KATMANDÚ

Pasang inhaló profundamente. Sentía que sus pulmones querían salirse de su pecho. Eran las cinco de la mañana y había ya corrido por una hora. Estaba finalizando su ejercicio dando todo lo que podía dar. A pesar de ser todavía joven, reconoció que su cuerpo ya no era el mismo de antes. Terminó exhausto y delante de sí comenzó uno de los espectáculos más grandiosos que jamás había presenciado. La luz del amanecer hacía deslumbrar primero la cima de las montañas e iba descendiendo poco a poco hasta llegar a acariciar su base. Atrás, el Monasterio Rongbuk comenzaba a brillar con la luz del amanecer de manera esplendorosa.

—La luz llega siempre primero a la cima de la montaña —dijo una voz detrás de él; era su lama, Zopa Rinpoche, que lucía tan fresco y luminoso como el amanecer—. Y también es esa misma cima la última en despedirse del bello atardecer. Los privilegios de estar en la cima son maravillosos.

Pasang recordó las palabras de su padre Dorje, mismas que repetía frecuentemente su primo Sungdare: “La verdadera cima es el pináculo de nuestra vida, y es esa cima por la que vale la pena trabajar todos los días”.

El lama, como si leyera sus pensamientos, continuó.

—Cuando estás en la cima, eres de los pocos privilegiados en ver antes que nadie el amanecer y, hasta después que todos, el bello atardecer.

Pasang estaba maravillado con la hermosura que tenía delante de sí y las palabras de su lama que resonaban en su corazón. Siempre la había tenido ahí, solamente que ahora había comenzado a percatarse de todas esas maravillas que anteriormente ya lo rodeaban pero no era capaz de ver.

—¿Cómo es posible que antes tenía todo esto a mi alrededor y no me daba cuenta? Sigo siendo la misma persona en el mismo lugar, sólo que ahora tengo algo más. Pero ¿qué es eso más que tengo? —le preguntó sin dejar de maravillarse con el espectáculo que el horizonte y la nieve de las montañas tenían para él. Primero teñían el firmamento de violeta, luego de un rojo intenso y finalmente de un anaranjado bellísimo.

—Tienes la respuesta frente a ti—comenzó a decir su lama—, la luz. La luz de la consciencia es lo que me permite darme cuenta de todo lo que tengo, de lo que me rodea y también de la persona que soy. Sin luz, la montaña no sería visible. Por eso, más que la montaña, es la luz la responsable y la encargada del espectáculo. ¿Será acaso la luz púrpura la luz de la espiritualidad siendo ésta la responsable del inicio del amanecer y del despertar de los seres humanos? ¿Será entonces la luz roja, luz de la consciencia, del amor y la pasión por la vida? ¿Será la luz anaranjada la de la transmutación siendo ésta la última luz antes de que el amanecer deje de ser amanecer y comience a ser el día que marca el rumbo y el propósito de nuestro despertar?

Pasang Sona no sabía si lama Zopa Rinpoche le estaba haciendo esas preguntas porque esperaba una respuesta suya o simplemente porque lo invitaba a reflexionar sobre ellas.

Continuaba maravillado con lo que provocaban en él el amanecer y los mensajes que la Madre Tierra a través de su lama le transmitía..

—La vida es igual que el amanecer —dijo con voz apenas audible

Lama Zopa Rinpoche sonrió por la respuesta de Pasang Sona.

—Cada uno es diferente y maravilloso y tiene un toque especial. Sin embargo, es también un ciclo. Cuando la luz se esconde una temporada, no es que realmente se esconda, sino que simplemente llega a otra parte del mundo que no podemos presenciar porque cuando para mí es de día para alguien en otra parte del mundo es de noche, y viceversa.

El lama miró en la profundidad del alma de su discípulo.

—Tienes una mirada determinada, Pasang. Has tomado decisiones. Recuerda aprender siempre de los cinco elementos. Veo el fuego en tu corazón, pero eso no será suficiente. Tendrás que convertirte en un maestro de los cinco elementos de la transformación, así como lo fue tu padre Dorje Sona.

Pronto el amanecer estaba prácticamente completo y Pasang entonces se hizo una vez más la pregunta que tanto lo había acechado desde la conversación que había tenido con su madre. “¿Cuál es la única expectativa que tiene la tierra? ¿Qué es lo único que espera de sí?”.

Por más que intentaba encontrar una respuesta, su mente estaba en blanco.

—Debo marcharme —le dijo gentilmente a su lama—. Voy justo de tiempo, incluso un poco tarde.

—En la vida no puedes nunca estar tarde porque nunca es después, siempre es ahora, y ahora es todo lo que tenemos —le respondió su lama con total calma y paciencia.

El lama se quedó mirando un minuto más en la profundidad de Pasang Sona, sin decir nada más. Solamente lo contemplaba con una mirada de profunda paz, de amor incondicional, amor fraternal. Transcurrido el minuto lama Zopa Rinpoche se marchó.

Pasang sintió mucha paz en su interior. De alguna manera la visita inesperada de su Lama lo había impactado positivamente. “¿Cuál es el significado de esa mirada?”, se preguntó.

En dos horas había ya regresado a su casa y almorzado con su familia, y estaba listo para ir con Sungdare a recoger a un grupo de escaladores canadienses que habían contratado a su empresa para acompañarlos y llevarlos hasta la cima del Chomolungma. En esa temporada irían con Sungdare once sherpas.

Subirían a un total de veinticuatro escaladores. Un número que nunca habían tenido. Era una responsabilidad enorme, pero también una oportunidad muy grande para todos.

Sungdare llegó muy puntual.

—¿Estás listo, primo? —le preguntó a Pasang Sona.

—¡Más listo que nunca, Sungdare! —le respondió el otro bastante nervioso. Se despidió de su familia y emprendieron camino al aeropuerto de Katmandú.

—Estos canadienses ya han venido antes con nosotros, ellos organizan cada año un viaje y traen consigo gente nueva. Siempre quieren ser los primeros en llegar al Campamento Base. Recuerda que el periodo de aclimatación es de las cosas más importantes para cada escalador. Para ti y para mí es más fácil porque hemos vivido siempre en la montaña y tenemos más glóbulos rojos en la sangre que pueden transportar más oxígeno, ya que en la altura hay menos oxígeno. Recuerda que cada paso que das en la montaña te lleva a un lugar más frío, más peligroso, más lejos de tu zona segura y con menos oxígeno.

—Por eso, entonces, los canadienses se vienen con tanto tiempo, para aclimatarse?

—Bueno, Pasang, ellos son los primeros en llegar de nuestro grupo, pero en la siguiente semana llega el resto de alpinistas, de diferentes partes del mundo. Sin embargo, a nosotros nos toca trazar la ruta más peligrosa e importante: la que va del campamento base al Campamento II. Esta tradición la comenzó tu padre Dorje Sona. Cuando él… —a Sungdare se le cortó la voz— desde que él falleció me convertí en el responsable de dicha hazaña.

—Entiendo —respondió Pasang Sona.

—El camino a la cima es uno muy hermoso, pero igualmente peligroso. Si pusieras a cualquier persona del mundo de un segundo al otro en la cima, caería súbitamente convulsionado y posteriormente moriría. A la cima llegan sólo aquellos que se han preparado con tiempo, que han subido poco a poco y se han ganado el derecho de estar ahí. En la vida, primo no hay atajos para el éxito. Quien quiera llegar a la cima sin morir necesita pagar el precio de la determinación constante y de la constancia determinada.

El camino al Aeropuerto Internacional de Katmandú fue rápido; a pesar de ello, Sungdare aprovechó para contarle a Pasang los detalles de la travesía y los lugares que irían visitando, así como la ruta que tomarían al campamento base del Monte Everest, que sería el punto de reunión para los escaladores y desde donde iniciarían su ascenso a la cumbre. Caminarían desde Katmandú, lo que les tomaría aproximadamente unos veinte días. Una opción más rápida pero también más costosa era tomar un helicóptero que los acercara al campamento base. Era un poco más peligroso porque el cuerpo tendría mucho menos tiempo para aclimatarse a la altura, pero como iban con suficiente tiempo, lo más razonable sería llegar a pie.

—Hoy recogemos a los escaladores, Pasang y en tres días iniciamos nuestro camino. Dos semanas y media después estaremos ya en el campamento base y, quién sabe, en el siguiente mes probablemente estés ya por primera vez en tu vida en la cima más alta del mundo.

Pasang Sona sintió cómo su corazón latía fuerte. Curiosamente, una idea que hacía muy poco tiempo no le llamaba tanto la atención en ese momento lo entusiasmaba sobremanera.

—¿Cuántas veces has llegado a la cima, Sungdare?

—A la cima de mi vida todavía no llego, pero sé que marcho hacia ella todos los días. Por eso sé que todos los días son días de sembrar victoria y cosechar grandeza. A la cima del Chomolungma he tenido el permiso de llegar ya unas nueve veces, y si la Diosa me lo permite, tendré el permiso de llegar este año por décima vez. Las mismas veces que tu padre llegó a la cima.

—¡Increíble! —respondió Pasang, asombrado por las palabras de su primo y con una perspectiva muy distinta de su padre. “Tenía toda la razón”, pensó. “¿Cuál sería para él la cumbre de su vida?”.

A los pocos minutos estaban ya en el Aeropuerto Internacional de Katmandú, el cual lucía ya bastante viejo. Pero eso no impedía que cientos de turistas y sobre todo escaladores lo visitaran año con año. Llegaban con el sueño profundo en el corazón de llegar a la cima del Chomolungma.

Estacionaron la vieja pick-up y entraron al aeropuerto. Ese día en particular se sentía un bullicio peculiar. No era el murmullo provocado por la gente, era un bullicio diferente. Aquél provocado por las ideas y las emociones, aquel que se hace presente en el corazón.

Pasang Sona cayó en cuenta de que todo estaba sucediendo, ya no sólo lo imaginaba, ahora también podía verlo, sentirlo, vivirlo. Finalmente estaba en el aeropuerto a punto de conocer a los escaladores por quienes subiría a la montaña y probaría su verdadera persona.

Esperaron unos veinte minutos. Los turistas llegaban unos tras otros de diferentes partes del mundo. Sungdare le presentaba a su primo a otros escaladores haciendo énfasis especial en los equipos y en los líderes del campamento base, a quienes saludaba afectuosamente.

—Ellos son los que desde el Campamento Base de la montaña coordinan la expedición. En gran medida, nuestra vida en la montaña depende de ellos. En el equipo tiene que haber siempre un experto en climatología, ya que todas nuestras decisiones, si subir o no subir, bajar rápidamente o ir a rescatar a alguien o no, todo depende del clima que nos lo permita, y de que la Diosa nos dé el derecho.

Pasang Sona no perdía palabra de lo que le decía su primo. Estaba perfectamente al tanto y tomando notas mentales de todo.

—Es importante conocer el terreno y sus condiciones. Realmente el terreno es difícil de conocer porque cada año cambia. Sin embargo, aun así, podemos tener una idea general de ello. Para la montaña somos como diminutos insectos, y con un pequeño derrumbe o una ligera avalancha podemos morir fácilmente. Allá arriba estamos en la cuerda floja, por eso conocer lo más que se pueda siempre ayuda y es indispensable para sobrevivir.

—Es verdad, primo —dijo Pasang—, es como lo que me has enseñado: en la vida es importante aprender a aprovechar el entorno a nuestro favor.

—Así es, sería tonto no hacerlo.

—¡Claro! Sin embargo, a pesar de que el entorno sea favorable, si yo no soy la persona correcta, como sea puedo perder la vida.

—Has aprendido bien, Pasang. Tienes los ojos abiertos. Puedo sentir que tu corazón también está despierto. Espero que tu consciencia también esté igual de abierta y la Diosa te tenga en buena estima.

Ambos guardaron silencio mientras cruzaban sus miradas. Ahí estaban los dos, a un paso de iniciar un viaje que transformaría sus vidas.

Sus corazones latían fuertemente. Porque, así como Pasang Sona y Sungdare estaban iniciando ya una experiencia completamente grandiosa, con sus maletas en la mano, las cenizas y los papeles listos un grupo de viajeros se disponía a cruzar la zona de seguridad del mismo aeropuerto en Katmandú.