TIERRA

Pasang Sona estaba sorprendido. Sabía que ir con su madre resultaría poderoso, tal como su aprendizaje en el monasterio.

—¿Cómo es, madre, que tenemos que ser como la tierra? —preguntó Pasang Sona mirando en la profundidad de los ojos de aquella mujer con tantos años pero con tanta vida.

—Hijo —dijo ella poniendo mucho énfasis en cada palabra para que su idea fuese entendida en su totalidad—, somos hijos de la montaña. Del polvo venimos y en polvo nos convertiremos. El tiempo entre una y otra cosa es nuestro tiempo de vida. Y es precisamente durante ese tiempo de vida que es tan importante que aprendamos de nuestro origen y sepamos que mientras más pueda ser yo como mi Madre Tierra más me elevaré al cielo, como esas bellas montañas que has contemplado durante toda tu vida.

Pasang escuchó atentamente lo que su madre le tenía que decir con palabras y conceptos nuevos para él.

—Hoy, hijo mío, vienes confundido, sin embargo, yo te puedo afirmar que cuando salgas de esta casa no tendrás más dudas en tu corazón y sabrás perfectamente qué hacer.

Tomó un respiro profundo. Le sirvió un poco de té a su hijo y lo invitó a sentarse en el pequeñísimo comedor que tenían.

—La tierra, hijo, no tiene expectativas. Es tal vez ésta la verdad más grandiosa que puedas aprender en tu vida. La tierra nos comparte sus campos, bosques y praderas. Cuando sembramos, nos entrega todos sus nutrientes, agua y minerales. Lo hace sin esperar nada a cambio. Podemos ser agradecidos o no, hijo, pero la Madre Tierra nos seguirá dando siempre lo mejor de sí. Cuando te invito a ser como la tierra, te invito a escuchar tu corazón y a la vida misma que te rodea, y a dejar de esperar. La vida no es para esperar. ¡La vida es para vivir! Y muchas veces quedarte esperando es lo peor que puedes hacer, ya que las personas se quedan esperando toda una vida. Cuando tengo expectativas, espero algo de los demás, y por lo tanto condiciono mi felicidad a las demás personas. Si lo recibo, soy feliz; si no lo recibo, siento sufrimiento.

Pasang escuchaba atentamente y asentía mientras esas palabras comenzaban a hacerlo sentir diferente y a percibir su vida un poco distinta.

—¿Cuántas personas no conoces, hijo, que sufren porque están esperando que alguien más les diga algo, les haga algo o se los deje de hacer? ¿Cuánta gente sufre en sus relaciones porque sienten que la otra persona no llena lo que era “esperado” de esa persona? ¿Cuántos viven esperando y mueren desolados porque siguieron esperando?

—¡Muchas, madre!, si no es que casi todas las que he conocido —respondió Pasang Sona.

—Las expectativas son el veneno de las relaciones: una madre que espera algo de un hijo sufre en el momento en el que su hijo no cumple o no llena eso que se esperaba de él, quien sufre cuando siente que no ha cumplido con aquello que su madre esperaba. ¿Te das cuenta? En vez de simplemente apreciar las cosas buenas que cada quien da a la hermosa relación. Las parejas sufren cuando en vez de amarse se convierten en detectives de la vida del otro, revisando cada aspecto para ver si se equivocaron en algo o algo hicieron mal. O se esfuerzan para caber “dentro de las reglas” impuestas por su pareja y dejan de ser ellos mismos.

Esas palabras cayeron como una cubeta de agua helada sobre Pasang Sona.

—¿En las amistades? ¿En las familias? ¡Sucede lo mismo! En todas partes sucede lo mismo. Las personas viven insatisfechas porque a su alrededor nadie cumple sus altísimas expectativas y porque sienten gran tristeza y pesar al creer que aquellos que aman no cumplen ni llenan sus expectativas.

Pasang sentió cómo sus ojos se humedecían y que ligeras hormiguitas caminaban dentro de su nariz. A pesar de que iba en con tra de su lógica y no quería aceptarlo, tenía ganas de llorar. Su madre, sin darse cuenta de ello, continuó.

—Hijo, ¡nunca nadie va a llenar tus expectativas! ¡Tú nunca vas a llenar las expectativas de nadie! Vivir esperando de los demás o esperando de ti para cumplir el ideal de los demás es la fórmula para la infelicidad y la tristeza. Aprender a ser como la Madre Tierra es realmente el único camino a la felicidad y la liberación. Vivir con expectativas es una mera ilusión que causa mucho sufrimiento.

Pasang no pudo más, y se soltó a llorar.

—Perdón —decía entre sollozos—. Perdón, madre.

—Hijo mío —dijo como si viera en Pasang Sona de treinta años al niño de siete años que ella recordaba con añoranza—, ¡qué bueno que saques todo, hijo! Ser vulnerable no tiene nada de malo. Y no me pidas disculpas —continuó mientras lo abrazaba, sintiendo su hombro humedecer por las lágrimas de Pasang Sona—. Comienza ahora a vivir sin la expectativa de qué voy a pensar de ti si te veo llorar. No quieras ser el fuerte ni conmigo ni con nadie. Sólo sé tú mismo.

Entre pena, dolor, alivio y encanto, siguió llorando Pasang. Lágrimas y más lágrimas escurrían por su rostro, y eran luego absorbidas por el rebozo de su madre. Así seguramente como el día en que nació, así lloraba con su madre y nacía en él una nueva esperanza de vida y un nuevo sentir por su realidad.

—Madre —dijo finalmente Pasang, ya un poco más tranquilo—, toda mi vida he luchado por ser quien no soy ni debía ser. Toda mi vida estaba construida con base en a las expectativas que mi familia tenía de mí, en las que yo pensé que tenían de mí mi padre y tú —respiró profundamente para tranquilizarse más—. Toda mi vida, madre.

Como un extraño calor, Pasang sintió en su pecho y a través de todo su cuerpo una fascinación muy grande por la vida y unas ganas tremendas de saber lo que le deparaba en su porvenir al comenzar a vivir sin expectativas.

—Hoy fui al templo —contó a su madre—, y pedí a los dioses y al Universo una respuesta que iluminara mi camino. Jamás pensé que la respuesta era yo, sin ataduras y sin miedos, al desnudo frente a la verdad.

Sostuvieron una mirada profunda de madre e hijo, y en ese instante supieron que se estaban amando genuinamente y sin ninguna expectativa, sin esperar nada a cambio.

—Madre, te prometo que a partir de ahora seré como la tierra: viviré sin ninguna expectativa.

Su madre le sonrió y le dijo:

—Admiro tus palabras, hijo mío, sin embargo, conmigo, porque, ¿sabes?, lo hagas o no, te amo amo con la máxima capacidad que una madre puede amar a un hijo, y por eso… —lo miró con la mayor transparencia y profundidad del mundo— no tengo ninguna expectativa.

Se dieron un abrazo fuerte y prolongado. Como nunca en su vida Pasang se sentía agradecido con la vida y con su madre.

—Hijo, hay algo que no te dije —añadió ella, con una sonrisa inquieta.

—¿Qué cosa, madre? —respondió el otro rápidamente.

—Hay una única expectativa válida, y no sólo es válida, sino también extremadamente poderosa. Es incluso necesaria.

—¿Cuál es? —preguntó Pasang Sona

—Esa expectativa, hijo, te toca descubrirla a ti.

Pasang sonrió sabiendo que sería un enorme reto, pero estaba dispuesto a enfrentarlo.

—Observa, hijo —concluyó su madre—. Observa a la Madre tierra que en ella tienes tu respuesta. Y de ella seguirás aprendiendo toda tu vida. Hay tanta sabiduría que irás descubriendo de la tierra a lo largo de toda tu vida. E hijo mío, recuerda: ¡sé siempre como la tierra!