Se le ha acabado la droga.
Y, joder, necesita esa mierda más que nunca. A los dolores físicos, la pérdida de Mago y los desencuentros con Camino se suma el puto mono. Paco nunca imaginó que unos cuantos chinos pudieran crear una adicción así. Pero lo peor está por llegar. Porque cuando Camino, que no ha dormido en casa, le llama para darle la noticia de la muerte de Josefa, siente que el agujero negro en que se está convirtiendo su vida le absorbe un poco más.
Cuando Fito entró en el grupo, Paco enseguida se dio cuenta de los problemas que tenía en su barrio de origen. Un entorno complicado que le seguía persiguiendo. Vecinos, colegas del barrio e incluso su propio hermano le ponían en dificultades cada dos por tres. Si no hubiera tutelado a Fito como lo hizo, todo el esfuerzo del joven por salir de aquel mundo inhóspito no habría servido para nada. Así que lo convirtió en un asunto personal y, poco a poco, también en una especie de ahijado.
Un 23 de marzo, Paco apareció con un cachorro. Era el cumpleaños de Fito, y, aunque él no había dicho una palabra en la Brigada, el jefe de grupo tenía bien anotado el día. Sabía que esa maneta gordezuela y simpaticona le haría bien. Fito pasaba por un mal momento y no encontraba su lugar, ni con el resto del equipo de Homicidios ni en su nuevo entorno, una urbanización alejada de Torreblanca. La perrita era alguien a quien cuidar y guiar a su vez. Paco se enterneció al ver cómo ese subinspector con aires pretenciosos y pinta de macarra de barrio se emocionaba como un niño. Esa misma tarde, Fito le invitó a comerse la tarta en casa de su madre. Iba siempre a visitarla el día de su cumpleaños. Paco le acompañó y de esa forma conoció el lugar donde se había criado su pupilo: en un barrio con los índices más altos de pobreza, analfabetismo y violencia de España, junto con una madre de rostro adusto que no tuvo ni una sola palabra afectuosa para con él, con una hermana exadicta y un hermano camello y politoxicómano que vivía entre Torreblanca y la cárcel de Sevilla I. Y, sin embargo, esa era la única familia que Fito tenía. En el extraño mundo al revés que a menudo conforman los lazos familiares, él los quería y se moría por contar con una aprobación que ninguno de ellos parecía dispuesto a darle.
Y ahora la vida de esa anciana severa se la ha llevado la riada. Paco se revuelve en la cama, envuelto en sudor. Sabe que debería estar acompañando a Fito en estos momentos. Debería ducharse y vestirse, ir al tanatorio, darle un abrazo, estar junto a él hasta la despedida final. Debería.