Mientras cada uno en sus hogares preparaba su equipaje, una verdad golpeó fuertemente a Ada. Tenía que decírselo a David, ya que el viaje era en tan sólo tres días y todos estaban más que listos, excepto ella. Salió corriendo al jardín, donde se encontraba su amigo. Al verla tan angustiada, David le preguntó, preocupado:
—Mi queridísima Adita, ¿qué te sucede, estás bien?
Ella lucía pálida. Intentaba hablar pero del tartamudeo no se le entendía absolutamente nada.
—Tranquila, hija, respira profundamente —decía el viejo mientras inhalaba profundamente por su nariz e invitaba a Ada a hacer justo lo mismo.
—David, tengo un problema muy grave.
—¿Cuál es tu problema, amiga mía?
—¡No tengo pasaporte! ¡No tengo identificación de nada, no recuerdo ni siquiera cuáles son mis apellidos!
Silencio total. David la mirada con unos ojos profundos e intensos.
Después de dos segundos aparentemente eternos, David soltó la carcajada más grande que Ada jamás había escuchado.
No paraba de reír.
David seguía riendo.
Tenía que parar en algún momento.
Finalmente, ya no pudo más y se recostó en un sillón. El dolor que tenía en el abdomen por el ataque de risa era el más grande que había tenido en años.
—¡Ah…, no lo puedo creer! —decía David, todavía entre risas—. Nosotros planeando un viaje… ¡sin pasaporte! —volvió a reír fuertemente—. Ay, Adita hermosa, me has hecho reír incansablemente. Cuando nos conocimos, incluso antes de preguntar tu nombre, te debí de haber preguntado si tenías pasaporte —bromeó.
Se puso de pie y comenzó a actuar el recuerdo del momento de cuando se conocieron.
—Hola, soy David. Y tú, ¿tienes pasaporte?
Ada no pudo más que reír igual que su amigo. Finalmente, ambos guardaron silencio y entonces ella le preguntó.
—¿Qué puedo hacer?
—No lo sé, amiga. Pero algo se nos tiene que ocurrir. Ya verás.
David se quedó pensando un instante, y añadió:
—Tengo un amigo que, si bien recuerdo, trabaja en la secretaría encargada de emitir pasaportes. Hace más de diez años que no sé nada de él. Voy a ver si lo puedo contactar y nos puede orientar o ayudar en algo.
Muy decidido, David se puso de pie y echó a andar a su despacho, que no era más que otro de los tantos cuartos de su enorme y hermosa casa.
—Amada amiga, continúa empacando, que tengo una diligencia que resolver, — dijo el viejo mientras se alejaba; solo se escuchaba su tremenda carcajada y su alegre voz que decía: ¡Peccata minuta, no tenemos pasaporte. ¡Peccata minuta!
Ada no sabía si reír o llorar, no sabía si quedarse ahí quieta y esperando o ir a ayudar a David, quien en menos de cinco minutos ya estaba en una llamada telefónica.
—¡Hija! —gritó él de repente, estando todavía en la llamada con su amigo—, ¿tienes algún papel de identificación oficial, como tu acta de nacimiento o alguna credencial?
Ada movió la cabeza dándole a entender que no tenía nada más que mucha angustia y desesperación.
—No, hijo —le dijo a la persona con la que estaba hablando—, no tenemos nada de nada.
Ada estaba muy al pendiente de los gestos y expresiones de David.
—Ok —dijo él, seguido de “sí” y “entiendo”. Colgó el teléfono y se fue a sentar con Ada.
—Mi querida Adita, no está fácil, pero hay algo que podemos hacer.
Ada puso una tremenda cara de alivio.
—Creí que no había nada por hacer —dijo después de un gran suspiro—. Pensé que no iría al viaje.
David la miró una vez más con esos ojos de absoluta profundidad.
—Hija, en la vida te vas a enfrentar siempre con situaciones desagradables, con personas, circunstancias y problemas que no te van a gustar. Sin embargo, nunca permitas que una idea mediocre limite la grandeza de tu alma. Lo que te quiero decir con esto es que cada problema es una puerta que se cierra en nuestras vidas y que nosotros esperábamos que estuviera abierta. Sin embargo, Ada hermosa, en la vida siempre hay más puertas abiertas que cerradas y muchas veces, más bien, todas las veces, existe un propósito, un paraqué de cada situación. El problema nunca es lo que enfrentamos; el problema somos nosotros, que no somos capaces de soltar y darnos cuenta de que cada “problema” no es más que una grandiosa oportunidad. Realmente no existen los problemas en la vida, sólo personas problemáticas, y hoy no queremos ser de ésas. Recuerda, hija, que cuando se cierra una puerta, se abren siempre dos.
Se quedaron mirando por un instante, hasta que David preguntó:
—¿Estás lista para encontrar esa puerta abierta, hija?
Ada, creyendo haber entendido casi todo, contestó:
—¡Pues sí, creo que estoy lista!
—Muy bien… Entonces te voy a decir hasta donde yo lo veo, cuál es el cómo sí podríamos sacar un pasaporte en dos días.
Ada lo miró impacientemente esperando la respuesta.
—Lo que hoy tendríamos que hacer es ir al registro civil o que un juez venga con nosotros. —Ada peló los ojos imaginándose una boda, un juez y mientras lo imaginaba sintió como las ideas recorrieron su espalda como agua helada.
—¿Para casarnos? —preguntó, azorada.
David soltó una tremenda risotada.
—¡No, hija, no! En el registro civil se hacen varios trámites. Mira, como no tienes papeles, ni tampoco recuerdos, no podemos saber tu nombre completo ni tu lugar de nacimiento para reponer tu certificado de nacimiento… ¿O sí recuerdas algo?
—No, no me acuerdo de nada.
—Entonces, sólo queda que obtengamos un certificado en donde conste que yo te adopto a ti como mi hija. Así, tendrías nombre y apellido y el papel que le podemos dar a mi amigo para que mañana nos dé tu pasaporte.
Los dos guardaron un emotivo silencio, que él rompió.
—Nunca pensé que diría esto, pero, Ada —y la miró con un amor paternal y cariño absoluto—, ¿aceptarías ser mi hija?
Ella no pudo contener las lágrimas, las cuales escurrían por sus mejillas. Mirando en la profundidad de la mirada de su amigo, finalmente le respondió.
—Sería un honor para mí.
La vida le estaba dando tanto en tan poco tiempo. No lo podía creer. Iba a tener un papá… o dos, cuando llegara a recordar quién era o había sido el primero. No podía sino pensar que tanto el momento como la situación eran simplemente demasiado.
—¡Voy a ser papá! exclamó David, conmovido—. ¡A mis casi ochenta años voy a ser papá! Ah, no lo puedo creer… Siempre soñé con ser padre, y ahora, por fin, de la manera más extraña, pero ¡voy a ser papá!