Recuperar el cuerpo de su amigo no solamente era imposible, sino que además necesitarían hacer una expedición riesgosa en la que más personas podrían perder la vida. Además, las escaleras no estarían puestas en las cascadas de hielo, por lo que el camino al Campamento II estaría bloqueado y no habría ascensos ni ingresos para las familias de todos los sherpas que habían arriesgado su vida una vez más para servir a sus seres queridos.
La muerte de Jangbu habría sido en vano.
El pesar de Sungdare era grande. Tanto él como los demás sherpas caminaron en silencio total. Después de tres horas, estaban de vuelta en el campamento base.
Ahora tendría que enfrentarse a lo más difícil a lo que un sherpa líder se puede enfrentar. Más difícil que llegar a la cima de la montaña, más difícil que encarar los peligros de los Himalaya: llamar a Ang Lhamo, esposa de Jangbu, para decirle que su marido no volvería nunca más a casa.
“¡Cómo necesito a Dorje Sona en estos momentos!”, pensó Sungdare. “Él sabría exactamente qué decirme, tendría las palabras exactas y resolvería la situación de la mejor manera”.
Recordó a su tío, al que había querido más como a un padre, y recordó también esas últimas palabras que el también guía y maestro le había dicho:
—Ahora te toca a ti. Es tu turno, Sungdare.
Suspiró profundamente e hizo lo que tenía que hacer.
Tomó el teléfono satelital en la oficina del campamento base y, después de pedir privacidad, sin pensarlo más marcó aquel número que había antes marcado tantas veces tan alegremente. Ahora era muy diferente.
—¿Sí? —se escuchó la voz cantarina de una mujer del otro lado de la línea.
—Ang Lhamo —logró pronunciar Sungdare con una voz seria y un tono seco.
—¿Sungdare? —preguntó ella, de pronto angustiada.
—Sí Ang, soy Sungdare.
El corazón de ambos comenzó a latir con particular fuerza, sobre todo el de Ang Lhamo, quien escuchaba más intensamente el latido de su corazón que incluso la voz de Sungdare.
—¡Jangbu! —gritó ella—. Por favor, dime que está bien… ¡Sungdare! —exclamó desesperadamente reconociendo que la llamada no era para dar buenas noticias.
—Lo siento mucho, Ang.
—¡Noooo! Por favor, dime que está vivo, Sungdare.
—Me duele en el alma. Fue un gran amigo, hermano, un gran sherpa.
Era incontrolable. Sungdare no podía entender lo que Ang Lhamo decía en medio de su llanto.
Pasaron tres largos minutos hasta que finalmente se calmó.
—¡Ah… mi Jangbu! —decía una y otra vez—. Siempre supe que eso podía suceder, solamente que nunca pensé que fuese tan pronto… —dijo entre sollozos y suspiros—. ¿Cómo se lo voy a decir a mis hijas?
—Entiendo que es muy difícil, pero creo que no hay nada mejor que la verdad. Esas tres pequeñas tuvieron a un héroe como padre, un verdadero héroe.
—Y… cómo… ¿cómo sucedió? —preguntó ella, debatiéndose entre la angustia y la incredulidad.
—Fue en las cascadas. Una avalancha cubrió muchas de las grietas y con el sol la nieve comenzó a derretirse. Hubo derrumbes y temblores. Intentamos salir, pero Jangbu estaba parado justo en una grieta.
Sungdare hizo una elocuente pausa.
—Yo lo tenía asegurado, pero con el derrumbe quedó inconsciente. El suelo no era firme y lentamente me fue jalando con él al precipicio. Recobró la conciencia y se dio cuenta de lo que sucedía. Los otros sherpas estaban del otro lado de una grieta e imposibilitados a ayudar…
Sungdare guardó silencio un momento. Le estaba costando mucho trabajo continuar sin perder la voz, que se le quebraba y no lo dejaba hablar con claridad.
—Él me salvó la vida. Cortó su cuerda sabiendo que si no lo hacía nos iríamos los dos al precipicio. Yo ya estaba con un pie colgando y luchando con todas mis fuerzas para mantenernos a salvo.
La mujer lloraba desconsoladamente.
—Se fue como un héroe. Un verdadero héroe, Ang Lhamo. ¡Cuántos hombres y mujeres quisieran ser recordados como verdaderos héroes! Tu esposo fue y será recordado como todo el héroe que fue.
Ang Lhamo inhaló profundamente y enseguida dio el alarido más desgarrador que jamás había dado en su vida.
En el fondo sabía que ese momento tarde o temprano llegaría, sin embargo, por más que lo tenía presente, nunca podía estar suficientemente lista para ello.
Ahí estaba ella, en la soledad de su casa, con tres niñas que fingían estar dormidas. La mayor lloraba en silencio. Comprendía lo que estaba sucediendo y sabía que no vería nunca más a su padre.
La batalla de la familia ya no era con la montaña, sino con la ausencia del padre. La batalla sería definitivamente con ellas mismas.
—Estoy muy apenado. Lo siento en el alma, Ang Lhamo. Me siento responsable por Jangbu. Él estaba a mi cargo.
—No, Sungdare. Él sabía perfectamente lo que hacía y los peligros a los que se enfrentaba.
Esas palabras, aunque sencillas pero dichas con firmeza, le quitaron a Sungdare un peso muy grande de sus hombros.
—Gracias, amiga… Gracias —Sungdare no podía recuperar la tesitura de su voz. Ang Lhamo no nada de tan conmocionada que estaba, pero al fin, en la penumbra de la tienda, se había soltado a llorar por aquel gran hombre de buen corazón.
—Avisaré a la familia y a los amigos cercanos.
—Por supuesto —concedió él—. Recibe un abrazo muy grande de mi parte, Ang.
—Gracias, Sungdare… —se despidió ella sin poder añadir más.
—Hasta pronto.
Sungdare colgó el teléfono pensando que esa llamada pudo bien haber sido hecha para su esposa.
La Diosa no lo quiso, pero en lugar de Jangbu pudo haber sido él.
“¿Qué es la muerte?”, pensó. “¿Qué es sino un misterio inevitable al cual todos nos dirigimos?”.
Sungdare, a pesar de lo sucedido, tenía mucho que recorrer. Las escaleras tenían que ser colocadas y el grupo canadiense llegaría en pocos días con Pasang Sona y los demás sherpas.
“¿Qué es la vida?”, se preguntó con los sentimientos a flor de piel. “No es sino un pestañeo, que sin importar cuántos años vivamos, el día que llega, llega demasiado pronto. La vida no parece sino un simple pestañeo”.
Sungdare se puso de pie. Sabía que lo sucedido era parte de su trabajo, sabía perfectamente bien que parte de ser sherpa era estar en contacto muy cercano con la muerte. Ahora sólo estaba viviendo las consecuencias de la decisión que hacía tantos años atrás había tomado.
Al día siguiente tendría que volver a las cascadas de hielo a terminar con lo que había empezado. El precio por no hacerlo sería demasiado gravoso, y él sabía que la muerte de su amigo jamás sería en vano.