85.

 

 

 

 

Los tres hombres esperan en una salita de paredes desconchadas.

 

Llevan una hora allí, desde que dejaron al Loco tendido en la camilla del Matasanos.

El Matasanos es un médico al que le retiraron la licencia hace muchos años. Desde entonces se dedica a trapicheos varios, entre ellos, el de curar heridas evitando un paso por el hospital que derivaría en partes a la policía y complicaciones de todo tipo. A pesar del sobrenombre, no son pocas las vidas que ha salvado. Decenas de reyertas que acaban con una cuchillada chunga, palizas de un tipo que se pasó de la raya con su mujer o disparos que se cogen a tiempo de extraer la bala y remendar el agujero.

El Matasanos sale de la estancia y los tres hombres dirigen la vista hacia su mano derecha, que sostiene una pinza quirúrgica rematada por un objeto pequeño, agudo en uno de sus extremos y aún teñido de sangre.

—Ya la tenemos.

—Dámela —dice Fito sin titubear.

El Matasanos obedece. Sabe que la bala es la principal prueba del delito, aquello que podría implicar de forma decisiva al propietario del arma. Es crucial deshacerse de ella cuanto antes.

Pero Fito ya está pensando en los siguientes cabos por atar. Sobre el que se centra ahora es todavía más importante: supone la diferencia entre responder por un delito de lesiones o por uno de homicidio.

—¿Cómo está?

—Muy débil. La herida traspasó la arteria femoral, ha perdido mucha sangre. Necesita una transfusión urgente. Grupo AB negativo.

Los tres hombres se miran entre ellos.

—Conmigo ni lo intentéis, soy seropositivo —masculla Josele.

—Yo tampoco puedo, soy B positivo —dice Paco, perplejo ante la revelación de Josele.

Todos los pares de ojos se centran ahora en Fito.

—B negativo —suspira él.

El galeno suelta un resoplido de alivio.

—Te vienes conmigo. Lo haremos de vena a vena.

—¿De vena a vena? Ni de coña, me puede pegar cualquier mierda.

—No hay tiempo para una bolsa de transfusión. Es la única forma.

—¿Qué dices, estás loco o qué? ¿Y si este tío tiene sida como el Josele? ¿Quieres condenarme a mí también?

—O eso o se muere. Tú decides.

Fito se pone a dar vueltas por la salita. Parece un león enjaulado, a punto de saltar sobre cualquier cosa. En realidad está tratando de analizar los pros y los contras de la situación. Pero en esta situación solo hay contras, contras, contras por todas partes. Josele y Paco no se atreven ni a mirarle. La decisión le corresponde solo a él. Dejar morir a ese hombre, con todas las consecuencias que ello acarreará para las personas que quiere y la culpa que le tocará arrastrar de por vida, o arriesgarse. Es como jugar a la ruleta rusa. Solo que con sangre, con la sangre que le recorre las venas y llega hasta su corazón.

Al fin se detiene, busca la mirada del médico y, resignado, asiente con la cabeza. Mientras le acompaña al cubículo que hace las veces de UCI, es consciente de que su pesadilla no tiene marcha atrás. Ahora sí que está metido hasta el cuello.