Es en un instante que la vida inicia, de un momento a otro la consciencia se hace presente en la vida de los seres humanos. De un instante al otro esa misma consciencia trasciende cuando ha llegado nuestra hora de partir. Cuántas contradicciones existen en la vida. Mientras unos luchan y hacen todo lo posible por mantener su vida, otros luchan y hacen todo lo posible por terminarla.
—¡No vayan por donde la nieve está muy floja! —les decía Sungdare a los demás sherpas a través del radio. Una avalancha había caído hacía un par de días. El problema de ello. El problema de ello es que para llegar al Campamento II, los escaladores tendrían que pasar por las cascadas de hielo y una avalancha había tapado muchos de los precipicios que se forman en las cascadas de hielo. Ahora era tarea del equipo de Sungdare marcar la ruta del campamento base al II. y eso significaba que tendrían que colocar las cuerdas y las escaleras para atravesar las cascadas de hielo.
—Recuerden ir en grupos de dos. Vamos a ir abriendo el camino. Los dos tenemos que ir asegurados a la misma cuerda y el que va de punta va abriendo camino mientras el otro lo asegura por si llega a un precipicio. Es muy difícil determinar en dónde hay un precipicio, sobre todo después de una avalancha.
La indicación era clara y los sherpas hacían exactamente lo que su líder les indicaba. Era una práctica que casi nunca realizaban, por lo que reconocían el peligro de la situación. Todos iban muy nerviosos.
De repente, un fuerte “crack” y un temblor en el suelo los sacudió.
Estaban bien, pero había mucho movimiento en la montaña. Seguía habiendo muchos derrumbes por la avalancha.
Cada segundo que transcurría, cada paso que daban los acercaba más al peligro y aumentaba el riesgo de no regresar nunca más.
Eso no era una opción para Sungdare.
“¿Qué estamos haciendo?”, pensó él. “Es demasiado peligroso”. Por la expresión de pánico en los rostros de los otros sherpas, se dio cuenta de que era imposible continuar.
—Tenemos que regresar al campamento base. Es muy peligroso. Podemos volver mañana, cuando la nieve se haya asentado más —le indicó a sus camaradas, quienes estaban dispuestos hasta a dar la vida por su líder.
—Sungdare a Campo Base. Sungdare a Campo Base —dijo por el radio.
—Campo Base, adelante…
—Vamos a regresar. Con la salida del sol hay mucho movimiento en la nieve por la avalancha de ayer, y están ocurriendo muchos derrumbes.
¡Crack! Otro sonido fuerte y un temblor bajo sus pies los sacudió nuevamente.
Sungdare volvió a mirar a sus sherpas, hombres valientes y de grandeza que a pesar del terror se mantenían firmes y de pie.
¡Crack! ¡Crack! Una vez más la montaña se estaba moviendo. Y cada segundo que pasaba el sol calentaba más la nieve.
—¿Están todos bien? ¿Sungdare? —se escuchó por el radio.
—Sí, por ahora todos bien. Vamos de regreso. Monitoreen cada diez minutos nuestro estatus, y si algo sucede, no vengan por nosotros, es demasiado peligroso.
Al otro lado, en el Campo Base había tensión. Que un sherpa, y sobre todo Sungdare, dijera eso significaba que la situación era crítica.
Había muchas otras implicaciones. Si no lograban trazar el camino al Campamento II, entonces no habría ruta para escaladores ni sherpas. Si ellos no regresaban, ningún otro sherpa subiría al Chomolungma esa temporada. Todos sabían que la Diosa estaría furiosa y sin sherpas ningún escalador subiría, por lo cual la economía de tantas familias estaba.
—Entendemos, Sungdare.
—Cambio y fuera —terminó él, sabiendo que ante ese peligro tan grande podía ser su último “cambio y fuera”.
—Cambio y fuera —recibió del Campo Base.
El tiempo también pareció congelarse. Sungdare podía ver y sentir cómo aquel “crack” más fuerte que había escuchado parecía haberlo golpeado directamente en el rostro.
En ese instante supo perfectamente qué estaba sucediendo.
Hizo contacto visual con Jangbu, quien a su vez sabía qué estaba pasando.
Sus miradas lo decían todo.
Jangbu no opuso ninguna resistencia. Únicamente dibujó en su rostro una sonrisa.
Lo más rápido que pudo, Sungdare sacó un piolet y se echó al suelo, clavándolo con todas sus fuerzas. Simultáneamente, Jangbu iba desapareciendo, tragado por una enorme grieta que se abrió enseguida de escucharse aquel “crack”. Sungdare sabía exactamente qué sucedería.
Boca arriba en el suelo, tenía una mano en el piolet clavado; sus pies apuntaban hacia adelante con los crampones enterrados en la nieve. Su otra mano agarraba la cuerda con la que aseguraba a su camarada.
Mientras escuchaba el derrumbe concentró toda la fuerza de su cuerpo. Cerró sus ojos. Inhaló profundamente.
Y sintió el jalón más fuerte de su vida.