera los 25 años.
Tokelau se halla ahora redactando una Constitución y desarrollando instituciones de gobierno autónomas con el fin de llegar a hacer un pacto de libre asociación con Nueva Zelanda, parecido al de las Islas Cook, lo cual no deja de ser un poco chocante habida cuenta del poco tiempo que le queda de vida. Tokelau, por lo demás, posee una orografía plana de suelos poco fértiles; las lluvias son irregulares y suele haber sequías. La pesca es su mayor tradición, y las industrias locales incluyen empresas de producción de copra, artesanía en madera, sellos y monedas y la venta de dominios .tk. La mayoría de los ingresos de estos isleños evanescentes proviene de la venta de sellos postales para coleccionistas.
Menos conocidos por el mundo, otros lugares sucumbirán prácticamente en silencio. Como el archipiélago de las Kiribati, que por su especial situación geográfica permite a sus casi 90.000 habitantes ser los primeros en celebrar el Año Nuevo. Kiribati apenas se encuentra a dos metros por encima del nivel del mar, y el océano ya se adentra por su interior en varias ocasiones al año. Las cosechas están echándose a perder debido a la sal que dejan tras de sí las lenguas de océano y el agua potable sufre filtraciones. Su esperanza de vida es de 50 años, pero su jefe de Estado, Anote Tong, sostiene que la población deberá ser evacuada en los próximos 10 años. Otro aspecto curioso que sucumbirá con Kiribati es que hasta el 1 de enero de 1995, el archipiélago estuvo dividido en dos fechas: mientras en algunas de las islas era lunes, en las otras era todavía domingo, pues el país estaba atravesado por la línea internacional del cambio de fecha. A partir de 1995, sin embargo, las autoridades de Kiribati decidieron que esta línea divisoria se desplazara hacia el este, a fin de que el país completo tuviera la misma fecha: imaginaos la situación de que tus vecinos inmediatos vivieran 12 horas de retraso respecto a ti. Un simple salto, cruzas la línea y zas, viajas adelante o hacia atrás en el tiempo. La línea internacional del cambio de fecha es imaginaria y coincide con el meridiano opuesto al de Greenwich.
En el Pacífico ya han desaparecido Tebua Tarawa y Abanuea, que fueron tragadas por el océano en 1999.
Maldivas acabará corriendo la misma suerte, pues ostenta el récord de ser la isla más plana del mundo.
Chinguetti, Kolmannskuppe y la gran duna de Pyla
Otros lugares no están amenazados por el agua, sino por la arena. Es el caso de la ciudad de Chinguetti y su mezquita, en Mauritania. Puede que esta ciudad no os suene de nada, pero en la Edad Media era un punto neurálgico en el que convergían muchas rutas comerciales, sobre todo de oro y marfil. Su mezquita, además, alberga la colección de textos islámicos más valiosa del mundo. La ciudad ya fue rescatada de la arena en 2003 gracias a la Unesco: se retiraron 3,5 metros de tierra. Pero el viento continúa expandiendo el Sáhara. Pronto, su mezquita, que data del siglo XIII y es uno de los siete lugares santos del islam, quedará enterrada.
También está siendo enterrada otra ciudad: Kolmannskuppe. En este caso es el desierto de Namibia el que está recuperando lentamente su terreno, borrando todo rastro humano. Esta pequeña ciudad fue levantada por los alemanes, cuando Namibia era colonia alemana, en 1908. Los germanos estaban sumamente interesados en esta región por sus ricos yacimientos en diamantes, que explotaron a conciencia: durante la Primera Guerra Mundial se calcula que extrajeron una tonelada de gran calidad. Mucho dinero que acabó transformando la colonia en un lugar de lujo, con sus mansiones, salones de baile, casinos o restaurantes. Incluso un hospital que contó con el primer aparato de rayos X de África: a los alemanes les interesaba detectar que ningún minero se tragara los diamantes para hurtarlos. Hoy día, sin embargo, la ciudad está abandonada y las dunas del desierto la están sepultando poco a poco. Como si de una inundación se tratara, la arena corre por los pasillos y las habitaciones de las casas. Como si la ciudad estuviera construida en el interior de un reloj de arena.
Tal suerte es la misma que están corriendo otros pueblos que sirvieron de asentamiento para explotaciones mineras en Namibia, como Oranjemunden o Elisabethbuch.
Por último, no podemos olvidar la formación de arena más elevada del continente europeo, que parece estar tragándose con voracidad el bosque de las Landas, penetrando más de 500 metros en la arboleda. Es la gran duna de Pyla, situada en Francia, concretamente en el término municipal de La Teste-de-Buch, comuna perteneciente al departamento de Gironda y la comarca natural del Pays de Buch, al suroeste del país. Tiene más de 100 metros de altura y está compuesta por más de 60 millones de metros cúbicos de arena fina. La duna ha recibido diferentes denominaciones a lo largo de su historia, como Sabloney, Les Grands Tucs o La Grave. Además, la duna no deja de avanzar lentamente, como un animal a cámara lenta, hacia el interior: nada menos que tres o cuatro metros anuales. Los geólogos creen que el origen de esta duna se debe al colapso de un gran banco de arena oceánica que estaba frente a la costa, allá por el siglo XVIII. Para evitar este avance, los habitantes de la zona han plantado pinos a fin de que obren como muros de contención. Y es que debajo de esta lengua de arena ya se hallan varias casas y carreteras, tragadas por la arena.
La gran duna de Pyla recibe entre 1 y 1,5 millones de visitantes por año. Los más atrevidos ascienden hasta la cima de la duna, así que para ello se han habilitado varias escaleras de madera, aunque llegar hasta arriba requiere un esfuerzo físico considerable.
Shishmaref
Si hemos visto ejemplos de agua y arena, ahora le toca el turno al hielo. El asentamiento ancestral inuit de Shishmaref, una aldea situada en la isla de Sarichef en el mar de Chukchi, al norte del estrecho de Bering y a pocos kilómetros de la costa de Alaska, había permanecido a resguardo de los cambios socioculturales. Allí hace tanto frío que sus habitantes usan los frigoríficos no para enfriar los alimentos, sino para impedir que se enfríen demasiado. Pero su prístina (y congelada) sociedad está a punto de desaparecer debido al derretimiento del hielo, que está arrastrando el poblado hacia el océano. El movimiento de las casas es imperceptible a simple vista. Pero uno puede irse a dormir y amanecer unos centímetros más cerca de la costa. Las casas, literalmente, se desplazan a un ritmo lento pero inexorable, como si estuvieran construidas sobre cintas transportadoras que se movieran a cámara lenta. Las casas y todo lo demás, incluyendo las carreteras e incluso las vías del tren. Todo está sobre una capa de permafrost (o hielo perpetuo) que se creía indestructible, pero el efecto invernadero está cambiando las cosas.
Sus habitantes aseguran que entre 2001 y 2006 han desaparecido ocho metros de hielo. De las 213 poblaciones originales de Alaska, 183 se hallan amenazadas. El Cuerpo de Ingenieros del Ejército estadounidense estima que la mayoría de los 600 habitantes de Shishmaref se habrán visto obligados a abandonar su hogar dentro de 10 años. Estamos hablando, según el censo del 2000, de una aldea de 562 habitantes divididos en 110 familias y en 142 casas.
Esto no supone mayor problema: los inuits simplemente deberán construir otras casas tierra adentro. U otros iglúes, que en el fondo es una palabra que en inuit significa «casa». A pesar de los tópicos, la mayoría de los iglúes son de piedra o cuero, pues los iglúes de bloques de hielo tal como salen en los dibujos animados formaban parte del estilo de vida de los thules (noreste de Groenlandia), precursores de los inuits, una comunidad tan apartada del mundo que hasta principios del siglo XIX sus integrantes seguían creyendo que eran los únicos pobladores de la tierra. La cuestión es que tanto si construyen casas como iglúes en otro lugar situado más al interior, los inuits poseen una cultura que apenas ha recibido influencia externa, como si hubiera permanecido envasada al vacío. Y ahora empiezan a aproximarse a otras culturas, sobre todo estadounidenses, que son precisamente los responsables indirectos de este peregrinaje en busca de nuevos asentamientos: Estados Unidos es el país que lanza más gases contaminantes a la atmósfera.
Para que os hagáis una idea de los detalles pintorescos que podrían extinguirse si esta cultura se deja invadir por otra, voy a contaros algunas cosas sobre los inuits. Además de vivir en una aldea esquimal tradicional y de mantener una dieta basada en la ingesta de mamíferos marinos tales como oogruks (focas barbudas), pescado, pájaros o alces, los inuits no beben alcohol. Su idioma también es muy especial, porque pertenece a las lenguas de la familia esquimo-aleutiana, que se relacionan entre sí, pero nunca con otro idioma del mundo. El idioma inuit, que también se conoce como inupiak o inuktituk, cuenta solo con tres vocales y carece de adjetivos. Nunca necesitan contar más allá del 12, pero si eso ocurre entonces emplean el idioma danés. Las palabras «beso» y «olor» se designan con la misma palabra. Es un idioma aglutinante, es decir, que el término «palabra» para ellos apenas tiene significado: los morfemas adjetivales y verbales se añaden a raíces básicas, de forma que se originan palabras larguísimas que equivalen a nuestras oraciones. El inuit tiene más de 400 afijos, que se añaden al final o en medio de las raíces, y solo un prefijo. Esto provoca que para designar objetos a veces construyan palabras tan largas que parecen los rodeos de un político que quiere evitar algún término peliagudo, como «guerra», «crisis» o «paro». Un buen ejemplo es la palabra «telégrafo». En inuit se llama Nalunaar-asuar-ta-at, que significa «aquello mediante lo cual uno se comunica habitualmente a toda prisa». Sería divertido leer una novela inuit o aquello donde se escriben historias que se venden en aquellos sitios donde se almacenan para la venta al público. Tienen numerosas maneras de expresar distancia, dirección, altura, visibilidad y contexto en un solo pronombre demostrativo. Y, a pesar del mito, no poseen muchísimas palabras para nombrar a la nieve, solo cuatro, como máximo. De hecho, la mayoría de los esquimales solo admiten dos palabras equivalentes a «nieve».
Tampoco se besan frotándose la nariz, tal como lo hacía David el gnomo, y ni se os ocurra mencionárselo porque la mera sugerencia de este gesto les irrita. Lo que sí practican es el kunik, una especie de resoplido de afecto que sobre todo emplean las madres con sus hijos, aunque también lo hacen las parejas (no lo confundáis con otra clase de resoplidos más sexuales). Si queréis saber más de los esquimales, en concreto de un pueblo esquimal del Ártico oriental canadiense, os recomiendo el documental galardonado con la Cámara de Oro de Cannes 2001, Atanarjuat, de Zacharias Kunuk, una historia de amor de dos hombres por la misma mujer que revolucionó la taquilla canadiense. Mucha acción y sangre rodada en la lengua inuktitut que os permitirá experimentar una cultura en extinción desde dentro. Una cultura que, debido al deshielo y a la contaminación de otras culturas, muy pronto perderá todas estas particularidades que la hacen tan marciana, y que provocan que el mundo sea un lugar mágico sin necesidad de recurrir a la fantasía.
Irónicamente, Estados Unidos destruye su hábitat cultural para que, por contacto, los inuits acaben con el tiempo viendo la televisión con una lata de cerveza en la mano, creando los primeros inuits alcohólicos sosias de Homer Simpson. Y entonces, la llamada por muchos «la aldea más amistosa de Alaska» acabará desapareciendo para siempre.
Andamán y la tribu del fin del mundo
Otro lugar que pronto puede que desaparezca, perdiendo su virginidad, su inmaculada esencia, es el que se encuentra en las islas Andamán, al este de la India (pertenecen a la India, a pesar de que se encuentran a más de 1000 kilómetros del continente). Son islas de acceso restringido y alejadas de las principales rutas turísticas, y además los indígenas acostumbran a ser hostiles con los extranjeros. Para llegar hasta ellas, es imprescindible conseguir un permiso en el aeropuerto de Port Blair y luego tomar un transbordador desde el muelle de Port Blair, colonia en la que se establecieron los ingleses en 1789 y que acabó siendo con el tiempo uno de los más duros penales de su imperio, Cellular Jail, donde fueron encarcelados muchos de los independentistas de la India. Entre las islas más recónditas de Andamán se hallan Havelock, que está cubierta de exuberantes bosques y rodeada de playas protegidas por corales, Diglipur y, sobre todo, la Pequeña Andamán, a la que se tiene acceso desde hace pocos años. Aunque otras, como Nicobar, aún hoy están fuera del alcance de los viajeros, incluidos los propios indios.
A pesar de todas estas medidas de profilaxis, la población de este conjunto de islas separadas del resto del mundo está disminuyendo drásticamente. En North Sentinel, apenas quedan 100 habitantes.
Finalmente, no debemos olvidarnos de la llamada «tribu del fin del mundo», que componen los poco más de 350 integrantes, los awás, que sobreviven en los últimos reductos de una selva, al noroeste de Brasil, en el estado de Maranhão. Su estadio tecnológico es tan primitivo que, al viajar, deben transportar consigo las brasas de su última hoguera a fin de encender fuego en el nuevo campamento. La mayor amenaza de los awás no es el hielo ni la arena, sino la madera: el lugar está asediado por madereros ilegales que están talando la selva. Además, los madereros van equipados con armas de fuego y, en cuanto distinguen a algún awá, lo abaten a tiros: las flechas de los awás no son rivales para las pistolas.
Los awás tienen costumbres ciertamente singulares, como las de las mujeres awás, que amamantan a monos, como forma de compensar a la naturaleza por matar monos para comer. El 25 por ciento de los awás nunca han tenido ningún contacto con nadie. Es uno de los dos últimos pueblos de indígenas cazadores-recolectores que quedan en Brasil. Puede que, después de parpadear, se hayan esfumado para siempre.
Obras monumentales a punto de no estar
También están a punto de esfumarse muchas obras monumentales de la humanidad (si no se toman antes medidas urgentes). Según la lista de 2010 de World Monuments Watch, una ONG con sede en Nueva York creada en 1965, hasta el momento están en peligro de desaparecer 93 de estas obras debido a diversos problemas estructurales, de conservación, de vandalismo, medioambientales, conflictos políticos o religiosos o presión turística.
Algunos de los monumentos más relevantes son el monasterio de Phojoding, en Bután, a 3640 metros de altura, que data del siglo XVIII y que actualmente está habitado por los lamas. Las Casas de Pastel de Jengibre, en Puerto Príncipe, Haití, una serie de mansiones de madera construidas entre finales del siglo XIX y 1925, cuya decoración «pastelosa» las llevó a recibir este nombre. Las tumbas de la estepa, en Kazajistán, un fabuloso monumento funerario que servía también para marcar las lindes del terreno y el trazado del camino. Chankillo, en Perú, es una fortificación enclavada en la costa que, en realidad, según un estudio de la revista Science de 2007, es el primer observatorio solar de América (2400 años de antigüedad): las 13 torres que erizan el monte Chankillo en el centro del complejo marcaban el desplazamiento del Sol para determinar ciertas fechas. El mausoleo de Wamala, en Uganda, un complejo funerario donde reposan los restos de Kabaka Suuna II, que reinó entre 1832 y 1856 en Buganda: un tipo que tuvo 148 esposas y 2000 concubinas. En España también se han localizado algunas de estas construcciones de vida precaria, como el yacimiento soriano de Numancia, amenazado por el Proyecto Ciudad del Medio Ambiente, que tendrá 790 viviendas, dos hoteles y un parque industrial, todo con vistas al yacimiento.
Islas de quita y pon
Por último, hay lugares que ya han desaparecido, plop, pero que pueden aparecer de nuevo en cualquier momento. Lugares que aparecen y desaparecen, como espejismos, intermitentemente. Es el caso de una pequeña isla de Sicilia, a 19 millas al sur de la costa, hundida a unos ocho metros bajo el nivel del mar. Según los vulcanólogos, sin embargo, la isla podría volver a emerger en cualquier momento. Cuando esto ocurra, frente a Sicilia aparecerá un nuevo islote: en ese sentido, nada traumático, solo habrá que cambiar algunos mapas, añadiendo un simple punto. No obstante, la aparición de esta isla podría desencadenar un conflicto diplomático.
Y es que la isla, como una criatura viva, no es la primera vez que asoma la cabeza. En los últimos 2000 años ya ha emergido en cuatro ocasiones. La última vez fue el 2 de julio de 1831, cuando una erupción volcánica incrementó la materia sólida de la isla en 63 metros de altura y 4,8 kilómetros de circunferencia. Y ya se sabe que las islas más insignificantes en mitad del mar suelen atraer los afanes territoriales de las naciones: ahí tenemos el ejemplo de nuestra isla Perejil, que desencadenó la que posiblemente fue la mayor respuesta bélica de la historia en proporción al tamaño de roca cuya nacionalidad se quería preservar. El caso de esta isla frente a Sicilia es parecido. Ese 2 de julio de 1831 enfrentó a Inglaterra, Francia y el Reino de Sicilia.
Así pues, para los ingleses, la isla se llama Graham (en honor a un político inglés que había ayudado a redactar la Constitución siciliana de 1812), pues en ella, durante una expedición británica de principios de agosto comandada por el capitán Senhause, fue plantada una bandera inglesa. Pero el mismo mes, el monarca siciliano bautizó la roca con el nombre de Ferdinandea (como podéis imaginar, el nombre del monarca era Fernando II de Borbón). Y un mes después, en septiembre, los franceses lanzaron otra expedición dirigida por un geólogo, el profesor Prévost, que adjudicó un tercer nombre a la isla: Île Julia, pues la isla había «nacido» en julio.
Pocos meses después, esta isla con triple personalidad volvió a hundirse lentamente en el Mediterráneo, evitando así el más que probable conflicto entre las tres partes. Solo era un trozo de tierra de cinco kilómetros de circunferencia que tenía un par de pequeños lagos, pero había estado llenando páginas enteras de los periódicos y atrayendo a turistas y curiosos mientras había permanecido sobre la superficie del mar. Incluso se conjetura que la efímera isla sirvió de inspiración a dos grandes escritores: a Julio Verne, para su obra Las grandiosas aventuras del maestro Antifer, y a Alejandro Dumas, para Le Speronare. El 7 de noviembre solo tenía un perímetro inferior a medio kilómetro. El 17 de diciembre de 1831 se esfumó completamente.
Así pues, el conflicto aplazado puede retomarse en cuanto la isla vuelva a emerger tímidamente. Para curarse en salud, un equipo de submarinistas sicilianos, alertados por la actividad sísmica registrada por el Instituto Italiano de Geofísica, que puede prevenir la materialización de la isla evanescente, ya ha clavado una bandera italiana en su cumbre. De modo que si esta Atlántida de quita y pon asoma de nuevo, lo primero que saldrá a la vista será la bandera.
Tal vez, para evitar males mayores, la isla debiera haber sido destruida totalmente en 1987, cuando un piloto estadounidense, durante el conflicto libio, confundió la punta emergida del islote con un submarino y decidió lanzar cargas de profundidad sobre ella. Pero la isla sobrevivió, dispuesta a poner a prueba nuestras pequeñas obsesiones por delimitar políticamente hasta el último rincón del planeta.
Otra isla de existencia caprichosa es Bermeja, una roca desierta ubicada a unos 160 kilómetros al norte de Yucatán, estableciendo el límite de las aguas territoriales de México. Es una isla que resulta imposible de encontrar, pero nadie sabe con seguridad si se hizo en alguna ocasión, aunque algunos aseguran poseer fotografías de la isla (la última fechada es de 1946).
Según el testimonio de marineros y navegantes del pasado, la isla existió, e incluso hay mapas trazados a partir del siglo XVI en los que se señala su existencia.
Sin embargo, a finales del siglo XX, la isla representaba un problema territorial de tintes económicos: Estados Unidos tenía intereses comerciales en la zona, mayormente petróleo, pero México podía reclamarlos si la isla existía. Por esa razón, muchos conspiranoicos aseguran que la isla fue volatilizada por la CIA usando algún armamento sofisticado.
Los más escépticos opinan que la isla desapareció a causa de la erosión marina. Y algunos científicos aseguran que el fondo marino de la zona es completamente plano, así que nunca pudo haber una isla.
Finalmente, existe una isla esporádica que, cuando existe, recibe un aluvión de visitantes antes de que vuelva a ser engullida por el mar. Se encuentra frente a las costas de Brasil, a dos kilómetros de la playa en la ciudad de João Pessoa, y solo está a la vista durante unos veinte días al mes, cuando baja la marea. En un fin de semana puede recibir hasta 2000 barcos de turistas ávidos de pisar una tierra que se esfumará en poco tiempo, sobre todo procedentes de João Pessoa. Su nombre es Areia Vermelha y quizá el nombre de isla le queda un poco grande, pues solo es un humilde banco de arena sobre una formación coralina.