Pascual está que trina.
Todo el mundo sabe que la jefa va a su bola y que la mitad de las veces no contesta al teléfono. Pero se ha pasado de la raya. Ayer iba a darse una ducha y volver, y en lugar de eso son las nueve de la mañana, faltan veinticuatro horas para que el plazo del secuestro finalice y no hay rastro de la inspectora. Él apenas durmió un par de horas y regresó a la Brigada. Se ha quedado otra noche sin descansar y Camino no le dice ni dónde está. Para colmo, la noticia del atentado en Torreblanca ha corrido como la pólvora. Los medios se hacen eco de la explosión en el canal y fabrican todo tipo de conjeturas. Desde el terrorismo yihadista hasta una venganza entre narcoclanes, cualquier idea que sirva para crear alarma es bienvenida en los programas de tertulias y fake news. Ahora, en la zona cero de la inundación hay más periodistas que bomberos. Y Camino sin aparecer.
Ha probado a llamar a Arenas. Le ha sorprendido su tono ido, como si le diera exactamente igual que Camino no haya pasado por casa. Paco le ha dicho que no se preocupe, que la noche anterior tampoco acudió y que estará sobrepasada. Pero Pascual sí que se preocupa. Porque la noche anterior Camino estaba en Torreblanca con él, pero ¿dónde demonios se ha metido ahora?
No aguanta más. Busca el número del compañero de informática forense que rastreó el móvil de Daniel y le solicita que localice el de Camino. Sabe que tendría que preparar un oficio para la compañía telefónica, justificarlo bien y esperar a que el juez lo autorice, y también que Nacho se va a llevar las manos a la cabeza por el compromiso en que le va a poner. Y porque alguien como Pascual le pida algo así. Pero precisamente por eso mismo, porque Nacho le conoce desde hace muchos años y sabe que nunca vulnera una norma, se da cuenta de que Pascual considera que es importante de verdad. Aun así, se hace de rogar. Siempre hay que dejar claro que no se te pueden subir a las barbas.
Cuando al fin Nacho accede, Pascual cuelga y se sienta a esperar. Si eso redujera en algo su ansiedad, ahora se estaría devorando las uñas igual que hace la jefa. En su lugar, se levanta, da vueltas y vueltas como un hámster en su rueda, y al final va a la máquina de café y vuelve con un vaso que se sienta a sorber de poco en poco mientras empalma un cigarro con otro. Está a punto de terminar el vaso y el paquete cuando vibra el teléfono.
—La última antena de localización que registró su móvil es de anoche a las 22.56.
El oficial echa cuentas. Estuvieron en la Brigada hasta cerca de las once, lo que significa que Camino apagó el aparato al poco de despedirse de él.
—¿Dónde?
—Contando con el margen de error, a unos doscientos metros de donde nos encontramos. Alrededor del parque de los Príncipes.