106.

 

 

 

 

—Qué horror.

 

Es Lupe quien lo suelta al ver el último vídeo que los captores de Daniel Torredealba han subido a su Instagram. El chico tiene churretones negros resbalándole por la cara, permanece con los ojos apretados y respira con dificultad mientras el petróleo ya le llega a la altura del pecho.

Pero, si el estado de Daniel es terrorífico, el de las dos personas que entran por la puerta parece sacado de un capítulo de The Walking Dead.

Camino Vargas trae el pelo revuelto, los ojos hinchados, un rastro de sangre seca en el labio partido y las ropas hechas un asco. Su mano izquierda está envuelta en un trapo bañado en carmesí. Empuja a Ramón Tejero, que va esposado y tiene un boquete en la mejilla cuyos bordes comienzan a inflamarse y que se ve traspasado por un hilo tirante, también empapado de sangre.

Pascual es el primero en recuperar el habla.

—¡Jefa! ¿Pero qué...?

—Llevadle al calabozo. Está detenido por atentado contra agente de la autoridad y homicidio en grado de tentativa.

—¡Qué cabrón! Ya sabía yo que no era de fiar —suelta Lupe, que mira a Ramón con desprecio. Luego, ante el gesto de desaprobación de Camino, se levanta, busca a un agente que la acompañe con las gestiones y se lo lleva.

—Por Dios, jefa, ¿qué ha pasado? —pregunta Pascual una vez que se llevan al detenido.

Pero Camino no está para ponerse a contar batallitas. Ahora no.

—Ponedme al día. ¿Qué sabemos de Daniel?

—Acaba de emitirse un nuevo vídeo. El petróleo le llega ya por el pecho.

Camino se deja caer en un asiento y suelta un puñetazo de rabia con la mano buena.

—¿No tenemos nada?

—Verás, recibimos unos retratos robot de Italia...

—Lo sé. Laura Gallego.

Pascual asiente. Ellos también han llegado a la misma conclusión.

—¿Sabemos algo de ella?

—Que se graduó en Química en la Universidad de Valladolid. Que cursó una beca Erasmus en Turín y que enganchó con unas prácticas en una empresa del sector petroquímico radicada en Bolonia. La contrataron y ya nunca se movió de allí.

—Qué más.

—Que cogió un vuelo el lunes por la tarde. Hizo escala en Barcelona y aterrizó en Sevilla tres horas después. Lleva aquí desde entonces. El del otro retrato robot es Salvatore Palumbo. No viajó con ella. Además, lo de Pureza fue anterior. Tiene al menos un cómplice en Sevilla.

—Eso también lo sé. Se llama Uriel Soto García. Hay que lanzar una orden de búsqueda y que nos den acceso a todas sus comunicaciones por vía prioritaria.

Pascual se saca la Moleskine y apunta a vuelapluma con sus dedos regordetes.

—Otra cosa —dice el oficial antes de ponerse en marcha—. Barbara Volpe.

—¿Qué pasa con ella?

—No ha parado de llamar preguntando por ti.

—¿Sabes el motivo?

—Tiene una orden para registrar la vivienda de Laura Gallego en Bolonia.

Por fin todos están alineados e investigando en la buena dirección. Si las circunstancias no fueran las que son y Camino no estuviera tan machacada como está, igual hasta se permitiría sonreír. No es el caso.

—Venga, Molina, ponte con lo de Uriel. Corre.

Pascual consulta el reloj, aunque en realidad no le hace falta. Sabe que restan menos de seis horas para que Daniel Torredealba empiece a tragar petróleo.