—¿Tienes el baile de San Vito?
Al subinspector Alcalá su hermano le está sacando de quicio. No para de moverse a uno y otro lado. Se sienta, zapatea nervioso, se vuelve a levantar. Hay algo que a Josele le corroe por dentro y a él no se le escapa que ha estado hablando mucho rato con el Pulga, ni que no ha vuelto a mencionar el tema del dinero.
De repente, suena el teléfono y Josele se tira a por él. En la pantalla del inalámbrico aparece escrita la palabra desconocido. Desea que sea la llamada que lleva horas esperando, porque no se acaba de fiar de Paco Arenas, por muy desesperado que le haya visto por meterse un chute de caballo. Solo tiene que confirmarle que el negocio está hecho. Sin embargo, lo que oye no es ni mucho menos lo que le habría gustado.
—Ha habido un problema.
Josele da una vuelta por el piso tratando de buscar privacidad. En el baño está Susi encerrada, que lleva media hora bajo el chorro de agua de la ducha, y las demás habitaciones se encuentran demasiado cerca de la sala de estar. Acaba en el balcón, rezando para que no le oiga algún vecino y el asunto se líe todavía más.
—Sabía que no podía confiar en un madero. ¿Qué has hecho?
—Yo... tengo el sobre.
Josele deja escapar un suspiro de alivio.
—Joder, me has acojonado. Pues ya está, te vienes para acá con la excusa de ver cómo sigue Fito y me lo das.
—No va a ser tan fácil. He disparado a un hombre.
A Josele se le caen los palos del sombrajo. Un homicidio sí que mandaría a la mierda todos los putos planes.
—¿Está vivo? —susurra lo más bajo que puede.
—Sí. Pero le he dado en la pierna, sangra mucho.
Josele se lleva la mano a la cabeza, se frota el cráneo en un acto instintivo que refleja su tormento. Van a pillar a Paco y se va a joder todo. El Pulga nunca se lo perdonará, se vengará en él y en lo único que le queda, su hermano pequeño. Con las ganas que siempre le ha tenido al pirata, sobre todo desde que se hizo poli.
—Dime dónde estás.
* * *
—Ahora vuelvo.
Fito se levanta como accionado por un resorte. Ya sabía él que Josele lo iba a intentar tarde o temprano.
—Ni hablar, tú no te mueves de aquí.
—Llevo prisa.
El subinspector se coloca frente a la puerta con los brazos en jarra.
—Estás bajo mi custodia y no vas a ninguna parte.
Su hermano se impacienta.
—En serio, pirata, tengo que salir, que me juego el cuello.
Trata de apartar a Fito, pero este permanece clavado al suelo sin pinta de mover un solo músculo.
—¡Que te quites, hostia!
Cuando Josele ve que no lo hará por las buenas, empuja a Fito con violencia. Él siempre ha sido más alto y fuerte, pero se ha quedado en los huesos, mientras que su hermano pequeño está en plena forma y luce unos bíceps curtidos en el gimnasio durante años. La conclusión es que no solo no logra moverle ni un ápice, sino que Fito responde con una llave que le inmoviliza el brazo en la espalda. Y que duele mucho.
—¿Te vas a estar tranquilito?
Josele suelta una serie de exabruptos y acaba accediendo a regañadientes. Cuando Fito le libera, vuelve cabizbajo hacia el salón. El policía va detrás, siguiéndole. No se fía. Y hace bien, porque al menor descuido Josele agarra un jarrón y se lo tira, lo que deja fuera de juego a Fito por unos segundos. Su hermano los aprovecha para correr en dirección a la puerta. La ha franqueado y está a punto de abalanzarse escaleras abajo cuando Fito cae sobre él. Tiene una brecha en la frente manando sangre y una cara de mala baba que pocas veces le ha visto Josele. Le bloquea y, en apenas un instante, le ha colocado las esposas.
—Así vas a estar hasta que te devuelva mañana a tu hotel.
—Ioputa.
—No más que tú.
Josele le mira con inquina, aunque en realidad es capaz de entenderle. Si él no vuelve a aparecer, le arruinará a su hermano lo que podría ser una carrera brillante en la Policía Nacional. Y Fito está bastante jodido ya hoy como para dejar que otro de los pilares de su vida se vaya por el sumidero. Además, tanto si Josele le comprende como si no, esto es lo que hay. Lentejas. De modo que el hermano mayor opta por un camino que no suele tomar.
—Pirata.
—Que no me llames así, hostia.
—Si te lo cuento, ¿me ayudarás?
—No.
—¿Ni siquiera si Paco Arenas estuviera en el ajo?
Las facciones de Fito se desbaratan. Hay una mezcla de incredulidad y odio.
—No te habrás atrevido a meterle en tus movidas.
—Eso ahora no viene a cuento.
La única razón por la que Fito no descarga un puñetazo en la cara de Josele es porque su sentido de la moral le impide pegar a un hombre esposado. Eso sí, le zarandea como a una marioneta.
—¡¿Qué cojones has hecho?!
Josele mantiene la serenidad a pesar de las gotas de saliva que le bañan el rostro. Mira fijamente a su hermano antes de contestar:
—Es él quien necesita que le echemos un capote.
* * *
Susi penetra en el salón con ropa cómoda y el pelo recién secado. Sabe que los dos hermanos son como el aceite y el agua, pero va a poner de su parte para que esa noche se comporten igual que una familia de verdad. Mañana a primera hora Josele reingresará en prisión y quizá esta sea la última oportunidad que tengan de pasar un rato juntos. Pedirá unas pizzas y les propondrá que vean una peli de acción en el sofá. Ella las odia, pero cree que es lo único en que coinciden Fito y Josele, que ni siquiera son del mismo equipo. Pero allí no hay nadie. Mira en la cocina y el balcón. Tampoco es que haya mucho espacio donde meterse en ese piso.
—¿Fito? ¿Josele? ¡Hola! ¿Dónde estáis?