El punto de encuentro fue, como siempre, la casa de David. De ahí pedirían un taxi y se irían juntos al aeropuerto, cada uno con su pasaporte y todo lo necesario para un viaje espléndido.
Ahí estaban ya todos listos en la sala, en la que los muebles estaban orillados para hacer espacio al centro, donde estaba David con lo que parecía su equipaje, rodeado de cinco maletas relativamente pequeñas, como para guardar la ropa de un viaje corto de tal vez dos o tres días. El resto traía consigo su propio equipaje.
Erik llevaba una maleta grande y definitivamente era quien más solitario se veía entre las cinco maletas de David y tres mujeres, que se veían bien equipadas. Ada tenía dos maletas viejas consigo. David se las había prestado y le había regalado toda la ropa que en algún momento había sido de Lisa.
Ada había empacado todo lo que ella pensaba que sería necesario. Las hermanas parecía que se mudarían. Cada una llevaba un bolso muy grande lleno de cosas hasta más no poder y dos maletas todavía más grandes que las de Ada.
—Bienvenidos sean todos a su hogar —dijo David, emocionado por lo que estaba por suceder—. Veo que todos han empacado muy bien y eso me alegra mucho.
—¡David, pero tu llevas demasiado, llevas cinco maletas! —dijo Karen con una sonrisa de sorpresa.
Todos alegremente volteando a ver a Karen y de vuelta a las maletas de David.
—Amada Karen, las apariencias son un poco engañosas, casi nunca es realmente lo que parece —le respondió el viejo mientras seguía reluciendo su enorme sonrisa—. Estas maletas no son para mí. De ellas sólo una es mía.
Erik inmediatamente se dio cuenta de qué se trataba la jugada, y comenzó a reír fuertemente a carcajadas. Las otras tres se miraron sin saber exactamente qué estaba pasando.
—Cada una de estas maletas —continuó el viejo— es para cada uno de ustedes.
—Pero con las que llevamos ya es mucho, ¿no? no creo que necesitemos una maleta adicional —observó Diana.
—Exactamente, Dianita hermosa. No sólo es mucho, es demasiado. Uno de los principios más importantes de la vida que requerimos todos aprender es a viajar ligeros de equipaje. ¡Qué principio tan profundo y poderoso, y aplica perfectamente para nosotros! Si queremos avanzar mucho y llegar lejos, no podemos cargar tanta cosa: necesitamos llevar sólo aquello que es realmente indispensable. Recuerden que lo suficiente es bastante.
David le entregó una maleta a cada uno. Erik seguía riendo a carcajadas y las otras tres tenían una cara larga y los ojos muy abiertos.
—David, pero todo lo que llevo es importante, muy importante —dijo Karen mientras su hermana asentía apoyándola en cada palabra.
—Podrá ser muy importante para ti, hija, pero te aseguro que mucho de lo importante en tu vida, mucho de lo que ocupa espacio en tu mente y en tus emociones es importante, muy importante, pero no es necesario ni indispensable.
Todos guardaron silencio mientras escuchaban al viejo atentamente.
—En el viaje, así como en la vida, es muy importante viajar únicamente con aquello que de verdad es indispensable. Si no lo hacemos así, es muy fácil y muy probable que avancemos muy poco y que nos quedemos rezagados sólo por cargar aquello que no nos correspondía cargar. Así que ¿qué vamos a sacar de nuestra maleta que se pueda quedar y no pase absolutamente nada?
—Es un reto —dijo Karen—, pero creo que tienes toda la razón. Cargamos siempre mucho, llevamos en la vida siempre demasiado.
—Es correcto, Karen —le respondió David—, por eso debemos aprender a viajar siempre ligeros de equipaje.
—Por cierto —añadió David—, hay que apurarnos porque tenemos que salir de aquí en exactamente treinta minutos para llegar a tiempo para el vuelo y hacer los trámites para poder pasar con las cenizas de mi amada Lisa miró la hora que mostraba su hermoso reloj.
Todos comenzaron a vaciar sus maletas a toda prisa. Las hermanas agruparon por categorías la ropa. Karen se sintió un poco apenada, ya que no quería que Erik viera toda la ropa que llevaba para el viaje. Se puso nerviosa de tan sólo pensarlo.
El primero en terminar fue Erik, quien muy fácilmente seleccionó lo más importante que cupiera en su maleta. A pesar de estar emocionado por el viaje, no se podía quitar la idea de la cabeza de que había alguna posibilidad de que todo fuera de alguna manera un engaño muy bien planeado de David.
—David —preguntó Diana—, ¿podemos llevar también nuestros bolsos o ésos también se quedan?
—Diana, qué bueno que me lo dices, casi lo olvidaba —le respondió el viejo, y corrió a la cocina y trayendo de regreso para cada uno de los presentes una mochila. Era definitivamente mucho más pequeña que los bolsos tan grandes que las hermanas llevaban—. Esta mochila tiene un compartimento para agua. Nos será muy útil en los Himalaya. En la bolsa que tiene pueden guardar lo que ustedes quieran, sólo no la atiborren demasiado, de lo contrario, después el agua no va a caber.
Cada quien recibió su mochila y comenzó a inspeccionarla. Estaban todos sumamente contentos y sorprendidos por la nueva adquisición. Sin embargo, a pesar de tener un poco más de espacio les resultaba muy difícil a las chicas acomodar todo lo que querían llevar. Finalmente lo consiguieron. Cada uno tenía consigo tanto su maleta como su mochila lista y en perfectas condiciones para iniciar un viaje extraordinario.
A los pocos minutos llegó una camioneta que era su taxi para el aeropuerto.
Repentinamente una idea golpeó a Erik, pero su mente no podía estar tranquila y le costaba mucho trabajo calmarla. “¿Podría ser posible que David nos haya invitado al viaje para transportar droga al otro lado del mundo? A final de cuentas, nunca nos había dicho a qué se dedicaba ni de dónde obtenía tanto dinero para tener una casa tan linda y poder pagar el viaje a todos. Además, estaremos llevando de ese polvo blanco y nuestras maletas cambiadas por las que David mismo nos entregó”.
Su mente le daba vueltas y vueltas. No pudo evitar más que sentirse muy abrumado por esa desconfianza.
Karen se dio cuenta inmediatamente de que algo le sucedía, y le preguntó:
—Erik, ¿estás bien? De pronto te noto raro.
—Estoy un poco mareado, nada más —mintió él evitando hacer contacto visual con Karen, quien podía ver a través de sus ojos hasta sus entrañas.
Karen percibió que su amigo tenía algo más, sin embargo, siguió con su juego. Al poco rato llegaron al aeropuerto. Ada y Diana se bajaron del auto muy contentas y listas para el viaje. Erik seguía nervioso, le costaba trabajo calmarse. Karen seguía algo consternada y observaba constantemente a su amigo.
Rápidamente se formaron en la fila para documentar su equipaje. Mientras las mujeres estaban ocupadas, Erik notó que David rápidamente se tomaba una píldora, tratando de disimular una mueca de dolor dando un trago a una botellita de agua que llevaba consigo.
—David, ¿estás bien? —le preguntó Erik discretamente.
—¡Mi queridísimo joven!, ya sabes, los achaques de la edad. Sin embargo, como siempre y hoy más que nunca me siento alegre y enamorado de la vida, siento arder esta llama en mi interior.
—¡Fuego! —dijo Erik.
—Así es amigo mío. ¡Fuego!
Erik pensó: “¿Cómo puedo desconfiar de él?”. La pasión del viejo lo invitaba a que nuevamente volviera a confiar plenamente como lo estaba haciendo hasta antes de aquellos pensamientos. Sin embargo, seguía algo asustado con la duda y el miedo que lo habían atacado inesperadamente en el taxi. Su dilema era grande: confiar ciegamente en su amigo, que siempre era tan positivo, alegre y apasionado, lo que también le resultaba sospechoso, o simplemente decidir quedarse e intentar convencer a Diana y a Karen de hacer lo mismo.
“Todavía estoy a tiempo”, pensó Erik mientras la fila para documentar el equipaje avanzaba. “Si documento el equipaje, voy. Tengo hasta ese momento para decidirlo”.
Faltaban sólo dos personas más que estaban justo delante de ellos.
“¿Qué hago? ¿Cómo decido?”, se preguntaba Erik. “Tengo que escuchar a mi corazón”.
—¡Erik! —lo llamó Karen, interrumpiendo el flujo de sus dudas Tierra llamando a Erik —le dijo dulcemente.
—¡Karen! —le respondió Erik mientras la miraba con una sonrisa.
—Oye, sólo quería decirte algo —Karen había bajado un poco el tono de voz para que los otros tres que estaban delante de ellos, muy sumergidos en una conversación, no los escucharan. Erik sintió de pronto un vuelco en el corazón. Su estómago comenzó a llenarse de un hormigueo muy intenso.
Justo en donde Karen estaba parada, unos rayos del sol del atardecer alcanzaban a darle directamente a los ojos, haciéndolos brillar, deslumbrantes como dos hermosas estrellas.
“Qué hermosos ojos”, se dijo Erik a sí mismo mientras, anonadado, apreciaba la belleza y dulzura de su amiga.
—Quiero darte las gracias, Erik. Este viaje nunca hubiera sucedido de no ser por ti. Yo simplemente te quería expresar toda la gratitud que tengo hacia ti por todo lo que me has aportado en tan poquito tiempo.
Erik se quedó pasmado. Había escuchado a Karen, pero no sabía qué contestarle. Ella continuó.
—Estoy segura de que este viaje marcará un antes y un después en nuestra vida —y endulzando más sonrisa, lo abrazó y al oído le dio las gracias mientras le daba un beso en la mejilla.
Erik no pudo hacer otra cosa más que sonreírle mientras sentía como de un segundo al otro se ruborizaba por completo.
Cuando se dio cuenta, estaban ya todos frente al mostrador y la señorita preguntaba:
—¿Cuántas piezas de equipaje van a documentar? ¿Viajan todos juntos?
—¡Sí! —respondió David.
—Son cinco piezas —dijo Karen muy emocionada.
Si Erik iba a tomar la decisión de quedarse, tenía que tomarla justo en ese momento.
“¿Me voy o me quedo?”, se preguntó una vez más. “¿¡Me voy o me quedo!?”. Recordó en ese instante la mirada de Karen y el abrazo que hace unos instantes le acababa de dar seguido de ese beso en la mejilla. Inhaló profundamente percibiendo todavía el aroma de su cabello. Ya no podía pensar…
“¡Me voy!” Se dijo así mismo consciente de todo el riesgo que podría implicar ese viaje si su sospecha resultaba ser verdad.
Todas las maletas fueron entregadas y los pases de abordaje recibidos por cada uno de ellos, a quienes los esperaba un viaje muy largo a la ciudad de Katmandú. Pero antes, tendrían que pasar por la seguridad del aeropuerto.