—¿Cómo sería comenzar todo otra vez desde cero? ¿Cómo sería tener esa única y maravillosa oportunidad? ¿Cómo sería poder arrancar sin ningún problema, ninguna preocupación, ninguna angustia? —le preguntaba Karen a Diana mientras iban en el taxi camino a casa de su muy querido David.
—¿Qué vida te gustaría crear si pudieras arrancar desde cero, si pudieras volver a comenzar todo, en cualquier época, en cualquier parte del mundo? —le preguntó Diana, a su a su vez.
—¡Ay, hermana! Estoy tentada a responderte tantas cosas. Por mi cabeza pasan ideas. De haber nacido princesa, como la primera dueña de tu collar, o haber nacido en una época épica en Roma o en Grecia y haber vivido de primera mano todas sus costumbres, o en el futuro —dijo de repente, muy emocionada—. Si el mundo ha cambiado tanto en los últimos cien años, ¿te imaginas el mundo dentro de mil años? —terminó de responder Karen.
Ambas se quedaron pensativas y reflexivas e intercambiaron una mirada profunda.
—¿Sabes? —le dijo Karen a su hermana mayor—, a pesar de todas las infinitas posibilidades y alternativas que existen, estoy viviendo una en la que no pude haber pedido a una mejor hermana. Pensándolo bien, y a pesar de todo, a pesar de que voy a ser madre soltera, a pesar de que papá no me acepta ni me quiere ver, creo que mi vida es grandiosa y no la cambiaría por nada en el mundo.
Diana volteó a ver a su hermana menor. Se sentía conmovida con lo que acababa de escuchar.
—Es cierto —le dijo—. Muchas veces deseamos tener una vida diferente y dejamos de apreciar lo que tenemos.
—Sí, Di —replicó Karen—. ¿Cuántas personas no desearían nuestros problemas? Muchas personas tienen vidas mucho más complicadas y no nos damos cuenta de lo muy afortunados que somos.
—Mira a Ada, por ejemplo.
—Sí, no lo puedo creer. ¿Tú sí? —dijo Karen mientras ambas sonreían.
—Ella sí puede comenzar de nuevo y desde cero. ¿Te imaginas? Un día despertar y no saber quién eres…
—Sí, Di, y al instante tener un nuevo padre y una gran aventura por delante.
—Eso sí es un cambio de vida, ¿no lo crees? —preguntó Diana.
—Sí, pero, ¿sabes algo? Ése es un cambio de vida que todos podemos tener en cualquier momento. Tal vez nos hace falta un trancazo, como el de Ada, que nos haga perder la memoria o de menos que nos haga querer olvidar el pasado y dejar todo atrás para comenzar desde cero.
—Yo creo que no es necesario olvidar para estar en paz con todo. —Reflexionó Diana.
—Pero ¿cómo hacerlo, hermana? Es tan difícil.
—Sí creo que es difícil, Karen, pero, ¡ésas son buenas noticias!
Guardó silencio un instante y Karen notó en su hermana una mirada de preocupación. Sabía qué estaba pensando por la mente de Diana.
—Porque, como dice papá —continuó Karen—, “difícil no es imposible”.
Ambas suspiraron profundamente.
—¡Así es, hermana! Es posible, y mira, si Ada puede, ¿por qué nosotras no?
—¿Sabes algo, Di? Yo creo que ése es uno de mis propósitos del viaje, ¡aprender a soltar el pasado!
Mientras las hermanas terminaban su conversación llegaron a casa de David. Ambas se disponían a salir del taxi cuando de repente el taxista las interrumpió abruptamente.
—Señoritas, discúlpenme ustedes la molestia, pero quiero comentarles que yo soy viudo y el año pasado perdí a mi mujer y todavía no encuentro la manera de perdonarme y dejar todo atrás. Me cuesta mucho trabajo, ya que ella falleció junto con nuestro único hijo en un accidente automovilístico y… —en ese momento el señor echó a llorar.
Las dos hermanas se voltearon a ver sin saber exactamente qué hacer.
—Está bien, señor, no se preocupe. Puede decirnos —le dijo Diana al taxista dulce y amorosamente.
—Lo que pasa es que yo iba manejando cuando ellos fallecieron, y no dejo de pensar que están muertos por mi culpa. Si no fuera por mí, ellos seguirían con vida.
El señor lloraba con tanto sentimiento que las hermanas no pudieron más que comenzar a llorar junto con él.
Karen sintió la necesidad de decir algo, lo que fuera. No sabía qué, le costaba mucho trabajo encontrar palabras para calmar al señor, pero sabía que de alguna manera lo tenía que hacer.
—Señor —se animó a decir—, imagino el dolor por el que usted está pasando, imagino lo difícil que ha de ser vivir algo así. No tengo idea de lo que es porque jamás he vivido algo similar, sin embargo, quiero compartirle que yo estoy pasando por una situación que también es bastante difícil. Hace unas semanas me accidenté. Me atropelló un auto y estuve muy grave en el hospital. Lo difícil fue enterarme ese mismo día de que además de las lesiones estaba embarazada de un hombre irresponsable y sin compromiso alguno. Mi papá me echó de la casa y desde entonces ha sido muy difícil para mí levantarme y sonreír todos los días. Yo creo que todos tenemos una historia, señor, pero si su historia es difícil, también es porque usted es fuerte.
Ambos se quedaron mirando por un instante. Karen notó que el señor estaba ávido de alguien que lo escuchara. Se veía que se sentía completamente solo.
—Cuando regresemos del viaje, señor, me gustaría verlo. Creo que voy a encontrar varias respuestas que podrán ayudarlo a usted también.
—Le agradezco mucho, señorita. Aunque no lo crea, necesitaba alguien que me dijera que soy fuerte. Muchos días pienso que ya no quiero vivir, pero ahora creo que hay un camino que me puede sacar de esta desesperación. Ahora ya tengo algo por qué esperar —dijo con voz entrecortada; se veía que el señor taxista intentaba no llorar.
—Yo también espero con mucha emoción regresar del viaje y verlo a usted. Le prometo que no lo voy a defraudar, señor.
—Carlos, Carlos Gutiérrez para servir a ustedes —dijo mientras con mucho afecto y todavía con un nudo en la garganta estrechaba la mano de las hermanas.
Karen apuntó el teléfono del señor Carlos. Cuando se dispusieron a pagarle para bajar del auto, él se negó a aceptar el dinero.
—No, señoritas, ustedes ya me pagaron. Me pagaron con tiempo y, sobre todo, con la esperanza de que en algún momento podré una vez más sonreírle a la vida otra vez. Mi mente el día de hoy me estaba traicionando demasiado. Aunque no lo crean, estaba trabajando el taxi para juntar dinero para poderme emborrachar…
El señor guardó silencio. Todos guardaron silencio.
—Hoy ustedes fueron mandadas por Dios. Me salvaron la vida.
El chofer se bajó del auto para ayudarlas a bajarse a su vez, y de pronto se abalanzó y las abrazó a ambas. Ellas pudieron sentir que el señor lloraba y sollozaba tímidamente. Karen, en lo más profundo de su corazón, sintió la tremenda necesidad de ayudarlo, a él y a muchas personas más. Esa necesidad, esa hambre no lo había sentido nunca en su vida.
Se separaron del abrazo y se despidieron. La vida, definitivamente estaba llena de sorpresas.
—Nunca sabes lo que te puede llegar a suceder —le dijo Diana a Karen.
Karen estaba sumergida en sus propios pensamientos. Aparentemente no había escuchado lo que su hermana le había comentado.
—¡La flor! —exclamó, excitada.
—¿La flor? —Le preguntó Diana, desconcertada, sin entender qué sucedía.
—¡Hermana!, ¡ya sé para quién es la flor de fuego, la flor de pasión, la flor de vida!
—¡Claro! —respondió Diana. Ambas se voltearon a ver sonriendo amorosamente.
Karen echó a correr detrás del taxi, agitando vistosamente la mano y gritándole a Carlos fuertemente. Pensó que se seguiría de largo, pero para su sorpresa, al darse cuenta el taxista frenó abruptamente.
—Señor Carlos —le dijo Karen al alcanzarlo—, espéreme, por favor. Tengo algo para usted, —y mientras se subía al asiento trasero del taxi, se fue quitando la flor que colgaba de su cuello—. Confío y creo en usted, y es por eso que voy a darle algo que aprecio mucho y que me ha ayudado a ver la vida desde una perspectiva diferente. Me dio algo que tal vez me estaba haciendo falta y espero que ahora eso mismo lo pueda tener usted.
El señor, sorprendido, extendió su mano y quedó boquiabierto cuando sintió el peso del collar que Karen colocó ahí. Inmediatamente se dio cuenta de que era oro y en el centro lo que brillaba era un rubí.
—Yo no le puedo aceptar esto, señorita —dijo rápidamente Carlos.
—Por favor, escúcheme, porque a pesar de que el regalo es para usted, el regalo no es el pendiente sino lo que va a aprender de él. Y así como yo, algún día se dará cuenta de que lo más hermoso del regalo es dárselo a alguien más.