Hay lugares increíbles, fascinantes, fabulosos, pluscuamperfectos, masalláticos. Pero siento deciros que llegáis tarde. Existieron, pero ya no existen. Por los pelos, sí, pero ya no. En cualquier caso, esto no es una guía de viajes al uso. Bueno, sí lo es en cierto modo, pero también constituye una forma de contemplar la realidad (¿recordáis el prólogo?). Y, contemplando retrospectivamente lo que una vez fue y ahora no es, también reducimos las dioptrías que no nos permiten enfocar correctamente todos los enclaves fantásticos que están justo ahí delante, frente nuestras narices.
Así que imaginad que los visitáis. Imaginad lo que sintieron otros al visitarlos. Suponed que les dais a las palancas de la máquina del tiempo de H. G. Wells o que alcanzáis los 120 kilómetros por hora con el condensador de flujo bien cargado y, chas, chasqueo de dedos, truenos y relámpagos, retrocedéis en el tiempo. Es fácil, solo basta cerrar los ojos.
Uno de los lugares artísticos más intesos (y efímeros) con vocación de remover el pensamiento de la gente quizá sea Claremont Road, una calle londinense que estaba condenada a desaparecer bajo una nueva autopista.
Todos recordaréis esa escena de la serie de televisión Verano azul en la que Chanquete y sus amigos tocan la guitarra en protesta por la fiebre urbanizadora que exige la retirada del barco de Chanquete de unas parcelas que serán usadas para levantar apartamentos. «Del barco de Chanquete… ¡no nos moverán!», empezaba la pegadiza canción. Aunque lo cierto es que Chanquete y sus amigos no se limitaban a cantar, también saboteaban las máquinas de los obreros echando tierra en los depósitos de combustible.
Esta es, de algún modo, la filosofía de piratería publicitaria que sostiene el movimiento Recuperar las Calles (RLC), que asalta las calles más concurridas para organizar fiestas espontáneas, conciertos improvisados o espectáculos circenses para bloquear el tráfico viario. Durante estas debacles anticorporativas, ecologistas y artísticas se enarbolan pancartas que dicen «Respire», «Prohibidos los automóviles» o «Recuperemos los espacios». Todo parece impregnado de LSD, tal como lo cuenta con detalle Naomi Klein en su ya mencionado libro sobre el poder de las marcas, No Logo.
Un desenfreno dionisíaco que sus organizadores consideran muy necesario en los tiempos que corren y que responde a un objetivo netamente político. Como sucedió en la mencionada Claremont Road de Londres.
Claremont Road era una calle de 35 casas con terraza situada directamente en medio del trazado de la futura autopista de enlace M11, que se extendería desde Wanstead hasta Hackney, en el este de la capital. Para su construcción, el Departamento de Transporte derribó 350 casas, obligó a trasladarse a miles de personas, atravesó una de las zonas boscosas más antiguas de Londres y destruyó una comunidad con una vía de cemento de seis carriles y un coste de 240 millones de libras. «Y todo ello para ahorrar seis minutos de cada viaje en coche», declaró el miembro de RLC, John Jordan. Naomi Klein explica cómo Claremont Road fue tomada por un grupo de artistas comprometidos cuando el Ayuntamiento hizo oídos sordos a la oposición vecinal al plan: se colgaron televisores de las ramas de los árboles, se apoderaron de las grúas de construcción, se emitía música a todo volumen, las casas vacías se convirtieron en lugares para generar arte, se jugaba al ajedrez en tableros gigantes pintados en el suelo, se instalaron mesas de billar, se encendieron fuegos, se construyó un escenario y se celebraron raves. Uno de los aspectos más llamativos de la protesta fueron las barricadas, levantadas para resistir los desalojos ordenados por el Departamento de Transportes. Las barricadas se hundían en el asfalto: eran grandes remolinos de cables metálicos que se mezclaban con las carcasas de coches modificados. A uno de ellos se le había pintado meticulosamente en un lateral Rust in Peace («Oxídate en paz»).
También se hizo un agujero en los muros de linde de las 35 casas en fila de Claremont Road con objeto de crear un túnel comunitario que las conectase todas, a modo de trinchera, como si se prepararan todos para la tercera guerra mundial. No solo fue una forma de resistir a la policía y los desalojos, sino una metáfora de la vida comunitaria, sin los muros que aislaban a las personas en sus casas unifamiliares.
Durante unos días, Claremont Road recordó a un mundo alternativo y ligeramente psicodélico. La calle más colorista y creativa de Londres. Para algunos fue un ejemplo de cultura libre y ecológica. Sodoma y Gomorra versión hippie, según otros. Lo cierto es que Claremont Road ya no aspiraba a ser una calle normal, sino una de mentira, un Woodstock que denunciara que las autopistas destruyen la vida de las ciudades. Y así fue hasta noviembre de 1994, cuando finalmente Claremont Road fue destruida. Varios cientos de policías y agentes judiciales llevaron a cabo el desalojo durante varios días, y la calle fue arrasada hasta los cimientos inmediatamente después. Al final, el coste para el contribuyente fue de más de un millón de libras.
Aunque la protesta no tuvo éxito, lo que ocurrió en Claremont Road, la creación de una calle de mentira, demostró el nivel de oposición al programa de construcción de carreteras del Gobierno. Con todo, ya no queda ningún signo o vestigio de Claremont Road, que parece más de mentira que nunca.
Al igual que el ilusionista David Cooperfield hizo desaparecer la torre Eiffel en uno de sus trucos, el llamado Mago de la Guerra, el mago Jasper Maskelyne (1902-1973), consiguió que el puerto de Alejandría, la principal base aliada en Oriente Próximo, se esfumara durante la Segunda Guerra Mundial.
El abuelo de Maskelyne, John Nevil Maskelyne, ya era un célebre mago que había fundado el Círculo Mágico y había inventado la ilusión de la levitación horizontal. Y Maskelyne le siguió los pasos, aunque al estallar la Segunda Guerra Mundial dejó los teatros y se alistó en el Ejército. Su edad y su falta de experiencia, finalmente, no impidieron que fuera destinado al Real Cuerpo de Ingenieros. Al principio, su condición de mago solo sirvió para entretener a la tropa con sencillos juegos de manos, hasta que demostró a sus superiores que podía hacer algo más para inclinar la balanza de la guerra a su favor: engañar al enemigo.
Maskelyne, entonces, fue trasladado a la sección de camuflaje del Cuerpo de Ingenieros en África, entrando finalmente en A Force, un grupo de inteligencia y contraespionaje especializado en confundir a las tropas enemigas: su misión era la de conseguir que el puerto de Alejandría fuera invisible durante la noche para evitar a la Aviación alemana. Maskelyne, junto a un equipo de trabajadores que acabó conociéndose como el Magic Gang, ordenó construir una réplica exacta del puerto, una réplica de cartón piedra, como los trampantojos del cine, que situó en una bahía próxima, a solo tres millas de distancia. Disponía de edificios, su propio faro, un polvorín, depósitos de combustible y un oleoducto construido con bidones de gasolina vacíos. El puerto también estaba defendido por cañones antiaéreos de mentira.
Al llegar la noche, el puerto de verdad apagaba todas sus luces y el puerto de mentira encendía las suyas. El truco, aunque burdo, engañó por completo a los alemanes, que bombardearon durante días el puerto de mentira construido por Maskelyne. El general Rommel, poco después, descubrió que el puerto de Alejandría estaba de nuevo intacto, lo cual no le hizo sospechar del engaño, sino más bien admirar la velocidad de los trabajadores en reconstruirlo.
La magia de Maskelyne también fue usada en 200 tanques del general Montgomery en la batalla del Alamein. Cuando en el cielo aparecía un avión enemigo de reconocimiento, el tanque desplegaba un sistema de planchas y capotas que Maskelyne había instalado en el carro de combate y que, en pocos segundos, le convertía en un inofensivo camión, a modo de disfraz. Y el canal de Suez también fue defendido por cañones antiáreos construidos por Maskelyne que también eran de mentira: en realidad eran cañones de luces que deslumbraban a los pilotos enemigos. No obstante, los detalles concretos de esta operación aún siguen siendo un misterio, pues el llamado Torbellino de Luces o Manto Negro es todavía material clasificado que no será desclasificado hasta el año 2046.
Maskelyne nunca fue condecorado por sus hazañas, y al acabar la guerra emigró a Kenia en un momento en que la magia ya no parecía interesar al público. Allí abrió una autoescuela, que dirigió hasta su muerte, en 1973. Quién sabe si usaba también coches de mentira.
A esta clase de ciudades que tratan de manipular a la opinión pública, a los visitantes fortuitos o a los vecinos de enfrente se las llama generalmente «aldeas Potemkin». La razón hay que buscarla en un hecho histórico probablemente falso, por su punto exagerado, pero que de buen seguro tuvo algunos visos de realidad.
La leyenda cuenta que el mariscal duque Grigori Alexándrovich Potemkin (1739-1791) pretendía impresionar a la zarina Catalina II de Rusia cuando esta recorría los nuevos territorios conquistados. De modo que, como si de una compañía de teatro itinerante se tratara, Potemkin ordenaba montar a sus hombres todo un pueblo de mentira, extrañamente idílico, en cada punto de la ruta de la zarina, de modo que se ocultara así la situación catastrófica de la región. Cuando la zarina terminaba la visita del pueblo de cartón piedra y viajaba para visitar el siguiente, entonces Potemkin y sus hombres lo desmontaban y lo volvían a montar en el nuevo emplazamiento con algunas pequeñas variaciones para que la zarina no sospechara que había entrado en un bucle espaciotemporal o que era víctima de un intenso déjà vu.
En la historia ha sido bastante frecuente que los gobernantes creyeran que la abundancia de construcciones nuevas y extraordinarias conducían al éxito urbano y social. Sin embargo, edificar es una consecuencia del éxito de la ciudad, no su causa: las ciudades con éxito acostumbran a construir más y mejor porque la vitalidad económica conduce a la gente a pagar por el espacio.
Pero si una ciudad está en decadencia de nada servirá levantar obras monumentales, tal como hizo el emperador romano Vespasiano en el siglo I, que se atribuyó un aura de legitimidad mediante inmensos proyectos de construcción, como el Coliseo. A los gobernantes les encanta hacerse una foto en las inauguraciones de lujosos edificios que parecen demostrar que su municipio ha triunfado o resucitado, pero ello no tiene ningún efecto real.
El ejemplo que suelen aportar los economistas es la ciudad de Detroit, en otro tiempo una de las ciudades más grandes y prósperas de Estados Unidos gracias a su boyante industria del automóvil. Hoy día, Detroit es una ciudad en decadencia, que año tras año pierde población a pesar de que sus gobernantes han construido insensateces como el Joe Louis Arena o un costoso sistema de monorraíl, el People Mover, que constituye probablemente el proyecto de transporte público más absurdo del país: no consigue llenar ni una pequeña fracción de sus asientos y las calles que quedan abajo acostumbran a estar vacías, pudiendo dar cabida a flotas enteras de autobuses. Así que Detroit parece estar condenada a desaparecer, a convertirse en una ciudad de mentira, en una ciudad que intenta ser una ciudad simplemente construyendo más y mejor.
Existen ciudades habitadas por seres humanos que en cierto modo son diminutas. Al menos son diminutas proporcionalmente hablando. Me refiero a la ciudad fortaleza de Kowloon, una ciudad tan compacta que más que una ciudad se parece a un gran lingote dorado lleno de oquedades y surcos.
Kowloon sirvió de fuerte y puesto de vigía contra los piratas de la región que en el siglo XIX (dinastía Song) amenazaban el comercio de la sal. Enclavada dentro de la próspera Hong Kong, pasó a tener estatus de ciudad en 1842, cuando el Gobierno chino consideró que, a pesar de haber cedido Hong Kong a las autoridades británicas, debía contar con cierta presencia en la región (algo así como lo que representa Gibraltar en la actualidad). En aquella época, Kowloon apenas tenía una población de 700 personas. Conquistada por los japoneses en la Segunda Guerra Mundial, Kowloon fue demolida en gran parte, y prácticamente la totalidad de la muralla del fuerte fue desmantelada para construir con sus piedras el cercano aeropuerto de Kai Tak. Al terminar la guerra, la ciudad se convirtió en el refugio de las pandillas más peligrosas de la isla y también de las mafias, las tríadas.
Entonces, Kowloon empezó a operar bajo sus propias leyes callejeras, al margen del resto del mundo, como una especie de Amazonas de cemento y cristal en la que incluso el Lee Marvin de Doce del patíbulo o el sargento Hartman de La chaqueta metálica tendrían serias dificultades para poner un poco de orden. Ni siquiera la policía de Hong Kong se atrevía a entrar en la ciudad, lo cual es sumamente significativo: la ciudad más o menos iba hacia adelante sin autoridad, sin ley escrita. Un ejemplo de esta «autogestión» lo encontramos en cómo la gente limpiaba la ciudad: los habitantes de los pisos superiores barrían hacía el piso de abajo, el del piso de abajo hacía lo mismo y así sucesivamente. El resultado era que los pisos inferiores tenían una gran cantidad de polvo, además de abundancia de ratas y cucarachas. No es de extrañar, pues, que sus habitantes se refirieran a la vida en Kowloon como un «armonioso estado de anarquía», donde campaban a sus anchas los fumaderos de opio, los traficantes de cocaína, los casinos, los puestos de comida donde se servía carne de perro y las fábricas secretas donde se falsificaban toda clase de productos. Pero también donde la mayoría de la gente vivía siguiendo normas tácitas de convivencia.
Un dato muy curioso es que en Kowloon ejercían muchísimos dentistas, cuyos precios asequibles (debido a que operaban sin licencia) atraían a clientela que incluso vivía fuera de la ciudad. Aunque yo no me fiaría de un dentista que trabaja en unas condiciones higiénicas propias de un prostíbulo de carretera.
Así era Kowloon. Un micromundo insalubre y corrupto dentro de una ciudad próspera como Hong Kong. Un limbo seudolegal. Un lugar de perdición y pecado que recuerda vagamente a la Sin City del cómic de Frank Miller. Posiblemente el único lugar del mundo donde se podía comprar cola de dragón o cuerno de unicornio como sustituto de las medicinas de farmacia.
A mediados de los años setenta, Kowloon empezó a crecer desproporcionadamente. Pero no podía hacerlo a lo ancho si pretendía respetar el territorio original, el cual se extendía en un espacio de apenas 100 por 200 metros de extensión. Así pues, creció hacia arriba (aunque nunca más de 14 pisos, para no entorpecer el tráfico aéreo de la vecina Hong Kong, cuyos aviones solían pasar rozando las azoteas de los edificios: allí, el Reglamento de Circulación Aérea permitía que los aviones pasaran a una altura inferior de 100 metros del punto más elevado, situado en un radio de 600 metros, cuando en España, por ejemplo, ese límite se establece en unos 300 metros). De este modo, fue comiéndose poco a poco el espacio de las calles y las plazas, que fueron empequeñeciéndose cada vez más. La ciudad, superpoblada y atestada de edificios y de cosas en general, era una masa indescifrable de construcciones, estrechísimas calles, pasillos y puentes. Las calles más anchas apenas tenían un metro de anchura. Literalmente, toda la ciudad pasó a ser un único edificio. Y esto también explica que unos edificios tan precarios se mantuvieran en pie: se apoyaban unos sobre otros, nuevos edificios se construían en las azoteas de los antiguos, todo se levantaba un poco al azar. Con 50.000 habitantes, pues, Kowloon tenía una densidad de población claustrofóbica: 1,9 millones de habitantes por kilómetro cuadrado. Nueva York tiene 91 personas por hectárea; Kowloon tenía 13.000 personas por hectárea. La gente que circulaba por la calle, entonces, debía parecer de lejos una melé de rugby.
De esta manera, proporcionalmente, Kowloon era diminuta si tenemos en cuenta todo lo que albergaba. Como si una gran ciudad de repente se hubiera comprimido al ser aplastada por sus cuatro costados con gigantescas planchas de acero. Y seguramente sus habitantes la consideraban así, pequeña, apretada, asfixiante, masificada…, protectora como la concha de una tortuga. Un lugar donde pasaban tantas cosas diferentes simultáneamente que bastaba dar un paseo por sus calles repletas de estímulos para solucionar cualquier problema de déficit de atención. El único espacio físico que quedaba a salvo de esta planificación urbanística un tanto turulata fue aquel en el que estaba enclavado el templo de Tin Hau, construido en 1951, en el centro de la ciudad. Pero la altura de los edificios que lo rodeaban fue tal que el templo siempre permanecía en las sombras y hasta se protegió su estructura con una rejilla para impedir que la basura y los fragmentos de toda clase de cosas cayeran sobre él.
Por si no fuera suficiente semejante caos arquitectónico, marañas inextricables de cables y tuberías cruzaban como telarañas todas las calles y ocultaban todavía más los pocos resquicios que se mantenían libres y que permitían contemplar un fragmento de cielo. Esto era así a causa de una norma que se estableció sobre la instalación eléctrica: debía estar al descubierto a fin de poder abordarla en caso de incendio. No en vano, Kowloon era conocida como «la ciudad de la oscuridad»: la poca luz de la que disfrutaban sus calles procedía exclusivamente de enfermizos fluorescentes. Por tanto, no era buena idea poner una planta
de exterior en cualquiera de las calles de Kowloon, porque en pocos días moriría. Es ciertamente irónica la existencia de este caos urbanístico junto a una ciudad como Hong Kong, ciudad armónica por excelencia, que incluso fue construida siguiendo las leyes del feng shui, que valora los recorridos del chi, las direcciones cardinales o la geomancia; más todavía: los edificios más emblemáticos de Hong Kong se asientan en lo que llaman Vena del Dragón, que procura no impedir el paso de los dragones hacia el agua.
Para decepción de los turistas ávidos de aventuras, China y el Reino Unido firmaron un acuerdo en 1987 que ponía fin a la grotesca existencia de Kowloon. Tras un proceso de varios años e interminables negociaciones con muchos de los habitantes que se negaban a abandonar sus casas, la ciudad fue evacuada y demolida entre 1991 y 1992. La ciudad miniaturizada desapareció del mapa y su lugar fue ocupado por un inmenso parque de estilo tradicional chino, el Kowloon Walled City Park, provisto de jardines, fuentes y lagos inspirados en el arte de la dinastía Qing. Su única construcción, ahora, es una pagoda.
Antes de que la ciudad fuera demolida, sin embargo, se aprovechó el escenario para rodar algunas películas, como Bloodsport, protagonizada por Jean-Claude Van Damme o Crime Story, de Jackie Chan, en la que incluso aparecían escenas de explosiones reales. Dos periodistas, Ian Lambot y Greg Girard, tomaron en esos días multitud de instantáneas recopiladas en su libro City of Darkness: Kowloon Walled City. Un grupo de japoneses estuvo más de una semana recorriendo todos los rincones de la ciudad para confeccionar un mapa detallado del lugar. En la novela El mito de Bourne, de Robert Ludlum, el agente secreto Jason Bourne también protagoniza una espectacular persecución por las angostas calles de Kowloon (aunque por razones obvias, la adaptación cinematográfica rodada muchos años después ya no fue posible ambientarla en Kowloon). El paisaje de Kowloon también inspiró videojuegos como Shenmue II.
El crecimiento desaforado de China también está dando origen a situaciones tragicómicas más propias de los dibujos animados que de la realidad. ¿Alguna vez habéis visto cómo un gran edificio de viviendas, imprevistamente, se volcaba hacia atrás como un árbol caído? Eso es lo que ocurre con cierta regularidad en ciudades como Shanghái. Bloques de viviendas de 13 plantas que de repente se vencen hacia atrás y quedan tumbados boca arriba, como si fueran seres vivos, esos edificios con cara y ojos que aparecían en el mundo de los dibus de ¿Quién engañó a Roger Rabbit? Y lo más extravagante: algunos de estos bloques quedan casi intactos, incluso con los marcos en perfectas condiciones. Las columnas subterráneas que debían ser los cimientos quedan al descubierto, como efectivamente las raíces de un árbol descuajado por un huracán.
De lejos, uno incluso podría pensar que el edifcio se acoge a alguna corriente artística vanguardista y que sus habitantes tienen unas estupendas vistas al cielo. Pero la razón de que los edificios se derrumben de esta forma tan original es producto de un crecimiento urbanístico mal planificado unido a una insuficiente inversión que se traduce en materiales de mala calidad.
Afortunadamente, muchos de estos edificios se desploman poco antes de ser entregados a sus inquilinos, cuando se están ultimando los detalles finales, como le sucedió al complejo Lotus Riverside, de la constructora Shanghái Meidu Real Estate, que ya había vendido 489 de los 629 pisos disponibles. Levantado en el distrito de Minhang, en las afueras de la ciudad, más de 400 compradores exigieron la devolución del dinero y una indemnización que cubriera el alza de los precios inmobiliarios.
Y es que China está consumiendo en la actualidad la mitad del cemento del mundo, para que luego digan que España es el país del ladrillo. Los edificios se levantan día y noche. A los que se construyen con menos presupuesto del escriturado (cuya diferencia se reparten el constructor y los Gobiernos locales), se les conoce como «proyectos tofu», por su firmeza de flan. En definitiva, un despiporre urbanístico bastante endeble.
En 1844 se creyó haber inventado la solución para construir carreteras seguras, baratas y rápidas. Las carreteras hechas de madera. Sí, totalmente hechas de tablones de madera. Para viajar de Canadá a Estados Unidos se prescindió de la antigua técnica de cubrir la superficie de los caminos con grava o tierra, que requería un mantenimiento muy caro. Además, la grava solía atrapar las ruedas de muchos carros cuando llovía, pues convertía los caminos en trampas legamosas. Existía una grava compactada llamada macadam que evitaba estos contratiempos, pero su coste era muy elevado: 3500 dólares por milla.
De modo que, a falta de que se inventara todavía el asfalto, la modernización de la red de carreteras tuvo una época efímera pero pintoresca en la que se apostó por la madera. Su máximo responsable fue George Geddes, un ingeniero civil que de viaje a Toronto quedó impresionado por las plank roads («carreteras de tablones»). Al regresar a la ciudad de Salina, inició la construcción de una carretera de madera de casi 20 kilómetros que conectaba una mina de sal con Siracusa. La construcción era tan sencilla que asombró a todo el mundo: bastaba con situar firmemente en el suelo dos líneas paralelas de troncos separadas un metro y medio a modo de cimientos. A continuación se colocaban perpendiculares a estos troncos tablones de 2,5 metros de largo y unos 10 centímetros de grosor. El propio peso era suficiente para mantener la construcción estable, sin necesidad de recurrir a clavos u otras sujeciones. Finalmente se nivelaba la carretera con tierra y se cavaba una zanja a cada lado de la carretera para asegurar el drenaje del terreno en caso de que lloviera.
Poco tiempo después, más de 1000 compañías ya se habían encargado de construir 16.000 kilómetros de carreteras de madera en Estados Unidos, un tercio de las cuales estaban situadas solo en Nueva York. La superficie de la madera, mucho más lisa que cualquier otra carretera del mundo e inmune a la lluvia y la nieve, permitía que los vehículos se movieran a velocidades mayores. Por ejemplo, algunos trayectos de mercancías que anteriormente se hacían en cuatro o cinco días en una carretera de tierra ahora se podían hacer en medio día. Incluso se preferían las carreteras de madera al ferrocarril. Las carreteras de madera, pues, auguraban una modernización de las comunicaciones y un aumento apoteósico de las mismas que equivalía a la invención de Internet. De hecho, el invento de las carreteras de madera fue comparado por gentes de la época como un hallazgo del calibre del de Samuel Morse.
Sin embargo, a finales de 1853 todo se detuvo de repente. No es que un pirómano hubiera prendido fuego a la red de carreteras, formando una gigantesca hoguera con la forma geométrica de una tela de araña. Tampoco un ejército de pájaros carpinteros o de termitas hambrientas hizo de las suyas. Lo que sucedió fue que las carreteras de madera tenían una vida útil muy inferior a lo que se había conjeturado. En cuatro o cinco años, cualquier carretera de madera quedaba inutilizada por la intemperie, aflojándose, combándose y pudriéndose. Reemplazar los tramos deteriorados aumentaba de tal modo el coste que las carreteras de madera pasaron de ser la nueva forma de ir de un sitio a otro a un caro lujo solo accesible para unos pocos. En 1860 ya había desaparecido el 40 por ciento de estas vías de madera. Durante cierto tiempo el mundo se aceleró, dio un salto en el tiempo, al menos en el ámbito de las comunicaciones, para después regresar de nuevo a su época de tierra y grava.
¿Os lo imagináis? Por poco, la célebre Ruta 66 acaba siendo de madera. On the road… wood. Afortunadamente, la gente no tardó en darse cuenta de que los coches viajan a mayor rapidez sobre autopistas uniformemente asfaltadas. El sistema de carreteras pavimentadas en Estados Unidos empezó a organizarse y financiarse por el Gobierno federal durante la década de 1920.
Y es que, si uno se para a pensarlo, el mayor generador de lugares que estuvieron y ya no están es un mapa. Porque un mapa es capaz de concebir un lugar por el simple hecho de estar reflejado en él. Luego, obviamente, ese lugar no existirá cuando lo visitemos, pero dando por sentado que jamás visitaremos el 90 por ciento de los lugares que refieren los mapas, para nosotros, que confiamos en los mapas, esos lugares de mentira existirán con tanta autoridad como los de verdad.
Entonces el mapa se revela como una especie de pergamino lleno de arcanos conjuros: basta leerlos para que se materialicen países, ciudades, cordilleras o ríos. Porque la magia puede consistir tanto en hacer aparecer algo de la nada como en hacer creer a los demás que has hecho aparecer algo de la nada. En ese sentido, resultan muy evocadores los mapas antiguos, con sus pequeños errores de cálculo, plagados de nombres antiguos que ya han quedado en desuso.
La editorial Kalimedia editó hace algún tiempo un divertimento de este estilo titulado Atlas de los nombres verdaderos. Como su propio nombre indica, es una colección de mapas de todo el mundo cuyos países, ciudades y accidentes geográficos se llaman por su raíz etimológica o por su nombre original, con el que los bautizaron sus descubridores o sus antiguos habitantes. El resultado es ciertamente sorprendente, y podría pasar sin dificultad por uno de esos mapas imaginarios que figuran en las primeras páginas de algunas novelas de fantasía. Por ejemplo, el misionero británico David Livingstone dejó escrito lo siguiente después de descubrir las cataratas Victoria en 1860: «Los nativos llaman a ese lugar “los mil truenos de humo” porque el ruido y la espuma se perciben desde varios kilómetros». Así que empecemos a llamar a las cataratas Victoria de esa manera y entonces adquirirán una aureola casi mitológica.
En España sucede lo mismo: según el Atlas de los nombres verdaderos, la península ibérica se llama península del Río, y España es Tierra de Conejos. Los Pirineos son la Montaña del Fuego Secreto. Cataluña es el País de la Gente a la Orilla de la Corriente y los Grandes Señores. Y Barcelona es Rayos. ¿No suena a mapa de El señor de los anillos? Viajar por el país con uno de estos mapas en vez de con una guía Michelín o un GPS debería de ser mucho más entretenido, y épico, sobre todo si lo hacéis con una buena colección de música celta en el iPod. ¿Nos vamos a esquiar a la Montaña del Fuego Secreto (los Pirineos)?
Madrid se llama Pastos. Galicia es el País de la Vía Acuática. Y no os perdáis Santiago de Compostela: Santo Sostenedor del Talón del Campo de Estrellas. Portugal es Puerto Cálido.
Si salimos de España, entonces los nombres se vuelven todavía más esperpénticos. El desierto del Sáhara, por ejemplo, es el Mar de Arena. Maldivas es Mil Islas. Escocia es el País de la Tiniebla. Chile es el País del Final del Mundo. El Kilimanjaro es el Monte del Dios del Frío. México es el Ombligo de la Luna. Tailandia es el País de los Libres. Estados Unidos es Estados Unidos del Poderoso en el Hogar. Cuba es Donde se Encuentra Oro. El océano glacial Ártico es el Mar del Mundo del Oso (por eso la Antártida es Opuesto a la Tierra del Oso). El río Amazonas es el Destructor de Barcos. La península de Yucatán se llama ¡No Os Entiendo! Porque fue lo primero que pronunciaron los indígenas a los españoles al llegar hasta allí.
En Centroamérica aparece un sitio sumamente ilustrativo si lo que pretendemos es confraternizar con el prójimo: Aquí Hay Humanos. Algo parecido a lo que sucede por el sur de Francia, donde también hallaremos el País de los Humanos, así como el País de los Guerreros del Olmo o el País de los Buenos Guerreros.
También en el breve ensayo How the American Indian Named White Man («Cómo llamaban los indios a los hombres blancos»), del antropólogo Alexander F. Chamberlain, se recogen muchas otras expresiones que diversas tribus adjudicaron a los forasteros que les visitaron. Los kiowas, por ejemplo, llaman Ganoko («los que gruñen») al hombre blanco. Y los upsarokas los llamaban Mashteeseeree («ojos amarillos»). Los esquimales bautizaron a sus visitantes como Shakenataaagmeun («la gente que viene de debajo del sol»). Los hombres blancos barbudos que se toparon con las tribus de Amércia suscitaron a los nativos a que usaran nombres que se refirieran a su pelo en la cara, como los indios tarahumaras, asentados en el actual México, que los llamaron Chabochi («persona con telarañas en el rostro»). El apelativo más divertido sin duda era el usado por los indios ayoreos, que llamaron al hombre blanco Cohñone («la gente que hace cosas sin sentido»).
Para contemplar un mapa desde otro punto de vista, además de bautizar sus enclaves con los nombres originales, podemos definir las regiones según los estereotipos que representan. Es lo que ha hecho un diseñador gráfico de Londres, Yanko Tsvetkov, creando así una serie de mapas que representan Europa de acuerdo a los estereotipos nacionales de diferentes pueblos. El primero lo creó en 2009, en mitad de la disputa energética entre Rusia y Ucrania. Rusia fue bautizada entonces como Imperio Paranoico del Combustible, Ucrania como Ladrones de Gas y la Unión Europea como Unión de Agricultores Subsidiados. Suiza es simplemente llamada Banco. Y Turquía es La Tierra Sin YouTube.
Más tarde, Tsvetkov dibujó el mapa de Europa según los estereotipos de Francia, donde España es el país de los Bailadores de Flamenco y Alemanía, Los Mejores Amigos. Turquía se llama Definitivamente no Es Europa. En la Europa según los estereotipos alemanes, Suecia es Ikea, España es Hoteles Baratos Aquí e Italia es Pizza y Museos. En la Europa según el estereotipo italiano, España es Dialectos Italianos, Portugal es Brasil, Alemania es Adictos al Reloj, Francia es El Imperio Bruni, Inglaterra es Rugby y Suecia es Tierra de Volvo.
Este libro no hubiera visto la luz si antes no hubiesen sido escritos otros tantos libros. Gracias a ellos, por división, como las células de un gran organismo, ha nacido este. El verdadero autor, pues, sois todos vosotros, los autores a los que admiro y que no caben en esta página de agradecimientos.
Con todo, quiero hacer mención particular, por su apoyo, respaldo y mecenazgo, a la Universidad Omya, en la localidad del Arboç. Esta institución es como cualquier lugar de este libro: parece de mentira, pero, si sabes enfocar la mirada, es de verdad. Como también lo es su personal docente, del que debo excluir de estos agradecimientos al histérico y cascarrabias Echegarri.
Igualmente importante ha sido para desarrollar mis ideas y dar cabida a las mismas la plataforma digital Weblogs S. L., con los capitanes Julio Alonso y Antonio Ortiz al frente, que permitió que usara su tecnología y su feedback para probar con lectores de todo el planeta muchos de los contenidos que aquí aparecen.
También quiero expresar mi infinito agradecimiento a la Biblioteca Pública El Galliner, por su extensa aunque algo descabalada hemeroteca y por su amplia selección de cafés endorfínicos, en la que tantas tardes me he instalado en la mesa que queda al fondo a la izquierda. Sí, yo era el tipo raro que siempre le estaba dando a la tecla, impermeable a las miradas suspicaces, unas; curiosas, otras.
Y, por último, gracias a la sosias de Arale Norimaki, por su apoyo, su humor y su afecto, que han sido siempre incondicionales. Ella me ha permitido ser un Senbei Norimaki que ya no persigue a una seria y estirada señorita Yamabuki, lo cual es un descanso: no estoy obligado a impostar la voz ni a actuar con teatralidad. Aunque de vez en cuando sea divertido.
A todos ellos, gracias.
LUGARES DE MENTIRA
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ESPAÑA: Bosque de Irati. Cabo de la Nave. Cal Sebas. Canteras de s’Hostal. Eixt. El Caminito del Rey. El Hemp. Guarromán. Hotel Punta Grande. Huerta de Rey. Isla Mayor. Júzcar. La Torca del Cerro. Luna. Nombela. Nova España. Observatorio del Roque de los Muchachos. República de Perejil-Leyla. República Senatorial de Timeria. Sima de los Huesos. Torca del Carlista. Tribu Tatúa.
ESTADO FEDERADOS DE MICRONESIA: Ruinas de Nan Madol.
ESTADOS UNIDOS: Angloe. Aurora Bridge. Biosfera 2. Boston. Bubblegum Alley. Cactus Dome. Cañón del Antílope. Casa Biltmore. Cashmere. Carmel. Celebration. Cementerio de ruedas. Centralia. CETI. Dole Plantation. Earth. «El Deshuesadero». El pequeño triángulo de Hess. Embalse Ivanhoe. Epicentro Obama. Fort Lauderdale. Fresh Kills. Fuentes termales de Mammoth. Golden Gate. Grace Cathedral. Hearst Castle. HPSS/ /JFCOM/data center. Iglesia universalista unitaria de las cruces. Isla Sarichef. Islas Zavikon. Joder. Lago Mono. Megalaberinto de la Granja de los Davis. Marte. Mercurio. Micronación de Osho. Mill Ends Park. Monte Rainier. Monte Washington. Neptune City. Nevada Test Site. Northerly Island. Parque Nacional de las Secuoyas. Parque Nacional Redwood. Parque Waldo. Planta Pantex. Proyecto Venus. Red Rock Island. Reino de Talossa. República de Molossia. ReStart Internet Addiction Recovery Program. Restaurante Heart Attack Grill. Roble del Ángel. Roseto. Salvation Mountain. Santa Cruz. San Luis Obispo. Seta de la miel. Sliding rocks. Solvang. Shishmaref. Stepford. The Woodlands. Tightwad. Treasure Island. Twinsburg. Valle de Napa. Venus. Winchester Mystery House.
ESTONIA: Parque Nacional de Soomaa.
ETIOPÍA: Beta Giyorgis. Castillos de Gondar. Danakil.
FILIPINAS: Cavite. Cementerio Norte de Manila. Colinas de chocolate.
FIYI: Vatu Vara Island.
FRANCIA: Balsa de las copas (Guayana Francesa). Cementerio Père-Lachaise. Condom. Eurotúnel. Gran duna de Pyla. La línea 13 del metro de París. Les Carrières de Paris. República de Goust. Sala de Verna. Sima Mirolda.
GABÓN: Depósito de Oklo.
GEORGIA: Cueva de Krubera-Voronia.
GRANADA: Museo subacuático de estatuas. White Island.
GRECIA: Isla de Athanasios.
HOLANDA: Geldrop. Kuboswoming. Madurodam. Makkinga. Naarden.
HONDURAS: Xucutaco-Hueitapalan, la Ciudad Blanca.
INDIA: Chand Baori. El árbol asesino de Kerala. Geriátrico para elefantes. Islas Andamán. Lluvia roja de Kerala. Roopkund. Reserva de Sundarbans. Torre Antilla.
INDONESIA: Mar de ardora. Río Citarum. Sala de Sarawak. Volcán Ijen. Volcán Tambora.
IRAK: Cementerio Wadi al Salam.
ISLANDIA: Cráter del Snæfellsjökull. Islandia, isla de hielo y fuego.
ISLAS MARSHALL: Isla de Runit.
ISRAEL: Huerto de Getsemaní. National Urban Training Center.
ITALIA: Hase, el conejo rosa gigante. Iglesia de Santa Maria della Concezione dei Cappuccini. Isla Ferdinandea. San Gimignano.Tavolara.Viganella.
JAMAICA: Nueva Atlántida.
JAPÓN: Bosque de Aokigahara. Distrito de Kanagawa. Granjas subterráneas. Hashima. Hosen-Ji. Línea Yamanoete del metro. Monte Mihara. Restaurante Papin en Kurashiki. Reversible Destiny Lofts. Túnel de Daishimizu. Túnel de Selkan.
KIRIBATI: Islas divididas por la línea internacional del cambio de fecha.
LIBIA: Al Aziziya.
LITUANIA: La colina de las Mil Cruces.
MADAGASCAR: Baobabs.
MAURITANIA: Cementerio de barcos de Nuadibú. Chinguetti.
MÉXICO: Cerralvo Island. Colonia Penal Federal Islas Marías. Cráter de la península de Yucatán. Cueva de los cristales. Sótano de las golondrinas. Iglesia de San Juan Paragaricutiro. Isla Bermeja. Isla Espiral. Las Pozas. The Maya-Pyramid Hotel. Walden Dos.
MYANMAR: Bagan.
NAMIBIA: Dead Vlei. Kolmannskuppe.
NAURU: La isla de los ricachones obesos.
NEPAL: Glaciar de Khumbu.
NÍGER: Árbol del Teneré.
NIGERIA: Lagos.
NORUEGA: Archipiélago de Lofoten. Bóveda Global de Semillas de las Svalbard. Cabo Nordkinn. Lysebotn. Reine.
NUEVA ZELANDA: Baldwin Street. Cuevas de Waitomo. Isla de Puangiangi. Stratford. Tokelau.
PANAMÁ: Isla Porcada.
PAPÚA NUEVA GUINEA: Aldea Koke.
PERÚ: Iquitos. Islas flotantes de los uros. La Piedra del Diablo. Necrópolis de Paracas.
POLONIA: Minas de Wieliczka y Bochnia.
PORTUGAL: Cabo da Roca. Mar de ardora.
PUERTO RICO: Bahía Fosforescente.
REINO UNIDO: Archipiélago de Tristan da Cunha. Argleton. Beachy Head. Búnker en Camdem. Calle Parliament. Cementerio victoriano de mascotas. Centro de Tecnología Alternativa. Claremont Road. El Jardín de la Especulación Cósmica. Eurotúnel. Faro de Bell Rock. Faro de Bishop. GOY CL. Grafitis en 3D. Hay-on-Wye. Hornsey Lane. Iglesia de Sledmere. Isla de Sark. La Calzada del Gigante. Las Órcadas. Peña Rockhall. Portmeirion. Poundbury. Proyecto Edén. Punto Nemo. Reebok CrossFit. Safe Scandinavia. Scapa Flow. Skara Brae. Salford. Sealand. The Dark Edges. Thorpeness. Wincanton. Yorkshire.
REPÚBLICA CHECA: Osario de Sedlec. Theresienstadt. Viaducto de Nusle.
REPÚBLICA DE IRLANDA: Acantilados de Moher. The Dark Edges.
REPÚBLICA DEL CONGO: Centro de rehabilitación de chimpancés de Tchimpounga.
REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DEL CONGO: Rayos en Kinsasa.
REPÚBLICA DOMINICANA: Las Salinas.
RUMANIA: Castillo de Bran. El «Cementerio Alegre».
RUSIA: BIOS-3. Cementerio de barcos de Kamchatka. El agujero más profundo. La «Mansión» de Arcángel. La ruta de los huesos. Lago Baikal. Magnitogorsk. Nizhni Nóvgorod. Norilsk. Oimiakón.
SINGAPUR: Estación Dhoby Ghaut.
SOMALIA: Mar de ardora.
SUAZILANDIA: Baile de las Cañas.
SUECIA: Edificio Turning Torso. El Globe. Haparanda. Observatorio de Uraniborg. Pícea solitaria de Noruega.
SUIZA: Gruyères. H. R. Giger Museum Bar. LHC. Refugios nucleares. Túnel de San Gotardo. Túnel del Simplon.
SURÁFRICA: Cabo de las Agujas. Cabo Malayo.
TAILANDIA: Koh Phi Phi Leh. Phuket. Santuario de la Verdad. Wat Pa Maha Chedi Kaew.
TAIWÁN: San Zhi.
TANZANIA: Lago Natron.
TRINIDAD Y TOBAGO: Bird Island.
TONGA: República de Minerva.
TURKMENISTÁN: Asjabad. Puerta del infierno.
TURQUÍA: Capadocia. Derinkuyu. Pamukkale. Puente del Sultán Mehmet.
UCRANIA: Cementerio subacuático de estatuas. Chernóbil. Prípiat.
UGANDA: Chimp Haven. Lira.
UZBEKISTÁN: Isla Renacimiento.
VANUATU: El país de la felicidad.
VENEZUELA: Relámpago del Catatumbo.
VIETNAM: Hotel Hang Nga.
YEMEN: Árbol sangre de dragón. Shibam.
Sergio Parra (Barcelona, 1978) es editor y coordinador de diversos medios digitales, como Xataka Ciencia, Papel en Blanco o Diario del Viajero. También mantiene el blog Lugares que parecen de mentira, inspirado en la filosofía del presente libro.
Como divulgador de ciencia es autor de una biografía de Michael Faraday (RBA, 2013), en la colección Grandes Ideas de la Ciencia; también es colaborador habitual en prensa (Quo o Mètode) y radio (Quítate la liga, en Onda Cero, o Levántate y Cárdenas, en Europa FM).
Como narrador ha publicado varias novelas, entre las que destacan Jitanjáfora (AJEC, 2006, finalista de los Premios Ignotus de la Asociación Española de Fantasía y Ciencia Ficción), Jitanjáfora: desencanto (AJEC, 2011), Venus decapitada (Bizancio, 2009) o La moleskine (Nostrum, 2006, V Certamen Nacional de Narrativa Caja Castilla La Mancha).
www.lugaresqueparecendementira.com
@SergioParra_