El viaje no fue programado sino hasta tres semanas después. Tiempo suficiente para que todos estuvieran recuperados y pudieran disfrutar la experiencia al máximo.
Esas semanas transcurrieron de manera distinta para cada uno de ellos.
Ada, al no tener a dónde ir, recibió la invitación de David de quedarse en su casa a cambio de ayudarlo con algunas cosas simples que le costaban trabajo hacer considerando su edad y su condición.
Habían esperado con mucha emoción el sábado. En cualquier momento llegarían los demás viajeros a casa de David para compartir sus avances y mejoras, y discutir discutir también algunos temas importantes para el viaje.
El tiempo compartido con el sabio había hecho a Ada mucho más sensible y perceptible de lo que sucedía a su alrededor. Disfrutaba de estar en un hogar muy hermoso, aunque no recordaba otros hogares. Todo lo que vivía era nuevo para ella.
Sonó el timbre. Ada sintió una emoción grandísima y maravillosa. Hormigas de alegría trepaban por todo su cuerpo y la hacían reír demasiado y de manera descontrolada.
—Adita, ¡ya llegaron! —gritó el señor David.
De un brinco se puso de pie, olvidando el accidente y olvidando también que tenía lo que se sentía como medio siglo de edad. Cuando llegó al recibidor, ahí estaban cada uno radiantes de alegría por el maravilloso encuentro, cada uno con una sonrisa muy grande.
Saludaban a David, quien había abierto la puerta y no tardó ni un pestañeo en abrazar fuertemente a todos.
—¡Ada! —Dijo Karen feliz y emocionada—. Ellos son Erik y Diana, mi hermana. —Los tres voltearon a verla y se acercaron a saludarla.
—Qué gusto conocerlos, chicos —dijo Ada felizmente—. Ya los conocía de oído, puesto que, al ser vecina de Karen, digamos que fue imposible no escucharlo todo.
—Ada tuvo un accidente algunos días antes que yo —explicó Karen—, y por su accidente perdió la memoria. Sólo ha recuperado muy poquitas cosas —a Ada se le apachurró un poco el corazón por lo que escuchó, pero no lo suficiente como para quitar de su rostro la sonrisa que llevaba.
—Qué gusto, Ada —dijo Erik rápidamente casi acompañado del “¡Mucho gusto!” de Diana—. Escuchamos mucho de ti.
—¿De verdad? —preguntó Ada.
—Sí, Karen nos ha contado bastante —respondió Erik mientras David los dirigía a una sala bellísima.
Los tres chicos recién llegados estaban maravillados con la hermosa casa tan llena de retratos, arte, recuerdos de distintas partes del mundo, pero sobre todo una energía muy linda de acogimiento y hospitalidad.
Todos se sentaron a una mesa redonda que daba hacia una vista al hermoso jardín a través de un ventanal adornado con preciosas cortinas color vino. Al centro de la mesa había una tetera de plata que parecía que venía de la India. De su parte superior salía vapor y un peculiar olor a galletas navideñas.
—Les he preparado un poco de té chai —dijo David con una hermosa sonrisa y sin preguntar quién quería o no, comenzó a servir el té en divinas tazas de porcelana china—. Esta tetera y este juego de tazas son mis favoritos. Realmente nunca me ha gustado tanto lo rimbombante, pero a mi esposa le encantaba. Siempre decía que con ese juego de té toda la experiencia de disfrutar un delicioso chai era mejor. Yo argumentaba que lo importante eran el té y “yo disfrutando el té”. Mi mujer decía que lo importante era cuidar cada detalle alrededor de la experiencia de disfrutar, más que el té, el momento de vivir.
Hizo una pausa y suspiró profundamente. Llenó ese delicioso chorro humeante la última taza vacía.
—¿Ustedes qué piensan? —le preguntó a sus amigos—. ¿Es más importante el té que vamos a tomar o la taza, la tetera y todo lo demás?
David los miró a todos fijamente a los ojos, muy intrigado por la respuesta que darían.
Diana fue la primera en tomar la palabra.
—Pues obviamente es más importante el té —lentamente acercó la taza a su nariz para poder apreciar su exquisito aroma—. No importa el recipiente; si el té sabe horrible, no lo voy a disfrutar. Por el contrario, este té huele delicioso y no me hubiera importado haberlo tomado en una taza normal o hasta en un vaso de plástico. Tal vez es un poco como el alma, no importa una persona por cómo luce sino por lo que lleva en el corazón.
Ada, reflexionando lo que había dicho Diana, se atrevió a decir:
—El té está bueno, pero estar en una casa así y no en el hospital, con paz, con gente linda como todos ustedes, tomando esto que está muy bueno en una taza tan bonita, para mí es más importante. Yo creo que yo sí me voy a acordar de este momento por toda mi vida. Espero —dijo con una ligera risa haciéndole burla a su pérdida de memoria—. Y me voy a acordar no por el té, que huele bien rico, David, sino por cómo me sentí y la pasé tomando el té. Para mí la taza, la tetera, el ambiente, la casa, todo está bien, pero ustedes son más importantes. Es más, por mí podríamos estar tomando agua y seguiría siendo un momento inolvidable.
Todos guardaron silencio y reflexionaron lo que acababa de decir Ada. Cuando ella terminó de hablar, Karen olió el té y cerrando sus ojos dio un pequeño sorbo, que disfrutó enormemente, y entonces habló.
—Pues yo creo que ambos son importantes. El té es importante porque sin el té no habría experiencia de “tomar el té” y después no podríamos decir “David nos sirvió un té delicioso” —todos rieron con este comentario—. Igualmente importante es la manera en la que se presenta la experiencia. No sé… la taza, la mesa, la hermosa tetera de plata, ustedes, esta conversación… definitivamente será aquello que nos hará recordar este momento por siempre. Así que yo diría que ambas cosas son igualmente importantes, no hay cosa menos importante para una experiencia completa.
—Buen punto, hermana —le dijo Diana con una gran sonrisa.
—Erik, joven de la flor de fuego —le dijo David mientras pensaba y recordaba con esta analogía cómo la música era exactamente lo mismo—. ¿Importa más la pieza musical o el intérprete, su instrumento o la sala de conciertos repleta de espectadores apasionados?
Erik respondió inspirado y con firmeza.
—¿Qué es más importante? Mmm… Definitivamente el instrumento influye, influye la sala de conciertos, la cantidad de personas y aplausos. Influye el té chai, cada uno de ustedes, el ambiente delicioso y la taza y la tetera. Sin embargo, podría decir sin miedo a equivocarme que lo que más importa en toda esta experiencia eres tú y soy yo. El té es muy importante, puesto que, como decía Karen, sin té no existe la experiencia de “tomar el té”. Por otro lado, la calidad de la experiencia depende de la forma en la que esa experiencia de tomar el té es presentada a nuestras vidas. Hay un tercer elemento que, pienso yo, es mucho más importante que todo lo anterior. Imagínense ustedes ir a un concierto de música clásica enfermos de gripa y con fiebre terrible, o estar tomando este delicioso té con dolor de muelas. Por más lindas y grandiosas que sean forma y el fondo, estaría pasando un muy mal momento. Por eso creo yo que lo más importante es el espectador. Eres tú, soy yo. Si yo no estoy bien, no voy a poder disfrutar de una experiencia extraordinaria, y a final de cuentas tanto la calidad del té como de la experiencia de tomarlo y compartirlo no es más que una interpretación mía. Si yo estoy bien, voy a saber interpretar bien el mundo que me rodea. Si estoy mal, nada de lo que suceda allá afuera, independientemente de lo grandioso que sea, me va a hacer sentir bien.
Todos veían a Erik con una gran sonrisa. David, que estaba junto a él, lo tomó del hombro y mirándolo fijamente a los ojos le dijo:
—Ése es el sentido de la vida, ése es el camino espiritual y la expansión de nuestra consciencia. Conócete cada día más y aprende a ser más feliz y a compartir esa dicha y ese sentido de realización con el mundo. A final de cuentas siempre hay razones para vivir la vida en tristeza o amargura, pero también las hay para disfrutar cada instante y que nuestra vida tenga un propósito trascendente.
Todos se miraron y un mismo pensamiento cruzó por sus mentes: “Qué bueno que estoy aquí”.
—Ahora bien, amigos míos —dijo firmemente David mientras se ponía de pie y caminaba hacia un trinchador repleto de platos, copas y figuras hermosas de cristal—, tenemos una misión que cumplir —de la parte superior del trinchador tomó entre sus manos un jarrón bellísimo de talavera mexicana, el cual puso cuidadosamente sobre la mesa, y continuó—: éste era el florero favorito de Lisa, mi dulce esposa… y sus restos se encuentran dentro de él —al decir esto último, miró con una sonrisa suspicaz a Karen y Ada, quienes ya tenían sus manos encima del jarrón y apreciaban su belleza. Ambas se quedaron petrificadas y se voltearon a ver con esa mirada fuerte y penetrante, ambas abrieron desmesuradamente los ojos y no supieron qué decir al saber que dentro de ese jarrón yacían los restos de una muerta.
Después de una carcajada, que sólo echó David, continuó:
—Nuestra misión, queridos amigos, es llevar la mayor parte posible de mi esposa… ¡a la cima más alta del mundo!, que por supuesto, es el Himalaya.