69.

 

 

 

 

Sevilla, España

 

—Volvemos al caso.

 

Camino lo dice con rostro impasible mientras visualiza el vídeo en bucle, una y otra vez. No puede apartar los ojos de la pantalla, de las convulsiones de Daniel, de su cuerpo de dieciocho años rebozado en petróleo como las gaviotas de la marea negra del Prestige, tantos años atrás.

—Yo me quedo.

Es la voz de Pascual, que lleva una noche en blanco superado por los acontecimientos, agotado de presenciar tanto dolor, impotente ante la noticia de que el número de muertos encontrados siga ascendiendo y ellos no puedan hacer nada por evitarlo. Aquí no hay homicidas que atrapar, crímenes que prevenir, estupefacientes que incautar ni redes delictivas que desarticular. El río se ha llevado por delante la vida de un puñado de sevillanos y ellos lo único que pueden hacer es ayudar a controlar el desaguisado. Y no es poco, porque se necesitan todas las manos disponibles. Así que no, no le hace ni puñetera gracia abandonarlo todo para irse a buscar a Daniel Torredealba, por muy jodida que sea su realidad también ahora.

—¿Qué dices?

—Que no me muevo de aquí —se reafirma Pascual—. Hay mucho que hacer.

—Pero, hombre, Molina, que van a matar a ese chaval.

—No estoy tan seguro.

—¿Cómo que no? —Camino le planta la pantalla delante de las narices. El vídeo continúa reproduciéndose, los ojos aterrorizados de Daniel miran a cámara.

—La madre lo pagará. Está forrada, ¿no? Ya los pillaremos cuando se rastree el dinero.

—No te entiendo, Molina.

—Ni yo a ti. ¿Qué pasa, ahora sí te importa? ¿Más que toda esta gente? ¿No decías que era un fanático peligroso?

—Me equivoqué con él —reconoce la inspectora.

—Mundo de mierda —Pascual sigue protestando con amargura. Al fondo, una familia llora ante su casa destrozada—. Hasta la madre de un compañero ha muerto, y nosotros tenemos que abandonarlos a todos para salvarle el culo a un niño rico.

Camino está perpleja. El empático de Molina, la sensibilidad hecha hombre, el que todo lo comprende y se pone en los zapatos de quien haga falta.

—Lo has visto igual que yo. ¿Es que no te da ni un poco de pena?

—Pena me dan todos los que han perdido la vida en Torreblanca. Además, que no nos necesita. Tiene a su madre y a todos esos seguidores suyos. A poco que cada uno se estire unos eurillos, esa cuenta se va a inflar como una pelota de playa.

Camino se lleva la mano al mentón. Le ha dado en qué pensar. Quizá hasta la empatía sea, a veces, una cuestión de prioridades. Pero, sobre todo, piensa en ese rollo de la recaudación online.

—Me pregunto por qué no han pedido el rescate directamente a Amaranta.

—Igual no pudieron contactarla, ya sabes que no paraban de entrar llamadas.

—¿Y montar toda esta parafernalia del crowdfunding?

Pascual se encoge de hombros.

—Quieren el dinero, les da igual que les entre por un lado u otro. Lo trincarán y se irán al Caribe.

—Molina, esa gente no se va a ir a la playa a beber mojitos.

—Pues a salvar tortugas, lo que ellos quieran.

—O a financiarse para seguir matando gente. Eso es —Camino habla para sí misma—. Le conocían de esos mundillos y sabían que tenía mucha pasta y muchos fans. Entre lo que pongan la madre y los seguidores, se van a hinchar.

Pascual la escucha solo a medias. Está tratando de abrir la puerta de una casa.

—¿Y Sami? ¿Vas a decirle que no has querido ayudar a su ídolo? —insiste ella.

La expresión de Pascual es dura e inflexible, tanto como su tono de voz al contestar.

—Sami tendrá que hacerse cargo de la situación.

Pascual consigue que la puerta ceda con ayuda de un agente, que toma la delantera. Sale a los pocos segundos con la cara pálida y les confirma lo que ya se temen: acaban de encontrar otra víctima.

El oficial mira a Camino. En sus ojos hay una especie de desafío, algo que nunca ha visto en él. La inspectora comprende que en esto no va a transigir. Y que, en el fondo, el bueno de Molina tiene más razón que un santo.

—Quédate. Yo iré a la Brigada a ver qué saco en claro —le dice al tiempo que le da una palmada en la espalda, su máxima expresión de alguna forma de afecto, de apoyo, de un «en el fondo, sabes que siempre estoy contigo».