63.

 

 

 

 

Caravaggio, Italia

 

Barbara analiza el resultado de los retratos robot.

 

Le prometió a Camino que los tendría hoy, y tras mucho bregar ha conseguido que el departamento de identificación le dé prioridad. Silvio acaba de traerle los dibujos que el software informático ha creado con la colaboración de Paolo Nesi y el técnico de Criminalística que le ha guiado en el proceso. Quizá debieron empezar por ahí. Los retratos robot ayudan a resolver casi un veinte por ciento de los casos, todo depende de que el testigo sepa memorizar y describir los rasgos para que el resultado sea una reconstrucción del sospechoso lo más fidedigna posible.

Observa ambos rostros. Le sorprende que el de la mujer refleje a alguien muy joven. Un cutis terso, sin una sola arruga en las comisuras de los ojos o las de los labios. Tiene unas cejas finas y unos ojos castaño claro. La frente es amplia, la nariz pequeña, y a su alrededor se dejan ver algunas pecas. Los labios no son ni delgados ni carnosos, aunque destaca en ellos un rictus severo. Posee una melena ondulada hasta la altura de un mentón afilado. Una chica de lo más normal.

En cuanto al hombre, llama más la atención. Podría rondar los cuarenta, quizá cincuenta años, y tiene mandíbula de caballo, ojos cercanos a la bizquera, hundidos bajo unas cejas anchas de pelo hirsuto, nariz de tabique prominente y aspecto bulboso en la punta, y unos labios caídos ligeramente hacia el lado izquierdo. El cabello es ralo a la altura de la frente y se va poblando más en las zonas inferiores del cráneo, y las orejas son pequeñas para un rostro como el suyo, la derecha algo más despegada. Todo el conjunto transmite una asimetría antipática.

—¿Los han pasado ya por el programa?

Barbara se refiere al Morpho Face, un lector biométrico con una función para seleccionar los semblantes similares entre todos los delincuentes fichados.

—Sí, y le he vuelto a mostrar al testigo los veinte resultados que podrían coincidir. Pero nada, insiste en que ninguno de ellos se corresponde.

Ella frunce los labios en un gesto pensativo:

—Puede que no estén fichados.

—O que Nesi no haya sido capaz de reconocerlos —dice Silvio.

—O que nos haya mentido desde el principio, que es lo que más me temo.

—También.

—En ese caso, estaríamos conduciendo a la policía sevillana hacia una vía falsa.

—Hay que intentarlo.

Barbara lanza un resoplido más propio de un caballo.

—Supongo. Que los envíen por el sistema a todos los cuerpos policiales.

El policía asiente y se va para dar curso a la instrucción.

Barbara sabe que eso no suele dar resultados, al menos no a corto plazo. Si cada agente que patrulla las calles tuviera que memorizar las caras de cada uno de los sospechosos del país, necesitaría un chip extra integrado en el cerebro. Puede que dentro de unos años sea así, aunque duda que ella llegue a verlo. Mientras tanto, y aun con esos mimbres tan humanos, hay que seguir persiguiendo a los malos.

Agarra el teléfono y pulsa la tecla de llamada en el contacto de Camino Vargas. Pero esta vez no hay tanta suerte. Consulta el reloj y solo entonces se percata de que son más de las once de la noche. La sevillana estará en su casa viendo una película o roncando a pierna suelta, que es lo mismo que debería hacer ella. Le enviará los retratos por correo electrónico y cumplirá con su palabra. Está desbloqueando el ordenador cuando su teléfono suena. Lo coge sin mirar el remitente dando por hecho que se tratará de la inspectora, pero es Taylor.

—¿Barbara?

—¿Ya sabéis quién fileteó a la mujer?

—Yo también me alegro de oírte.

—Taylor, te recuerdo que aquí ya es hora de estar metida en la cama.

—Y, sin embargo, tú no lo estás —adivina él.

—No, pero me gustaría.

—También te gustará saber que ha muerto un médico en un tiroteo en Brooklyn.

—Siempre me han caído mal los médicos, pero de ahí a alegrarme... Además, total, allí os matáis a tiros todos los días.

Se escucha una risa socarrona al otro lado.

—Pero no todos los días, querida Barbara, entran tres asesinos a sueldo en la casa de un cirujano del Bellevue Hospital.

—El hospital del que se usurpó el cuerpo de Claire Brooks. —Ella hace la conexión de inmediato.

—Exacto. Menuda escabechina. El médico se defendió, no te creas. No quedó ni el apuntador.

—Podría estar relacionado.

—Lo está. Acabamos de confirmar que había partículas de sangre de Claire Brooks en el garaje. Fue allí donde Liam Johnson la convirtió en filetes.

—¿Liam Johnson? ¿Así se llama? O sea, que sí que lo tenéis.

—Sí. Se llamaba —puntualiza Taylor, que no hace nada para disimular su autocomplacencia.

—No entiendo..., ¿por qué enviar a unos sicarios a matarle ahora?

—Nuestra hipótesis es que desobedeció las órdenes de arriba. La boutique era una antigua carnicería, ¿recuerdas? Pues la dueña es una mujer con una edad similar a la de Claire. Supongo que se la tenía que haber cargado.

—Pero se echó atrás y cogió a una que ya estaba muerta.

—Eso creo yo. Y no le perdonaron la cobardía. Ni la mentira. Esta gente no se anda con chiquitas, Barbara.