CAÍDA

Llorosos, angustiados e incrédulos por lo que acababa de suceder estaban dos monjes del monasterio. Rinchen, quien sangraba del brazo, David, Erik, Karen y Diana alrededor de Ada.

—La vi salir del templo cuando todos terminaron su meditación y ella se quedó atrás… Primero pensé que había conectado muy profundamente y seguía disfrutando de la paz y la calma de la meditación, pero intuí que algo más había sucedido. La seguí con la mirada y vi que se alejaba corriendo. Bajaba los escalones a toda velocidad. Le llamé, le dije que se esperara, pero no me escuchó. Mi voz interior me dijo lo que tenía que hacer. Corrí tras ella, pero iba muy lejos y se alejaba cada vez más —dijo la monja.

Las hermanas lloraban desconsoladamente. Erik abrazaba a Karen. Con todo su ser deseaba que se sintiera segura y protegida. No quería que las emociones fuertes le afectaran al bebé.

—Ada tropezó y cayó muy fuerte. Se levantó y volvió a correr. Por fortuna tropezó varias veces y así me pude acercar más. Sin embargo, ella seguía corriendo y aún me faltaban unos tres metros para alcanzarla.

Rinchen suspiró.

—Sabía que era una cuestión de vida o muerte. Estaba a tan sólo dos pasos del precipicio. Me lancé cuando ella extendió sus brazos y se echó al vacío. No pude tomarla por la espalda, pero sí alcancé uno de sus pies, y de ahí la jalé con fuerza. Caímos las dos al suelo; su cabeza y la mitad de su dorso ya se asomaban por el barranco. Me aferré lo más que pude a ella, que no dejaba de gritar como desquiciada. A los pocos segundos llegó el monje Tashi, que venía corriendo detrás de mí y me ayudó a jalarla y ponerla a salvo.

Todos guardaron silencio por un instante. Incontables lágrimas escurrían por las mejillas de Rinchen. En su rostro se dibujaba una tenue sonrisa. Ella sabía todo lo que implicaba aquello que acababa de suceder. Le había salvado la vida a una persona y había puesto en riesgo la suya.

—¿Va a despertar Ada? —preguntó Karen, todavía bien resguardada entre los brazos de Erik.

—Sí, despertar —dijo Tashi, quien difícilmente hablaba otra lengua que no fuera tibetano.

—Desmayó de susto. Mucha impresión. Fuerte para ella. Muy fuerte.

—Son esos momentos los que muchas veces nos hacen pensar que la vida en un instante está y al otro quién sabe —David respiraba profundamente. Ya se había tomado una doble dosis de su medicamento. No quería otro infarto. La mitad de su corazón estaba asustada, la otra estaba agradecida. Igual que lo hizo cuando murió su Lisa, decidió escuchar a la mitad agradecida.

—Decido estar agradecido —dijo hablándole nuevamente al grupo y dibujando una sonrisa en su rostro a pesar de que le costaba bastante trabajo hacerlo.

—Decido darte las gracias, Rinchen, por salvar a mi hija. Decido darle gracias a la vida por una oportunidad más, y también darle gracias por lo que viene, que de seguro es un gran aprendizaje para todos.

David besó a Ada en el dorso de su mano y acarició su cabello. Al cabo de un largo minuto de silencio, ella comenzó a moverse. Estaba recobrando la consciencia. Abrió lentamente los ojos. Lo primero que vio fue la mirada amorosa y llorosa de un ser rebosante de amor y dispuesto a entregarlo todo por ser un verdadero padre, oportunidad que había esperado por más de medio siglo.

Al abrir los ojos no sólo estaba abriendo los ojos para recobrar conciencia. Los estaba abriendo para comenzar un nuevo capítulo en su vida, uno que no sería fácil, uno en que cada recuerdo de su vida había regresado y estaba presente en ella con la misma fuerza e intensidad de antes.