COMENZAR

Delante de ellas se encontraba la casa de su gran amigo David. Karen se sentía diferente, plena. Haberle entregado el pendiente a Carlos y haberle contado la historia de Madame Rochelle y todo el significado de la flor la había hecho mucho más consciente.

Tocaron la campanita muy emocionadas. La puerta se abrió súbitamente. Erik las recibía con su destellante sonrisa y su profunda mirada.

—¡Hermanas hermosas! Pasen, que hoy tenemos que celebrar.

Ellas entraron gustosas y saludaron calurosamente a su querido amigo. Karen pensó para sí misma: “Erik sí sabe dar abrazos”. Después de haberlo visto ya un par de veces, había comenzado a tenerle una estima y un cariño muy especial.

Pasaron directamente al jardín. Estaba adornado primorosamente. Había flores de colores iluminando cada esquina, una fuente de cantera de cuyo centro chorreaba agua a borbotones y una linda música que deleitaba los oídos de todos los presentes: eran las aves que vivían entre los matorrales y en la copa de los árboles de ese hermoso jardín los que con el viento componían la más hermosa de las sinfonías.

Detrás de la fuente, justamente debajo de una jacaranda que florecía con sus hermosas campanillas color lila, estaba colocada una mesa. Delante de esa mesa había cinco sillas de madera tallada, una para cada uno de los viajeros. Sobre la mesa había un florero repleto de hermosas lilas y al centro se encontraban unos papeles.

—¡Amigas, bienvenidas! —gritó detrás de ellos David, quien salió lo más rápido que pudo de su casa para recibir a las recién llegadas con un abrazo grande y caluroso—. Todos pónganse cómodos, por favor, que ya vamos a comenzar. Les hice chai, está en la cocina. ¿Cuántos de ustedes quisieran disfrutar de una taza de ese rico té?

Todos levantaron la mano, y en un instante David desapareció, regresando unos segundos después con una bandeja en una mano cargada de tazas con té y con la otra mano escondiendo algo detrás de sí.

—El jardín es hermoso. Amo el canto de mis pajaritos todas las mañanas, pero ¿saben algo?

—¿Qué? —respondieron los otros inmediatamente.

—Ahora es perfecto porque están ustedes aquí, mis queridos y apreciados Erik, Diana y Karen, que vale por dos.

Todos rieron con el comentario de David, quien agregó:

—Ah, me falta algo, —y detrás de su espalda, como si ya lo tuviera perfectamente bien planeado, sacó un paquete envuelto; era un regalo y se lo entregó a Karen—. Espero que te guste, hija —le dijo mientras que con una enorme sonrisa le daba el presente.

Ella lo abrió nerviosamente pensando que la vida la llenaba de regalos; el collar, el viaje, Carlos, el bebé y ahora eso.

Cuando vio qué, era no pudo evitar más que derramar una lágrima de felicidad.

—¡Qué gesto tan bello, David! —le dijo emocionada.

—El libro es para que vayas anotando todo, desde el embarazo, el parto y todos los momentos lindos del bebé que valen la pena ser recordados. Y la ropita espero que te agrade a pesar de mi gusto anticuado. Le compré todo amarillo porque todavía no sabemos si va a nacer un bebito hermoso o una bebita hermosa. ¿O ya sabemos?

—Todavía no —le respondió Karen con una gran sonrisa y emocionada también por saber qué nacería de su vientre algunos meses después.

Y sacando todavía más cosas de detrás de sí, como si fuera mago, David entregó a cada uno una libreta y una pluma.

—Son para el viaje, para que escriban no lo que vayan a vivir, sino lo que vayan a reflexionar, a crecer y a mejorar con cada cosa que suceda en nuestra gran aventura.

Todos le agradecieron profundamente por el detalle y lo abrazaron.

De la casa, arreglada muy hermosamente, salió Ada. Caminaba lentamente y con timidez hacia donde estaban sus amigos. Su andar lo adornaba un vestido hermoso color turquesa y su cabello recogido daba a relucir un hermoso collar con un pendiente dorado de un ave. Era un colibrí, como los que muy a menudo podían ser apreciados en el hermoso jardín de David.

David se levantó para recibirla. Él también se había arreglado para la ocasión especial: vestía un traje color arena y una camisa del mismo color que el vestido de Ada.

—¡Perfecto, mi Adita hermosa! Te ves lindísima. Ya sólo nos falta el juez.

Mientras Ada saludaba a los presentes con mucho afecto, David se levantó y se acercó unos pasos a su casa para que el juez, que en ese momento estaba adentro, lo pudiera escuchar.

—¡Mike! —lo llamó con fuerza—, ¡ya estamos listos!

De la casa salió un hombre alegre de unos sesenta años, con el cabello blanco como el algodón, igual que sus grandes dientes, que además daba a relucir sin pena alguna con su gran sonrisa.

Mike se acercó y saludó a todos excepto a Ada, con quien ya había platicado anteriormente y a quien solamente abrazó para no excluirla del gesto.

—Mike es mi amigo desde hace ya varios años y es un juez maravilloso. Él es quien viene a realizar la ceremonia de adopción, ya que tiene que ser ésta realizada delante de testigos y un juez. Por cierto, y hablando de testigos… Karen y Erik, ¿serían ustedes tan grandiosos de hacernos a Ada y a mí el honor de ser nuestros testigos y por lo consiguiente los padrinos de mi futura hija?

Ambos intercambiaron una mirada de incredulidad. Erik pensó: ¿Ser padrino de una mujer veinte o treinta años mayor que yo?

Karen pensó casi lo mismo pero su pensamiento le salió de la boca sin poderlo contener:

—¿Madrina yo de Ada? ¿Ada, que podría ser mi mamá?

Todos, hasta Mike, rieron estrepitosamente.

—Sería un honor para nosotros —replicó David.

—Yo estaría fascinada de tener dos padrinos tan maravillosos como ustedes —dijo Ada mientras destellaba con una hermosa sonrisa—. De toda la gente que conozco, o recuerdo, ustedes son de mis personas favoritas.

Todos rieron tiernamente por las palabras de Ada. Erik y Karen volvieron a mirarse. Se veían directamente a los ojos. Podían ver más que sus ojos: ambos sentían que eran capaces de verse hasta el alma.

—Entonces, ¿qué dicen? —preguntó Diana interrumpiendo esa mirada que pareció a la vez eterna y demasiado efímera.

—¡Sí! —dijeron ambos al mismo tiempo.

—¡Por supuesto! —añadió Karen. Sentía un vuelco tremendo en sus entrañas; su pecho vibraba tanto que sentía que su corazón se le quería salir. Erik, quien sentía algo muy similar, se decía a sí mismo: “Son los nervios por lo que me acaban de pedir, no es ni puede ser otra cosa”.

—¡Muy bien! Procedamos entonces a la breve pero linda ceremonia —dijo el juez Mike alegremente.

Se notaba que esa frase la había dicho ya fácilmente unas mil veces, sin embargo, lo disfrutaba cada vez.

La ceremonia fue, efectivamente muy breve; leer unas cosas, firmar documentos y poner la huella dactilar sobre cada firma. Lo hicieron así David, Ada, Erik y Karen.

Cuando pusieron la última huella, Mike dijo, con su enorme sonrisa: —Ada, David, ¡felicidades! Ambos forman parte ya de la misma familia, y si me permiten decir unas palabras…

Ambos asintieron:

—Quiero reconocer y enaltecer el amor que une a la familia. Que donde hay amor, hay familia. Lo que une a los seres humanos, a los padres con los hijos y a los hermanos entre sí, no es más que el amor que se tienen. El apellido y el nombre vienen sobrando cuando la consciencia del amor está presente en la vida de cada miembro de una familia. Tuve el gusto de conocer a Lisa y de que ella fuera mi gran amiga, y donde quiera que esté, sé que su corazón revienta de amor. Ada —en ese instante la miró dulce y profundamente—, aunque no la conociste en persona, ahora es ella también parte de ti y parte de tu familia.

Suspiró mientras hacía una breve pausa y establecía contacto visual, uno por uno, con todos los ahí presentes.

—¡Hoy es un día de amor, hoy es un día de celebración! ¡Felicidades! —exclamó dando por terminado su discurso.

Todos aplaudieron llenos de alegría. Karen y Diana, ambas muy conmovidas por las palabras de Mike, suspiraban llenas de felicidad mientras un par de lágrimas escurrían por sus mejillas.

El mundo gira cada mañana, cada tarde y cada noche. Realmente nunca deja de girar. Cada giro es un cambio y cada cambio puede ser tanto una pena como una alegría. Ahora, para todos los presentes, el mundo giraba de alegría.

No sólo había David adoptado a Ada, sino que también estaban prácticamente a un paso de emprender su maravilloso viaje y realizar un sueño que ahora ya formaba parte del corazón de todos.

Lo que nadie sabía era que mientras David sonreía durante la hermosa celebración aguantaba dentro de sí uno de los dolores más grandes que jamás había experimentado en su vida. No sabía qué sucedía más rápido. Para él, las cosas iban mejorando a la vez que empeoraban.