Estaba en una encrucijada. En uno de esos momentos en los que sin darse cuenta una pequeña decisión, una simple decisión, podía cambiar el rumbo de su vida y la dirección de su destino.
El dilema era simple y demasiado complejo al mismo tiempo. Era una pregunta que tenía todo el poder para transformar, sin que él lo supiera, toda su vida y todo su futuro.
Desde niño había sido un apasionado de la música y había crecido toda su vida con la certeza de algún día convertirse en una estrella reconocida internacionalmente, no por ser famoso sino por cautivar el corazón de las personas: una a una.
Él todavía no lo sabía, pero estaba en el camino correcto para lograrlo. Sólo había una cosa que podía impedir que su música llegara a ser incluso mucho más de lo que había soñado: su presente. Ese momento se había convertido en una simple y poderosa pregunta.
Jamás pensó siquiera que existía la posibilidad de considerarlo. Sin embargo, después de la traición que había vivido era verdaderamente imposible siquiera no hacerse una y otra y otra vez esa pregunta.
Ese día caminaba cabizbajo con la melodía perfecta en su cabeza. ¡Aquella obra maestra! Esa sinfonía que había escrito como su trabajo de titulación. Era la culminación de tantos años de estudio y tantos años de preparación. Melodía misma que sonaba en el radio y era catalogada como la gran obra maestra musical de nuestro siglo, escrita y compuesta por… un autor diferente y apócrifo: su maestro de tesis. Aquel infame que había robado su obra y la había registrado a su nombre sin que Erik lo supiera y antes de que pudiera hacer algo al respecto. Ahora todo el mundo elogiaba a Mark Robinson.
Por doquiera que iba escuchaba en la radio: “Nos acabamos de deleitar con la sinfonía maestra de nuestro gran genio y músico contemporáneo Mark Robinson”. Y eran esas palabras y ese hecho los que le perturbaban la vida a cada instante.
Después de mucho caminar decidió sentarse en la banca de un parque muy hermoso. Erik comenzó a contemplar la naturaleza, sin sentir prácticamente nada. A pesar de los colores y las formas, su vida se sentía vacía y sin color alguno. Respiró profundamente armándose de valor. Ese valor definitivo, temerario y egoísta.
Estaba listo para responder su pregunta, a marcar el rumbo de su destino. Al levantarse de la banca, la decisión tomada sería definitiva en su vida. Sus pasos serían encaminados y firmes hasta su nuevo destino.
“¿A final de cuentas de qué me sirve ser quien soy si alguien más va a robarme todo lo que he hecho? ¿De qué me sirve confiar en mi pasión y atreverme a hacerle caso a mi corazón, cuando los golpes de traición son los únicos que me reciben y me escuchan? No tiene sentido una vida de dolor, tampoco tiene sentido una vida de tanto sufrimiento. Una vida en donde mi arte es usado bajo el nombre de otra persona y mi energía, mi enfoque no es más que desperdiciado para el bienestar de alguien más”.
Un ruido repentino llamó su atención. Era el llanto de una muchacha de aproximadamente dieciocho años. Su cabello rubio y su tez blanca, ahora roja por el llanto, y la desesperación hacían resaltar unos hermosos y profundos ojos verdes.
Al parecer lloraba desconsoladamente por un muchacho que había roto su corazón. Sin poderlo evitar Erik comenzó a hablar con ella.
—Niña, ¿estás bien?
—Sólo necesito hablar con alguien. Necesito que me escuchen— le dijo la muchacha entre suspiros y sollozos—. Viví la traición más grande que alguien te puede llegar a hacer —continuó la chica mientras Erik se decía a sí mismo que su pena seguramente era más grande que la de la muchacha. Sin embargo, algo lo hacía sentirse profundamente en conexión con ella, quien lucía unos diez años más joven que él.
—Mi, mi, mi novio acaba de terminar conmigo y hoy lo encontré tomado de la mano con otra mujer afuera de su casa.
Erik comenzó a sentir un nudo en el pecho y mucha compasión por la chica como si fuese su hermana.
Mientras ella hablaba y le describía la escena, Erik, en un instante, olvidó su problema y comenzó a hacer algo para lo que era muy bueno: hacer sentir bien a los demás.
Sabía que probablemente era uno de sus principales defectos, ya que al querer hacer sentir bien a los demás, él se ponía siempre en segundo lugar, sin embargo, en ese momento no pudo pensar en otra cosa.
—¡Oh! Desgraciado —dijo Erik un poco exagerado y haciendo incluso que un par de transeúntes lo voltearan a ver.
Karen reaccionó de manera espontánea con una enorme sonrisa y con una ligera carcajada, aunque recordó que estaba en un instante doloroso y después de un gran suspiro añadió:
—Sí… ¡Desgraciado! —Inmediatamente después notó que se sentía un poco mejor.
—¿Sabes? Eres una chica joven y bella. Estoy seguro de que tienes un futuro brillante por delante —dijo Erik mientras el sol los apapachaba deliciosamente en ese hermoso parque rodeado por una hermosa y verde naturaleza—. Si ahora sabes quién era realmente aquel… desgraciado…, ¿tú crees entonces que era el hombre correcto para ti?
—Pero es que todavía lo amo. Siento qué sin él no puedo vivir. ¡Lo necesito! Además…, ¿qué van a decir todas mis amigas? ¿Y qué va a pensar mi familia de mí? Él se llevaba muy bien con todos. Y si pienso en él, pienso en todos esos momentos tan hermosos que vivimos juntos y… —en ese momento Karen se convirtió nuevamente en un mar de lágrimas— todo el amor que compartimos…
Erik gentilmente y sin darse cuenta en lo que hacía abrazó a la chica para consolarla. Sin pensarlo, permitió que las palabras fluyeran a través de su boca, pero desde su corazón.
—Realmente no lo amas. Amas la idea no de estar con él sino con alguien que te haga sentir como él lo hacía. —Karen escuchaba con mucha atención—. Te puedo decir que la razón por la que estabas con él era principalmente porque lo necesitabas emocionalmente para estar bien y no precisamente para compartir una vida de amor. No te digo que no lo amabas y que no puedes amar a nadie… Pero… si realmente lo amaras entonces también estarías dispuesta a perdonarlo, ¿sabes? Perdonarlo significa realmente perdonarte a ti misma. La que está cargando con el sufrimiento…, ¿quién es? —le preguntó Erik mientras miraba decididamente a Karen.
—Soy yo… —respondió la otra un tanto sorprendida y apabullada por lo que acababa de escuchar.
—¿Y quién se lastima por estar cargando con esas emociones?
—Yo —dijo Karen ahora con una mirada todavía triste pero mucho más pacífica.
—Niña, tienes que aprender a soltar el pasado y a vivir en el presente.
Y en ese instante una llama profunda y caliente comenzó a arder en su corazón. No podía creer lo que acababa de escuchar salir de su boca. No quería aceptarlo, no quería escucharse, pero su tono había sido muy convincente.
La pregunta que tanto se hacía, la que tanto miedo tenía de enfrentar comenzó a tomar una dimensión un poco diferente. Sucedió algo que pensó imposible en su vida. Un viento sopló en su mejilla y lo estaba disfrutando. ¿Acaso le estaban volviendo las ganas de vivir?